jueves, 22 de diciembre de 2022

Mujeres de hojalata. Eloísa Matínez Santos (Reseña)

 


Al ser nombrada heredera de su tía Alicia, Carmen regresa a España. El asunto es puro trámite para una mujer en la cima de su profesión en Estados Unidos. Cerrar la última puerta de su pasado, es decir, vender el piso familiar, y regresar a Boston es cuanto le interesa. Pero todos sus planes se vienen abajo al enfrentarse a un sobre repleto de folios escritos por Alicia.

A veces la literatura es parte de un estado de ánimo que te seduce y te atrapa. Un buen sillón, un café caliente y olvidarse del tiempo, dejándose llevar por la lectura. Algo así me ha ocurrido con Mujeres de hojalata, la excelente novela de Eloísa Martínez Santos, publicada por Avant Editorial.

Carmen regresa a España para hacerse cargo de la herencia de su tía Alicia. Viene de mala gana, son muchos los compromisos que se ve obligada a abandonar momentáneamente en Boston, donde vive y regenta un negocio culinario que la ha convertido en una mujer de éxito. En realidad, no hay nada que la una a esa casa familiar de la que tiene que hacerse cargo, por el capricho de la última de una larga lista de mujeres que construyeron la columna vertebral de su familia, y de la que Carmen huyó ya que las consideraba “mujeres de hojalata”, víctimas de su propia existencia, mujeres perdedoras sin ambición ni carácter. Venderá rápidamente la casa y regresará a su zona de confort, ese espacio donde todos la respetan y la admiran por  su buen hacer. Sin embargo, la herencia de Alicia esconde un dardo envenenado: una larga carta compuesta por un buen taco de folios manuscritos que Carmen tendrá que leer, y que guardan la verdadera esencia de las mujeres de su familia, de las que ella forma parte, lo quiera o no.

Nada más empezar a leer, Carmen se da cuenta de que lo más importante del legado de su tía Alicia no es la herencia física, sino otra más sutil y difícil de explicar que nace de la mezcla de distintos elementos, que van desde la herencia genética a la transcripción de gestos y palabras adquiridos a lo largo del tiempo. Enterarse de que la receta de las  albóndigas que pasaron de generación en generación, y que son las verdaderas culpables del éxito de su negocio en los Estados Unidos, fue en realidad la idea de una de las criadas que sirvieron a su familia, le hace darse cuenta de que el hecho de la creación no importa tanto como el hecho de haber sabido convertirlas en una seña de identidad que ha perdurado y perdurará en el tiempo. La maleabilidad de la hojalata no tiene por qué ser un factor negativo y gregario, sino la cualidad de saber adaptar el comportamiento personal a la situación más conveniente en cada momento.

Eloísa Martínez Santos utiliza el recurso del manuscrito encontrado en la construcción de la novela, pero no abusa de la pesadez que supone la transcripción literal de un subtexto supeditado al argumento principal, sino que deposita ambos relatos el presente de Carmen y el pasado contado por Alicia, en manos de un narrador omnisciente que, con total maestría, consigue una mezcla perfecta que capacita al lector para introducirse en la mente lectora y reflexiva de Carmen en ese periplo temporal madrileño que, conforme avanza la lectura del manuscrito y su adaptación al piso, no solo la obliga a ampliar su estancia en Madrid, sino que crea en ella la necesidad de un arraigo hasta ese momento desconocido, que incluso la hará creer de nuevo en el amor. En este juego narrativo es muy importante el uso de los tiempos verbales.

Aunque parezca extraño, teniendo en cuenta la época narrada en la novela, los hombres no son los protagonistas de la historia. Diría más, podrían pasar, incluso, por meros figurantes, aunque me temo que esa no es la verdadera intención de la autora. A mi entender, la idea principal de la novela, y creo que Eloísa Martínez Santos lo consigue con creces, es que el lector sea capaz de sorprenderse con las decisiones que toman las sucesivas generaciones de mujeres al mismo tiempo que lo hace Carmen, decisiones donde los hombres solo son el origen, la consecuencia o la alternativa de sus respectivos comportamientos. Carmen lo entenderá muy bien revisando su propio comportamiento, con Steven, Richard o Anthony, sobre todo cuando entiende que la decisión más importante de su vida fue dejar marchar al único hombre que añora de los tres, que es también el único que no se dejó someter, pero también  el hombre que, de haberlo seguido, de haberlo abandonado todo por él, probablemente la habría hundido en el pozo más oscuro de la destrucción.

Como decía su bisabuela, “Dios escribe con renglones torcidos”, pero la vida siempre guarda un resquicio para que todo cambie, o para que todo vuelva a empezar. No siempre es fácil reconocerlo. En el caso de Carmen, gran parte de la culpa de dar con él la tiene uno de los personajes con más personalidad de la historia, Minerva, la mujer boliviana que, con su filosofía “sanchesca”, la ayudará a poner su vida patas arriba.

Tengo que reconocer que no es una novela que, en principio, me hubiera llamado la atención, a pesar de que en ella hay historia, misterio, amores imposibles, todo ligado con una redacción exquisita y ágil que te atrapa y no te deja parar de leer. Sin embargo, todos sabemos que la literatura, como tantas otras cosas en la vida, tiene sus propios daños colaterales. Por desgracia, el boca a boca o el intenso trabajo promocional de un autor novel con su criatura a cuestas aún no gozan del mismo poder de seducción que tiene una buena campaña de publicidad o el soporte de un gran grupo editorial. En nosotros, los lectores, está la capacidad de saber recomendar lo que es bueno de verdad, y Mujeres de hojalata, lo es.

Eloísa Martínez Santos. Mujeres de hojalata. Avant Editorial, 2019.

Pedro Turrión Ocaña

jueves, 10 de noviembre de 2022

De bestias y aves. Pilar Adón (Reseña)

 


Termina el verano, cambia la estación, y una mujer conduce durante horas en plena noche sin saber que se aproxima a Betania, una casa aislada, casi un territorio fuera del mundo. Un lugar desconocido y habitado exclusivamente por unas mujeres que, sin embargo, sí parecen conocerla a ella. Lleva a sus espaldas a una hermana ahogada, y no le ha dicho a nadie que se marcha ni adónde porque ni siquiera ella sabe que su viaje va a ser tan largo […] Un rincón de tierra, agua y árboles donde la recién llegada no quiere estar a pesar de que tal vez sea, como le dicen sin que llegue a creérselo, el lugar en el que descubra por fin lo que significa formar parte de algo.”

Hay algo alegórico en la literatura de Pilar Adón que irremisiblemente nos trastorna. Por un lado nos hace creer que sus historias se desarrollan en algún lugar reconocible de nuestro mundo actual, en alguno de esos espacios de la periferia dominguera y senderista en medio de una naturaleza idílica y revitalizadora, hasta que nos damos cuenta de que la atmósfera que los envuelve tiene algo de magia e irrealidad que influye y marca irremediablemente a los personajes. Esto ocurre en De bestias y aves, su última novela, publicada por Galaxia Gutemberg

Coro, la protagonista, llega a un lugar llamado Betania por accidente. Ella no quiere ir allí, y en realidad, no hay nada que lo justifique cuando lo único que intentaba, al abandonar la autopista, era encontrar una gasolinera. Por eso, cuando está dentro, todo su afán es regresar a su mundo, avisar a su familia. Sin embargo, hay varias cosas que chirrían en esta impetuosa necesidad de retorno de las que el lector es consciente desde el primer momento: si ella está allí es porque huye de algo, y si le resulta imposible contactar con su mundo anterior es por culpa del abandono consciente de su teléfono móvil en el lugar que ha dejado, y era tanta la prisa en desaparecer, que hasta olvidó llenar el depósito del coche de gasolina. Lo que esta pintora no ha olvidado es guardar en el maletero una serie de retratos de su hermana muerta, ahogada en un canal años atrás, en un accidente en el que ella sobrevivió.

No será esta la única duda que se plantea el lector. A medida que avanza la lectura, hay algo que permanece latente: lo de Coro, ¿es una huida o una búsqueda?, ¿una pérdida o un encuentro?

Coro se ve atrapada en un lugar donde solo habitan mujeres, y pronto se da cuenta, a través de la salmodia de sus voces monótonas, de que escapar de allí será difícil. Aunque no hay ningún Ulises en esta historia, ni las voces de las mujeres son cantos de sirena, sí existe la necesidad de retorno, a pesar de la huida consciente de su entorno. ¿O es solo apariencia? Como el coro de la tragedia griega, Coro será la portadora de la explicación necesaria para entender el conflicto, y sus palabras nos harán pensar que la naturaleza que la rodea tiene algo que ver en esa metamorfosis que poco a poco se produce en ella, y que la convierte en Core-Perséfone, ‘la doncella’, diosa griega de la vegetación, pero también esposa de Hades, o lo que es lo mismo, reina del inframundo. La exuberancia de la vida y la oscuridad de la muerte en un mismo personaje.

¿Será Betania el lugar en el que Coro pueda encontrar las respuestas que necesita para comprender su huida?

En el nombre del lugar, como en el de algunas de las mujeres, Magdalena, Rebeca, descubrimos reminiscencias bíblicas, y ya puestos a imaginar, no obviamos su estructura conventual: una casa aislada en la que solo conviven mujeres en un orden estamental, estricto y de autosuficiencia, sin contacto con el exterior, y cuyos extremos lo ocupan una anciana, a la que veneran, y una niña, cuya única misión es aprender. Todas le dicen que ese es el lugar que ella buscaba y por eso lo ha encontrado. Cada vez que Coro reivindica su derecho a marcharse, me temo que más crece en el lector la presunción de que ella sabe que ese es el único lugar posible en el que puede quedarse. Un lugar que induce a la introspección. Un final del camino que más parece un principio: el eterno principio de la vida inseparable de la muerte, o la comprensión de que la vida sigue después de la muerte, se regenera, perdura; solo hay que entender la manera, comprender el proceso de transfiguración, la metamorfosis necesaria para descodificar el pasado y seguir viviendo, para convertirse en un ser absoluto y universal.

En esta revelación tiene mucho que ver la naturaleza. Desde las bestias y las aves del título, a los perros, las cabras, los insectos, los reptiles, el conocimiento preciso de las plantas, la infinita compañía de los árboles y la descripción precisa del entorno, con la casa y la enorme piedra que la oculta del sol o la protege; pero, sobre todo, el agua, presente en el lago y en la poza que hay debajo de la casa, vigilada constantemente por una de las mujeres, pero también en el pasado de Coro

«Toda una vida de formación, lecciones y trabajo, para llegar a su edad y descubrir que lo único que importaba en el mundo era el agua, vivir en ella, generar oxígeno. […] Y de que el agua era el principio básico. Que ahí residía todo. La esencia. Lo más importante de la vida. Y allí, en aquella casa, contaban con agua en cantidades más que suficientes...» 

Escribe Carlos Pardo, en El País, que Las efímeras, su  anterior novela, publicada también por Galaxia Gutemberg en 2015, se aleja de las modas literarias, de la “dictadura de la actualidad” y nos descubre a “una escritora universal desde su particularidad y en plenitud de su talento”. Me quedo con este juicio, y lo hago extensible a De bestias y aves, y a toda la obra de Pilar Adón, tanto narrativa como poética.


Pilar Adón. De bestias y aves. Galaxia Gutemberg, 2022.

Pedro Turrión Ocaña

jueves, 27 de octubre de 2022

Las voladoras. Mónica Ojeda (Reseña)

 


Las voladoras reúne ocho cuentos que se ubican en ciudades, pueblos, páramos, volcanes donde la violencia y el misticismo, lo terrenal y lo celeste, pertenecen a un mismo plano ritual y poético. Mónica Ojeda nos vuela la cabeza con un gótico andino y nos muestra, una vez más, que el horror y la belleza pertenecen a la misma familia .”

Mónica Ojeda es un claro ejemplo de lo que se ha llamado la “cuarta ola iberoamericana”, esa nueva generación de escritores del otro lado del Atlántico que residen habitualmente en España, pero que no olvidan su raíz, que emerge inevitablemente en su literatura. Lo más importante de este hecho, además de lo que nos cuentan en sus obras, es la aportación cultural y lingüística que su obra añade, no solo a la literatura española, sino al desarrollo de esta lengua universal que es el español. «La escritura es un espacio de pensamiento, no solo de la belleza, sino también de todas aquellas cosas que nos conmocionan». Ojeda se identifica como parte de una “emigración voluntaria”, que no es la mayoritaria, aunque comparte con esta última el verse forzada a hacerlo. «La violencia en Ecuador es tan grande que uno o se acostumbra (se enajena), o no puede existir. Al final, es una cuestión de supervivencia.» Todo esto confluye en su literatura, la gran diferencia que supone hacerlo lejos de su país es que el escritor no está paralizado por el miedo a la hora de escribir sobre lo que ocurre allí.

Las voladoras es una rendija en la puerta que nos volará la cabeza, una pequeña dosis de literatura extrema que nos acerca a una realidad desconocida que, sin embargo, se nutre de situaciones cotidianas; solo hemos de pararnos a pensar un momento, porque si no lo hacemos, como ocurre con tantas otras herrumbres que corroen la ficticia universalidad de nuestro mundo occidental, creeremos que los ocho relatos que componen este libro se refieren a algún lugar alejado de nuestro entorno, un páramo imposible anclado en otro tiempo, o que las historias que en él suceden son meras invenciones de una mente retorcida y peligrosa. No hay nada más cercano que lo que nos obliga a cerrar los ojos, mirar hacia otro lado y nos hace pensar que no va con nosotros.

Las voladoras es un libro sobre mujeres, sobre violencia hacia las mujeres en el entorno más íntimo, el de la familia. En él, cada narración es única, por el tema que aborda, pero también por el género al que podríamos adscribirla. Terror, fantasía, realismo, polifonía. Desde la presencia de las voladoras, esos míticos seres con un solo ojo, hasta la búsqueda de la inmortalidad en las entrañas de la tierra, pasando por la belleza de la sangre, la extrema brutalidad humana, la deshumanización extrema que causa el mal de altura, o la presunción de que la infancia deja de ser un juego en el instante en que la podredumbre de la muerte se convierte en un miembro más del entorno familiar.

«Mami que tenía doce años menos que Papi, pero que ahora que Papi estaba muerto tendría once años menos, diez años menos, nueve años menos, y así hasta alcanzarlo y ser mayor que él, superarlo en edad, morir más vieja y más enferma. Mas muda, más rota y con menos dientes.»

Pero Las voladoras es también único por la belleza de una prosa que nos envuelve y nos atrapa desde el primer párrafo, mostrándonos a una escritora preocupada por una literatura que, partiendo de su “fondo poético existencial”, es capaz de reconvertir el género calificado como “gótico andino” en una experiencia literaria que va más allá de los tópicos de su nomenclatura.

Mónica Ojeda, Las voladoras. Páginas de Espuma, 2020.

Pedro Turrión Ocaña



jueves, 29 de septiembre de 2022

Escribir en la nieve. Santiago Velázquez (Reseña)

 


A caballo entre la biografía y el retrato literario, Escribir en la nieve es una invitación a descubrir la vida y la obra de estos grandes escritores rusos que han despertado el fervor y la pasión de millones de lectores en todo el mundo. Todos ellos vivieron vidas extraordinarias y marcaron el devenir de una de las literaturas más fascinantes de los últimos siglos. […] Un libro destinado a perdurar, que fascinará a sus lectores y les abrirá un abanico de mundos literarios poderosos y únicos .”

Descubrí a Santiago Velázquez a través de su anterior libro, Las fisuras, una maravillosa novela escrita de una manera poco convencional, dejar que la mente del narrador se exprese en su propio idioma, que es la manera más natural de hacerlo, sin pausas, dejándose llevar por los recuerdos, sin un orden cronológico, sin puntos, sin espacios, lo que permite al lector ser, como los otros personajes, un eco de la voz del narrador. Escribir en la nieve no es una novela, sin embargo, en ningún momento de la lectura echaremos de menos tener entre manos un relato de ficción, a pesar de que el listón esté ya muy alto, porque la grandeza de un escritor radica en saber moverse dentro de diferentes géneros literarios sin obligar al lector a añorar páginas anteriores.

Veinte breves biografías de genios de la literatura rusa, dice el subtitulo. Juan Bonilla nos adelanta en el prólogo que, aunque están llenas de información, equidistan de la erudición para especialistas tanto como el mero wikipedismo, y añade que muchos de los personajes llevaron vidas tan intensas que es una suerte que produjeran obras maestras de la literatura, porque gracias a ellas Santiago Velázquez las ha podido retratar, aunque si no las hubieran producido, sus vidas habrían sido igual de intensas y merecedoras de “ser sepultadas en un retrato”. A través de una prosa excelente, Velázquez las convierte en una colección de pequeños relatos apasionantes que, además de atraparnos, nos empujan a leer todas esas obras que tantas veces vamos postergando y sin las que no podría entenderse la literatura contemporánea mundial.

La alta poesía de Pushkin o Ajmátova, el teatro imprescindible de Chéjov, la gran novela de Tolstói y Dostoievski, el relato histórico de Pasternak y Grossman, la polémica de Vulgákov y Navokov, la experiencia vital de Gorki y Solzhenitsyn, todo mezclado con suicidios, duelos, adulterios, ludopatía, persecuciones políticas, exilios y retornos, estos elementos convierten el libro en un relato imprescindible que no va a dejar indiferente a ningún lector.

Algo que ha llamado mi atención es que, a pesar de que Santiago Velázquez no sea como Zamiatin que, en palabras de Solzhenitsyn, era capaz de componer un retrato con una palabra, a partir de las imágenes que encabezan cada capítulo, logra crear unas descripciones que perfilan, más allá del físico, muchos aspectos de la personalidad, incluso del alma, de estos autores que de otra manera pasarían desapercibidos.

Pero, ¿por qué los rusos? ¿Es oportuno un libro así en este momento? Sería un tremendo error pensar lo contrario. Estas veinte narraciones nos ayudan a entender un poco mejor la compleja personalidad rusa y el porqué de su comportamiento a lo largo de la historia. Desde antiguo, la literatura ha sido un arma política poderosa, de ahí el interés por controlarla desde el poder, ya sea marcando sus directrices o mutilándola a través de la censura. Leyendo el libro nos damos cuenta de que en Rusia la férrea censura no solo ataca a la obra literaria, sino que va contra todo lo que rodea al autor: su familia, su sustento y, por supuesto, su vida. Manuscritos que atraviesan la frontera envueltos en pijamas, secuestros de calcos y cintas de una máquina de escribir, versos memorizados en un campo de concentración con la ayuda de un rosario, casi todos los autores, en algún momento, tienen su vida pendiendo de un hilo.

Desde el punto meramente literario, que es el que nos interesa aquí, es evidente que Santiago Velázquez forma parte de ese grupo de escritores que, en palabras de Fernando Sánchez Dragó, “echaron sus primeros dientes de lectores y futuros escritores, devorando las Obras Completas de Dostoievski”, y estoy totalmente de acuerdo con su idea de que Escribir en la nieve paga esta deuda.

Sostiene Mario Vargas Llosa que los hechos históricos cuando pasan a la literatura se convierten en hechos literarios, que la literatura se come a la historia. Escribir en la nieve es historia, pero sobre todo es literatura, y una delicia leerlo.

Santiago Velázquez. Escribir en la nieve. Caligrama Editorial 2022.

jueves, 18 de agosto de 2022

Los privilegios del ángel. Dolores Redondo (Reseña)

Celeste, la protagonista de esta historia, sufrirá un trauma que se prolongará durante buena parte de su vida, con consecuencias terribles para ella misma y para cuantos la rodean. Vivirá la soledad de una personalidad etérea mientras una paradójica lucha se desencadena en su interior, en un intento desesperado por hallar respuestas.”

Puede que la primera sensación que percibamos al adentrarnos en la lectura de Los privilegios del ángel haga que la narración nos parezca excesiva, incluso grotesca, porque desde el principio ya intuimos que el ángel que nos presenta Dolores Redondo en el título no anda lejos del otro extremo de lo que debería ser su hábitat natural.

«Nunca he vuelto a escuchar nada tan básico y tranquilizador como el sonido del infierno viajando a través del metal».

Y por lo excesivo es por lo que debemos apelar a la calma, a una lectura reposada en la que más de una vez nos recoceremos. Hay que avanzar en la lectura, masticarla, deglutirla con pausa, para asistir al verdadero espectáculo de la literatura. No me refiero a que estemos ante una obra maestra, sino ante una obra honesta, de esas que el autor necesita compartir con el lector. Dolores Redondo, en Los privilegios del ángel, nos habla de su origen, ese lugar tantas veces odiado y maltratado en nuestro fuero interno, hasta que comprendemos que no solo es el nuestro, sino que es lo único que de verdad nos identifica y nos marca de por vida.

A partir de ahí, la vida no es más que una continua huida hacia delante repleta de trampas, muchas, difíciles de atisbar, todos las sufrimos en mayor o menor medida, aunque algunas personas son tan desafortunadas que las encuentran todas, aún sin buscarlas. ¿Es eso lo que le ocurre a Celeste? Lo es, pero situando su germen en algo que no suele ser habitual por lo eufemístico de su entorno, el duelo inevitable que provoca la pérdida de un ser querido aunque, en este caso, puede que llevado al extremo, lo que no le resta un ápice de verdad, sino que lo dota de matices que de otra manera no se nos ocurrirían nunca.

Escribe Dolores Redondo en el prólogo a la reedición, en la editorial Destino, que «Enfrentarse a una gran pérdida a edad muy temprana detiene la infancia, y no para recobrarla un tiempo después, sino para verla desaparecer a veces para siempre.»

Desde otro punto de vista, Los privilegios del ángel es también una novela de aprendizaje donde la protagonista se obstina en permanecer en el limbo de una niñez idílica, mientras su cuerpo se pudre añorando la pérdida dolorosa de su mejor amiga. A causa de esta obstinación, el espacio que debía ocupar su adolescencia y su paso a la madurez se convierte en un inmenso vacío doloroso, al que ella se niega a renunciar, aunque sin llegar a entender del todo el porqué. Lo que ella no sabe aún es que siempre la realidad supera al deseo. Todos le dicen que ha de pasar página, que ha de recuperar su tiempo ‒o tal vez sea su espacio‒, que su obstinación la matará. Pero lo que nadie sabe es que Celeste hace mucho tiempo que dejó de existir.

«Hija, si no comes… Si no comes te vas a morir, vas a morir, hija mía. Solté mi mano de entre las suyas. Tranquilízate, madre, no voy a morir. Por un instante su faz se iluminó como si presenciase un milagro. No voy a morir, madre, porque yo ya estoy muerta.»

Celeste se atribuye el papel de un narrador omnisciente en primera persona, capaz de traspasar los límites del conocimiento individual de manera verosímil, convirtiendo la narración en una mezcla de confesión y deseo que nos atrapa desde la primera página y que nos mantiene en tensión hasta el final, un final sorprendente, por lo inesperado.

Es curioso, nunca se me habría ocurrido que la eternidad tuviera la consistencia del caramelo. Dulce metáfora.

Dolores Redondo. Los privilegios del ángel. Ediciones Destino, 2022.

(La edición original de esta novela, la primera de la autora de la trilogía del Baztán, fue publicada por Ediciones Eunate, en 2009)

Pedro Turrión Ocaña

jueves, 11 de agosto de 2022

Miles gloriosus, de Plauto


Miles Gloriosus, también conocida como El soldado fanfarrón, es la obra más conocida de Plauto, sin duda, el autor de comedias más importante de la Roma clásica. La obra se nos presenta como un continuo enredo que tiene como fin engañar al militar más fanfarrón y engreído que podamos imaginar. La idea es liberar a una esclava que el soldado tiene en su casa de Éfeso, y que a la vez es la enamorada del verdadero amo del esclavo que idea todo el enredo, tras descubrir el peligro de que el encuentro amoroso de los amantes, en la casa del vecino del soldado, sea descubierta.

En la trampa que el esclavo idea contra el soldado se verán involucradas todas las figuras típicas de la comedia romana, según la división tripartita que en su día sugirió Agustín García Calvo: la división social a través de la dicotomía libre-esclavo; la división por sexos, en la que la mujer, esclava en la mayor parte de las ocasiones, tiene un papel más que relevante; y por último, la división por edad, viejo-joven; en este caso, el senex, vecino del soldado, se pondrá de parte del enredo, ya que es en su casa donde se refugian los jóvenes amantes.

Si los engaños son la base de la comedia de Plauto, en Miles Gloriosus recae en ellos todo el peso cómico de la obra. El esclavo es el personaje inteligente que logra engañar a un amo que, entre tanta vanagloria exagerada, terminará escarmentado y dolorido; y todo para que al final triunfe el amor.

La versión presentada en el Teatro Romano de Mérida, dirigida por Pep Antón y protagonizada por Carlos Sobera, al que acompañan Elisa Matilla, Ángel Pardo, Elena Ballesteros, Juanjo Cucalón, Antonio Prieto, David Tortosa y Arianna Aragón, es una adaptación realizada por Antonio Prieto que, como vemos, da vida también a uno de los personajes. En ella hay una modernización del lenguaje, con la que intenta hacer más actual el humor de la obra y menos complicados los nombres de los personajes.

Y, ¡vaya si lo consigue!, pues las carcajadas logran que nos olvidemos por completo del calor de la noche emeritense, en ese marco incomparable que es su Teatro Romano, a través de un montaje sencillo, pero eficaz, que en algunos momentos nos recuerda también a la Comedia del Arte, y que deja en el aire el mensaje velado de que nada es imposible en el teatro.

Una experiencia que habrá que repetir, sin duda.

Pedro Turrión Ocaña




jueves, 28 de julio de 2022

Amigo. Ana Merino (Reseña)

 


Inés Sánchez Cruz, una poeta mexicana afincada como profesora de escritura creativa en Estados Unidos, llega a la Residencia de Estudiantes de Madrid para impartir un taller de poesía e investigar un hallazgo reciente: el archivo familiar de Joaquín Amigo, uno de los amigos de Lorca, también asesinado violentamente y desaparecido al comienzo de la guerra civil. Inés arrastra una profunda angustia fruto aparentemente de las luchas de poder en el ámbito académico y la traición por parte de un amigo íntimo, pero el fallecimiento de uno de sus colegas activa una serie de recuerdos traumáticos que se entremezclan con las investigaciones de los documentos y cartas del archivo familiar.”

Al escribir un relato de ficción, una buena manera de ser uno mismo, sin serlo, es buscar un personaje que transite dentro de tu espacio,  en un punto que pueda llamar la atención del lector. Esto es lo que le ocurre a Ana Merino con Inés, la protagonista de su novela Amigo, que no es ella, a pesar de trabajar en una universidad norteamericana y de haber sido parte activa de la Residencia de Estudiantes de Madrid. Y aunque se le parece además porque ambas son poetas y profesoras de literatura, la protagonista es mexicana y tiene una vida propia que no es la de ella.

Inés regresa a España, al Madrid que conoció veintiséis años antes, a la misma Residencia de Estudiantes en la que se alojó en su época de estudiante. Todo le parece igual, pero ya nada es lo mismo. Sus viejos amigos ya no están, sobre todo Agapito, su fiel compañero de ilusiones literarias que tanto la apoyó, ese mismo que ahora, en su universidad de Milwaukee, se hace llamar por el apellido, Lusoz, y le hace la vida imposible robándole, incluso, su propio programa. Ella no le reconoce, es como si se hubiera pasado al lado oscuro, como dice su hermano, al que tanto le gusta la saga Star Wars. Tal vez ella se esté convirtiendo también en una friki,. Sin embargo, la realidad es más simple que todo eso, aunque es muy difícil de asimilar: hay una fina línea entre la amistad y el odio, y se llama traición.

Estas son dos de las tres líneas argumentales de la novela. Por un lado, estamos ante una novela de campus: partiendo de su experiencia, Ana Merino nos muestra, con todo lujo de detalles, el funcionamiento de un departamento de literatura en una universidad norteamericana, sus luchas de poder, sus trampas, pero también las oportunidades que ofrece a jóvenes estudiantes extranjeros que, a pesar de su capacidad y talento, no encuentran en sus países de origen. Por otro lado, Amigo es también una novela de dobles, a partir del cambio de personalidad que, a manera de personajes como el Dr. Jekill y Mr. Hyde, se produce en el que fuera el mejor amigo de la protagonista. Pero hay un tercer hilo argumental que, a mi parecer, es el que hace que la novela se convierta en un documento excepcional, en un libro que hay que leer, porque Amigo es también una novela de investigación que en algún momento, y no tardando mucho, debería convertirse en un ensayo clarificador.

Cuando Inés llega por segunda vez en su vida a la Residencia de Estudiantes, no solo viene a impartir un taller de poesía, aprovechando que también va a presentar en Madrid su obra poética completa, recogida en un precioso libro de tapas negras, viene también a conocer a alguien que no sabe muy bien qué hacer con el legado de su abuelo, un tal Joaquín Amigo, un filósofo cristiano íntimo amigo de Federico García Lorca que, aparte de la amistad, también comparte con él el haber sido asesinado solo unos días después, en su caso, despeñado por el Tajo de Ronda, represaliado por los del otro bando.

«En algún lugar perdido están los cuerpos de Federico y Joaquín, ambos asesinados con nueve días de diferencia en agosto de 1936. Lorca el 18 y Amigo el 26. Ellos dos eran de la estirpe del bueno de Abel; sus asesinos, aunque pertenecieran a bandos opuestos, al de Caín.

Junto a ellos, otro personaje importante, en este punto de la historia, es el poeta Luis Rosales, al que durante mucho tiempo se culpó de la detención de García Lorca, por el hecho de que a Federico lo detuvieron en su casa de Granada. En la novela se nos habla de un ensayo de Félix Grande que trata de explicar lo que realmente ocurrió, y explica cómo la memoria interesada de los unos y los otros construyó un nuevo relato, que nada tenía que ver con la realidad. Lorca, Amigo y Rosales eran tres buenos amigos que creían en un mismo proyecto en el que la humanidad, la amistad y el entendimiento eran las claves de una historia en la que no había dos bandos tan precisos como se nos ha intentado hacer creer, y cuya luminosidad se apagó con las dos desapariciones.

Por eso, al revisar los documentos, Inés se da cuenta de la importancia de lo que tiene en sus manos y se pregunta: «¿Como pudo un país generar tanto talento y destruirlo en una guerra civil, en una lucha descarnada entre hermanos?». Inés entiende que la memoria histórica de un país se construye dando voz a todas las personas a las que no se ha dejado hablar, sean del bando que sean y sean de la época que sean.

«Había sido muy feliz ella sola en esa edad efervescente, pese a que el mundo a su alrededor se retorcía, pero Inés se sentía ajena, lo veía desde el otro lado, pasaba de puntillas, aunque a veces se paraba a escuchar con tristeza el eco de una bomba nueva, de otro atentado, de un disparo en la nuca. El terrorismo de ETA siempre se colaba en las noticias, pero el hilo de la historia que ella buscaba era anterior a ese tiempo presente.»

La historia de Joaquín Amigo que se cuenta en la novela es real, como lo son dos de los personajes que ayudan a Inés en su reconstrucción. Este hecho no desvirtúa el resultado del relato, sino que se integra perfectamente en un argumento adictivo que termina convirtiéndose, casi, en una trama policíaca. En ello tiene mucho que ver el complemento que ofrecen las otras dos líneas argumentales de las que hablábamos al principio. 

El leitmotiv está en el cambio que se produce en la personalidad de Agapito Lusoz, y que coincide en el tiempo con su incorporación a la universidad en la que Inés imparte sus clases. Puede que el cambio sea simplemente un daño colateral provocado por el accidente que sufrió  su hermano gemelo, cuando los dos hacían deporte de riesgo, y que lo mantiene inconsciente postrado en una cama. 

Otro personaje muy importante, que nos ayudará a comprender este cambio, es Sabino, el tercer compañero en discordia de la “Resi”, concertista de órgano, que también regresa a Madrid en la misma época en la que lo hace Inés. Juntos intentarán completar un tiempo que dejaron inconcluso , única manera de retornar a ese camino incierto que es la vida, en la que no siempre nos dejan ocupar el lugar que nos pertenece.

Ana Merino. Amigo. Ediciones Destino, 2022.

Pedro Turrión Ocaña

jueves, 23 de junio de 2022

Humo. José Ovejero (Reseña)

 


José Ovejero nos presenta a estos personajes solitarios, sin alma de héroes, y nos hace reflexionar sobre el sentido de la vida, los lazos nos unen a las personas de nuestro entorno y la capacidad de sobrevivir en situaciones adversas.”

Una mujer, un niño que no es su hijo, una gata, solos en una cabaña en medio de un bosque. ¿Qué se les ha perdido allí? No hay nada heroico en sus actos, solo instinto de supervivencia, de entender cuál es el instante en el que viven, lejos ya del pasado y, por supuesto, de un futuro que no existe.

«A veces se me olvida lo más básico. Me gustaría haber aprendido a sobrevivir en el monte en lugar de tantas cosas inútiles, a tejer nasas y a poner trampas, a orientarme sin necesidad de estrellas o sin consultar la posición del sol, a ojear animales, a conservar su carne durante el invierno.»

Sin llegar a ser una distopía, esta estupenda novela de José Ovejero nos deja una sensación apocalíptica preocupante, porque la sentimos o la intuimos más cerca de nuestro entorno de lo que nos gustaría.

Una reflexión muy oportuna en estos tiempos en los que nada parece imposible.

José Ovejero. Humo. Galaxia Gutemberg, 2021.

Pedro Turrión Ocaña

jueves, 19 de mayo de 2022

Las fisuras. Santiago Velázquez (Reseña)

 


 “En la estela de una literatura exigente y sin contemplaciones (Thomas Bernhard, Rafael Chirbes), y siguendo la tradición de las grandes novelas que se desarrollan obsesivamente como monólogos convulsos, como Cinco horas con Mario de Miguel Delibes o Mientras agonizo de Faukner, esta novela es un relato duro y ambicioso, en la que el amor y la vida laten con turbulencia.”

Las fisuras no es un thriller, tampoco es una novela negra, sin embargo, en sus páginas encontramos el mayor de los misterios: el de la vida y la muerte. Sí podemos decir de ella que es una novela poco convencional, tanto en su estructura como en el tema y que en su primera página está la clave de todo lo que sucede a continuación. La primera página es el principio, pero también el fin del relato; el motivo y también la consecuencia y, por supuesto, el juicio que puede convertirse en prejuicio si no leemos con precaución no solo las palabras, sino también los silencios, verdaderos entresijos de cualquier reflexión sincera.

Cuando alguien piensa en su propia vida no hace pausas. Pensar no es un acto deliberado, sino que aflora en cualquier momento interrumpiendo conversaciones, lecturas y silencios; avanza y retrocede a su antojo dentro de una cabeza sin límites mensurables. Santiago Velázquez reproduce a la perfección ese caos que es la mente humana, donde no hay pausas transcritas a través de un punto, y donde el tiempo va y viene con la necesidad de encontrar un instante que transita entre lo efímero y lo eterno. Este ejercicio de intentar plasmar el pensamiento en una novela es de una enorme dificultad, y el autor lo logra con creces. Cuando todas las voces se crean en la misma cabeza generan un drama difícil de encauzar ante la idea de que todo lo que se ha dejado pasar podría haber cambiado la relación. Vivimos en una sociedad que no tiene tiempo para pensar, hasta que ya es demasiado tarde.

El argumento es sencillo: Pablo Ferrand decide pasar la noche en el tanatorio velando el cadáver de Amaia Suances, su mujer, que acaba de suicidarse, y durante ese tiempo su mente se zambulle en un monólogo que recorre toda su relación y que implica a los demás personajes, incluyéndola a ella, haciéndolos partícipes de una relación de pareja de la que todos han bebido.

Como una llamada de atención, las fisuras del título aparecen por primera vez en el relato del primer encuentro de los protagonistas en el piso de los padres de Amaia:

Me fijo en la pared que tengo enfrente, en la que estás tú, en la parte superior de ese rectángulo de cristal, hay unas grietas. Tu boca estaba junto a mi oído y escuchaba cómo entre susurros y gemidos decías una y otra vez mi nombre, sin parar, uf, qué gusto. No me había dado cuenta hasta ahora. Más que grietas son fisuras, unas líneas irregulares que han fracturado la pintura blanca e impoluta de la pared, unas ligeras resquebrajaduras, sutiles, apenas perceptibles, que se van abriendo hacia abajo, un zigzagueo inesperado, una cicatriz, unos relámpagos que afean la pared y que, inopinadamente, me desasosiegan, Amaia, ¿qué hacen esas fisuras ahí?, y luego el charco de sangre.

Un solo elemento sirve de nexo a tres voces diferentes porque, aunque salen de la misma boca, se identifican con tres momentos distintos, con tres estados de ánimo: realidad, recuerdo y futuro; dolor, impaciencia y soledad; unidas por una imperfección rutinaria cuyo arreglo casi nunca es definitivo. El problema es que las fisuras nunca se ven de las misma manera por dos personas que conviven a diario; siempre hay uno que intentará taparlas con la indiferencia o restando importancia a su presencia, incluso cuando las fisuras se agrandan a la misma velocidad que lo hace el conflicto que surge entre ellos, sobre todo cuando este se antoja sin solución, o la que tiene apela a la imposibilidad de ser coherente, porque roza en la ilegalidad o en la imposibilidad de participar de ella sin mancharse.

Saber que siempre va a quedar un poso de incomprensión e irrealidad en el que queda vivo también es parte del conflicto, pero también del amor, y Las fisuras es sobre todo una novela de amor. El amor eterno existe, porque trasciende a la muerte.

Las fisuras es un dardo envenenado hacia una sociedad que no ha sabido dar solución a problemas como el sufrimiento extremo, sin tener la necesidad de apelar a la ética. Prevalecen los prejuicios a la calidad de vida, como prevalecen las sospechas a la plena confianza en cualquier relación. Es muy difícil entender que el amor y el dolor siempre caminan de la mano sobre una débil cuerda siempre a punto de romperse.

Santiago VelázquezLas fisurasCaligrama Editorial 2020.

Pedro Turrión Ocaña

jueves, 14 de abril de 2022

Los ingratos. Pedro Simón (Reseña)

 


Los ingratos es una emocionante novela sobre la generación que vivió en aquella España donde se viajaba sin cinturones de seguridad en un Simca y la comida no se tiraba porque no hacía tanto que se había pasado hambre. Un homenaje, entre literatura y la culpa, a quienes nos acompañaron hasta aquí sin pedir nada a cambio.”

Parece que apenas ha pasado el tiempo y sin embargo qué lejos está todo. Año 1975, en España el franquismo da los últimos coletazos y nadie sabe muy bien lo que le deparará el futuro, aunque se intuye que algo importante tiene que ocurrir. En las ciudades, la gente se moviliza, se empiezan a escuchar canciones prohibidas en los radiocasetes instalados en los Simca 1200, en los Seat 850 o 124, conducidos por obreros de fábricas y talleres; se organizan recitales en locales universitarios dando voz a nuevos cantantes que reivindican un viento nuevo, a poetas que entienden la poesía como una herramienta de lucha y futuro. Mientras tanto, en los pueblos de lo que hoy conocemos como la “España vaciada”, la vida sigue con esa cadencia lenta que provoca la costumbre. Allí el margen para el cambio lo marca el campo en los cambios de estación, las fiestas de verano y, con ellas, la llegada de algunos hijos pródigos que retornan a la casa familiar, una vez al año y presumen de los cambios en la ciudad, pero su presencia bulliciosa durará lo que dura el verano y su voz solo será el eco de un sueño lejano e imposible.

David llega a uno de esos pueblos siguiendo a su madre, la nueva maestra. Su corta vida ha sido eso, un peregrinar de pueblo en pueblo, sin tiempo para el arraigo, con una madre compartida, además de con sus dos hermanas, con los demás niños del pueblo, y un padre al que solo ve los fines de semana y en vacaciones, porque tiene trabajo fijo en Madrid. Como su madre no puede ocuparse de él como quisiera, y su padre cada vez alarga más sus visitas, a su casa se traslada Emérita, una mujer del pueblo, sorda y viuda, que además guarda en su pecho una triste historia, la de la pérdida prematura de su único hijo, Currete. Para David, Eme será el alma que encauce definitivamente su vida, y para la mujer, David será el impulso que se la devuelva.

Eme es el ejemplo perfecto de la mujer rural de la posguerra española, mujeres fuertes que saben sacar adelante a sus familias a pesar de las desgracias, a pesar de pertenecer a familias desmembradas por diferentes causas, pero que entienden que los niños, para hacerse fuertes, tienen que vivir sin eufemismos, pero sin dejarlos caer.

«Dice usted que hay que dejar que se caigan. Y yo pienso que una mierda, con perdón. Que lo que hay que dejar es que se levanten […] Hacer que funcionen sin caerse.»

Ambos, Emérita y David, consiguen establecer entre ellos una conexión especial que implica también un mutuo aprendizaje que hace que ambos se conviertan en maestro y alumno del otro. Como en un juego de espejos, cada uno encuentra en el otro algo que ha perdido anteriormente: por un lado, Emérita puede darle a David lo que no ha podido darle a su hijo perdido; y David, por su parte, encuentra en Emérita cosas que echa de menos de sus padres, como la ausencia de su progenitor o la falta de tiempo de su madre.

Emérita y la madre, por su parte, representan a dos tipos de mujer que son respectivamente la raíz del tiempo viejo y el germen del futuro, y cuyo trabajo no ha sido valorado en su justa medida. Ellas no dirigieron multinacionales, no gobernaron países, sin embargo, cada una a su manera, fueron las responsables de educar a buena parte de la generación que llevó a cabo la transición y sin embargo, en las tertulias, en las crónicas, no son más que el reflejo borroso de una España obsoleta y olvidada, no son más que mujeres condenadas a envejecer y morir en silencio o diciendo disparates y provocando risas.

Las dos voces narrativas que estructuran la novela, aun siendo muy diferentes, van de la mano, porque ambas son imprescindibles para entender no solo lo que ocurre en el texto, sino también para que nosotros, los lectores, reconozcamos en sus palabras una parte de nuestra identidad; dos voces que sin embargo van siempre en paralelo, porque cada una usa un lenguaje propio. A través de ellas subyacen varios temas, como son el desarraigo: «No había mayor desarraigo que el de seguir a tu madre de pueblo en pueblo. Una madre maestra muy ocupada que encima no era solo tuya, sino de todos los niños del lugar»; la inseguridad: «Por lo demás, me seguía cagando encima [...] Lo que hoy hubiera sido carne de psicólogo entonces se despachaba con naturalidad»; o el abandono: «Esta tarde, su hijo, como sin venir a cuento, me ha preguntado si alguna vez me voy a coger las de Villadiego […] Y a mí me ha dado pena decirle la verdad: que el que se va a ir un día es él»; y por supuesto, el olvido: «La pobre [Eme] estaba tan mal que decía disparates […] como cuando pedías que te enterraran con tu único hijo y, al instante, contabas que tu hijo estaba muy bien colocado en el hospital de Leganés.

En resumen, Los ingratos es una novela que saca a pasear nuestra nostalgia e indaga en nuestros sentimientos, pero también es una novela de iniciación que tiene como nota dominante la pérdida, no solo de la inocencia del niño, sino de la libertad natural de serlo.

Pedro Simón. Los ingratos. Ediciones Espasa (Editorial Planeta) Premio Primavera de novela 2021.


Pedro Turrión Ocaña

jueves, 3 de marzo de 2022

La anguila. Paula Bonet (Reseña)

 


Este es un libro sobre el cuerpo. Sobre un cuerpo que ama y es amado. Un cuerpo que también es abusado, violentado a través del sexo y el parto, del aborto y la sangre, de la mugre. Materiales no artísticos en manos de una pintora que escribe, de una escritora que mira.”

«Pintando aprendí a mirar, entendí que la realidad es mucho más compleja de lo que parece, la pintura me ayudó a resolver lo que no se puede decir con palabras y es en la mancha donde consigo entender algo.»

Paula Bonet construye un texto impactante, valiente y sincero, donde lo importante no es qué grado de autobiografía destilan sus páginas, porque, si el libro se presenta como una novela, haya salido de donde haya salido, tenemos que entenderlo como una obra de ficción, pero una ficción basada en la realidad de cosas que suceden cada día y que no damos importancia, porque la historia las ha normalizado visitiéndolas de cotidianidad.

Cosas que a veces son negativas, como el sexo, la violencia, la manipulación, el engaño, el aborto espontáneo:

«Yo no les preparé ningún desayuno, pero ellas disfrutaban haciendo que vomitara el mío.»

Cosas que a veces son positivas, como el sexo, la ternura, la pasión, el aborto voluntario.

Cosas, las unas y las otras, que nos pasan inadvertidas, que ponemos en un segundo plano, y que suceden en nuestro barrio, en nuestro bloque de vecinos. Cosas que Paula Bonet, personaje, nos cuenta, sin filtros, sin dejarse arrastrar por la autora, Paula Bonet.

Paula Bonet reivindica en La anguila poder narrar lo que le ocurre como mujer, con el mismo derecho con el que lo hace un hombre. Esta decisión, sin embargo, no convierte a la novela en un ejercicio de denuncia, sino en una revelación. No se trata de una venganza, sino de poner en valor algo que casi nadie ve. Tan importante como narrar la violación que sufrió por parte de un premio nacional de poesía, es el hecho de que tengan que pasar diez años para darse cuenta de lo que había ocurrido.

«Como no subí a la piscina pasé inmediatamente a formar parte de la masa silenciosa que cerraba bolsas de basura y barría el suelo de la cocina. Entendí, entonces, quien había sido yo para aquellas mujeres. Y me acerqué a la que más incómoda me había hecho sentir y le pedí disculpas. [...] Hablar con aquella mujer me tranquilizó y su mirada me hizo hacer las paces con una parte de mí que empezaba a desaparecer, saber que yo también pertenecía a su género, una desgraciada.»

Reconocer la imagen prototípica del violador que utiliza su posición elevada para traspasar todas las líneas no es exclusiva en su renovación, lo es también descubrir otros disfraces masculinos que se aprovechan del lícito deseo femenino juvenil para diluir el verdadero fin de su presencia en algo cotidiano: el maltratador que no merece ser nombrado por su nombre, o el profesor que manipula conscientemente a la alumna aupado en su cátedra de experiencia. Tendrán que ser otras palabras, silenciosas, antiguas, las palabras aprendidas de las cartas de sus abuelos, y las que nunca fueron pronunciadas por sus guerreras, las tres hijas que no pudieron ser, las que triunfen en el relato y le den fuerza. El recuerdo de sus muertes actúa como un catalizador que purifica su sangre estancada y a punto de pudrirse.

Convertirse en anguila no es un ejercicio de autodefensa a través de la huida, sino de una transformación necesaria para autodefinirse; un ejercicio deconstrutivo imprescindible en la difícil tarea de la mujer de convertir el relato manido de la injusticia diaria, en el relato verosímil de un presente sin miedo y con futuro. 

Conseguir que el negro de las palabras deje de ser una parte más de la mancha, es difícil, pero no imposible.

Paula Bonet. La anguila. Anagrama, 2021.

jueves, 17 de febrero de 2022

Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado. Maya Angelou

 


«Iba a parecer una de esas lindas niñas blancas que eran el ideal de todo el mundo, el sueño de un mundo como Dios manda», dice la niña Maya al ver a su abuela confeccionar el vestido con el que irá a la iglesia.

Como Dios manda”, “ideal”, “blanco”. No son eufemismos, son las primeras conclusiones que, como recetas de supervivencia, saca una niña negra a partir de las realidades que percibe del entorno en el que habita: el Sur de los Estados Unidos, durante los primeros años del siglo xx. En esa época, uno de los sueños recurrentes de cualquier niña negra norteamericana, era convertirse en blanca. La pequeña Marguerite lo explica muy bien:

«Si bien el proceso de desarrollo de una muchacha sureña negra es doloroso, la sensación de estar fuera de lugar es como el óxido de la navaja que amenaza con cortarte el cuello.»

Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado es la primera de las siete novelas autobiográficas que la activista y escritora norteamericana Marguerite Ann Johnson, Maya Angelou, escribe. Publicada en 1969, en ella nos relata la dureza de la infancia que le tocó vivir y que, por extensión, nos da una imagen diáfana de un tiempo de supervivencia, de una herida que aún hoy, tantos años después, no ha dejado de supurar.

Tras el divorcio de sus padres, que viven en California, Maya pasa sus primeros años en casa de su abuela paterna, propietaria de la única tienda de la zona segregada donde habitan los negros, en una pequeña población de Arkansas. Allí sobrevive junto a su hermano Bailey y su inválido tío Willie, arropados por una estricta educación religiosa que actúa como un muro donde las lamentaciones hallan su punto de equilibrio, a pesar de la certeza que tienen de que Dios es blanco también . La abuela, Yaya, transmite una imagen de fortaleza que siempre hay que tomar con pinzas, porque allí nadie está a salvo, en cualquier momento pueden venir los “muchachos” (el Ku Klus Klan) y llevárselo todo por delante con total impunidad. Maya observa, aprende y a veces duda:

«Recuerdo no haber creído nunca que los blancos fueran de verdad reales […] Sabía, por ejemplo, que los hombres blancos llevaban calzoncillos, como el tío Willie, y que tenían una abertura para sacarse la “cosa” y orinar y que los pechos de las mujeres blancas no iban, como algunos decían incorporados a sus vestidos, porque había visto sus sostenes en los cestos, pero no podía hacerme a la idea de que se tratara de personas.»

Todo parece cambiar cuando, tras la visita inesperada de su padre, los dos hermanos viajan a San Luis para vivir con su madre. Al verla por primera vez, su mente de nuevo trata de justificar lo injustificable:

«Comprendí al instante por qué me había enviado lejos. Era demasiado bella para tener hijos. Yo nunca había visto una mujer tan guapa como ella a la que llamaran “madre”.»

Como es de suponer, todo es un espejismo. La violación de su padrastro, con tan solo ocho años, devuelve a Maya de manera abrupta a la única realidad posible, la de la lucha por la supervivencia por sí misma, sin fiarse de nadie.

Tras la lectura, lo que más me llama la atención de la novela es que no hay nada más poderoso que la necesidad de aprender, de quedarse con lo bueno, y que se hace extensivo a todos los personajes: la invulnerabilidad de Yaya, que se aferra a la religión para construirse una barrera infranqueable que la protege incluso de las burlas de las niñas de los blancos; la permisividad de la madre que sabe que solo dejando que sus hijos conozcan lo que hay a su alrededor pueden avanzar, pero sin perderlos de vista; y hasta la violencia mafiosa de la abuela materna –la abuela Baxter–, que se apoya en la fuerza y la corrupción para proteger a los suyos. Todos estos comportamientos influyen poderosamente en la personalidad de Maya, sin embargo, el hecho que más influye en su personalidad es la lectura que, de un mero recurso contra el aburrimiento, se convierte en una necesidad. Buena parte de culpa la tiene otro personaje crucial en la novela, la señora Berta Flowers, la "aristócrata del Stamps negro", de la que dice Maya:

«No iba a echar de menos a la señora Flowers, porque me había transmitido su palabra secreta con la que convocar a un genio que había de servirme toda mi vida: los libros.»

Ella le enseñó una de sus primeras “lecciones para la vida”:

«Dijo que siempre debía ser intolerante con la ignorancia, pero comprensiva con la cultura.»

Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado pertenece a un grupo de novelas que son el retrato del sufrimiento de una época de la que no se habla lo suficiente hasta pasado el tiempo. Son retratos de un tiempo que hay que juzgar con la perspectiva de los años para darnos cuenta del doble sufrimiento que nace de la discriminación: por un lado, la injusticia del término, en sí; y por otro, la necesidad de quien la sufre de normalizar o justificar algunas situaciones para intentar salir indemne de ellas. Por esta razón, el testimonio escrito no suele ser inmediato. Nunca es fácil ahondar en la propia intimidad, y más cuando está plagada de injusticia y de violencia. Solo el transcurrir del tiempo, como la paciencia del mar tras un naufragio, permitirá que las respuestas afloren a la superficie. Cuando por fin logra descubrirse, Maya Angelou se abre en canal y nos regala un texto incómodo, pero clarificador, necesario para entender hasta qué punto el ser humano es capaz de maltratar a sus semejantes, desde la estúpida creencia de sentirse superior por el hecho de tener la piel de un color determinado.

La novela es también un relato de iniciación, con la dificultad añadida de que Yaya es una niña negra que tendrá que crecer en un mundo de blancos. No solo lo conseguirá, sino que se convertirá en un aguijón incómodo que supo tocar diferentes palos: fue actriz, bailarina, cantante, periodista, además de una importante activista en pro de los derechos humanos y, por supuesto, escritora.

 El pájaro enjaulado no canta, grita; y en la voz de Maya, ese grito se expande en un coro infinito que no tiene más remedio que estallar.

Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado. Maya Angelou. Traducción de Carlos Manzano. Libros del Asteroide, 2016.

jueves, 10 de febrero de 2022

Fármaco. Almudena Sánchez (Reseña)

En Fármaco encontraréis un cerebro que quería desaparecer y una escritora que lo agarró y buscó cómos y porqués entre recuerdos, conductos y cavidades.”

«La lucha por escribir es siempre la misma: un pequeño temblor poético frente al gran filete de la realidad.»

No es cuestión de desnudarse, sino de abrirse en canal y desangrarse. Tras el terrible trago de sufrir una depresión que la llevó al borde del suicidio, Almudena Sánchez se aferra a todas las fuerzas de la naturaleza para escribir un libro consciente y sincero con el que consigue transmitir al lector, a partir de la tristeza y el enorme sufrimiento, una gran dosis de esperanza y positivismo: Fármaco.

Para conseguirlo, la autora construye un relato de ficción en el que nos cuenta su realidad, que no es la panacea que nos hará inmunes a la terrible enfermedad destructora que ella ha sufrido, sino una alerta, un aviso a navegantes, un semáforo en ámbar que en un instante puede teñirse de rojo sin avisar.

A través de sus páginas, Almudena Sánchez recorre la línea irregular de su existencia, no solo desde las imágenes que el recuerdo almacena en su mente, sino también a partir de pensamientos y delirios que lo mismo han podido nacer del deseo o de la repulsión, del sueño tranquilo o de la pesadilla. Nos muestra todas las cicatrices que le han ido quedando después de cada herida, desde los días de colegio en su pueblecito balear de Andratx, hasta las conversaciones con el siquiatra que la ayudó a curarlas. Pero el logro más importante del texto es que, a través de su prosa tranquila y perversa, capacita al lector para distinguirlas claramente, hasta las que han quedado grabadas en su cerebro.

Sin embargo, no hay nada tópico en el libro, porque todo es ficticio y real en él, como la inestabilidad de la vida y la certeza de la muerte. No hay autocompasión, pero tampoco vanidad ante su capacidad de supervivencia, sino una calibrada descripción de los fantasmas silentes que hicieron de su mente el lugar de su expansión y que a punto estuvieron de lanzar su cuerpo contra la negra silueta metálica de la muerte.

Piensa que: «Existe una oficina dentro de mis ganas de vivir. Una burocracia emocional. Un DNI estropeado. La imposibilidad de tomarse el mundo como quien se toma una copa de vino: sin pensar en nada y con la debida tranquilidad», a pesar de ser consciente también de que: «Hay poesía en los manteles a cuadros».

Almudena Sánchez. Fármaco. Penguin Ramdom House Grupo Editorial, 2021.

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