jueves, 11 de mayo de 2023

Persianas metálicas bajan de golpe. Marta Sanz

 


Repleta de guiños y referencias (de la alta cultura al chismorreo televisivo, pasando por todo tipo de parafernalia pop), la novela es un panfleto futurista, una sinfonía ciborg, un grito de protesta, una coreografía de la desolación, una vanitas más moderna que posmoderna, y, sobre todo, una novela neorromántica de drones enamorados de mujeres a quienes cuidan y espían, Coppelias inversas, vampiros sentimentales, desacatos al dios del algoritmo, sueños, espejos, encantamientos y revoluciones: la primavera puede emerger de entre las tinieblas aupada por los seres más imprevisibles.

«Limpia es la palabra con la que no puede empezar ningún poema.»

Desactivar una bomba debe de ser algo parecido a sumergirse en la lectura de una novela de Marta Sanz (confieso que nunca he hecho lo primero), por esa sensación que queda al cabo, de que aún hay esperanza, a pesar del bombardeo continuo de cientos de productos literarios repetitivos que giran a nuestro alrededor en una espiral sin fin. Persianas metálicas bajan de golpe es su última novela, y sí, es una bomba.

Me imagino mirando la pantalla de la televisión, precisamente ahora que por fin está apagada: detrás no hay nada, nadie habla, nadie te dice lo que tienes que hacer, estás a salvo de su rabia; a no ser que la pantalla sea otra y te observe desde el lugar etéreo de una sombra con forma de dron y nombre cursi de telenovela.

Viajamos a Land in blue (Rapsodia, S. L.), distorsión de una ciudad-país-continente, microcosmos que alberga la desmemoria de La Mujer Madura y el abandono de sus hijas, Selva Sebastian y Tina Romanescu, a través de los ojos electrónicos de unos pájaros sabuesos, vigilantes y guardianes. Drones entrenados como perros por el ingeniero jefe, con minúscula, que a veces se comportan como ángeles custodios ávidos de humanidad, cuyo nombre los define y los coloca en su lugar: Flor azul, Cucú, Obsolescencia, ángeles de la guardia y de la guarda, en una sociedad cada vez menos humana, donde los escritores no mueren, gracias al trabajo de una “escritora fantasma” capaz de imitar todas las voces, incluso las más antiguas. Una usurpadora inmortalidad literaria llevada al extremo, solo un paso más allá de las correcciones buenistas y ultraprotectoras de otra actualidad, la nuestra.

La Mujer Madura habla a diario con Bibi, voz oficial del estado, y de ascensores y escaleras y aeropuertos, ventrílocua septuagenaria laboralmente activa, como las empleadas de la tienda de pepinos (en su acepción de artefactos electrónicos veloces) o de cualquier negocio con persiana metálica en la puerta. Su relación se basa en una llamada equivocada como terapia contra la soledad y el suicidio

«No, no. Iluminada Kinski no vive aquí».

En Land in blue (Rapsodia) la vida se embrutece a una hora programada por el ingeniero-dios del algoritmo, a través de la visión de una serie que sintonizan todos los dispositivos móviles e inmóviles, donde la conciencia se convierte en inconsciencia y la muerte, en obsolescencia programada.

Dispositivos, como el “pepinomóvil” de última generación de Selva Sebastian, veinte años, soltera, auxiliar en una residencia, que le permite estar siempre conectada. Cada día, al salir de casa, desliza una moneda a través de una alcantarilla, que Gatsby Sebastian recogerá varios pisos más abajo, momento que aprovecha el dron Obsolescencia para intentar traspasar la placa cerebral de oro blanco del hampón, con el fin de espiar en sus recuerdos confirmar que Selva y él son padre e hija. Los resultados los transcribe en su teclado, recuperado de una vieja Underwood. Las mentiras de Gatsby le han hecho ascender en el estrato social lo que, curiosamente, supone descender al subestrato en el que habita el poder y renegar de su vida anterior.

Cristina Romanescu, Tina, alias Cajita, apenas una niña, por su parte, se queda sola en casa, como la más fiel representante de una juventud enclenque y sin futuro, víctima de la inacción  y de la acción nociva de los limpiahogares generales, una juventud abocada a la desesperación que la llevará a la desaparición.

La voz de Bibi avisa pero, por desgracia, no es más que una retahíla de runrunes, palabras necias dirigidas a oídos disfrazados de auricular bluetooth. Solo la "telenostalgia" funciona como bálsamo. Cedidos los derechos a la tecnología, cuando esta falla, estamos abocados al desastre.

En teoría, Landinblú es la recreación de un futuro distópico más, aunque, mirado con detalle, quizá es más cerca de una descripción subliminal de ciertos comportamientos que hemos asumido como normales en nuestro blandinblú particular. Sea cómo sea, Marta Sanz, una vez más, pone el dedo en la herida, aunque me temo que esta vez aprovecha para hundirlo con un movimiento de broca taladradora.

Persianas metálicas bajan de golpe se convierte así en una llamada de atención ‒inteligente y distinta  a la tremenda deconstrucción de una sociedad que, a la vez que reivindica la memoria colectiva, delega la propia a la inteligencia artificial. A más tecnología, mayor es la estupidez del ser humano. 

Un libro con tantas lecturas que cada lector lo puede personificar y adaptarlo a sus necesidades o a sus carencias o a sus miedos o, ¿por qué no?, a sus estupideces, donde la existencia no es más que un musical que distorsiona la tragedia cotidiana a ritmo de jazz, un espectáculo en el que la vida ya no se vive, se observa a vista de pájaro. 

Frente al oxímoron de la deshumanización humana, asistimos a la paradoja de la humanización imposible de las máquinas. El resultado final es fácil de adivinar: en la superficie pobre y mayoritaria de esta nueva tierra plana, de atmósfera gasificada a punto de solidificarse, son las persianas metálicas, al caer, las que interpretan el sonido del futuro.

«Parte meteorológico: Hoy no llueve y mañana tampoco lloverá.»

Marta Sanz. Persianas metálicas bajan de golpe.  Editorial Anagrama, 2023.

Pedro Turrión Ocaña

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