Dorothea Dodds lleva 59 años viviendo sin que se note. A la sombra de un hermano problemático y ausente, ejerce de hija, secretaria y cuidadora de unos padres que nunca la valoraron lo suficiente. Es el perfecto modelo de responsabilidad y diligencia, la persona ideal a quien dejarle la casa durante las vacaciones de verano. Y así, un buen día, cuando necesita escapar de todo, decide hacer precisamente eso. Con ayuda de una prima inglesa llamada Mary Lebone, consigue un trabajo que consiste en vigilar casas y mascotas a lo largo y ancho de la campiña inglesa. En estos atisbos de vidas ajenas por fin hallará las pistas necesarias para desentrañar la suya. Con una prosa que sigue la huella de Natalia Ginzburg o Iris Murdoch, La vida en miniatura es una novela con trazas de libro de viajes, en la que el camino se recorre por dentro: Dorothea va cruzando los campos de Inglaterra mientras desanda episodios clave de su pasado y aprende a vivir su presente.
Secretaria, cuidadora, hermana, hija; Dorothea Dodds vive una vida que no le pertenece pero su personalidad, responsable y diligente, le hace no darse cuenta de ello y, por supuesto, todos se aprovechan de su inacción. Acude con sus padres al funeral de su tío, en Inglaterra, y acuerda con su prima, Mary Lebone, intercambiar por un tiempo los papeles: Mary regresará a Buenos Aires acompañando a sus tíos, mientras, Dorothea hace un pequeño tour por la campiña inglesa alojándose en casas cuyos dueños necesitan que alguien cuide de sus mascotas durante el tiempo que ellos se ausentan de su domicilio habitual. A grandes rasgos, este es núcleo argumental de La vida en miniatura, de Mariana Sández.
«Si usted está pensando en desaparecer, o si conoce a alguien que se encuentre desaparecido, contacte con Missing People».
¿Humor inglés o necesidad encubierta de escapar?
Dorothea es una mujer que nunca ha dejado de trabajar pero que, en realidad, no podrá jubilarse porque, legalmente, nunca ha trabajado. Siempre se ha encargado de cuidar y organizar a su familia: a su hermano mellizo, a su madre y sobre todo a su padre, un pintor famoso que necesita a su lado mucho más que una secretaria eficiente. Su única válvula de escape la tiene los martes, cuando acude a clases de francés. Allí conocerá a Ricardo, un personaje peculiar con el que entablará una relación difícil de clasificar. Todos estos ingredientes modelan la personalidad de una mujer tremendamente atractiva a los ojos del lector, y que Mariana Sández sabe perfilar muy bien a través del lenguaje.
«Hay algo tremendamente narrativo e esa mujer tan pequeña que cabe en un achinamiento de ojos.»
Al otro lado, Mary, es el contrapunto perfecto para que se produzca la explosión de Dorothea, atractiva en cualquier circunstancia, con esa comprensión crítica que su prima necesita para vislumbrar cuál es el próximo camino a tomar, y que tiene una voz imprescindible en la novela, con su papel cohesionador de segunda narradora en la historia.
La novela está salpicada de guiños hacia el lector, desde el mensaje que ocultan los títulos de los capítulos, hasta los nombres de algunos personajes secundarios -merecedores, tal vez, de un relato propio- como el que nos lleva a identificar un barrio londinense; el guiño hacia los Beatles, en su estadía en Liverpool; o la elección de los tres nombres masculinos que interfieren en la vida de Dorothea y que comparten entre sí el sonido vibrante de de una r mayestática, siempre demasiado ruidosa para una persona que no se ha permitido nunca el arrebato de intentar poner a cada uno en su lugar.
No hay nada forzado en estos recursos sino, más bien, son la confirmación de que estamos ante una novela escrita con la calidez que proporciona un sentimiento puro, el de gustarse y querer gustar. Descubrimos, así, un libro lleno de párrafos que nos apelan a disfrutar del lenguaje como engranaje perfecto que va más allá de la comunicación.
«Odio los techos bajos del lenguaje pero me da placer cuando vienen en su auxilio sus pasillos laberínticos, su escaleras caracol y los pasadizos subterráneos.»
La vida en miniatura es la metáfora de una vida grande que se forma a partir de minúsculas partículas, que son las que conforman lo verdaderamente importante de la existencia. Pequeñas miniaturas con las que, a través de la literatura, la autora es capaz de construir un relato enorme, difícil de olvidar.
Los libros de Mariana Sández no dan la sensación de producto mercantil, sino que son criaturas vivas que se adhieren, sin remedio, a las entrañas del lector, capaces de resucitar en sus páginas a personajes anteriores con la naturalidad de un encuentro fortuito, o de hacernos viajar a través del mar inmenso que abarca la literatura universal. Puede que uno de sus secretos sea que Sández es una autora que, cuando escribe, es capaz de traslucir entre sus líneas su bagaje de gran lectora y de trabajadora del lenguaje, pero sin crear en el lector la sensación de que lo que lee ya lo ha leído antes, o de que los párrafos escritos tienen la textura de la piel del ananá.
Mariana Sández. La vida en miniatura. Impedimenta, 2024.
Pedro Turrión Ocaña
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