jueves, 17 de febrero de 2022

Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado. Maya Angelou

 


«Iba a parecer una de esas lindas niñas blancas que eran el ideal de todo el mundo, el sueño de un mundo como Dios manda», dice la niña Maya al ver a su abuela confeccionar el vestido con el que irá a la iglesia.

Como Dios manda”, “ideal”, “blanco”. No son eufemismos, son las primeras conclusiones que, como recetas de supervivencia, saca una niña negra a partir de las realidades que percibe del entorno en el que habita: el Sur de los Estados Unidos, durante los primeros años del siglo xx. En esa época, uno de los sueños recurrentes de cualquier niña negra norteamericana, era convertirse en blanca. La pequeña Marguerite lo explica muy bien:

«Si bien el proceso de desarrollo de una muchacha sureña negra es doloroso, la sensación de estar fuera de lugar es como el óxido de la navaja que amenaza con cortarte el cuello.»

Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado es la primera de las siete novelas autobiográficas que la activista y escritora norteamericana Marguerite Ann Johnson, Maya Angelou, escribe. Publicada en 1969, en ella nos relata la dureza de la infancia que le tocó vivir y que, por extensión, nos da una imagen diáfana de un tiempo de supervivencia, de una herida que aún hoy, tantos años después, no ha dejado de supurar.

Tras el divorcio de sus padres, que viven en California, Maya pasa sus primeros años en casa de su abuela paterna, propietaria de la única tienda de la zona segregada donde habitan los negros, en una pequeña población de Arkansas. Allí sobrevive junto a su hermano Bailey y su inválido tío Willie, arropados por una estricta educación religiosa que actúa como un muro donde las lamentaciones hallan su punto de equilibrio, a pesar de la certeza que tienen de que Dios es blanco también . La abuela, Yaya, transmite una imagen de fortaleza que siempre hay que tomar con pinzas, porque allí nadie está a salvo, en cualquier momento pueden venir los “muchachos” (el Ku Klus Klan) y llevárselo todo por delante con total impunidad. Maya observa, aprende y a veces duda:

«Recuerdo no haber creído nunca que los blancos fueran de verdad reales […] Sabía, por ejemplo, que los hombres blancos llevaban calzoncillos, como el tío Willie, y que tenían una abertura para sacarse la “cosa” y orinar y que los pechos de las mujeres blancas no iban, como algunos decían incorporados a sus vestidos, porque había visto sus sostenes en los cestos, pero no podía hacerme a la idea de que se tratara de personas.»

Todo parece cambiar cuando, tras la visita inesperada de su padre, los dos hermanos viajan a San Luis para vivir con su madre. Al verla por primera vez, su mente de nuevo trata de justificar lo injustificable:

«Comprendí al instante por qué me había enviado lejos. Era demasiado bella para tener hijos. Yo nunca había visto una mujer tan guapa como ella a la que llamaran “madre”.»

Como es de suponer, todo es un espejismo. La violación de su padrastro, con tan solo ocho años, devuelve a Maya de manera abrupta a la única realidad posible, la de la lucha por la supervivencia por sí misma, sin fiarse de nadie.

Tras la lectura, lo que más me llama la atención de la novela es que no hay nada más poderoso que la necesidad de aprender, de quedarse con lo bueno, y que se hace extensivo a todos los personajes: la invulnerabilidad de Yaya, que se aferra a la religión para construirse una barrera infranqueable que la protege incluso de las burlas de las niñas de los blancos; la permisividad de la madre que sabe que solo dejando que sus hijos conozcan lo que hay a su alrededor pueden avanzar, pero sin perderlos de vista; y hasta la violencia mafiosa de la abuela materna –la abuela Baxter–, que se apoya en la fuerza y la corrupción para proteger a los suyos. Todos estos comportamientos influyen poderosamente en la personalidad de Maya, sin embargo, el hecho que más influye en su personalidad es la lectura que, de un mero recurso contra el aburrimiento, se convierte en una necesidad. Buena parte de culpa la tiene otro personaje crucial en la novela, la señora Berta Flowers, la "aristócrata del Stamps negro", de la que dice Maya:

«No iba a echar de menos a la señora Flowers, porque me había transmitido su palabra secreta con la que convocar a un genio que había de servirme toda mi vida: los libros.»

Ella le enseñó una de sus primeras “lecciones para la vida”:

«Dijo que siempre debía ser intolerante con la ignorancia, pero comprensiva con la cultura.»

Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado pertenece a un grupo de novelas que son el retrato del sufrimiento de una época de la que no se habla lo suficiente hasta pasado el tiempo. Son retratos de un tiempo que hay que juzgar con la perspectiva de los años para darnos cuenta del doble sufrimiento que nace de la discriminación: por un lado, la injusticia del término, en sí; y por otro, la necesidad de quien la sufre de normalizar o justificar algunas situaciones para intentar salir indemne de ellas. Por esta razón, el testimonio escrito no suele ser inmediato. Nunca es fácil ahondar en la propia intimidad, y más cuando está plagada de injusticia y de violencia. Solo el transcurrir del tiempo, como la paciencia del mar tras un naufragio, permitirá que las respuestas afloren a la superficie. Cuando por fin logra descubrirse, Maya Angelou se abre en canal y nos regala un texto incómodo, pero clarificador, necesario para entender hasta qué punto el ser humano es capaz de maltratar a sus semejantes, desde la estúpida creencia de sentirse superior por el hecho de tener la piel de un color determinado.

La novela es también un relato de iniciación, con la dificultad añadida de que Yaya es una niña negra que tendrá que crecer en un mundo de blancos. No solo lo conseguirá, sino que se convertirá en un aguijón incómodo que supo tocar diferentes palos: fue actriz, bailarina, cantante, periodista, además de una importante activista en pro de los derechos humanos y, por supuesto, escritora.

 El pájaro enjaulado no canta, grita; y en la voz de Maya, ese grito se expande en un coro infinito que no tiene más remedio que estallar.

Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado. Maya Angelou. Traducción de Carlos Manzano. Libros del Asteroide, 2016.

jueves, 10 de febrero de 2022

Fármaco. Almudena Sánchez (Reseña)

En Fármaco encontraréis un cerebro que quería desaparecer y una escritora que lo agarró y buscó cómos y porqués entre recuerdos, conductos y cavidades.”

«La lucha por escribir es siempre la misma: un pequeño temblor poético frente al gran filete de la realidad.»

No es cuestión de desnudarse, sino de abrirse en canal y desangrarse. Tras el terrible trago de sufrir una depresión que la llevó al borde del suicidio, Almudena Sánchez se aferra a todas las fuerzas de la naturaleza para escribir un libro consciente y sincero con el que consigue transmitir al lector, a partir de la tristeza y el enorme sufrimiento, una gran dosis de esperanza y positivismo: Fármaco.

Para conseguirlo, la autora construye un relato de ficción en el que nos cuenta su realidad, que no es la panacea que nos hará inmunes a la terrible enfermedad destructora que ella ha sufrido, sino una alerta, un aviso a navegantes, un semáforo en ámbar que en un instante puede teñirse de rojo sin avisar.

A través de sus páginas, Almudena Sánchez recorre la línea irregular de su existencia, no solo desde las imágenes que el recuerdo almacena en su mente, sino también a partir de pensamientos y delirios que lo mismo han podido nacer del deseo o de la repulsión, del sueño tranquilo o de la pesadilla. Nos muestra todas las cicatrices que le han ido quedando después de cada herida, desde los días de colegio en su pueblecito balear de Andratx, hasta las conversaciones con el siquiatra que la ayudó a curarlas. Pero el logro más importante del texto es que, a través de su prosa tranquila y perversa, capacita al lector para distinguirlas claramente, hasta las que han quedado grabadas en su cerebro.

Sin embargo, no hay nada tópico en el libro, porque todo es ficticio y real en él, como la inestabilidad de la vida y la certeza de la muerte. No hay autocompasión, pero tampoco vanidad ante su capacidad de supervivencia, sino una calibrada descripción de los fantasmas silentes que hicieron de su mente el lugar de su expansión y que a punto estuvieron de lanzar su cuerpo contra la negra silueta metálica de la muerte.

Piensa que: «Existe una oficina dentro de mis ganas de vivir. Una burocracia emocional. Un DNI estropeado. La imposibilidad de tomarse el mundo como quien se toma una copa de vino: sin pensar en nada y con la debida tranquilidad», a pesar de ser consciente también de que: «Hay poesía en los manteles a cuadros».

Almudena Sánchez. Fármaco. Penguin Ramdom House Grupo Editorial, 2021.

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