jueves, 3 de marzo de 2022

La anguila. Paula Bonet (Reseña)

 


Este es un libro sobre el cuerpo. Sobre un cuerpo que ama y es amado. Un cuerpo que también es abusado, violentado a través del sexo y el parto, del aborto y la sangre, de la mugre. Materiales no artísticos en manos de una pintora que escribe, de una escritora que mira.”

«Pintando aprendí a mirar, entendí que la realidad es mucho más compleja de lo que parece, la pintura me ayudó a resolver lo que no se puede decir con palabras y es en la mancha donde consigo entender algo.»

Paula Bonet construye un texto impactante, valiente y sincero, donde lo importante no es qué grado de autobiografía destilan sus páginas, porque, si el libro se presenta como una novela, haya salido de donde haya salido, tenemos que entenderlo como una obra de ficción, pero una ficción basada en la realidad de cosas que suceden cada día y que no damos importancia, porque la historia las ha normalizado visitiéndolas de cotidianidad.

Cosas que a veces son negativas, como el sexo, la violencia, la manipulación, el engaño, el aborto espontáneo:

«Yo no les preparé ningún desayuno, pero ellas disfrutaban haciendo que vomitara el mío.»

Cosas que a veces son positivas, como el sexo, la ternura, la pasión, el aborto voluntario.

Cosas, las unas y las otras, que nos pasan inadvertidas, que ponemos en un segundo plano, y que suceden en nuestro barrio, en nuestro bloque de vecinos. Cosas que Paula Bonet, personaje, nos cuenta, sin filtros, sin dejarse arrastrar por la autora, Paula Bonet.

Paula Bonet reivindica en La anguila poder narrar lo que le ocurre como mujer, con el mismo derecho con el que lo hace un hombre. Esta decisión, sin embargo, no convierte a la novela en un ejercicio de denuncia, sino en una revelación. No se trata de una venganza, sino de poner en valor algo que casi nadie ve. Tan importante como narrar la violación que sufrió por parte de un premio nacional de poesía, es el hecho de que tengan que pasar diez años para darse cuenta de lo que había ocurrido.

«Como no subí a la piscina pasé inmediatamente a formar parte de la masa silenciosa que cerraba bolsas de basura y barría el suelo de la cocina. Entendí, entonces, quien había sido yo para aquellas mujeres. Y me acerqué a la que más incómoda me había hecho sentir y le pedí disculpas. [...] Hablar con aquella mujer me tranquilizó y su mirada me hizo hacer las paces con una parte de mí que empezaba a desaparecer, saber que yo también pertenecía a su género, una desgraciada.»

Reconocer la imagen prototípica del violador que utiliza su posición elevada para traspasar todas las líneas no es exclusiva en su renovación, lo es también descubrir otros disfraces masculinos que se aprovechan del lícito deseo femenino juvenil para diluir el verdadero fin de su presencia en algo cotidiano: el maltratador que no merece ser nombrado por su nombre, o el profesor que manipula conscientemente a la alumna aupado en su cátedra de experiencia. Tendrán que ser otras palabras, silenciosas, antiguas, las palabras aprendidas de las cartas de sus abuelos, y las que nunca fueron pronunciadas por sus guerreras, las tres hijas que no pudieron ser, las que triunfen en el relato y le den fuerza. El recuerdo de sus muertes actúa como un catalizador que purifica su sangre estancada y a punto de pudrirse.

Convertirse en anguila no es un ejercicio de autodefensa a través de la huida, sino de una transformación necesaria para autodefinirse; un ejercicio deconstrutivo imprescindible en la difícil tarea de la mujer de convertir el relato manido de la injusticia diaria, en el relato verosímil de un presente sin miedo y con futuro. 

Conseguir que el negro de las palabras deje de ser una parte más de la mancha, es difícil, pero no imposible.

Paula Bonet. La anguila. Anagrama, 2021.

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