“La huésped es una mujer en casa ajena que no comprende ni una palabra de cuantas pronuncia su suegra y que empieza a no poder reconocer a su marido. Pero también es huésped el propio cuerpo de esta mujer, donde se alojan los síntomas, a modo de parásitos. De esta doble condición, que habita con el ser-familia y no-ser-madre, nace sobre todo una pregunta elemental: ¿dónde cabe la mujer?”.
«La boda había sido porque yo estaba embarazada. Embarazada, porque tuvimos un accidente. Para ellos perder el embarazo era el accidente. Para mí la tragedia había comenzado antes. Yo tendría que haberle gritado ese día a la cara, con el teléfono contra su oreja y un traductor simultáneo que se lo dejara bien claro también a su madre, que para mí el puto accidente había sido quedar embarazada.»
La protagonista y narradora de La huésped se traslada, con su marido, a vivir a la casa de su suegra, en el norte de Francia, en una región en la que siempre nieva. Se instalan en la habitación que él ocupó en su juventud, una cuarto bajo tierra al que se accede a través de una trampilla en el suelo del jardín, que ella bautiza con el nombre de el bunker, por lo que, para ir al cuarto de baño, durante la noche, tiene que atravesar el jardín y entrar en la casa. No conoce el idioma, y el lugar, frío y oscuro, no le será de ayuda en su integración.
En su relación con este nuevo entorno, las preguntas sin respuesta acrecientan la incomunicación, porque los mensajes importantes se transmiten en un idioma que no comprende, y casi siempre van acompañados de la sonrisa cómplice de su marido, una complicidad que nunca es para ella.
«Le pongo cara de haceme caso, estoy en un borde y después viene el precipicio. Pero no registra ese tipo de espacios. Él ahora habita la superficie lisa y continua de la casa de su madre.»
Incluso en el ámbito más cercano, la lengua funciona como un obstáculo para ella: todos hablan en francés, a pesar de que, en muchas ocasiones, los otros dominan el español, y cuando, en una ocasión, ella se decide a utilizar el inglés con uno de sus interlocutores, la decisión también se vuelve contra ella. La lengua, instrumento de comunicación, se convierte así en un arma destructora en territorio hostil. En el trabajo, que su suegra le ha conseguido en el geriátrico donde ella trabaja, este instrumento de tortura lo solventa con su mejor sonrisa y con las palabras oui, d’acord, que sirven de comodín para todo. Sin embargo, su vida ya se ha convertido en un acto rutinario que a ella la sitúa siempre en un segundo plano y al límite de su integridad.
«Soy el paisaje de fondo. No me merezco primeros planos en esta nueva vida.»
La novela es una alegoría de la desubicación donde, al extrañamiento de la huésped a verse obligada a vivir en casa ajena, se le suma la confusión que provoca su extranjeridad. Al final, todo influye en su comportamiento, llevándola hasta el extremo y haciéndole dudar de sí misma y de su condición.
«Ella es madre, él es hombre, ¿dónde cabe la mujer?
En La huésped, Florencia del Campo ha sabido expresar, con total exactitud, ese sentimiento de impotencia que experimenta la persona que se siente forastera en el lugar que habita y que, con el paso del tiempo, no solo no mejora, sino que se contagia a su lugar de origen La acción se desarrolla en Francia, pero podría haberlo hecho en cualquier otro lugar. Incluso, si en él la lengua fuera la misma de la protagonista, ella también sería una huésped. La autora sabe bien de lo que habla: por ese “ni pa ti ni pa mí” que provoca esta mezcla cultural, ella ya será siempre una argentina en España, y en Argentina una gallega.
Ciñéndome a lo literario, este abrazo que nace de las palabras que escribe una escritora argentina, que ha decidido vivir en España, es tan enriquecedor, que las apenas cien páginas que componen La huésped son una fina muestra del enorme bien que le está haciendo, a nuestra lengua común, el continuo movimiento migratorio de sus hablantes.
Como dice al final de la novela:
«Ahí está todo, en el doble filo de las posibilidades.»
Florencia del Campo. La huésped. Editorial Base, 2016.
Pedro Turrión Ocaña