jueves, 29 de abril de 2021

La Tribuna, de Emilia Pardo Bazán

 


La implantación en España del sufragio universal masculino en 1869 fue de gran ayuda para que las clases trabajadoras empezaran a tener presencia en las luchas sociales, sin embargo, en la literatura, más atenta a los intereses de su público burgués que a los conflictos de conciencia individual, no tuvo prisa para reflejar estos avances en sus obras.

Una de las primeras novelas que se salen de esa norma no escrita es La Tribuna, escrita en 1882 por Emilia Pardo Bazán (1851-1921). La acción se desarrolla en Marineda, una ciudad ficticia del norte de España ‒que a todas luces parece ser La Coruña‒, en ella mezcla con maestría, dentro de una ambientación febril, la conflictividad política que termina con la proclamación de la Primera República, la reivindicación laboral y el abuso que sufre una joven trabajadora pobre por parte de un señorito de clase superior. Fiel al método naturalista, doña Emilia realiza una escrupulosa observación de la realidad social, pero suavizada por un conservadurismo de tinte patriótico que lo hace peculiar. Escribe Cecilio Alonso, en su excelente manual Historia de la literatura española. Hacia una literatura nacional 1800-1900, publicado por la Editorial Crítica, que la tesis en la que se basa es que «un pueblo no podía cifrar sus expectativas de redención y ventura en formas de gobierno no experimentadas con anterioridad, a las que se atribuía “prodigiosas virtudes y maravillosos efectos”», aludiendo claramente al credo federalista fracasado como forma de gobierno en 1873 pero que, a diez años vista, seguía presente en los partidarios de la república, que lo apostaban todo a la vía conspirativa y al pronunciamiento militar. Doña Emilia recorta simbólicamente la capacidad del pueblo, representado por Amparo, la hija de un barquillero, que trabaja en la fábrica de tabaco, desacreditando así a una opción política con designios desintegradores de la unidad nacional. La imposibilidad de encontrar una solución satisfactoria a las desigualdades se verá reforzada por el desarrollo del tema principal de la novela, la amarga historia de amor entre Amparo y Baltasar Sobrado, oficial del ejército de clase alta, abocado a naufragar junto con las ilusiones igualitarias de la muchacha. El final de la novela nos muestra los caminos paralelos que podemos apreciar en las dos historias, con el símil de dos nacimientos simultáneos: el de una nueva vida, en la persona del hijo de Amparo, y el de la República; ambos comparten también la misma dosis de incertidumbre en el futuro.

Dejóse caer aletargada sobre las fundas, respirando trabajosamente, casi convulsa. Ana se sintió iluminada por una idea feliz. Tomó el muñeco vivo, y sin decir palabra, lo acostó con su madre, arrimándolo al seno, que el angelito buscó a tientas, a hocicadas, con su boca de seda, desdentada, húmeda y suave. […] Oíase el paso de las cigarreras que regresaban de la Fábrica; no pisadas iguales, elásticas y cadenciosas como las que solían dar al retirarse a sus hogares diariamente, sino un andar caprichoso, apresurado, turbulento. Del grupo más compacto, del pelotón más resuelto y numeroso, que tal vez se componía de veinte o treinta mujeres juntas, salieron algunas voces gritando: ¡Viva la República federal! (Emilia Pardo Bazán. La Tribuna).



La joven Pardo Bazán, al escribir La Tribuna, no trata de hacer un relato social con intenciones de denuncia o de transformación de la producción industrial; no trata de mostrar las lacras de la sociedad, sino que intenta desvelar la índole social generosa y caritativa del pueblo español: un naturalismo a la carta que bien pudiera ser “un realismo a la española”. Por ello, no es del todo cierto lo que declaraba la autora de que con La Tribuna no había querido hacer sátira política, ya que en algunos fragmentos se produce una deformación intencionada de los sucesos que nos recuerdan al esperpento. Sea como fuere, esta mezcla de conflictos sociales, políticos y amorosos son el cauce perfecto para incrustar en el relato la existencia posible del denominado cuarto Estado, cuyo protagonista indiscutible es el proletariado.

Cecilio Alonso apunta también que «El canon del XIX se fue construyendo con escasísima presencia femenina. […] Lamentarse de la ignorancia femenina era un tópico, pero generalizar un estatus de igualdad intelectual y laboral como el que adoptaron Concepción Arenal y su esposo García Carrasco, o como el de la pareja ácrata formada por Juan Montseny y Soledad Gustavo, habría sido inconcebible. Las relaciones sentimentales convertidas en matrimoniales entre gente de letras consagraban habitualmente la hegemonía del marido». Y añade más adelante que, aunque escritores como Castelar, Galdós o Menéndez Pelayo, entregados a su “destino profesional” se mantuvieron solteros, lo normal en la mayoría fue la búsqueda del apoyo incondicional de la mujer, dedicada “a administrar los afectos familiares y el patrimonio conyugal”. Todo lo contrario ocurría con las escritoras que “disipaban recelos amparándose en el matrimonio”. Solo Emilia Pardo Bazán, desde su condición de escritora emancipada y separada de su marido, se mostró en un plano de igualdad entre figuras tan destacadas como Galdós, Lázaro Galdiano o Vicente Blasco Ibañez, permitiéndose el gusto de mantener algún que otro incómodo pulso literario con personajes de la importancia de Clarín.

Sin embargo, nada de lo apuntado, ni la calidad indiscutible del conjunto de su obra, que sitúa a Pardo Bazán en la cumbre literaria del final del siglo XIX y los principios del XX, fue suficiente para que pudiera alcanzar una de sus metas más ansiadas: entrar en la Real Academia Española de la Lengua. Son tres las veces que lo intenta, y las tres es rechazada. A este respecto, apunta Ricardo Virtamen: «Sus éxitos como escritora resultaron adquisiciones legendarias en el ámbito de las conquistas de las mujeres en la sociedad contemporánea. Mas su firma siempre desprendía alguna contrariedad, creaba polémica allá donde se hallaba. Su nombre todopoderoso en el ámbito de la sociedad literaria decimonónica, aceptaba sin resquemor su descenso a los infiernos de las críticas y habladurías. Su carácter terco y excéntrico hacía el resto».

El primer intento se produce en 1889, año en el que accede a la institución Benito Pérez Galdós. Es más una “candidatura encubierta” apoyada por una parte de la prensa, encabezada por el diario El Correo, que publica un artículo anónimo titulado “Las mujeres en la Academia. Cartas inéditas de la Avellaneda”, referido a las cartas que Pardo Bazán envía a Gertrudis Gómez de Avellaneda, y que son un ataque directo a los académicos actuales y, por extensión, a muchos intelectuales que comparten las mismas ideas respecto a la posición de la mujer: Además de la enconada negativa de una mayoría de académicos a compartir sillón con una mujer, la publicación de las cartas le creó una gran cantidad de antipatías. Tampoco la elección de Galdós estuvo exenta de dificultades, debido a sus posiciones ideológicas, lo que nos hace pensar que no siempre son los méritos académicos o profesionales los que se tienen en cuenta en la elección.

El rumor de que Concepción Arenal podía entrar en la Academia provocó un segundo intento en 1891, apoyado en un nuevo escrito publicado en la revista Nuevo Teatro Crítico. El punto álgido de la campaña lo alcanza con su respuesta al artículo del jurista Rafael Altamira, “La cuestión académica”, en la que le agradece su apoyo y le pide que ayude a preparar las candidaturas de otras mujeres, al tiempo que solicita que, si ella es el problema, que se niegue su nombre. Pardo Bazán, que estaba al tanto de todos los movimientos, trata de fomentar otras posibles candidaturas femeninas. Diferentes artículos se pondrán de uno y otro lado, desembocando en la creencia de que su entrada provocaría un “conflicto de política constitucional”. Santones de la literatura, como Valera, Pereda o Menéndez Pelayo, declaran: «No comprendo cómo no se enoja la mujer sabia cuando saben que pretenden convertirla en académica de número. Esto es querer neutralizarla o querer jubilarla de mujer. Esto es querer hacer de ellas un fenómeno raro».

La última tentativa de convertirse en académica se produce en 1912, cuando la escritora cuenta con 62 años; apadrinada por Maura y Galdós, en este caso, la determinante definitiva es la negativa explícita del director de la Academia y del secretario perpetuo, en una carta dirigida a la condesa. Se aludieron defectos de forma, incluso, la imposibilidad de aceptarla a causa del reglamento. Largo sería indagar en todo lo que se escribió al respecto en su momento.

El hecho de que la primera mujer en acceder a la institución fuera Carmen Conde, y que para ello tuviéramos que esperar a 1978, puede ser más clarificante que cualquier explicación. No se equivocaba doña Emilia al predecir en La Tribuna una gran incertidumbre de cara al futuro.

Pedro Turrión Ocaña


Bibliografía

Alonso, Cecilio (2010). Historia de la literatura española 5. Hacia una literatura nacional 1800-1900. Madrid: Editorial Crítica.

Pardo Bazán, Emilia (1883) La tribuna. Edición digital de dominio público disponible en www.elejandria.com

Virtanen, Ricardo (2016). La Tribuna. Cuaderno de Estudios da Casa-Museo Emilia Pardo Bazán, núm. 11, 23-45.

Fuente Imagen Emilia Pardo Bazán: Wikipedia.

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