jueves, 14 de abril de 2022

Los ingratos. Pedro Simón (Reseña)

 


Los ingratos es una emocionante novela sobre la generación que vivió en aquella España donde se viajaba sin cinturones de seguridad en un Simca y la comida no se tiraba porque no hacía tanto que se había pasado hambre. Un homenaje, entre literatura y la culpa, a quienes nos acompañaron hasta aquí sin pedir nada a cambio.”

Parece que apenas ha pasado el tiempo y sin embargo qué lejos está todo. Año 1975, en España el franquismo da los últimos coletazos y nadie sabe muy bien lo que le deparará el futuro, aunque se intuye que algo importante tiene que ocurrir. En las ciudades, la gente se moviliza, se empiezan a escuchar canciones prohibidas en los radiocasetes instalados en los Simca 1200, en los Seat 850 o 124, conducidos por obreros de fábricas y talleres; se organizan recitales en locales universitarios dando voz a nuevos cantantes que reivindican un viento nuevo, a poetas que entienden la poesía como una herramienta de lucha y futuro. Mientras tanto, en los pueblos de lo que hoy conocemos como la “España vaciada”, la vida sigue con esa cadencia lenta que provoca la costumbre. Allí el margen para el cambio lo marca el campo en los cambios de estación, las fiestas de verano y, con ellas, la llegada de algunos hijos pródigos que retornan a la casa familiar, una vez al año y presumen de los cambios en la ciudad, pero su presencia bulliciosa durará lo que dura el verano y su voz solo será el eco de un sueño lejano e imposible.

David llega a uno de esos pueblos siguiendo a su madre, la nueva maestra. Su corta vida ha sido eso, un peregrinar de pueblo en pueblo, sin tiempo para el arraigo, con una madre compartida, además de con sus dos hermanas, con los demás niños del pueblo, y un padre al que solo ve los fines de semana y en vacaciones, porque tiene trabajo fijo en Madrid. Como su madre no puede ocuparse de él como quisiera, y su padre cada vez alarga más sus visitas, a su casa se traslada Emérita, una mujer del pueblo, sorda y viuda, que además guarda en su pecho una triste historia, la de la pérdida prematura de su único hijo, Currete. Para David, Eme será el alma que encauce definitivamente su vida, y para la mujer, David será el impulso que se la devuelva.

Eme es el ejemplo perfecto de la mujer rural de la posguerra española, mujeres fuertes que saben sacar adelante a sus familias a pesar de las desgracias, a pesar de pertenecer a familias desmembradas por diferentes causas, pero que entienden que los niños, para hacerse fuertes, tienen que vivir sin eufemismos, pero sin dejarlos caer.

«Dice usted que hay que dejar que se caigan. Y yo pienso que una mierda, con perdón. Que lo que hay que dejar es que se levanten […] Hacer que funcionen sin caerse.»

Ambos, Emérita y David, consiguen establecer entre ellos una conexión especial que implica también un mutuo aprendizaje que hace que ambos se conviertan en maestro y alumno del otro. Como en un juego de espejos, cada uno encuentra en el otro algo que ha perdido anteriormente: por un lado, Emérita puede darle a David lo que no ha podido darle a su hijo perdido; y David, por su parte, encuentra en Emérita cosas que echa de menos de sus padres, como la ausencia de su progenitor o la falta de tiempo de su madre.

Emérita y la madre, por su parte, representan a dos tipos de mujer que son respectivamente la raíz del tiempo viejo y el germen del futuro, y cuyo trabajo no ha sido valorado en su justa medida. Ellas no dirigieron multinacionales, no gobernaron países, sin embargo, cada una a su manera, fueron las responsables de educar a buena parte de la generación que llevó a cabo la transición y sin embargo, en las tertulias, en las crónicas, no son más que el reflejo borroso de una España obsoleta y olvidada, no son más que mujeres condenadas a envejecer y morir en silencio o diciendo disparates y provocando risas.

Las dos voces narrativas que estructuran la novela, aun siendo muy diferentes, van de la mano, porque ambas son imprescindibles para entender no solo lo que ocurre en el texto, sino también para que nosotros, los lectores, reconozcamos en sus palabras una parte de nuestra identidad; dos voces que sin embargo van siempre en paralelo, porque cada una usa un lenguaje propio. A través de ellas subyacen varios temas, como son el desarraigo: «No había mayor desarraigo que el de seguir a tu madre de pueblo en pueblo. Una madre maestra muy ocupada que encima no era solo tuya, sino de todos los niños del lugar»; la inseguridad: «Por lo demás, me seguía cagando encima [...] Lo que hoy hubiera sido carne de psicólogo entonces se despachaba con naturalidad»; o el abandono: «Esta tarde, su hijo, como sin venir a cuento, me ha preguntado si alguna vez me voy a coger las de Villadiego […] Y a mí me ha dado pena decirle la verdad: que el que se va a ir un día es él»; y por supuesto, el olvido: «La pobre [Eme] estaba tan mal que decía disparates […] como cuando pedías que te enterraran con tu único hijo y, al instante, contabas que tu hijo estaba muy bien colocado en el hospital de Leganés.

En resumen, Los ingratos es una novela que saca a pasear nuestra nostalgia e indaga en nuestros sentimientos, pero también es una novela de iniciación que tiene como nota dominante la pérdida, no solo de la inocencia del niño, sino de la libertad natural de serlo.

Pedro Simón. Los ingratos. Ediciones Espasa (Editorial Planeta) Premio Primavera de novela 2021.


Pedro Turrión Ocaña

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