Traiciones, heridas, robos, falsificaciones y tráfico de arte se entretejen en este emocionante thriller histórico, inspirado en hechos reales, que nos lleva a descubrir uno de los misterios más grandes de la plástica mexicana: la desaparición de una pieza única que lleva más de medio siglo perdida.
Laura Martínez-Belli no nació en México, sin embargo, al leer su última novela, sentimos la presencia de México en cada poro de su piel a través del amor, la pasión y el conocimiento, en un relato rico en palabras, expresiones e imágenes, que nos llevan al origen y a la misteriosa desaparición de una pintura excepcional, en un periodo histórico propicio para el misterio y la especulación. La novela se titula La mesa herida y hace mención a un cuadro pintado por la artista más querida en esa tierra: Frida Kahlo.
No desvelo nada si empiezo por el final, subrayando una palabra: Belleza. Porque la novela es eso, desde la portada hasta las últimas palabras del epílogo:
Creemos siempre belleza. A pesar de todo. Contra todo. Viva la vida.
La mesa herida es un inteligente diálogo entre la esencia de Frida Kahlo y Olga, un personaje de ficción que se convierte en una especie de alter ego de la pintora mexicana, recurso del que se vale la autora para pedirle permiso a Frida para novelar lo que se desconoce de un suceso real, eje que sustenta las distintas tramas de la narración: la sorprendente pérdida de una tabla, de más de dos metros, que desapareció tras formar parte de una exposición celebrada en Varsovia en 1955.
Frida Kahlo simboliza en ese cuadro un momento muy doloroso de su vida, mayor que el dolor físico que la atenaza y que terminará matándola: el dolor de la traición de sus dos seres más queridos en un momento en el que les vence la pasión. En el cuadro, la imagen de Frida preside una enorme mesa calzada con pies humanos, flanqueada por una serie de elementos que hay que esforzarse en interpretar, pero que entenderemos muy bien a través del relato. En 1947, el cuadro es enviado a la Unión Soviética como parte de una donación representativa del arte mexicano, a pesar de que el único arte posible en el país comunista, es el que cumple con las pautas del realismo socialista, preconizado por Stalin. El cuadro no se vuelve a ver hasta la exposición de Varsovia, inicio de una muestra itinerante del arte del país azteca, por los países del ámbito comunista, y allí se pierde definitivamente.
A partir de estas premisas, perfectamente documentadas, la autora construye un thriller histórico, con toques de novela de espías, en plena guerra fría, a través de un triángulo espacial cuyos vértices son México, la Unión Soviética y la República Democrática Alemana, donde seremos testigos, entre otras cosas, de la construcción y de la caída del muro de Berlín. Destaca, sobre todos, el personaje de Olga, una mujer que es capaz de sentir en su carne el dolor del cuadro, y esta visión marcará su vida y su destino.
¿Qué ocurrió con el cuadro, en realidad? ¿Por qué apareció más tarde, en la bodega de un banco, transformado en lienzo?
En palabras de Javier Sierra, La mesa herida es una novela que contiene muchas novelas dentro, y que consigue algo muy importante: subrayar la importancia de una mujer, en su día siempre a la sombra de su marido ‒el también pintor Diego Rivera‒, que ha sido el tiempo quien se ha encargado de poner en el lugar que le corresponde.
Repleta de sensibilidad, hay un momento en la novela que nos duele especialmente, pero que es fundamental para que no perdamos la esperanza.
Esperanza en la recuperación.
Esperanza en la posibilidad de que el arte tenga voz tras la muerte del artista, más allá de su interés como propaganda política.
La herida es menos dolorosa si cabe la recuperación.
El arte como lamento interior del artista a través de símbolos únicos que dan pie a la libre interpretación y nos capacitan para ser parte de un lenguaje que solo conoce el autor, pero que nos provoca y nos induce a pensar.
A mi juicio, el reto más importante que ha tenido que afrontar Laura Matínez-Belli al escribir La mesa herida, más que la exhaustiva documentación del entorno histórico o la verosimilitud y encaje de las diferentes tramas, es haber sabido construir un lenguaje a la altura del lenguaje pictórico vital de Frida Kahlo. Saber escuchar la voz de Frida a través de su pintura y dejarla que se exprese desde ese lugar que ocupa tras la muerte, a pesar de ser comunista y no creer en el más allá.
Terminé de pintarte un miércoles. A ti que eres yo. […] Te pareces mucho a mí. Tienes roto el corazón. Yo tengo roto todo lo demás. Pero hay algo que nos diferencia: tú estás detenida en el instante, en esa mesa que presides y de la que jamás saldrás. Estás confinada porque eres el objeto de la pintura. Yo no. Yo tengo alas para volar. Yo soy libre porque te pinté y eso me hará eterna.
Frida Kahlo. Libre tras la muerte.
La muerte no puede faltar si se habla de México.
Otro punto importante a reseñar, de la novela, es el inmenso favor que nos hace a los lectores españoles al abrirnos la puerta al entorno de una mujer incalificable, pero insustituible, de la que todo el mundo ha oído hablar, pero que muy pocos conocen, de la madre que no pudo ser, de la hija que nunca pintó a su madre, de la esposa fiel, a pesar de todo.
La edición española de la novela, publicada por Espasa, nos muestra en la portada a una Frida Kahlo de espaldas. La intención es precisamente esa, que tratemos de darle la vuelta y descubramos su verdadero rostro a través del libro. A mí me gusta más, sin embargo, la portada de la edición mexicana, publicada por Planeta, con una Frida que nos mira de frente con su ojo izquierdo, mientras el derecho permanece velado por una hoja que cae junto con otras hojas sobre los elementos icónicos de su mundo:
Su visión y la nuestra dentro del mismo lugar que ocupan los símbolos eternos de su pintura.
Laura Matínez-Belli, La mesa herida. Editorial Planeta Mexicana, 2023. Espasa. 2024.
Pedro Turrión Ocaña
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