jueves, 30 de marzo de 2023

Un extraño en los Alpes, Lara Magdaleno Huertas

 


Transcurre el verano del año 2012 en la Tierra y los Alpes hierven de actividad con el usual trasiego de montañeros que acuden a recorrer una de las cordilleras montañosas más famosas del planeta. Entre los alpinistas hace su aparición Grivell Dru, agente interespacial enviado desde otra galaxia para estudiar las grietas glaciares de la Tierra".

Nunca es fácil escribir una novela, y si el tema elegido gira alrededor de la pasión personal de quien la escribe, el lector que no comparta dicha afición corre el peligro de quedarse en las anécdotas y no ser capaz de descubrirse en el relato. A no ser que el autor dé con la tecla precisa que lo pone en funcionamiento. Y eso es lo que ocurre en Un extraño en los Alpes, de Lara Magdaleno Huertas.

El extraño al que se refiere el título se llama Grivell Dru, y es un agente interespacial que, en el verano de 2012, es enviado a la Tierra desde su galaxia para estudiar las grietas glaciares e informar a su mando superior si son un lugar propicio para una posible colonización alienígena. Este sería el resumen más simple que podemos hacer de su argumento. Sin embargo, en estas, apenas, 140 páginas, hay mucho más.

Un extraño en los Alpes es un libro al que no le falta de nada: es divertido, entretenido, te atrapa desde la primera página; pero también te enseña una gran cantidad de curiosidades y términos técnicos sobre la montaña. Lo bueno es que no lo hace como si de un manual se tratara, sino de una manera tan atractiva que te induce a querer saber más acerca de palabras, como: cordada, serac, rimaya, crampones…, o a disfrutar, al menos visualmente, de la belleza del entorno, tocados por las estupendas descripciones que podemos leer en él. Algo parecido le ocurre al protagonista, que decide recurrir a la red en un intento de adquirir un aprendizaje rápido que le permita integrarse en el entorno y pasar desapercibido. Todos sabemos que recurrir a internet a veces es peligroso y puede dar pie a numerosos equívocos.

Uno de los consejos que pone en práctica es sentarse en un banco y aprender de las conversaciones que escucha alrededor:

«Escucho atentamente las conversaciones y concluyo que los humanos se denominan “personas” entre ellos y que hay varios subtipos de “personas”, al menos en esta localización: alpinistas, turistas y japoneses».

Esta comicidad, que encontramos sobre todo al principio de la novela, es un recurso literario muy interesante, porque hace que el lector se funda con el extraterrestre en lo que, en apariencia, entiende como meteduras de pata, pero que son, en realidad, una manera muy inteligente de llegar al verdadero aprendizaje que, poco a poco, lector y protagonista adquieren a la vez. Sin embargo, este aprendizaje no influye de la misma manera en los dos porque, mientras Griv ve como cambian por completo los intereses de su investigación, el lector lo que percibe es que algo trascendente ha ocurrido en algún momento de la narración, y que le ha pasado inadvertido. No es otra cosa que el proceso de humanización del protagonista, que ya es imparable, y que la autora consigue dotando a la narración de una mayor seriedad y profundidad, pero lo hace de una manera tan sutil, que al lector le cuesta darse cuenta.

Otro punto importante es el tratamiento que Lara Magdaleno hace de los personajes. Logra que cada uno haga lo que se espera de él, incluso cuando su comportamiento nos sorprende. Es cierto que a veces los lleva hasta el extremo, sin embargo, tal vez por ese recorrido  de transformación humanizadora del relato, sus acciones nunca pierden un ápice de verosimilitudAlgunos de sus nombres son guiños a la montaña, que puede que no sepamos interpretar si no frecuentamos ese mundo, pero que nos atrapan igualmente de manera incondicional.

Hay dos palabras que, desde mi punto de vista, son los ejes que soportan todos los núcleos temáticos de la novela: soledad y amistad. Dos términos que parecen antagónicos y que, sin embargo, en la montaña son inseparables. El alpinista asciende a la montaña concentrado, aferrado a su mundo interior en el que habitan sus sueños y sus miedos, analizando cada movimiento de sus manos y sus pies, intuyendo el peligro y siempre con la esperanza de que este no se fije en él; pero siempre necesita tener la seguridad de que al otro lado de la cuerda está su compañero de cordada.

Leemos en la contraportada: «la exploración de la montaña como fin en sí mismo, y no como proyecto científico, hará que [Griv] se plantee las grandes preguntas que muchos humanos llevan haciéndose desde hace siglos: ¿por qué subir a una montaña? ¿Merece la pena el riesgo que se asume? ¿Qué sentimiento une a los miembros de una cordada? ¿Cómo se tejen los vínculos entre los humanos?» Reflexionar sobre ellas hará que Griv encuentre en su interior sensaciones desconocidas que le cambiarán para siempre. 

Leemos también que «Un extraño en los Alpes es la historia de las cumbres de la vida, del viaje en soledad hacia la cima y de la mirada interior hacia nuestros miedos».

En el fondo, y esta idea hace de la novela un relato universal, Un extraño en los Alpes no es más que una metáfora de la vida.

Lara Magdaleno Huertas. Un extraño en los Alpes. Desnivel, 2022.

Pedro Turrión Ocaña



jueves, 2 de marzo de 2023

Da dolor, Pilar Adón


 

La manera en la que el tiempo pasa y las vidas suceden: esta certeza recorre los poemas que conforman Da dolor, un libro sobre la muerte, pero también sobre la literatura y la vida; sobre el modo en que la poesía nos cobija y nos explica, nos ofrece las claves para construir nuestros recuerdos y entender qué ocurre.”


...y echo yo de menos y ansiosa busco…

Safo

A pesar del título, la poesía no duele. La poesía sana, regenera, alimenta el alma. Otra cosa es el dolor del poeta que se universaliza en su poesía al contacto con el lector, cuando esta le muerde, o le traspasa en la noche a pesar de haber dejado el libro en la mesilla tras tener la osadía de hacerlo de cabecera. Así he sentido los versos que dan vida al libro Da dolor, de Pilar Adón, publicado por la editorial La Bella Varsovia.

A pesar del título, digo, y de los subtítulos, casi epígrafes, de las diferentes partes que estructuran el poemario, tan irregulares en extensión como lo son los periodos de tiempo físico por los que transita el dolor que causa el duelo, y escritos con un lenguaje poético que no abusa de la forma, sino que se adecúa a ella para dotar a los poemas de un ritmo preciso y envolvente que a veces acaricia y otras golpea, pero siempre acierta en la expresión.

No me voy a detener en los recursos estilísticos ‒encabalgamientos, anáforas, isotopías‒, que los hay, tiempo habrá de analizar cada poema, ni en las referencias culturales o simbólicas que salpican el libro, pero sí en su desarrollo como unidad temática completa, amasada con tal maestría, que nos hace creer que podríamos estar ante un relato.

Orogénesis (lo de antes), la búsqueda del principio, de la grieta primigenia en el suelo que la sostiene, en la roca que la cobija por la que el dolor se filtra como un líquido viscoso. El miedo finge no estar, mientras impregna cada porción del cuerpo y de las cosas, a pesar del deseo o de la tentación de no mirar atrás, creando una sensación de deterioro que es difícil de reconocer y atemperar.

A veces el miedo finge no estar. Pero es materia orgánica / doble piel. / Líquido tóxico que mana por percolación. / Excremento que destilo hasta inconsciente.

Sentir lo cotidiano convertido en miedo, como una fragancia árida que torna en pellejo la piel. Evadirse de la vida a pesar de otros versos. Ser solo vasija aun sabiéndose el origen de todo, y aceptarlo sin querer aceptarlo. Ser reina del caos mudo que brota del descuido, conductor de lo místico que habita en lo mundano, pero no permite cambiar la expresión ni detiene el llanto. Burlarse del dolor que provoca el daño de no saber decir un nombre, de no acertar con el nombre correcto. Gloria y misterio, el animal y el hombre en un mismo plano, a pesar del primero, mientras la niña que será siempre, naufraga en su propio líquido sin saber aún que la supervivencia habita entre las prisas de los años.

Tener una hija no es mejor que soñarlo. / Ni preferible a serlo. / Pocas palabras quedan tan sublimadas. / Puede que madre, tal vez.

Una hija que sea como su padre, pero no del todo, aferrada a las huellas de su rabia, de su sabiduría, latente en el fondo negro de algo que se acaba a pesar del tiempo.

Quién está ahí dentro y no me habla?

Deformación (durante), esa transformación disforme que nos acompaña en el proceso de crecimiento.

Qué hacer después.

Llega la duda al sentir el cuerpo en medio de la perfección de un número imperfecto, sentirse vieja de repente sabiendo que solo hay un camino: seguir viva abrazada a la muerte. El sol como vida y alimento, a pesar de la falta de fe en el ser humano, del cansancio y la poca esperanza que queda de los viejos cuentos, buscar consuelo en la mentira mientras se evalúa el destrozo. Dejarse mecer por la hospitalidad amiga aun sabiendo que siempre se puede estar peor si se está sola.

Aferrada a la palidez de una piel / que no espera compasión.

Pena en el espíritu. Oraciones varias en cualquier medio, sea natural o no. Querer, con la actitud febril de estar haciendo lo correcto, hablar sin temer al insomnio, refugiándose en los libros, también en los que duelen, y dar gracias

situada a la altura de tu sufrimiento.

Plegamiento (lo de después). La conciencia no es lo mismo que la consciencia. No ha sido sencillo aprender que la vida no era un juego infantil en un lugar idílico en medio del campo soñado, cuando la enormidad de la urbe te reclama. Seguir es la única elección, aceptar que cada propósito conlleva un escarmiento, que dejar de estar no es fácil.

He sido invención suya / su barro-yo.

Y que la soledad no es buena porque quien la sufre también la genera.

Epicúrea, no poder callarse, derramarse en chirrido, delatar y delatarse a través de los libros o a pesar de los libros Ataraxia‒ hasta alcanzar el merecido descanso, la serenidad, ser racional a pesar de la tortura, razón y compasión no riman entre sí, septiembre es un mes fatídico ‒Emersión‒ para renacer más fuerte, salvaje y libre.

Un poemario puede ser una terapia, una explosión de vida, a pesar de la muerte; la herramienta que rompe la bola de cristal que anula al poeta y lo encierra en la profundidad de su dolor, por eso no es fácil de exprimir; o la carrera frenética que lo lanza a recorrerse de parte a parte, con los ojos tan abiertos que solo es capaz de ver la duda.

Dejadme recordar. Mirar atrás / no puede ser un pecado tan grande. […] Mi padre me llamaba Pilu / Mi madre, ratona / Aunque ellos no se acuerden.

Todo recorrido requiere una planificación previa, guardada tal vez en el subconsciente desde el origen, para cuando la necesidad sorprende desnudo al poeta. Ahí es donde aparecen los temas que están incrustados en su carne, en el caso de Pilar Adón, la naturaleza, y esa animalidad salvaje y buena a la que se aferra cuando tiene algo que contar. ¡Qué acierto el collage de Francisca Pageo que ilustra la portada!

La poesía no es objetiva, como tampoco lo son las imágenes que a veces inundan mi mente de lector y me mudan el ánimo para bien o para mal, por eso me gusta jugar a que la entiendo, cuando lo único que hago es tratar de hacerla mía, de llevarla a mi terreno, con mi bagaje de gritos y silencios.

La poesía solo es objetiva para el poeta en el efímero instante en que la escribe, en que la siente, y que no se volverá a repetir jamás. Sin embargo, es su impronta lo que queda, el reflejo indeleble de ese segundo en el que la dicha o el dolor llegó a su cúspide e impregnó el papel de sangre negra.

El fluir de la sangre siempre da dolor, como lo da saber que el líquido, que un día nos dio vida, se ha convertido en un surco seco y agrietado del peor de los desiertos. Lo más difícil, y también lo más bello, es saber hablar de ello.

Y que nos haga bien.

Pilar Adón. Da dolor. La Bella Varsovia, 2020.

Pedro Turrión Ocaña

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