jueves, 2 de marzo de 2023

Da dolor, Pilar Adón


 

La manera en la que el tiempo pasa y las vidas suceden: esta certeza recorre los poemas que conforman Da dolor, un libro sobre la muerte, pero también sobre la literatura y la vida; sobre el modo en que la poesía nos cobija y nos explica, nos ofrece las claves para construir nuestros recuerdos y entender qué ocurre.”


...y echo yo de menos y ansiosa busco…

Safo

A pesar del título, la poesía no duele. La poesía sana, regenera, alimenta el alma. Otra cosa es el dolor del poeta que se universaliza en su poesía al contacto con el lector, cuando esta le muerde, o le traspasa en la noche a pesar de haber dejado el libro en la mesilla tras tener la osadía de hacerlo de cabecera. Así he sentido los versos que dan vida al libro Da dolor, de Pilar Adón, publicado por la editorial La Bella Varsovia.

A pesar del título, digo, y de los subtítulos, casi epígrafes, de las diferentes partes que estructuran el poemario, tan irregulares en extensión como lo son los periodos de tiempo físico por los que transita el dolor que causa el duelo, y escritos con un lenguaje poético que no abusa de la forma, sino que se adecúa a ella para dotar a los poemas de un ritmo preciso y envolvente que a veces acaricia y otras golpea, pero siempre acierta en la expresión.

No me voy a detener en los recursos estilísticos ‒encabalgamientos, anáforas, isotopías‒, que los hay, tiempo habrá de analizar cada poema, ni en las referencias culturales o simbólicas que salpican el libro, pero sí en su desarrollo como unidad temática completa, amasada con tal maestría, que nos hace creer que podríamos estar ante un relato.

Orogénesis (lo de antes), la búsqueda del principio, de la grieta primigenia en el suelo que la sostiene, en la roca que la cobija por la que el dolor se filtra como un líquido viscoso. El miedo finge no estar, mientras impregna cada porción del cuerpo y de las cosas, a pesar del deseo o de la tentación de no mirar atrás, creando una sensación de deterioro que es difícil de reconocer y atemperar.

A veces el miedo finge no estar. Pero es materia orgánica / doble piel. / Líquido tóxico que mana por percolación. / Excremento que destilo hasta inconsciente.

Sentir lo cotidiano convertido en miedo, como una fragancia árida que torna en pellejo la piel. Evadirse de la vida a pesar de otros versos. Ser solo vasija aun sabiéndose el origen de todo, y aceptarlo sin querer aceptarlo. Ser reina del caos mudo que brota del descuido, conductor de lo místico que habita en lo mundano, pero no permite cambiar la expresión ni detiene el llanto. Burlarse del dolor que provoca el daño de no saber decir un nombre, de no acertar con el nombre correcto. Gloria y misterio, el animal y el hombre en un mismo plano, a pesar del primero, mientras la niña que será siempre, naufraga en su propio líquido sin saber aún que la supervivencia habita entre las prisas de los años.

Tener una hija no es mejor que soñarlo. / Ni preferible a serlo. / Pocas palabras quedan tan sublimadas. / Puede que madre, tal vez.

Una hija que sea como su padre, pero no del todo, aferrada a las huellas de su rabia, de su sabiduría, latente en el fondo negro de algo que se acaba a pesar del tiempo.

Quién está ahí dentro y no me habla?

Deformación (durante), esa transformación disforme que nos acompaña en el proceso de crecimiento.

Qué hacer después.

Llega la duda al sentir el cuerpo en medio de la perfección de un número imperfecto, sentirse vieja de repente sabiendo que solo hay un camino: seguir viva abrazada a la muerte. El sol como vida y alimento, a pesar de la falta de fe en el ser humano, del cansancio y la poca esperanza que queda de los viejos cuentos, buscar consuelo en la mentira mientras se evalúa el destrozo. Dejarse mecer por la hospitalidad amiga aun sabiendo que siempre se puede estar peor si se está sola.

Aferrada a la palidez de una piel / que no espera compasión.

Pena en el espíritu. Oraciones varias en cualquier medio, sea natural o no. Querer, con la actitud febril de estar haciendo lo correcto, hablar sin temer al insomnio, refugiándose en los libros, también en los que duelen, y dar gracias

situada a la altura de tu sufrimiento.

Plegamiento (lo de después). La conciencia no es lo mismo que la consciencia. No ha sido sencillo aprender que la vida no era un juego infantil en un lugar idílico en medio del campo soñado, cuando la enormidad de la urbe te reclama. Seguir es la única elección, aceptar que cada propósito conlleva un escarmiento, que dejar de estar no es fácil.

He sido invención suya / su barro-yo.

Y que la soledad no es buena porque quien la sufre también la genera.

Epicúrea, no poder callarse, derramarse en chirrido, delatar y delatarse a través de los libros o a pesar de los libros Ataraxia‒ hasta alcanzar el merecido descanso, la serenidad, ser racional a pesar de la tortura, razón y compasión no riman entre sí, septiembre es un mes fatídico ‒Emersión‒ para renacer más fuerte, salvaje y libre.

Un poemario puede ser una terapia, una explosión de vida, a pesar de la muerte; la herramienta que rompe la bola de cristal que anula al poeta y lo encierra en la profundidad de su dolor, por eso no es fácil de exprimir; o la carrera frenética que lo lanza a recorrerse de parte a parte, con los ojos tan abiertos que solo es capaz de ver la duda.

Dejadme recordar. Mirar atrás / no puede ser un pecado tan grande. […] Mi padre me llamaba Pilu / Mi madre, ratona / Aunque ellos no se acuerden.

Todo recorrido requiere una planificación previa, guardada tal vez en el subconsciente desde el origen, para cuando la necesidad sorprende desnudo al poeta. Ahí es donde aparecen los temas que están incrustados en su carne, en el caso de Pilar Adón, la naturaleza, y esa animalidad salvaje y buena a la que se aferra cuando tiene algo que contar. ¡Qué acierto el collage de Francisca Pageo que ilustra la portada!

La poesía no es objetiva, como tampoco lo son las imágenes que a veces inundan mi mente de lector y me mudan el ánimo para bien o para mal, por eso me gusta jugar a que la entiendo, cuando lo único que hago es tratar de hacerla mía, de llevarla a mi terreno, con mi bagaje de gritos y silencios.

La poesía solo es objetiva para el poeta en el efímero instante en que la escribe, en que la siente, y que no se volverá a repetir jamás. Sin embargo, es su impronta lo que queda, el reflejo indeleble de ese segundo en el que la dicha o el dolor llegó a su cúspide e impregnó el papel de sangre negra.

El fluir de la sangre siempre da dolor, como lo da saber que el líquido, que un día nos dio vida, se ha convertido en un surco seco y agrietado del peor de los desiertos. Lo más difícil, y también lo más bello, es saber hablar de ello.

Y que nos haga bien.

Pilar Adón. Da dolor. La Bella Varsovia, 2020.

Pedro Turrión Ocaña

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