jueves, 4 de marzo de 2021

La ficción moderna de Virginia Woolf

 

Virginia Woolf en 1902

En un artículo anterior titulado Los hijos muertos, dedicado a la novela homónima de Ana María Matute, hablaba de un recurso narrativo que utiliza la autora en la novela, el uso de continuas analepsis apoyadas en el monólogo interior de los personajes, con lo que logra situar al lector en el mismo plano por el que transita el ente de ficción, ya que le capacita para adentrarse en sus pensamientos, en su mente. En un momento narrativo en el que España ha recuperado el realismo más crudo, que no es más que un intento de reflejar de la manera más fiel la realidad que vive el país, resulta llamativo que una autora que es escritora por naturaleza y cuyas bases bibliográficas más importantes son los cuentos de los hermanos Grimm y Hans Christian Andersen, se haga eco de ciertas técnicas novedosas de la literatura internacional, y más teniendo en cuenta la dificultad de encontrar en España otros textos que no sean los afines al franquismo, porque de todo lo demás ya se encarga la censura.

En este aspecto de renovación de la literatura, dentro del ámbito anglosajón hay tres nombres que han influido notablemente en la novelística del siglo XX: William Faulkner, James Joyce y Virginia Woolf. Desconozco si Ana María Matute había leído sus libros, aunque el hecho de que los conociera no desvirtúa su mérito. El recurso mencionado se hace evidente, por ejemplo, en dos novelas de los autores citados: Ulises, de James Joyce y Las señora Dalloway, de Virginia Woolf. Ambas novelas comparten estilo y estructura, y comúnmente se cree que la novela de Woolf pudo ser concebida como una respuesta al Ulises, novela que es elogiada públicamente por Virginia Woolf en “Modern Fiction”, ensayo en el que habla de dos tipos de ficción, por un lado, la que refleja la realidad tal y como se percibe y, por otro, la que busca interpretar la realidad, sin referirse a ella directamente. Virginia Woolf, claramente, se decanta por el segundo, mucho más cercano al arte abstracto y al mundo de la interpretación. De Joyce dice:

«No estamos solicitando tan sólo valor y sinceridad, sino sugiriendo que la materia adecuada de la narrativa es un tanto diferente a lo que quiere hacernos creer la costumbre. En cualquier caso, es de alguna manera parecida a ésta que buscamos definir la cualidad que distingue a la obra de varios escritores jóvenes, el señor James Joyce, el más notable entre ellos, de aquella de sus predecesores. Intentan acercarse más a la vida, preservar con mayor sinceridad y exactitud lo que les interesa y conmueve, incluso si para lograrlo hayan de descartar la mayoría de las convenciones que suele observar el novelista».

El matrimonio Woolf intentó publicar, a través de la Hogarth Press, editorial creada y administrada por ellos, el Ulises, sin embargo, las restricciones de uso de lenguaje obsceno que regían en la Inglaterra de la época, se lo impidieron. Puede que esta circunstancia fuera decisiva para que Virginia quisiera poner el contrapunto, creando una obra que, como la inmortal obra de Joyce, intenta explorar la experiencia humana de una manera diferente, desde dentro de la mente, simulando ser la propia mente.


Publicado en 1925, La señora Dalloway narra un día en la vida de Clarissa Dalloway a partir de la narración del fluir continuo de su pensamiento, pero añadiendo, a través de multitud de saltos temporales y personales, una comunicación directa con la mente de todos y cada uno de los personajes que transitan por el texto. Ahí radica la originalidad de la novela: gracias a esta técnica, el lector es capaz de comprender, no solo lo que pasa por la cabeza de los personajes, sino también por qué pasa, ofreciéndonos un todo mucho más amplio que el que nos ofrece el relato tradicional, donde el lector solo escucha lo que exterioriza el personaje en sus diálogos y lo que nos deja ver el narrador con sus explicaciones. La novela está considerada la máxima expresión literaria británica del periodo de entreguerras.

Temporalmente, la acción se desarrolla en el mismo periodo en el que Virginia Woolf escribe la novela, un tiempo donde la alta sociedad londinense, dejando a un lado los recientes horrores de la Primera Guerra Mundial, y sin poder anticipar la cercanía de la devastación de una segunda guerra, solo se preocupa de su entorno, colmado de lujos y comodidades. Este hecho convierte la novela en una crítica feroz a la frívola concepción que del mundo tiene el sector más alto de la sociedad de su época. La señora Dalloway prepara una fiesta en honor a su marido, diputado conservador al que no ama, pero que le proporciona el estatus preciso para situarla en un lugar preponderante. La excusa de la fiesta será la manera de poder reunir en un monólogo continuo todo el flujo de pensamientos del grupo a través de las horas de un solo día, en el que se mezclan temas como el colonialismo, la política, la enfermedad mental, la bisexualidad o el suicidio, todos unidos por un nexo común, la soledad. Como muy bien explica María Asunción Gutiérrez, a Virginia Woolf no le importa tanto la evolución de un grupo social a través de sus hechos o acciones, sino el propio proceso de la escritura a través de la evolución y la aventura interior de los personajes que componen la historia. Con esta forma de relato, los rasgos que conforman el ser concreto se esfuman creando en su lugar un ser general en el que caben todos los individuos. El tiempo se convierte en un elemento de experimentación técnica, donde presente y pasado comparten un mismo nivel que mantiene la estabilidad del relato. Acceder al pensamiento de personajes tan variopintos no solo nos permite conocer el comportamiento de las diferentes capas que componen la sociedad, también nos da una descripción detallada de los paisajes londinenses de la época.

En medio de todos los personajes hay uno que, a mi juicio, aun sin ser el más importante, predomina sobre el resto, me refiero a Septimus Warren Smith, porque creo que su comportamiento es el que más se acerca a la persona de Virginia Woolf. Clarissa no sabe de él hasta la fiesta, donde se entera de que era un maníaco depresivo, aficionado a cantar en griego y a escuchar el canto de las aves, y que se ha suicidado, tirándose por una ventana. Se cuenta, que el plan original de Virginia Woolf era que Clarissa Dalloway se suicidara durante la fiesta. Alguien tenía que morir. Siempre alguien tiene que morir. La idea de la muerte siempre está presente en la mente de una mujer que ya ha intentado suicidarse un par de veces.




Partiendo de la novela de Virginia Woolf, Michael Cunningham escribió Las horas, novela galardonada con el Premio Pulitzer en 1999. Con la misma técnica de flujo de conciencia, Cunningham se adentra en un día de tres mujeres, unidas por la novela La señora Dalloway. Cada una parte de una época diferente, completando un triángulo que nos permite ver la evolución de los temas presentes en la novela de Woolf, a lo largo del tiempo: la familia, la sexualidad, el matrimonio, la enfermedad, el suicidio, la muerte. Virginia Woolf, escribe el libro, durante los años veinte y su lectura transforma la concepción de la vida de Laura Brown, esposa de un veterano de la Segunda Guerra Mundial, a finales de los años cuarenta, cambios que influirán en la vida de Clarissa Baugham, una Señora Dalloway de los años noventa. La novela fue adaptada al cine en 2002 por Stephen Daldry, con las interpretaciones de Nicole Kidman, Julianne Moore y Meryl Streep. Si ya de por sí es difícil llevar al papel el flujo del pensamiento de las tres mujeres y encajar en un mismo argumento las horas vividas por ellas en tres épocas tan distintas, mucho más difícil es llevarlo a la pantalla. Daldry lo soluciona alternando las tres épocas y buscando su cohesión a través de vínculos basados en objetos clave, como la presencia de las flores, los preparativos de la fiesta, los besos femeninos y, por supuesto, el suicidio y la muerte. La película tuvo críticas positivas y Nicole Kidman, en su papel de Virginia Woolf, fue premiada con el Oscar a la mejor interpretación femenina. Sin embargo, puede que al estudiar la vida y la obra de la autora con atención, puedan surgir opiniones divergentes, como la que sostiene Laura Freixas, cuando dice, refiriéndose a la actriz premiada:

«A mi entender, lo hacía muy mal, con una nariz postiza, era una Virginia Woolf completamente histérica; se presenta su suicidio desde temas estrictamente personales, olvidando completamente los motivos históricos, la guerra. Esta Virginia Woolf desquiciada hace cosas tan extrañas como abalanzarse y besar en la boca a su hermana. La peor interpretación de su carrera… Le dieron un Oscar».

Apunta Freixas también que, a partir de los años sesenta, la figura de Virginia Woolf ha ido creciendo en estatura y está presente en otros muchos textos, cuyo primer hito fue la obra de teatro Quién teme a Virginia Woolf, de Edward Albee, donde la figura de la escritora se nos muestra como una amenaza que nada tiene que ver con la realidad: la mujer, no solo no atemoriza, sino que sigue siendo atemorizada continuamente.

¿Quién teme al lobo feroz?, cantaban los niños. ¿Quién teme a Virginia Woolf?, cantan los personajes de la obra: Woolf – Wolf – Lobo.

También al final de la novela de Ana María Matute, el lobo se nos muestra como un peligro que hay que aniquilar para saciar el hambre del hombre: «El lobo. Allá arriba. El lobo. Hay que acabar con él. […] Sí: hay que matar al lobo, para no oírlo», porque «Nada puede alterar el día. Tampoco el hombre».

Pedro Turrión Ocaña

Bibliografía y recursos audiovisuales

Actualidadliteratura.com/la-señora-dalloway

Cunningham, Michael (2020). Las horas. Barcelona: Tusquets Editores.

Daldry, Stephen (2002). Las horas (Película). EEUU: Paramount Pictures.

Elechiguerra, Eduardo (2019) “Las horas, de Michael Cunningham, en https://clavedelibros.com/

Freixas, Laura (2013) Virginia Woolf: huerto, jardín y campo de batalla. (Conferencia). Fundación Juan March.

Gutiérrez López, M.ª Asunción (2000) “Virginia Woolf, el fluir de la conciencia”, en A Parte Rei. Revista de filosofía, n.º 9.

León Arias, Jorge (2011). Lletra de dona. Universidad de Barcelona.

Matute, Ana María (2016) Los hijos muertos. Edición y estudio de José Mas y M.ª Teresa Mateu. Madrid: Ediciones Cátedra.

Montejo Gurruchaga, Lucía (2010). Discurso de autora: género y censura en la narrativa española de posguerra. Madrid: UNED.

http://unlibroaldia.blogspot.com/

Woolf, Virginia (1994). La señora Dalloway. Madrid: Alianza Editorial.

Fotografía de Virginia Woolf: Wikipedia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario