“En la estela de una literatura exigente y sin contemplaciones (Thomas Bernhard, Rafael Chirbes), y siguendo la tradición de las grandes novelas que se desarrollan obsesivamente como monólogos convulsos, como Cinco horas con Mario de Miguel Delibes o Mientras agonizo de Faukner, esta novela es un relato duro y ambicioso, en la que el amor y la vida laten con turbulencia.”
Las fisuras no es un thriller, tampoco es una novela negra, sin embargo, en sus páginas encontramos el mayor de los misterios: el de la vida y la muerte. Sí podemos decir de ella que es una novela poco convencional, tanto en su estructura como en el tema y que en su primera página está la clave de todo lo que sucede a continuación. La primera página es el principio, pero también el fin del relato; el motivo y también la consecuencia y, por supuesto, el juicio que puede convertirse en prejuicio si no leemos con precaución no solo las palabras, sino también los silencios, verdaderos entresijos de cualquier reflexión sincera.
Cuando alguien piensa en su propia vida no hace pausas. Pensar no es un acto deliberado, sino que aflora en cualquier momento interrumpiendo conversaciones, lecturas y silencios; avanza y retrocede a su antojo dentro de una cabeza sin límites mensurables. Santiago Velázquez reproduce a la perfección ese caos que es la mente humana, donde no hay pausas transcritas a través de un punto, y donde el tiempo va y viene con la necesidad de encontrar un instante que transita entre lo efímero y lo eterno. Este ejercicio de intentar plasmar el pensamiento en una novela es de una enorme dificultad, y el autor lo logra con creces. Cuando todas las voces se crean en la misma cabeza generan un drama difícil de encauzar ante la idea de que todo lo que se ha dejado pasar podría haber cambiado la relación. Vivimos en una sociedad que no tiene tiempo para pensar, hasta que ya es demasiado tarde.
El argumento es sencillo: Pablo Ferrand decide pasar la noche en el tanatorio velando el cadáver de Amaia Suances, su mujer, que acaba de suicidarse, y durante ese tiempo su mente se zambulle en un monólogo que recorre toda su relación y que implica a los demás personajes, incluyéndola a ella, haciéndolos partícipes de una relación de pareja de la que todos han bebido.
Como una llamada de atención, las fisuras del título aparecen por primera vez en el relato del primer encuentro de los protagonistas en el piso de los padres de Amaia:
Me fijo en la pared que tengo enfrente, en la que estás tú, en la parte superior de ese rectángulo de cristal, hay unas grietas. Tu boca estaba junto a mi oído y escuchaba cómo entre susurros y gemidos decías una y otra vez mi nombre, sin parar, uf, qué gusto. No me había dado cuenta hasta ahora. Más que grietas son fisuras, unas líneas irregulares que han fracturado la pintura blanca e impoluta de la pared, unas ligeras resquebrajaduras, sutiles, apenas perceptibles, que se van abriendo hacia abajo, un zigzagueo inesperado, una cicatriz, unos relámpagos que afean la pared y que, inopinadamente, me desasosiegan, Amaia, ¿qué hacen esas fisuras ahí?, y luego el charco de sangre.
Un solo elemento sirve de nexo a tres voces diferentes porque, aunque salen de la misma boca, se identifican con tres momentos distintos, con tres estados de ánimo: realidad, recuerdo y futuro; dolor, impaciencia y soledad; unidas por una imperfección rutinaria cuyo arreglo casi nunca es definitivo. El problema es que las fisuras nunca se ven de las misma manera por dos personas que conviven a diario; siempre hay uno que intentará taparlas con la indiferencia o restando importancia a su presencia, incluso cuando las fisuras se agrandan a la misma velocidad que lo hace el conflicto que surge entre ellos, sobre todo cuando este se antoja sin solución, o la que tiene apela a la imposibilidad de ser coherente, porque roza en la ilegalidad o en la imposibilidad de participar de ella sin mancharse.
Saber que siempre va a quedar un poso de incomprensión e irrealidad en el que queda vivo también es parte del conflicto, pero también del amor, y Las fisuras es sobre todo una novela de amor. El amor eterno existe, porque trasciende a la muerte.
Las fisuras es un dardo envenenado hacia una sociedad que no ha sabido dar solución a problemas como el sufrimiento extremo, sin tener la necesidad de apelar a la ética. Prevalecen los prejuicios a la calidad de vida, como prevalecen las sospechas a la plena confianza en cualquier relación. Es muy difícil entender que el amor y el dolor siempre caminan de la mano sobre una débil cuerda siempre a punto de romperse.
Santiago Velázquez. Las fisuras. Caligrama Editorial 2020.
Pedro Turrión Ocaña
No hay comentarios:
Publicar un comentario