“Tierra sin hombres es una novela de personajes y de intrigas familiares que se enmarca en la Galicia de finales del siglo XIX y principios del XX, en una aldea cargada de supersticiones y de habladurías, lluviosa, pobre; una tierra de viudas de vivos, donde las mujeres ven como sus hombres han de emigrar en busca de una vida mejor, un sueño que a veces se cumple y otras se vuelve contra todos.”
Como el título nos deja entrever, Tierra sin hombres es una novela en la que la protagonista es la mujer. La mujer en genérico, a pesar de que son tres los personajes femeninos principales, en este drama basado en una de las muchas realidades de la Galicia rural de finales del siglo XIX y principios del XX. Tres mujeres con voz propia a las que hay que escuchar, aunque ellas, entre sí, dejen de hacerlo. A pesar de que se nos cuele en la historia otro personaje, también femenino, que en su intento de poner a cada una en su lugar, lo que hace es afianzar una confrontación inevitable, entre ellas entre sí, y entre ellas y los demás. Me refiero a la aldea que, con su voz de palabras veladas y silencios, maneja los hilos de una trama ya de por sí desmadejada, enredándola mucho más, causando un daño irreparable. Una voz que apenas ha cambiado en los años transcurridos hasta la actualidad, salvo en el medio: del susurro velado escondido en la sombra, hemos pasado a la anonimidad de una red social.
La aldea acepta que el hombre marche a buscarse la vida al otro lado del mar, dejando a la mujer con la incertidumbre de un retorno imprevisible, donde lo único cierto es la sucesión de un tiempo indeterminado de soledades que nada podrá recuperar. Inma Chacón se acerca a esas “viudas de vivos”, que denominó Rosalía de Castro; mujeres que se quedaban solas en las aldeas y ciudades de Galicia porque sus hombres se iban a América para buscarse un futuro mejor, y que tantas veces no regresaban, o lo hacían las más de las veces con una mano delante y otra detrás. No todos los indianos regresaban ricos, vestidos de traje blanco y sombrero panamá. Muchas veces no volvían para evitar que los que se habían quedado supieran de su fracaso.
Como tantos, Mateo parte hacia las Américas dejando a Rosalía, su mujer, y a sus dos hijas, Elisa y Sabela, en la casa, al cuidado de su hermano Manuel, un hombre sordo y bonachón que, a pesar de sus buenas intenciones, no podrá evitar que los rumores malintencionados se disparen en el pueblo. En vez de hacerlos frente, la leiteira, Rosalía, seguirá bajando a Ferrol a vender la leche de las vacas cada día, con las cántaras sobre la cabeza, dos horas de ida y dos horas de vuelta que emplea en decidir el destino de sus hijas. Como manda la tradición ‒a ellas no se les pregunta‒, Elisa, la mayor, contraerá matrimonio, mientras que Sabela, la pequeña, se quedará en la casa y heredará las tareas de la madre. La decisión de la leiteira marcará de por vida el antagonismo de unas niñas que, hasta ese momento, habían sido uña y carne, fomentando su incomunicación. A pesar de que las dos se rebelan, todo podría haberle salido bien a su madre, si no fuera porque la naturaleza también manda. Eloy es el elegido, un hombre bueno que le será fiel a Elisa hasta el final, a pesar de los acontecimientos; sin embargo, es el minero Martín quien se lleva el gato al agua, haciendo que la historia se repita. Elisa, una muchacha dulce y tranquila que aún no sabe de su fuerza, se deja llevar por la naturaleza, al tiempo que Sabela, la muchacha tildada de rara y que no conoce el dolor físico, alimenta sus celos con el silencio, ocultando con él un secreto que podría haber salvado a todos.
Inma Chacón estructura la novela, de manera precisa, a través de dos líneas temporales: una principal, condensada en el entierro de Martín, con el que todo empieza y acaba, y otra, mucho más amplia, en la que, a través de numerosas analepsis, desarrolla la mayor parte de la trama. Los ocho capítulos de los que consta se dividen, a su vez, en diez subcapítulos cada uno, siendo en los primeros ‒1, 11, 21...‒ en los que avanza la línea temporal del entierro. El lenguaje, cuidado y elegante, se nutre de metáforas que le dan al lector una descripción precisa del paisaje y el tiempo.
«El aguacero descargó sobre el camposanto como si quisiera cobrarse una deuda. Los goterones rebotaban sin interrupción sobre los paraguas que rodeaban el ataúd, resignado a recibir el diluvio soportando el sonido constante de la lluvia al estrellarse contra la tapa. […] Y, a lo lejos, el mar, embravecido y triunfante, levantado sobre sí mismo para que todos supieran que también él había acudido al entierro.»
Como las grandes novelas del realismo decimonónico o las olvidadas de la posguerra, Tierra sin hombres es un relato que se alimenta de la fuerza de la tierra y de lo más profundo del ser humano. El mimo con el que Inma Chacón construye los personajes le da credibilidad y fuerza a esta tragedia de mujeres en la que el hombre, que también sale perdiendo, no es el único culpable. Pero no es solo su historia la que fluye en el relato, es también lo que rodea a estos personajes, el influjo de la tradición intemporal, esa que se nutre de leyendas y recuerdos del pasado, y que inevitablemente condiciona su carácter. De ahí que sea la voz del mar quien intente decir la última palabra:
«A lo lejos, el mar continuaba lanzando su oleaje contra las rocas, obstinado imponiendo su presencia, enfurecido y violento, acusador, prestándoles su voz a aquellas gentes que se entregaron sin reparo a las murmuraciones en otro tiempo, y ahora pasaban en silencio por delante de la tumba, como si le debieran respeto al difunto solo por el hecho de estar muerto.»
Aunque siempre nos queda la esperanza de volver a mirar en la misma dirección y recuperar el diálogo.
Inma Chacón. Tierra sin hombres. Planeta, 2016.