martes, 30 de julio de 2024

Chamanes eléctricos en la fiesta del sol. Mónica Ojeda (Reseña)

 

Año 5540 del calendario Andino. Noa decide escaparse de su Guayaquil natal con su mejor amiga, Nicole, para asistir al Ruido Solar, un macrofestival que congrega, durante ocho días y siete noches, a músicos, bailarines, poetas y chamanes a los pies de uno de los numerosos volcanes de los Andes. Atrás quedan las familias y la violencia de las ciudades […] Sostenida por una lírica extraordinaria, una estética deslumbrante y un sentido brutal del ritmo, Chamanes eléctricos en la fiesta del sol es un viaje místico al corazón primitivo de la música y de la danza; un recorrido lisérgico y emocional a la búsqueda de un padre y de un sentido de pertenencia en un mundo que solo conoce la pérdida y el desamparo.”

Noa y Nicole se encaminan al Festival del Ruido Solar, ocho días y siete noches de música, poesía y espiritualidad, lejos de la violencia de las calles de su ciudad, Guayaquil. Huyen de la muerte y corren hacia el Ruido, que se celebra en la falda de una montaña que puede escupir una violencia mayor en cualquier momento.

El país entero sufría de sismos, pero Guayaquil era peligrosa y la gente moría a diario por otras razones.

El ruido solar, en la falda del volcán, frente al ruido cotidiano de su calle. Violencia de la naturaleza frente a violencia como estado natural de una parte del mundo, que tiene nombre pero que cuesta pronunciar.

¿Cuál es la verdadera conciencia de la muerte, la de quien se duele por una muerte prematura a causa de una enfermedad inesperada o de un accidente o de una noticia que nos llama la atención mientras cenamos, o la que provoca el terror de quien convive con ella a diario en cada esquina de su barrio y crece con ella y se acostumbra y no tiene tiempo de pensar en el futuro?

Aprendan esto: para el horror no hay fondo.

Sin embargo, no hay en la novela una búsqueda intencionada de magnificar el terror, sino que es, a través del terror, la manera que encuentra Ojeda para hablar de lo que no se habla, de lo que incomoda, de lo que duele en la oscuridad silenciosa del miedo cuando es un compañero permanente. Lo más interesante es que, de la misma manera que encuentra el modo de hablar del miedo, también perfila la forma de contarlo, y nada tienen que ver entre sí, porque mientras que el modo es incidir en una literatura percutiente, que se agranda con cada nuevo libro, la forma es el lenguaje mismo, exprimido hasta el extremo.

La poesía nace de la lengua de los muertos y de los sueños de los vivos.

A través de un relato polifónico, donde diferentes personajes cuentan, con voz propia, su experiencia al lado de Noa ‒Nicole es una de las narradoras‒, nos sumergimos en un universo magnífico en el que conviven la realidad, deformada por la alucinación, con las creencias y ritos ancestrales de chamanes, chacras y diablumas, con la música como el eje vertebrador y salvador, en una fiesta que estimula la percepción de la existencia a través de la activación de todos los sentidos, y no de la conciencia. Música “retrofuturista”, mezcla de guitarras eléctricas, quenas, sikus y tambores, curiosa definición: el presente como producto del pasado y del futuro, en un espacio temporal intemporal. Estamos en el año 5550, del calendario andino.

[…] la gente del ruido estaba súper asustada, súper jodida y no quería oír música que hiciera una épica de la vida de los narcos, sino una que sublimara la violencia que estábamos viviendo y refundara el mundo, o sea, el canto de los muertos, no el de los asesinos.

Para saber que estamos ante una novela, en la que el oído tiene mucho que decir, solo tenemos que leer la primera frase:

El oído es el órgano del miedo.

Preparémonos, entonces, a escuchar. Nada como el ruido para retornar al origen, para alcanzar el silencio más necesario, que es el que acalla la multitud de voces que nos persiguen continuamente.

Los instrumentos no suenan: cantan, y el origen del canto es el de los cuerpos rotos que desean volver a unirse.

Pero el camino de Noa no termina en el Ruido. Ha decidido, también, ir en busca del padre que la abandonó cuando era una niña y habita en el lugar en el que se ocultan los desaparecidos, los que una vez subieron al Ruido y nunca regresaron. La del padre, en el relato, es la voz de la naturaleza, de la fuerza inmensa que guarda la tierra en su interior y que se nutre de las raíces de su entorno. Noa necesita escucharlo, entender por qué la abandonó, por qué cambió su mano protectora por el abrazo a una yegua muerta. O tal vez tenga que ver con la profecía que dice que «lo queramos o no, nos parecemos a nuestros padres». Como respuesta inesperada, Noa se encuentra con el legado de su abuela, presente en la casa a través de su naturalización extrema de la muerte. ¿Es una manera de cerrar el círculo?

Escuché decir a Mónica Ojeda que ella cuando escribe siempre lo hace usando su lengua materna, que no es la que se habla ahora en su país, sino la que la traslada a la niñez, y creí entender lo que quería decir cuando leí Las voladoras, sin embargo es ahora, tras leer Chamanes eléctricos en la fiesta del sol, cuando creo haber captado el verdadero sentido de sus palabras: La lengua materna de Mónica Ojeda es esa en la que hablan los fantasmas que anidaron en su mente en la niñez y han crecido con ella, hasta que su inmensa capacidad para construir imágenes únicas, a través de la literatura, le ha permitido darle voz y compartirla con el lector. Puede que esta sea la manera de crear una literatura incisiva y única, que obliga al lector a volver a ella una y otra vez porque, a pesar de ser consciente de que está leyendo el mismo libro, cada vez que se precipita de nuevo en sus páginas sabe que va a encontrar algo totalmente nuevo y enriquecedor.

«Escribir no es como hablar: es estar cerca de Dios. También de la mentira, pero cuando la palabra viva aparece todo lo falso se convierte en verdadero.»

No cabe duda de que la literatura de Mónica Ojeda es palabra viva, qué suerte que sea en esta lengua común que nos une, que nos hace crecer, que se aprovecha de la mezcla para expandir la cultura y hacerla universal.

Mónica Ojeda, Chamanes eléctricos en la fiesta del sol. Penguin Random House, 2024.

Pedro Turrión Ocaña

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