martes, 30 de septiembre de 2025

Habiada. Cristina Sánchez Andrade (Reseña)

 


La joven Manuela lleva un año recluida a causa de una extraña dolencia a la que llaman corpo aberto, una especie de posesión: el cuerpo de la joven está habitado por un clérigo que murió en La Habana años antes. Manuela habla con acento cubano y con la voz varonil del religioso y, a pesar de ser analfabeta, hace alardes de conocimientos de latín, de dogmática y de filosofía. Pronto acuden médicos y teólogos para examinar a la joven, y cada uno emite un diagnóstico: útero errante, histeria… […] Moviéndose entre el realismo rural, el fantástico galaico y el humor más audaz, la autora nos brinda un impagable retrato de la Galicia profunda: tierra de emigrantes, meigas, patriarcado, arcaicas estructuras sociales, represión religiosa y tabúes sexuales. Inspirada en la leyenda gallea de la llamada «Espiritada o Iluminada de Moeche», Manuela se suma a la ya rica galería de grandes personajes femeninos que pueblan las novelas de la autora.

Habitada puede situarse en la tradición del realismo rural gallego, aunque trasciende sus límites al entrelazarse con lo legendario y lo fantástico. A partir de una conocida historia,  la denominada «Espiritada de Moeche», Cristina Sánchez Andrade construye un relato de extremos que va mucho más allá de la anécdota y nos ofrece una narración  enriquecedora, sugestiva y, en ocasiones, marcada por un humor irónico que suaviza la crudeza del trasfondo.

La protagonista es Manuela, una joven campesina analfabeta que, a principios del siglo XX, vive recluida en una aldea gallega, aquejada de una extraña enfermedad conocida como corpo aberto: la supuesta posesión de su cuerpo por una voz ajena y distante que dice pertenecer a un clérigo muerto en La Habana algunos años antes. De pronto, Manuela habla con voz de hombre, con un acento que desconoce y desgranando conocimientos reservados solo a los más instruidos. Su caso atrae a médicos y estudiosos, bajo la atenta mirada del abad, mientras ella se convierte en objeto de opresión en los ámbitos familiar, social y religioso.

La novela está dividida en tres partes que reflejan la experiencia vital de la protagonista con recursos narrativos diferenciados. "Muda", narrada en primera persona por Manuela, está escrita sin mayúsculas, un recurso que transmite la fragilidad y desconcierto de su voz. "Huésped" adopta la perspectiva de la conciencia que se instala en su cuerpo, subrayando la extrañeza de habitar lo ajeno. Finalmente, "Desalojo" funciona como desenlace o epílogo, en un intento de poner orden al caos que lo precede.

Los temas que atraviesan la obra son múltiples: el poder patriarcal y religioso de la España rural de principios del siglo XX, la discriminación de la mujer, la violencia o  la locura, pero también la tradición, la superstición y el folclore arraigados a lo más íntimo del ser. La autora aprovecha la riqueza paisajística gallega para crear un escenario en el que lo real se difumina frente a la verosimilitud del conjunto. Manuela, sometida siempre a fuerzas externas, se convierte en el centro de una reflexión sobre los límites de la identidad individual.

Más que realismo mágico, Habitada plantea una “fantasía real” anclada en un contexto cultural preciso, donde lo importante no es la verdad literal, sino la credibilidad del relato. Aquí no hay héroes ni villanos, sino personajes heridos que intentan sobrevivir, conformando una pequeña sociedad marcada por lo marginal. Como en Las Inviernas o Alguien bajo los párpados, Sánchez Andrade vuelve a colocar en el centro lo que suele quedar en los márgenes, aunque en este caso, el cuerpo femenino funciona como último refugio: habitado, silenciado y profanado, pero siempre resistente.

La novela no busca ofrecer respuestas, sino que invita al lector a convivir con la incomodidad de las preguntas que suscita. Con un lenguaje cuidado y un estilo lleno de matices, Cristina Sánchez Andrade abre, a lo largo del texto, multitud de espacios que cada lector deberá completar.

En resumen, Habitada conjuga con fino equilibrio la fuerza del relato, la belleza del lenguaje y el compromiso con lo silenciado. No es una lectura complaciente, es precisamente su aspereza  lo que la convierte en una experiencia literaria única e imprescindible: como ejercicio de memoria, como denuncia y como apuesta estética.

Cristina Sánchez Andrade. Habitada. Anagrama, 2025.



jueves, 11 de septiembre de 2025

El color y la herida. Rebeca García Nieto (Reseña)

 


Rüdiger Keller es un pintor que a sus más de ochenta años ha caído en desgracia tras unas desafortunadas declaraciones a propósito de Eric Gill, artista conocido tanto por sus magníficas esculturas como por los terribles abusos que cometió. Después del fallecimiento de su hermana, Keller se instala en su casa, situada en Neuköln, un barrio de Berlín en el que los restaurantes veganos y los hípsters conviven con los inmigrantes y los refugiados sirios. Dada la gran cantidad de amenazas que está recibiendo el pintor tras la polémica, su representante decide instalar un sistema de videovigilancia en el edificio. Esto hará que Keller acabe viendo cosas que nunca pensó llegar a ver, tanto de los demás, como de sí mismo.

Habitualmente, no es el relato de la historia universal lo que cincela la fisonomía de la sociedad, sino la historia personal y concreta que rodea a cada individuo y la manera de cómo la hace suya o reniega de ella. Desde este punto de vista, ¿estamos legitimados para hablar sobre la culpa, para saber lo que son la vergüenza o el asco cuando solo contamos con la experiencia adquirida a través de las páginas de un libro o las imágenes de un documental?

Estas son solo algunas de las muchas cuestiones que Rebeca García Nieto nos plantea en su novela El color y la herida, publicada por De Conatus.

Rudi Keller, un pintor alemán de éxito, no pasa por su mejor momento: unas declaraciones “presuntamente” inapropiadas, le han colocado en la cuerda floja. Por si esto fuera poco, su decisión de trasladarse a vivir a la casa de su hermana, tras la muerte de esta, en un barrio cosmopolita y multirracial de Berlín, con la única compañía de un viejo pastor alemán que solo espera el regreso de su dueña, aunque intuye que, pase lo que pase, ese es su lugar, le hará replantearse tantas cosas, que solo el compromiso extremo con su pintura, a pesar de las posibles opiniones de los demás, le permitirá completar un círculo del que ha perdido los extremos. 

La elección de Neuköln como escenario no es caprichosa; como escribe al respecto Recaredo Veredas1: «El barrio funciona como metáfora de un mundo donde los traumas del pasado conviven con las crisis del presente, donde la memoria del Holocausto dialoga con las nuevas formas de exclusión».

El color y la herida parte de un hecho concreto, pero que es extensible a cualquier suceso convulso y transformador de la historia reciente de la vieja Europa, lo que la convierte, y no exagero, en una novela universal. 

La guerra siempre causa muerte y desolación. La dictadura siempre deja tras de sí desigualdad y terror. La guerra, cualquier guerra. La dictadura, de cualquier color. La ideología extrema, esa que no se permite dudar de misma, tampoco tiene color. Es bastante común que, quien ha sufrido el trauma en carne propia, tras la reflexión, opte por el silencio.

Hacer la vista gorda a las barbaridades que cometió el ejército ruso durante la ocupación alemana inmediata a la derrota del nazismo, puede que sea el resultado de la necesidad de no opacar los crímenes cometidos por los nazis. ¿Qué sabemos de las mujeres alemanas, violadas por los rusos tras la ocupación? ¿Qué ocurrió con los judíos que regresaron a Alemania tras la guerra? ¿Por qué apenas se ha escrito sobre estos temas? Y en el otro extremo del silencio, ¿estamos legitimados para señalar la manera de proceder de alguien de quien no conocemos lo que ha vivido, lo que se ha visto obligado a callar?

El gran acierto de la autora es haber sabido condensar el trauma colectivo en una historia familiar que comparte todos sus elementos dentro de una herida que el silencio y la distancia no han sido capaces de cerrar. Rebeca García Nieto escoge el mundo del arte para, entre otras muchas cosas, criticar abiertamente a una sociedad mercantilista y especulativa que todo lo corrompe, sea cual sea el color al que se adscribe quien maneja los hilos invisibles del poder, a partir de la eterna dicotomía de la ética y la estética.

¿El arte tiene que ser consecuente con la historia?

Como nos recuerda el protagonista de esta historia, citando a Bacon: «En el arte […] lo único que es real es el material de que está hecho».

Rebeca García Nieto construye una novela a base de capas, entretenida, instructiva ‒roza la erudición pero se aleja de cualquier atisbo de pedantería‒, reflexiva y lúcida, sobre todo lúcida, por lo que cuenta y por cómo lo cuenta. Su estructura simula la concepción de una pintura en la mente parcelada del pintor, pero haciendo uso de los materiales físicos de la literatura. Una pintura en la que el tiempo es circular, como la esfera de un reloj que siempre acaba llevándote al sitio en el que habitan los fantasmas, el mismo lugar en el que Dios se entretiene haciendo vudú con cada uno de nosotros, y a pesar de todo, le rezamos.

Pero una pintura que tendremos que aprender a ver a través de un marco vacío y personal, único para cada lector, porque nace de lo más profundo de la memoria colectiva, esa que siempre busca en la mente el rincón en el que habita el olvido.

«[…] faciebat no fecit. Se trata de una obra en curso. La idea de Keller era que se completara en la mente del espectador».

Rebeca García Nieto. El color y la herida. De Conatus, 2025.

1Recaredo Veredas (2025). “Una anatomía del trauma alemán y europeo”, en República de las letras, 13/07/2025. Disponible en: https://goo.su/kCR4rcj

Imagen: De Conatus.

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