jueves, 8 de julio de 2021

El jardín de vidrio. Tatiana Țîbuleac (Reseña)

 


La falta de piedad, la inmensa delicadeza estilística y la escritura caleidoscópica de Tatiana Țîbuleac hacen de esta novela una tragedia tan cruel y compasiva como reveladora de aquello que nos depara el destino y su belleza.”

Tras el inesperado éxito que la primera novela de la escritora moldava Tatiana Țîbuleac, El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes (Impedimenta, 2019), ha tenido en España, la editorial ha publicado en 2021 su segunda novela, El jardín de vidrio, un relato conformado por un buen número de pequeños capítulos narrados en primera persona, que conforman una larga carta que la protagonista, Lastochka, dirige a sus padres, allá dónde estén, aunque en realidad es un grito desesperado a quien, por voluntad propia o a causa de sus circunstancias, abandona a su suerte a quien debía proteger. La historia es simple: Lastochka es rescatada de un orfanato por Tamara Pavlovna pero, lo que a ojos de todos puede parecer una buena acción, esconde una realidad cruel, porque la niña ha sido comprada por la vieja para que trabaje en la recogida de botellas de vidrio que luego limpiarán y venderán al ejército de borrachos que llenan las calles de la ciudad de Chisináu. Corren los peores años del dominio comunista en Moldavia y en sus calles impera un ambiente de violencia y miseria en el que sobrevivir no es tarea fácil, y mucho menos siendo una mujer. Lastochka imagina que sus padres no han muerto, quiere saber por qué la abandonaron en aquel lugar terrible, y a ellos se dirige en todos los idiomas que conoce, el ruso que Tamara la obliga a aprender como única manera de asegurar el futuro, el olvidado moldavo, como la historia de su pequeño país dominado, y el rumano, construyendo un relato dentro del relato que va más allá del tiempo y que, como los pensamientos, avanza y retrocede, dejándose llevar por unos recuerdos que se superponen entre sí formando un entramado de escenas inconexas que no son más que retazos que, en la mente, un día duelen unos más que otros. Son los recuerdos de una niña que tiene que dedicar todo su esfuerzo a construir su verdadero sueño, ser alguien dentro de la medicina, a la vez que, como el país, lucha por recuperar su lengua y su historia, aniquiladas por una Unión Soviética avasalladora que lentamente camina hacia su fin con la Perestroika de Gorvachov.

Este relato encubierto de diez años cruciales en la historia del país, traza también el paso a la madurez de la protagonista, lo que lo convierte en una novela de aprendizaje. Ambos sucesos tienen una característica común, la de la dualidad: dos lenguas, dos sistemas políticos, dos fronteras; pero también, dualidad emocional y afectiva, infancia y maternidad. Lastochka padece, a la vez que agradece, el trato que recibe de Tamara Pavlovna, porque intuye que, tras su comportamiento tiránico, también se esconde un tremendo dolor que la mujer trata de suavizar con la compañía de la niña, por eso se preocupa de que estudie tras el trabajo y no pone trabas a su sueño de ser médico; esa magnanimidad no la tiene Lastochka hacia sus padres, a los que busca dentro de las mismas entrañas que la convertirán en madre, con la dificultad de no saber en qué lengua los ha de buscar, y lo que es peor, en qué lengua los ha de perdonar:

«...a veces pienso que si os odio un centímetro más, mi odio formará un círculo completo y llegará el amor.»

La realidad femenina que leemos en esta novela no es un cuento agradable, sino que es la suma de todos los desafíos a los que tiene que hacer frente la mujer en un entorno hostil, que no es otro que el reflejo de la realidad que las mujeres tuvieron que padecer en la Moldavia de los años ochenta. El grupo de personajes que pueblan el patio en el que habita Lastochka están basados en gran parte en personas reales, así como algunos de los trances que vive la protagonista surgen de la experiencia personal de la autora, que comparte edad con la protagonista. Situaciones de maltrato que, aunque se supone que han mejorado con el paso del tiempo, no difieren demasiado de lo que se vive en la actualidad. Así, el relato de la violación de Lastochka no solo se nos muestra en la novela como algo habitual, sino que es también una denuncia a la terrible injusticia que convierte a la mujer en el único culpable del hecho. De ahí nace la decisión de Lastochka de callar ante su entorno, evitando con ello ser señalada y relegada a un lugar todavía más bajo que el que ya ocupa, pero que si se atreve a escribirlo en la carta a sus padres, como si quisiera hacerlos responsables de su terrible situación.

Pero si hay algo que llama la atención en la novela es el uso del lenguaje. Tatiana Țîbuleac juega con las palabras, las combina en todos los idiomas y en los dos alfabetos, el cirílico y el latino, con la precisión de un mecanismo poético de indudable belleza ‒hay que resaltar aquí el excelente trabajo que realiza Marian Ochoa en su traducción al castellano, respetando para el lector en español la visión de esos sonidos, tan importantes en el desarrollo del relato, y combinándolos a la perfección con su significado‒. Con este juego, la lectura de El jardín de vidrio se convierte en algo visual que logra implicar al lector de tal manera que es él también el que recibe los golpes, porque, como bien dice Enrique Redel, editor de Impedimenta «la buena literatura mancha la página.»

«...por qué me visteis como una carga si habría cabido en una de vuestras manos.»

Tatiana Țîbuleac. El jardín de vidrio. Traducción: Marian Ochoa de Eribe. Impedimenta, 2021.

Pedro Turrión Ocaña

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