Hanna vive un doble exilio: uno estrictamente geográfico, lejos de la tierra que la vio nacer y que debió abandonar, y otro íntimo, que la mantiene apartada del mundo que la rodea por miedo a que la lastimen. A dos mil Kilómetros de distancia, en un entorno privilegiado, Sara, que acaba de cumplir dieciocho años, está ansiosa por ser libre. Enfrentadas a una realidad incómoda, fruto de decisiones del pasado que aún reverberan en el presente, ambas harán descubrimientos tan amargos como sorprendentes mientras acortan la distancia que las separa.
En las últimas páginas de El cielo según Google, primera novela de Marta Carnicero Hernanz, leemos:
«El mundo está lleno de conflictos que en realidad se llaman guerras, y los informativos solo hablan de ellos cuando son nuevos».
Aunque en la novela el significado que la autora le da al término guerra es mucho más amplio, la frase nos puede servir para adentrarnos en su tercera novela, Matrioskas, porque la idea central de esta novela, así, sin paliativos, podría ser perfectamente la mujer como arma de guerra.
La novela podría referirse a cualquier guerra, sin embargo, Marta Carnicero se centra en los sucesos de una guerra concreta, aunque no la nombra, pero sí menciona un lugar que nos suena vagamente por haberlo oído de soslayo en las noticias. Siempre me he preguntado por qué se ha hablado tan poco de una de las guerras más crueles, exterminadoras y genocidas, de la historia reciente de Europa: la denominada guerra de los Balcanes.
El gran acierto de la novela no es solo lo que cuenta, que ya es duro, sino cómo lo cuenta. Hace lo que no puede hacer ningún historiador, meterse en la piel de las protagonistas y dejar que nos hablen con su propio lenguaje. Vemos con sus ojos, pero no nos recreamos en la visión de un suceso cruento, aunque sí sentimos su dolor. Últimamente, siempre repito una frase que oí a Juan Gabriel Vasquez, citando al poeta romántico alemán, Novalis, que dice que las novelas sirven para completar las carencias de la historia. Humanizar dichas carencias, viéndolas desde el lado más sensible de unos personajes salidos de los "extras" de la historia, puede lograr algo aún más importante que dar visibilidad a un suceso: ayudar a reparar el daño que dicho suceso pudo causar en personas reales, siempre invisibles para el gran público, el mismo que escuchó la noticia en la televisión mientras se servía el postre de la cena o ahora reserva un fin de semana de relax en un balneario paradisíaco rehabilitado, a poco más de cien kilómetros de Sarajevo.
Al principio, nos cuesta entender lo que estamos leyendo, pero me da la impresión de que esto es un efecto premeditado, que sufren también los personajes. En este sentido, es muy importante el papel que Carnicero asigna a cada una de las dos voces narrativas de la novela y a su diferente manera de narrar.
Por un lado, Hanna nos habla en segunda persona, a modo de voz interior en debate constante consigo misma, y sus capítulos tienen un nombre concreto que nos predispone ante lo que vamos a leer. Sara, sin embargo, nos habla desde una primera persona directa e incisiva, a través de unos capítulos marcados con números. Estos recursos, tan sencillos a simple vista, logran que el lector sea capaz de identificar con claridad cada una de las voces, al tiempo que siente en sus carnes el desasosiego particular de los personajes. Un desasosiego que a veces se convierte en una bofetada:
«No sois como ellos porque os falte fuerza física: ellos están fabricados de otra pasta. ¿Quién empieza las guerras, quién compromete a países enteros? ¿Quién las busca, quien se lanza? Al final sois las mujeres las receptoras de toda esa rabia. Os consideran propiedad de vuestros maridos y utilizan vuestros cuerpos para herirlos. No sois más que un medio: más económico que munición, menos expuesto que la trinchera, más humillante. Placentero ‒por incomprensible que pueda parecerte‒ fácil de usar e infalible para aliviar la tensión de la tropa. Los hombres y los niños, en su mayoría, se librarán del suplicio en nombre de una hombría que ningún soldado se atreverá a comprometer, la misma que excita el deseo en plena barbarie. ¿De qué clase de cerebro puede surgir tal plan? En unos años, cuando alguien te lo niegue, te detendrás a calcular porcentajes: cincuenta mil mujeres son muchas a violar».
La mujer como objeto y objetivo: engendra hijos condenados a ser estirpe del vencedor y sangre del vencido. Cincuenta mil violaciones, que sabemos que no son únicas, que se han repetido y se repiten una y otra vez en cada guerra. Al final, cuando el resultado de la violación ya no tiene remedio: ¿Qué puede más, el amor maternal o el odio al genocida? ¿Seríamos capaces de ponernos en su lugar?
Asistimos a un suceso, terrible en sí mismo, a través de dos intereses diferentes, cada uno con sus razones y su evolución personal, pero que siempre termina afectando a quien le ha tocado estar en medio. Toda la historia de la novela gira alrededor de una violación concreta, desde el punto de vista de quien la sufrió, pero también, y ahí está el gran acierto que equilibra la trama, desde los ojos del fruto de esa violación.
Me parece muy acertada la elección del título de la novela. El concepto matrioskas, a pesar de que puede tener diferentes lecturas, yo lo he querido ver como conflicto que genera ‒o que esconde‒ otros conflictos.
La verdad de Hanna con su culpa permanente a cuestas: intenta protegerse manteniendo oculta una muñeca que, aunque siempre es la última en aparecer, nunca deja de estar ahí.
La necesidad de Bet de ser madre y de seguir siéndolo a pesar de todo: la última muñeca, siempre visible.
Y entre las dos, Sara.
«Me siento huérfana, y dos veces. De la madre que me negó y de la que niego».
Matrioskas es una novela dura pero necesaria, que induce continuamente a la reflexión. Mientras leía, yo me preguntaba, por ejemplo:
¿Es lícito actuar por cuenta propia si las autoridades no lo hacen?
Si se decide contar la historia, ¿hay que hacerlo con la verdad absoluta o depende de los intereses del medio?
¿Existe la verdad absoluta?
Marta Carnicero Hernanz. Matrioskas. Acantilado, 2023.
Pedro Turrión Ocaña
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