martes, 20 de mayo de 2025

La otra Isabel. Laura Martínez-Belli

 


1521, el imperio azteca se derrumba. Tecuixpo, la hija de Moctezuma, es hecha prisionera por los conquistadores españoles, quienes son los responsables de la muerte de su padre y la sangrienta derrota de su pueblo. Ahora, bautizada como Isabel, se ve obligada a vivir según las costumbres y la religión de sus captores. Inmersa en un mundo de intriga, traición y muerte, la vida le tiene reservado un golpe final: su primera hija le será arrebatada por Hernán Cortés, el hombre al que más odia. […] La otra Isabel es la monumental aventura de la hija del último tlahtoani, quien perdió su nombre, su imperio y su familia, pero jamás se dejó vencer. En esta extraordinaria novela, Laura Martínez-Belli entreteje a la perfección la ficción histórica con el suspenso del thriller político más revelador.

Tecuixpo, hija de Moctezuma, el último Emperador mexica, bautizada después como Isabel por los españoles de Hernán Cortés, es uno de esos personajes que han pasado a la historia como un simple nombre dentro de la genealogía del gobernante azteca. En La otra Isabel, a partir de un estricto trabajo de documentación, Laura Martínez-Belli afronta el reto de reconstruir su historia, a la vez que nos abre las puertas que nos permiten adentrarnos en un momento decisivo para poner en contexto el inicio de la construcción de un nuevo mundo, tantas veces cuestionado.

La otra Isabel es una novela histórica trepidante, repleta de intrigas, de juegos de poder y traiciones, dentro y fuera de cada uno de los bandos,  pero con una intención que va mucho más allá del puro entretenimiento o del thriller maniqueo que solo busca la espectacularidad del enfrentamiento sangriento e interesado entre dos culturas irreconciliables.

Siempre a través de una mirada femenina, la autora consigue elevar el personaje de Tecuixpo al lugar que le corresponde. Tal vez su mayor reto ha sido conseguir que la Historia, con mayúscula, no se convierta en una losa insoportable que de al traste con la historia que nos quiere contar. El secreto está en haber sabido encontrar el equilibrio.

Son varias las claves que convierten la novela en un documento esclarecedor, además de entretenido: por un lado, saber alejarse del maniqueísmo de un relato siempre contado desde la perspectiva del vencedor, remarcando lo importante y dejando a un lado lo superfluo; y por otro, no olvidar en ningún momento que se trata de un relato de ficción, cuyo máximo interés es atrapar al lectorEn cualquier caso, no hay ningún interés oculto en la novela, salvo la necesidad de entender y compartir cuál pudo ser el proceso vital de una mujer, atrapada en en un mundo de hombres, para sobrevivir y pelear por sus propios intereses

El gran acierto de Laura Martínez-Belli es haber logrado que la heroicidad del personaje nazca de la humanización de la mujer, tantas veces tratada como un objeto, pero sin restarle importancia al comportamiento de los hombres en un tiempo que nada tiene que ver con el actual, juzgándolos no tanto por sus actos y palabras y más por sus dudas y silencios.

Otro ingrediente importante en la novela es la lengua, o tal vez debería decir las lenguas, y la necesidad de utilizarlas para el entendimiento y no para el enfrentamiento. Así llama Cortés a Malinalli Marina: “su lengua”, lo que permite a la autora perfilar su figura como un personaje importante del relato, por ser el nexo fundamental para el entendimiento, lo que la hace también idónea para ser un referente en los intereses de Isabel.

Tecuixpo se convierte en Isabel gracias a la labor de cristianización de los conquistadores, que lo interpretan como un triunfo personal. Ese ha sido siempre el relato que nos han hecho aprender. Laura Martínez-Belli decide subrayar en el personaje de Isabel su capacidad intrínseca de pensar, de tomar sus propias decisiones, lo que nos abre la puerta a reflexionar sobre si el hecho de la evangelización no fue tanto un triunfo del conquistador como un medio del conquistado para recuperar su espacio y enriquecerlo. 

«Tal y como Isabel había imaginado, fray Juan de Zumárraga se sintió halagado con el ofrecimiento de bautizar al hijo primogénito de la hija de Moctezuma. Él mismo presumía de lo bien que estaba llevando a cabo la conversión de los naturales usándola como ejemplo. Ofició el bautizo de Juan de Dios de Andrade y comprobó ‒maravillado‒ que la iglesia estaba a rebosar de la nobleza española recién llegada de la Península Ibérica y de los nobles indígenas que aún quedaban, cristianizados en apariencia y ni cuyos nombres ni vestidos tenían ya nada que ver con sus antiguas identidades. Isabel dispuso que se repartieran por los asientos en igualdad de condiciones. No había vasallos, ni vencedores, ni vencidos, tan solo una marea de iguales de distintas etnias y colores».

Sin embargo, la novela comienza con un grito desgarrador y un balbuceo gatuno que no llega a romper en llanto, pero que es el leitmotiv que empuja a Isabel a empeñar su vida en mantener a toda costa viva su herencia y  a utilizar todas las armas disponibles para conseguirlo.

«[…] a través de la escritura Isabel renació libre».

En el fondo, La otra Isabel no es más que el ejemplo perfecto de la capacidad que tiene un personaje histórico, por pequeño que sea, de convertirse, a través de la escritura, en un personaje vivo, verosímil. Es la literatura quien consigue el milagro de que una realidad, muerta y olvidada en unas cuantas hojas de papel, adquiera el alma que le permitirá vivir eternamente.

Laura Martínez-Belli, La otra Isabel. Editorial Planeta Mexicana, 2021.

Pedro Turrión Ocaña




jueves, 24 de abril de 2025

Soberbia. Recaredo Veredas (Reseña)

 


Sebastián, el protagonista de Soberbia, es programado desde su infancia para llevar a su familia hasta donde cree que se merece y emplea toda su vida en ese propósito. Sus fracasos son tan grandes como su perseverancia. […] Las raíces e Soberbia son el ansia de reconocimiento y las consecuencias de los mandatos que recibimos en la infancia. En tan comunes condiciones se originan gran parte de los males de la humanidad. Detrás de cada desastre, público o privado, suele haber un niño que busca atención. ¿Qué ansían casi todos los dictadores sean tiranos familiares o mundiales sino reconocimiento?

Para tratar de huir de nuestras propias miserias, nos hemos acostumbrado a revolver entre los despojos que, desde antiguo, el poder deposita en el extrarradio de cualquier ciudad. De ellos se nutre la literatura para crear héroes y antihéroes, personajes atractivos por la costumbre, la lástima, la inocencia o el interés. Más difícil es hallar, en estos tiempos tan poco románticos, un personaje que se sabe elegido para cumplir el más alto mandato de la sociedad, siendo parte de la élite ‒no importa si envidiada o despreciada‒ que habita la zona más noble de la ciudad. Y digo se sabe y no, es, porque, por el hecho de no ser lo habitual, nadie se lo ha pedido. O quizás, sí.

Sebastián López de Lucena construye su vida alrededor de una única idea: ganar el premio Nobel de medicina; pero no se da cuenta de que esa imperiosa necesidad de reconocimiento es anterior a su propio nacimiento y tiene mucho que ver con la ambición desmedida de sus antepasados basada en una mentira que, de tanto repetirla, se convierte en axioma, y que siempre acaba igual: concibiendo hijos nacidos de la frustración.

Sebastián estudia para ser el primero, y arriesga para lograr un hito histórico que cambiará el futuro de la humanidad, sin ver que no es más que una víctima de su propia soberbia.

«Lo importante no es cómo nos vemos sino cómo nos ven».

Sin embargo, de la promesa nacional a la vergüenza solo hay un escalón.

«La élite, una vez que ha tomado una presa, no la suelta».

La única persona que sabe adivinar la gran burbuja que se está creando a su alrededor es Blanca, su esposa. Pese a todo, ella decide galopar por el lado más estrecho del abismo por el que se arrastra su marido, y termina convirtiéndose en el punto más débil, justo cuando más se la necesita.

Política, religión, la Rusia de Rasputín y una ONG caritativa se mezclan con la presencia constante de la muerte, en una novela cuyo trasfondo es la necesidad de reconocimiento de una sociedad hipócrita que vive para la galería, tratando de que no se note:

«Así quedará para el recuerdo porque la memoria no siempre es la verdad ‒de hecho, no lo es casi nunca‒»

Pero con un mensaje subliminal que nos permite seguir teniendo fe, y que tiene mucho que ver con la poesía.

Recaredo Veredas. Soberbia. De Conatus, 2024.

Pedro Turrión Ocaña

domingo, 9 de marzo de 2025

Las iras. Pilar Adón (Reseña)

 


¿Puede surgir la belleza tras el horror? ¿Es posible el sosiego después de la venganza extrema? […] Con un elevado concepto de la amistad, los protagonistas de Las iras humillan, hieren y matan amparándose en unas reglas impuestas por ellos que han de cumplirse. Luego pueden terminar en un pozo o vagando por un páramo con la mirada perdida, devorados por sí mismos o encerrados en una casa. Y nosotros, a su lado, asistimos a la corrupción del paraíso, a la batalla sin tregua del candor y lo terrible, la serenidad y la firmeza, asomados igualmente a la inmensidad del abismo.

¿Dónde se encuentran los límites de la irrealidad?

Como en los relatos bíblicos, las protagonistas de Pilar Adón soportan la carga de la incomprensión o de la vergüenza o de la culpa o del miedo, en un ambiente asfixiante que condiciona sus acciones, aun sabiendo que, en el fondo, lo que domina en su interior es un sentimiento noble de amistad y deseo. Hay en todas ellas, también, un atisbo de inocencia, que procede de su condición infantil, a pesar de que algunas de sus protagonistas ya no sean niñas, y que tiene mucho que ver con el origen de su naturaleza.

Pero la realidad sí tiene límites definidos, es finita, como la paciencia, contrapunto de la ira. El pecado enfrentado a la virtud, la vida siempre enfrentada a una promesa de eternidad efímera.

Los dieciocho relatos que conforman Las iras, de Pilar Adón, son mucho más que argumentos escritos en un papel. Más bien son como espinas que se clavan en la piel y nos obligan a permanecer atentos a la herida, para que no se infecte y perturbe  nuestro sueño. O tal vez sí lo son, y siguen el rastro de las viejas historias infantiles de la tradición oral tantas veces maltratadas por el proteccionismo que nace de la imbecilidad, sin tener en cuenta que lo que en realidad le están arrebatando a sus personajes es la esencia que les da la vida.

Las protagonistas de estos cuentos son mujeres, en su mayoría, niñas, que llegan a la conclusión de que la única libertad posible solo existe en el aislamiento a no ser que sea un perro quien duerma a sus pies, quien proteja el perímetro de su mínima existencia.

«Está sola la mujer cuando no tiene un perro. Pero ella tendrá uno».

El perro es el símbolo perfecto de la fidelidad, pero también es la mejor representación del instinto natural más primitivo.

«Hay quien sostiene que limpiarle los dientes a un perro le despoja del lobo que lleva dentro y que es una ofensa. Y hay quien venera lo indómito del animal y defiende la idea de que se debe honrar al perro como se honra a los antepasados».

Desde la aviesa mirada de la oscuridad de un pozo o la vieja historia maniquea de las “hijas” de Eva y Adán, hasta los alcatraces que nunca llegarán a saber que lo más bello y terrible de la isla que sobrevuelan cada día tiene forma de mujer, asistimos al espectáculo del sueño turbio que es su vida, la que  sueñan y también la que piensan o  huyen o intentan transformar, atrapadas en lo más vital de la naturaleza, a través de un tiempo sin bordes definidos, que nos tutea porque también nos pertenece. Voces que gritan su impotencia incluso antes de nacer, que comercian con niños en mal estado o que nos muestran las aristas ocultas de un clásico decimonónico o de una vieja película en blanco y negro que ya casi nadie ve. Voces de mujeres que aceptan, de igual modo, el legado del dominio como el de la sumisión; que son víctimas y, a la vez, ejecutoras, capaces de lo más terrible y también de lo más bello, sin que exista, en ninguno de los casos, un afán didáctico o aleccionador.

«Caer no ya en el error de pensar que unas personas pudieran pensar en otras, sino en el error de pensar que unas personas podían salvar a otras».

A pesar de que los cuentos pueden desarrollarse en cualquier espacio temporal, es constante la sensación que tengo de vivir en el Antiguo Testamento. Una de de las claves es la presencia de la figura del padre omnipresente, que vigila a sus hijas pero que no atiende a sus ruegos, o la impostura de una ley, a veces autoimpuesta,  que condiciona cualquier movimiento.

Pero el pecado no siempre habita en el interior de quien presuntamente lo comete, por eso la venganza está justificada si se ejecuta desde la inocencia de la grieta que supura, desde el grito que nunca entiende la censura porque es parte de una verdad que solo es verosímil si se cuenta desde la ficción usando la palabra precisa.

«Mi única misión consiste en aguantar viva hasta la muerte».

Podríamos definir Las iras como un gótico intemporal que no necesita etiquetarse en el título, porque en ningún momento pretende ser una intención o una sugestión. Lo que cuentan sus relatos ya está en el alma del lector, en el rastro indeleble de su infancia, en esos juegos terribles que no se olvidan con el tiempo a pesar de que pierdan su color en el letargo que provoca la luz opaca del recuerdo. Por eso es un enorme acierto dejar huecos en el entramado de las historias, imprescindibles para provocar la interacción de quien no puede parar de leer, o de quien tiene que pautarse un ritmo lento. En cualquiera de los casos, quien afronta la lectura de Las iras ha de aceptar el reto de participar en el juego que nos propone el texto.

Con cada nuevo libro, Pilar Adón avanza en la construcción de su literatura como si fuera una casa, con la única herramienta de sus manos, en un paraje único, particular pero reconocible  que siempre nos sorprende. Una construcción que se eleva en medio de una tierra que no es suya pero que lo ha sido siempre. 

«Sabe cómo lograr que esos pedruscos formen una pared y luego otra y finalmente lleguen a sostener una cubierta. Sabe cómo avanzar usando sus propias manos y su propio sentido de la proporción».

Está en su naturaleza.

Pilar Adón. Las iras. Galaxia Gutemberg, 2025.

Pedro Turrión Ocaña


martes, 14 de enero de 2025

Atlas. Alba Cid (Reseña)

 


Un poema contiene el mundo: desde la fascinación podemos descubrir sus historias y rastrear sus ecos. En estos poemas, confeccionados como objetos, como pequeñas cajas de resonancia o secreteres, caben grabados y postales, cartas y ensayos; dos eclipses enmarcan el libro.

Alba Cid elabora en Atlas una cartografía sorpresiva y resistente, como la pintura sobre tela de araña o las cartas de navegación polinesias. En el curso de este recorrido singular, punteado de ritos, flores e historias apócrifas, emergen preguntas sobre la comunicación o la legibilidad de cuanto nos rodea.

Afirma Alba Cid que Atlas es una «suerte de recorrido distinto por el mundo», y no le falta razón. Cualquier proyecto poético es precisamente eso, una suerte de recorrido por el mundo personal, y particularísimo, de quien lo escribe. Un recorrido que es único pero también tentacular porque, si bien es cierto que nace de lo más profundo del poeta, no es menos cierto que su intención principal es hacer germinar la emoción en el lector.

Pero, ciñéndonos al «recorrido» al que se refiere la autora, no tenemos que ir muy lejos para encontrar el motivo principal que nos conducirá a través del poemario:

las plantas perennes necesitan mucho tiempo para crecer. es el caso de los tulipanes, / las flechas envenenadas del tejo, / las historias

Las historias que alimentan el poema concebidas como plantas perennes que crecen lentamente azuzando la memoria ‒«rastreando el eco», leemos en la contraportada‒ le sirven para dibujar un atlas que avanza verso a verso hacia la hibridación.

En Atlas, Alba Cid nos convierte en pasajeros de un viaje literario a través de todos los continentes pero, lejos de crear nuevas fronteras, incluso difuminadas como marcas en el texto ‒llama la atención que no hay mayúsculas después de los puntos o al principio de los versos‒, esta «pequeña occidental» que confía más en la historia de las palabras que en la de los hombres, indaga en la esencia de la civilización desde la insignificancia de lo que es verdaderamente importante,  con una voz poética particular con la que es capaz de construir un relato total rebosante de imágenes.

Flores que siembran la confusión al ser utilizadas como alimento. El corazón de una manzana, olvidado en medio de la playa, como el más humilde de los puertos que perduran en su empeño de seguir la tradición. De nada sirve la experiencia si el temporal nos engulle y, como una paradoja, terminar viviendo boca abajo sin inmutar la realidad. El viejo Cañón del Sil, convertido en criatura, es la metáfora perfecta de nuestra insignificancia en el tiempo. La fragilidad de la memoria, como pintura sobre tela de araña o el poder de conjurar el mal con sal sobre la tierra, como si fuera nieve, o fertilizar la tierra con estrellas de mar

se coloca en el centro y alza la vista, para capturar el brillo que fue / de la Vía Láctea

A pesar de cualquier escepticismo, a veces la evidencia llega con la flecha que atraviesa el pescuezo de un ave que, a pesar de la herida, es capaz de dibujar en el cielo la estela de la ruta antigua de la migración. Dolor y luz,

...la levedad existe porque existe el deseo

Una trampa para moscas no es más que el recuerdo más terrible de la infancia, donde la única defensa posible es el lenguaje con el que la poesía emerge de la tierra, como las cigarras, brillo de celofán en sus alas, para dominar las alturas apenas un instante, a pesar de las generaciones

ya ves, no hay maldad, / no hay por qué inquietarse

Qué hermoso pensar que los dioses nos bastan, que el acceso es un camino de tablas en el cielo y que el coral acaso sea una ofrenda en el salón de té. Y qué corta la distancia desde aquél lago-mar, rio del origen, si el mensaje intercontinental nos llega sobre las alas del cormorán ‒corvo mariño, qué belleza, la lengua original, la música de las palabras, en esta sinfonía de la pesca ancestral. La imagen del amor, arte marcial, grulla y serpiente entonando la danza de la muerte sobre una línea de pestañas

permanecen, sin tocarse, unidas en el asombro / de las marcas paralelas de los colmillos en la carne de la víctima

Erigir una columna de palabras, para conmemorar al que se marcha, para fortalecer los  brazos titánicos de  Atlas en su afán de sujetar al fin la bóveda celeste.

Imágenes poderosas, físicas y mentales

intuir el bosque en la dispersión de las semillas

Cartas de navegación que perfilan el rostro angular de Nefertiti

fuera de nuestro campo visual / ‒en completo silencio‒ / se fundan islas coralíferas

La inmensidad del océano tallada en un mapa de hueso que cabe en la palma de la mano.

los símbolos trabajan su propio deshielo

Escribe Ignacio Vleming: «Frente a la literatura confesional, convertida en escaparate de ínfulas y miseria, los poemas de Atlas son como vitrinas de un museo en el que todo parece estar vibrando». 

Vitrinas que nos muestran sus hallazgos a través de los versos, figuras que destapan la emoción del lector sin necesidad de alzar la voz. En Atlas nada altera las palabras que hacen posible el poemario, ni siquiera el más mínimo atisbo de ruido visual, a pesar de esa sensación de continuo movimiento.

pero el tiempo es un palíndromo, cuerpo de junco de pantano, / y cuando lo entendemos, solo queda derramar el lenguaje y describir / la manera lenta en que él abrazaba / sin saber / que el gesto era ya un sacrificio, / y que solo conseguimos abrazar así / a few times before we die

Alba Cid. Atlas. La Bella Varsovia, 2024.

Traducido del gallego por la autora a partir de la edición original (Galaxia, 2020), con la que obtuvo el Premio Nacional de Poesía "Miguel Hernandez".

Pedro Turrión Ocaña

jueves, 12 de diciembre de 2024

Versos a la deriva. Marina Díez (Reseña)

 


Versos a la deriva es un poemario a flor de piel. Certifica que su autora, Marina Díez, vive en poesía. Navega las riberas de su dulce río y relata su historia íntima con versos cotidianos y amorosos, agrupados aquí a palabra limpia, que irradian el calor del corazón. Con inusual depuración del lenguaje, entre lo cotidiano y lo trascendente, su escritura es poesía pura en tiempos de prosa. Un regalo que dibuja la arquitectura del alma. Una amapola que para siempre floreció. (Ángel Fierro).

La poesía es una buena manera de dejar la piel a la intemperie, de desnudarse sin necesidad de tocar la ropa. Al lector le corresponde entender cuál es el envoltorio que, como ilusión definitoria, reviste al poeta de colores y fragancias, de sabores y susurros, y permiten que su cuerpo se funda con la tierra amasando en sus raíces las plantas de sus pies. Esta es la primera sensación que me deja la lectura de Versos a la deriva, el último libro publicado por la poeta y editora leonesa, Marina Díez.

Por eso es de sensaciones de lo que quiero hablar aquí.

Del susurro del agua que aparece de repente entre las olas verdes del mar terrestre y contagia las almas que circundan el tiempo, en el lugar en que la sangre se mezcla con las lágrimas, el mismo que convierte los brazos en hogar.

Mis sueños se tornan en pesadillas / mastico muñecas / que luego, en el baño / paro muertas

Del miedo justificado a la pérdida que al fin se convierte en explosión de los sentidos, como la caricia de la primavera, a pesar de suceder entre las paredes nevadas de un hospital en medio del más crudo invierno. De la poesía que crece antes de nacer, que emerge de las entrañas del cuerpo como sinónimo de vida y de futuro, un cuerpo, también, donde la ternura se hace fuerte contra el miedo, acurrucada entre tabiques de madera, con la cuerda latente a punto de saltar, como halo de la valentía de una muñeca rota pero capaz de amar.

Amante amor de madre, también amor carnal y desamor, amor simiente germen del recuerdo y del futuro.

¿Y si me abandono al oleaje? / ¿Si cierro los ojos y dejo de mirar / para poder sentir?

Una mente a la deriva que es capaz de sembrar pensamientos listos para crecer a través de la lectura, reconocerse en la lectura a pesar de no saber o de saberse protagonista de una historia cotidiana regada de vino y brillos de cristal roto que confirma que algo falla en esa perfección impuesta.

Me tocó en la lotería de las ganas de llorar / el premio gordo

En un ser siempre cargado de esperanza, a pesar de todo.

Tengo mucha poesía debajo de mi cama.

Siempre he pensado que en poesía el tiempo es otro, como el ánimo que cambia de un minuto a otro por culpa de una lágrima que brota de repente y nos recuerda que un día, sin darnos cuenta, nos desprendemos de la infancia y confundimos menstrual con monstruoso.

Versos a la deriva se nos abre a un espacio para el eterno retorno a temas universales, como la infancia, la tierra y el equilibrio, la lengua materna y la maternidad, la pérdida y el duelo, la duda que apuntala la confianza, el grito y el silencio, para construir desde ahí un poemario que se aprovecha del lenguaje sensorial, pero sencillo, de una mujer adicta a la tinta y la poesía. Marina Díez se abre en canal para evitar que sea la grieta la que se haga surco, para intentar que su mundo, que tanto se parece al nuestro, no naufrague entre tanta tontería.

Romperse por dentro no hace ruido, / solo muestra unas pequeñas grietas en el exterior / y quizás algunas fugas en los ojos

Bruja o hada, qué importa, si nos encontramos entre líneas.

Marina Díez. Versos a la deriva. Bajamar, 2024.

Pedro Turrión Ocaña

domingo, 24 de noviembre de 2024

Los alemanes. Sergio del Molino (Reseña)

 


En 1916, durante la Segunda Guerra Mundial, llegan a la península ibérica dos barcos con seiscientos alemanes provenientes de Camerún. Se han entregado en la frontera guineana a las autoridades coloniales por ser España un país neutral. Se instalan, entre otros lugares, en Zaragoza, donde forman una pequeña comunidad que jamás regresará a Alemania, aunque no podrán escapar al devenir de la historia cuando se produzca el auge y la caída del régimen nazi. Entre sus descendientes están Eva y Fede, quienes, más de un siglo después, se encuentran en el cementerio alemán de Zaragoza en el entierro de Gabi, su hermano mayor. Junto con su padre, ellos son los últimos supervivientes de los Schuster, una familia que llegó a tener un importante negocio de alimentación, hoy desaparecido.

Afirma Gueorgui Gospodinov que su país tiene muchas historias que no han sucedido y otras que no se han narrado. A mi entender, las unas y las otras pueden ser, perfectamente, la chispa que le permite al escritor narrar fragmentos de la historia de un país ‒o de una época‒ a través de la literatura, a través de la ficción, nada importa el lugar de origen de la persona que escribe. Sin embargo, Los alemanes, de Sergio del Molino, no es una traslación a la ficción de la historia, como tampoco lo son las narraciones de Gospodinov, sino una manera de tomar la historia como base para crear una ficción que se convierte, de una manera más cercana, en una llamada de atención al desconocimiento o al olvido.

Al concebir Los alemanes, Sergio del Molino se hace eco de un suceso, poco conocido en la actualidad, aunque en su día llamó mucho la atención, sobre el que ya escribió en un libro anterior (Soldados en el jardín de la paz, Prames, 2009) y, a partir de ahí, construye una novela que pone el punto de mira, a través de las relaciones familiares, en cómo la historia, si no se le presta la debida atención, puede llegar a arruinar el más cuidado proyecto de futuro.

Eva y Fede se reencuentran en el cementerio alemán de la ciudad de Zaragoza, su manera opuesta de ver las cosas los ha mantenido alejados durante algún tiempo. La causa de este encuentro es el entierro de un personaje que, a pesar de estar muerto, condiciona toda la trama de la novela. Se trata de Gabi, su hermano mayor, Gabi S en los ambientes musicales alternativos, en los que era una estrella. A partir de ese momento empieza a girar una rueda que nos hace viajar desde la época de la primera guerra mundial hasta la actualidad. El suceso histórico mencionado es la llegada a Zaragoza, en 1916, de un numeroso grupo de refugiados alemanes procedentes de Camerún. El país africano fue colonia alemana desde 1884 hasta 1916, año en que la pierde a causa de las derrotas alemanas en la primera guerra mundial.

Junto a su progenitor, Juan (Hans) Schuster, condenado al olvido en su vieja casa, con la única compañía de Ioana, la asistenta de nacionalidad rumana, que le cuida, los dos hermanos son los únicos supervivientes de la familia Shuster, forjadora de un imperio salchichero ya desaparecido, como parece estar la memoria de su pasado.

Fede es profesor universitario en Ratisbona y Eva, una política local con un prometedor futuro a nivel nacional. Ellos son dos de los narradores de la novela, en la que también escuchamos a Berta, la mejor amiga de Gabi desde la infancia, y a Ziv, especulador y mafioso israelí, carente de moral, cuya principal ocupación es salpimentar sus turbios negocios con la caza de nazis.

La gran clave de la novela está, precisamente, en esta estructura polifónica en la que, curiosamente, lo que más nos aturde no es lo que se dice, sino los secretos y silencios que se ocultan tras las palabras. Es a través de este juego por el que nos damos cuenta de la visión antagónica de los hermanos ante los mismos sucesos. He oído decir a Sergio del Molino que a veces los narradores juegan a la fuga entre ellos, sin embargo, a mí me parece que en ocasiones juegan a provocar un encuentro necesario, en forma de falso diálogo, que convierte al lector en el único elemento omnisciente de la narración.

A pesar de que las emociones primarias del ser humano se manifiestan igual en todas las culturas, no ocurre así con los comportamientos que provocan. A partir de esta premisa, Sergio del Molino pone sobre la mesa varios temas impactantes, como son las relaciones familiares, la educación interesada, la corrupción política y periodística y, el más importante a mi juicio, la herencia de la culpa, de tal manera, que nos permite no perder de vista la imperiosa necesidad de conocer todos los elementos de la historia para no crear una intrahistoria falsa e interesada, tan habitual en nuestros días.

El nazismo y el antisemitismo se mezclan con la corrupción y el pelotazo en un tour de force desequilibrado que todo lo enfanga, generando una sensación de descontento general que convierte la novela en una crítica a la moral contemporánea en la que puede más un supuesto “holocausto” animal alimenticio, que el genocidio humano. Todo podría aclararse satisfactoriamente de cara a la opinión pública, sin embargo, en algunas ocasiones, para que el mal no se alce con el triunfo, el bien tiene que jugar a perder.

Un elemento muy importante en la novela es la música, empezando por su estructura, semejante a una construcción musical con cuatro movimientos o escrita para ser ejecutada por un cuarteto de cuerda. También la música es la seña de identidad de uno de los personajes más injustamente tratados por su propia familia: la “joven decadente”, esposa y madre, retrato fiel de la mujer de la época, que  refugia  su frustración sobre las teclas de un piano, a pesar de estar siempre donde tiene que estar, aunque no se note su presencia. Y, sobre todo, la música es el fondo que imprime cierta cadencia triste a un relato circular que comienza y termina hablando de la muerte, por el lugar donde se desarrollan estos dos momentos, pero sobre todo, a través de unas impactantes palabras extraídas de los diarios de Franz Schubert, compositor omnipresente a lo largo de toda la novela:

«Nadie comprende el dolor del otro, y nadie comprende la alegría del otro. Siempre pensamos ir hacia el otro, pero lo único que hacemos es pasar unos al lado de los otros. Qué padecimiento para quien se da cuenta de esto».

Otro elemento imprescindible es la presencia continua de la lengua alemana, o más bien, su contraste con el español. La idea del pensamiento único y unívoco, que tantas veces nos aleja de la reflexión sosegada, queda difuminada a través del conocimiento consciente del instrumento universal de comunicación, que es la lengua, y todas sus posibilidades. Hay un ejemplo en el texto que tal vez nos pueda dar la clave  de por qué una madre les cuenta cada noche a sus hijos historias terribles antes de dormir,  aunque no sean más que cuentos de la tradición oral alemana aprendidos en su niñez: la palabra einsamkeit, cuya traducción al español es ‘soledad’, y que en alemán tiene una connotación más concreta, de ‘propiedad de ser uno’, y que el personaje identifica con el término “uniedad”.

En resumen, Los alemanes es una novela intensa y apasionante que interpela al lector desde las primeras páginas, a través de la diversificación de puntos de vista ante sucesos, sobre los que es  tan fácil posicionarse como difícil es acertar con el juicio correcto. La literatura se convierte, así, en la plataforma idónea para plantear la discusión, pero no para dar una respuesta unívoca y universal. 

El simple hecho de que una de las posibilidades del pasado sea la de enredarse en el presente para hacernos dudar del futuro, debería, cuando menos, hacernos pensar.

Sergio del Molino. Los alemanes. Alfaguara, 2024.

Pedro Turrión Ocaña

martes, 19 de noviembre de 2024

Siluetas pensantes. Ernesto Calabuig (Reseña)

 




Pensamiento y sentido del humor pueden ser buenos compañeros de viaje. […] El análisis del enloquecido, amenazante y extraño mundo en que vivimos se entremezcla con interesantes y a menudo cómicas situaciones de clase, en el diálogo real con los alumnos durante su tarea de profesor de Filosofía de Secundaria y Bachillerato. Si la filosofía, tal como quería Platón, no es el monólogo estático de un solo personaje, sino diálogo, espacio en el que entre todos se busca alcanzar algún tipo de verdad, este es un libro combativo que invita a la irrenunciable tarea de pararse a pensar en tiempos diseñados contra el pensamiento, a mantener los ojos abiertos en una era de desarrollo tecnológico que nos supera por todas partes y de políticos acostumbrados a habitar cómodamente en la posverdad de sus discursos cambiantes.

«Vivimos tiempos que parecen diseñados contra el sosiego y la pausa que requiere la reflexión humana...»

Esta mínima frase del párrafo que abre el último libro de Ernesto Calabuig, no es parte de un vaticinio pesimista sobre el futuro, sino la constatación de que algo falla en el presente. Pero no es hora de teorizar, de repetir letanías aprendidas, sino de aprender, de una vez por todas, como bien afirma Emilio Lledó, que de nada sirve el derecho a poder hablar con libertad si no sabemos pensar con libertad, si no tenemos libertad de pensamiento.

Pensamiento.

No me refiero a las ideas adquiridas por el individuo o por la colectividad, o por el individuo colectivizado de cierta colectividad con pensamiento único y enfrentado: si no estás conmigo estás contra mí; sino de la capacidad que tiene el individuo de ser único con libertad.

Ernesto Calabuig es escritor, pero también es filósofo y profesor de filosofía. Y a veces en sus clases surge la duda de un alumno, que tal vez aún no sabe que eso es precisamente la filosofía, ‘querer saber’, cuestionar y cuestionarse, en vez de dar por buenos los supuestos raciocinios, tantas veces anónimos, difundidos en ciento cuarenta caracteres.

«...tiempos que van contra la calma, la lentitud y el ocio continúa el párrafoque tan necesarios fueron para el surgimiento simultaneo de la filosofía y de la ciencia allá en occidente en el siglo VI a. C., o para establecer cualquier cosa duradera».

¿No chirría algo en este párrafo?: eso de que la filosofía y la ciencia nacieran para convivir, inseparables, debe ser algo de otro planeta (y no digo de otra civilización porque alguien me podrá decir que eso sí es cierto), como de otro planeta es el individuo que decide estudiar humanidades.

Pero hay mucho más en estas apenas ciento veintisiete páginas de letra ligeramente más grande de lo habitual, que pueden ser en parte consecuencia de esta separación traumática de materias, en ningún caso inocente; o producto de la politización intelectual y educativa, con resultados tan poco alentadores, como el empobrecimiento del lenguaje, la falta de atención del (y en el alumno), o, lo que es peor, la falta de apoyo al docente vocacional, que le obliga, a la hora de enseñar, a tirar de la épica o a tirar la toalla.

En Siluetas pensantes Ernesto Calabuig habla del ser humano que es capaz de huir de su yo genérico, para encontrarse a sí mismo, perdiendo incluso lo que posee para lograr “salir de la ignorancia” y saber aprender de quien, a todas luces, parece ser el que no sabe.

«En estos días pasados, una alumna que dibuja de manera asombrosa me dijo que la libertad es algo que tenemos y que no vemos, como cuando estás buscando un lápiz por todos los lados y resulta que lo teníamos en la mano todo el tiempo».

Calabuig nos enseña que, como escribió Rilke, las cosas se pueden decir «como ni ellas mismas pensaron que podrían ser dichas», a olvidarse del concepto y disfrutar del camino que te lleva hacia él, a ver que “ideología” no es más que eso que piensa en tu lugar, o a entender que, de tanto ahorrar palabras, estamos abocados a convertirnos en una sociedad de cerebros vacíos.

Pero, sobre todo, Siluetas pensantes es una llamada a la esperanza si, a pesar de la falta de paciencia, a pesar de la prisa, entendemos que, como decía Junger: «El yo se reconoce en el otro», o si alguien es capaz de pensar, como Lutero, que merece la pena plantar un árbol en el jardín, aun sabiendo que al día siguiente es probable que se acabe el mundo.

«...Quizá no seamos mucho más que unas absurdas pero hermosas siluetas pensantes».

Ernesto Calabuig. Siluetas pensantes. Tres Hermanas, 2024.

Pedro Turrión Ocaña

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