martes, 14 de enero de 2025

Atlas. Alba Cid (Reseña)

 


Un poema contiene el mundo: desde la fascinación podemos descubrir sus historias y rastrear sus ecos. En estos poemas, confeccionados como objetos, como pequeñas cajas de resonancia o secreteres, caben grabados y postales, cartas y ensayos; dos eclipses enmarcan el libro.

Alba Cid elabora en Atlas una cartografía sorpresiva y resistente, como la pintura sobre tela de araña o las cartas de navegación polinesias. En el curso de este recorrido singular, punteado de ritos, flores e historias apócrifas, emergen preguntas sobre la comunicación o la legibilidad de cuanto nos rodea.

Afirma Alba Cid que Atlas es una «suerte de recorrido distinto por el mundo», y no le falta razón. Cualquier proyecto poético es precisamente eso, una suerte de recorrido por el mundo personal, y particularísimo, de quien lo escribe. Un recorrido que es único pero también tentacular porque, si bien es cierto que nace de lo más profundo del poeta, no es menos cierto que su intención principal es hacer germinar la emoción en el lector.

Pero, ciñéndonos al «recorrido» al que se refiere la autora, no tenemos que ir muy lejos para encontrar el motivo principal que nos conducirá a través del poemario:

las plantas perennes necesitan mucho tiempo para crecer. es el caso de los tulipanes, / las flechas envenenadas del tejo, / las historias

Las historias que alimentan el poema concebidas como plantas perennes que crecen lentamente azuzando la memoria ‒«rastreando el eco», leemos en la contraportada‒ le sirven para dibujar un atlas que avanza verso a verso hacia la hibridación.

En Atlas, Alba Cid nos convierte en pasajeros de un viaje literario a través de todos los continentes pero, lejos de crear nuevas fronteras, incluso difuminadas como marcas en el texto ‒llama la atención que no hay mayúsculas después de los puntos o al principio de los versos‒, esta «pequeña occidental» que confía más en la historia de las palabras que en la de los hombres, indaga en la esencia de la civilización desde la insignificancia de lo que es verdaderamente importante,  con una voz poética particular con la que es capaz de construir un relato total rebosante de imágenes.

Flores que siembran la confusión al ser utilizadas como alimento. El corazón de una manzana, olvidado en medio de la playa, como el más humilde de los puertos que perduran en su empeño de seguir la tradición. De nada sirve la experiencia si el temporal nos engulle y, como una paradoja, terminar viviendo boca abajo sin inmutar la realidad. El viejo Cañón del Sil, convertido en criatura, es la metáfora perfecta de nuestra insignificancia en el tiempo. La fragilidad de la memoria, como pintura sobre tela de araña o el poder de conjurar el mal con sal sobre la tierra, como si fuera nieve, o fertilizar la tierra con estrellas de mar

se coloca en el centro y alza la vista, para capturar el brillo que fue / de la Vía Láctea

A pesar de cualquier escepticismo, a veces la evidencia llega con la flecha que atraviesa el pescuezo de un ave que, a pesar de la herida, es capaz de dibujar en el cielo la estela de la ruta antigua de la migración. Dolor y luz,

...la levedad existe porque existe el deseo

Una trampa para moscas no es más que el recuerdo más terrible de la infancia, donde la única defensa posible es el lenguaje con el que la poesía emerge de la tierra, como las cigarras, brillo de celofán en sus alas, para dominar las alturas apenas un instante, a pesar de las generaciones

ya ves, no hay maldad, / no hay por qué inquietarse

Qué hermoso pensar que los dioses nos bastan, que el acceso es un camino de tablas en el cielo y que el coral acaso sea una ofrenda en el salón de té. Y qué corta la distancia desde aquél lago-mar, rio del origen, si el mensaje intercontinental nos llega sobre las alas del cormorán ‒corvo mariño, qué belleza, la lengua original, la música de las palabras, en esta sinfonía de la pesca ancestral. La imagen del amor, arte marcial, grulla y serpiente entonando la danza de la muerte sobre una línea de pestañas

permanecen, sin tocarse, unidas en el asombro / de las marcas paralelas de los colmillos en la carne de la víctima

Erigir una columna de palabras, para conmemorar al que se marcha, para fortalecer los  brazos titánicos de  Atlas en su afán de sujetar al fin la bóveda celeste.

Imágenes poderosas, físicas y mentales

intuir el bosque en la dispersión de las semillas

Cartas de navegación que perfilan el rostro angular de Nefertiti

fuera de nuestro campo visual / ‒en completo silencio‒ / se fundan islas coralíferas

La inmensidad del océano tallada en un mapa de hueso que cabe en la palma de la mano.

los símbolos trabajan su propio deshielo

Escribe Ignacio Vleming: «Frente a la literatura confesional, convertida en escaparate de ínfulas y miseria, los poemas de Atlas son como vitrinas de un museo en el que todo parece estar vibrando». 

Vitrinas que nos muestran sus hallazgos a través de los versos, figuras que destapan la emoción del lector sin necesidad de alzar la voz. En Atlas nada altera las palabras que hacen posible el poemario, ni siquiera el más mínimo atisbo de ruido visual, a pesar de esa sensación de continuo movimiento.

pero el tiempo es un palíndromo, cuerpo de junco de pantano, / y cuando lo entendemos, solo queda derramar el lenguaje y describir / la manera lenta en que él abrazaba / sin saber / que el gesto era ya un sacrificio, / y que solo conseguimos abrazar así / a few times before we die

Alba Cid. Atlas. La Bella Varsovia, 2024.

Traducido del gallego por la autora a partir de la edición original (Galaxia, 2020), con la que obtuvo el Premio Nacional de Poesía "Miguel Hernandez".

Pedro Turrión Ocaña

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