jueves, 15 de febrero de 2024

Es tan fuerte la noticia, María Castro Hernández (Reseña)

 


El 6 de noviembre de 1936, Madrid es una ciudad rodeada por las fuerzas rebeldes. Esa madrugada, mientras el gobierno de la República se prepara para huir a Valencia, varios hombres llegan a la cárcel Modelo. Con el «eufemismo» de trasladar al preso Luis Calamilta Ruy-Wamba, director del diario Heraldo de Zamora, a la cárcel de Chinchilla, lo sacan de la prisión y momentos después lo ejecutan en el muro de ladrillo exterior que rodea el edificio. Tres años y medio después, el 9 de agosto de 1940, Vicente Rueda, de 28 años, muere fusilado en la tapia del cementerio de La Almudena en Madrid acusado de aquel crimen tras ser sometido a un juicio sumarísimo de urgencia, juicios sin garantías procesales de ningún tipo. […] Es tan fuerte la noticia, se despide Vicente en su última carta, que no sé cómo decírselo a mi madre.

En la librería Rafael Alberti, de Madrid, Cristina Pineda, editora de Tres hermanas, afirmó que la presentación de Es tan fuerte la noticia era muy especial para ella por el compromiso de la editorial con la honestidad y la verdad. Honestidad y verdad. ¡Qué difícil es escuchar estas palabras en estos días que se caracterizan más por el término elegido por la Fundéu como palabra de 2023: Polarización. Y hay otra palabra, que también pronuncia Cristina que, tras leer detenidamente este excepcional libro-documento, comparto totalmente: rigor.

Al escribir esta novela documental, María Castro Hernández podría haberse quedado en la historia. En una historia. Sin embargo, lo que marca la diferencia con otros relatos de esta índole es que María nos explica, con pelos y señales, como si de una segunda línea argumental se tratara, todo el proceso de investigación y las dificultades para llevarla a buen puerto. Subrayo dificultades. De esta manera nos permite descubrir que la Historia, con mayúscula, siempre tiene matices que no nos permiten ver la totalidad, porque siempre resulta más fácil mantenerlos ocultos. No sé si fácil es la palabra precisa, en este caso.

Pues bien, con todos estos ingredientes, una historia mínima que, en condiciones normales, solo le interesaría al entorno de los protagonistas del relato, en manos de María Castro Hernández se convierte en una Historia universal.

Aunque el propósito original del libro es esclarecer lo que ocurrió con Vicente Rueda, hay otro muerto en la historia, y es del bando contrario. Lo que me sorprende gratamente, por lo inhabitual, es que Castro trata a los dos personajes con el mismo respeto. Hay un diálogo muy interesante, que mantiene la autora con Eduardo Martín, del Foro por la memoria de Zamora , en el que termina diciendo: «Pero lo que sí es verdad es que a Calamita lo asesinaron, y alguien tuvo que hacerlo». De hecho, el cadáver que nunca apareció fue el de Luis Calamita.

En un capítulo del libro, María Castro menciona un artículo de Juan Manuel de Prada, publicado en 2007, en el que trata a Vicente, entre otras cosas, de “desecho humano”, y le acusa, no solo de ser el verdugo en la ejecución de Calamita, sino también de vengar, con su muerte, una supuesta competencia en el negocio de la imprenta y una venganza amorosa a favor del ministro de Gobernación republicano, Ángel Galarza. Desconocemos cuáles fueron las fuentes de las que se sirvió el escritor zamorano para expresarse con tanta seguridad sobre esas acusaciones, sí conocemos, en cambio, el fruto de cuatro años de trabajo de Castro, al respecto, plasmado en el libro, no solo con explicaciones detalladas, sino también, con multitud de documento e imágenes.

Leemos, por ejemplo, en una parte del libro:

«Y aquí surgieron nuevas dudas. Pues siempre habíamos dado por hecho, tanto Eduardo como José Carlos y yo, que aquel Gonzalo Rueda del Socorro Rojo era Gonzalo Rueda Fernández, el primogénito de los Rueda. Sin embargo, en las cartas que me facilitó su hijo, posteriores a la guerra, Gonzalo R. F. se describe a sí mismo como “antipolítico”, un dato sorprendente que analicé en varias conversaciones con José Carlos y que nos hizo pensar que quizá el secretario del Socorro Rojo pudiera ser, después de todo, el patriarca de la familia, Gonzalo Rueda Iglesias. Al faltar el segundo apellido, no encontré la manera de verificarlo».

¿Cómo se puede frivolizar de esta manera cuando, a pesar del exhaustivo trabajo de documentación, que se refleja en el libro, la falta de un mínimo dato puede dar al traste con lo que, a todas luces, sería una evidencia? Cierto es, y se dice en el libro, que Vicente Rueda firma el recibo de salida de la prisión, de Luis Calamita, fácil es culparle de su muerte.

Gracias a la Asociación para la recuperación de la memoria histórica (ARMH), María Castro se pone en contacto con un familiar de Luis Calamita, que se emociona cuando le cuenta la historia de Vicente Rueda. Dice textualmente:

«Se conmovió también con lo ocurrido con la familia Rueda, lo que me hizo pensar que había encontrado, tanto en los descendientes de Vicente como en los de Luis una disposición y un estado de ánimo más conciliador que en aquel artículo de De Prada».

«Hay algo de búsqueda de nosotros mismos en estas historias», afirma María Castro, en otro lugar. Tal vez sea por esa necesidad que tenemos de comprender, tras tanta manipulación avalada por la rapidez y la profusión de medios, que en nada ayudan a la reflexión. A esto hay que añadir algo que ha sido común en muchas de las personas que sufrieron la guerra civil y la posguerra, y que ha dificultado enormemente poder conocer, de primera mano, todo lo que ocurrió de verdad, sin pasar por la pátina de la versión interesada salida de la brocha del poder de turno; me refiero al silencio autoimpuesto como manera de no causar daño. Silencio que, ante cualquier búsqueda de información, dejaba a los descendientes con una única respuesta posible: de ese tema «no se hablaba en casa».

Silencio y manipulación que nos han dejado como herencia un sinfín de preguntas que se quedarán sin respuesta. La desaparición de todos los testigos directos y de los descendientes que convivieron con ellos, nos pone de nuevo ante la tesitura de hablar de oídas o de guardar silencio. O, como ha hecho María Castro Hernández, investigar a pesar de las dificultades, para raspar, en la medida de lo posible, la mayor cantidad  de ese  velo de engaño y frustración.

Quiero finalizar subrayando una palabra más: humanidad, la tremenda humanidad que destila la novela. El mejor ejemplo lo tenemos en la imagen de transformación espiritual que se vislumbra en un Vicente que, a pesar de declararse comunista, muestra en sus últimos momentos una gran espiritualidad; y, sobre todo, en las cartas de su hermano Gonzalo, preso también y condenado, a su novia, Tránsito, a pesar del sufrimiento que los rodea, y de ser, desde el principio de su relación, por su distinto origen ideológico, una pareja abocada al fracaso.

«Cuando salga, te llamaré a conferencia para hablarte a ti por primera vez después de este cautiverio que a más de haber sido largo nos ha quitado una parte de lo mejor de nuestra juventud, pero ya pasó. / Bueno nada más, hasta pronto. / Tú siempre que te abraza y te quiere, te ama, te adora, te come y te pisotea (¡Eh, Rueda, un poco de cuidado) es verdad, le diré……. un…..beso que dure 5 horas y 26 minutos 37 segundos y 2 décimas ¡Dispénsame de todo! Tu, tururu tu tu / Gonzalo».

María Castro Hernández. Es tan fuerte la noticia. Tres Hermanas, 2023.

Pedro Turrión Ocaña

jueves, 1 de febrero de 2024

Matrioskas. Marta Carnicero Hernanz (Reseña)

 



Hanna vive un doble exilio: uno estrictamente geográfico, lejos de la tierra que la vio nacer y que debió abandonar, y otro íntimo, que la mantiene apartada del mundo que la rodea por miedo a que la lastimen. A dos mil Kilómetros de distancia, en un entorno privilegiado, Sara, que acaba de cumplir dieciocho años, está ansiosa por ser libre. Enfrentadas a una realidad incómoda, fruto de decisiones del pasado que aún reverberan en el presente, ambas harán descubrimientos tan amargos como sorprendentes mientras acortan la distancia que las separa.

En las últimas páginas de El cielo según Google, primera novela de Marta Carnicero Hernanz, leemos:

«El mundo está lleno de conflictos que en realidad se llaman guerras, y los informativos solo hablan de ellos cuando son nuevos».

Aunque en la novela el significado que la autora le da al término guerra es mucho más amplio, la frase nos puede servir para adentrarnos en su tercera novela, Matrioskas, porque la idea central de esta novela, así, sin paliativos, podría ser perfectamente la mujer como arma de guerra.

La novela podría referirse a cualquier guerra, sin embargo, Marta Carnicero se centra en los sucesos de una guerra concreta, aunque no la nombra, pero sí menciona un lugar que nos suena vagamente por haberlo oído de soslayo en las noticias. Siempre me he preguntado por qué se ha hablado tan poco de una de las guerras más crueles, exterminadoras y genocidas, de la historia reciente de Europa: la denominada guerra de los Balcanes.

El gran acierto de la novela no es solo lo que cuenta, que ya es duro, sino cómo lo cuenta. Hace lo que no puede hacer ningún historiador, meterse en la piel de las protagonistas y dejar que nos hablen con su propio lenguaje. Vemos con sus ojos, pero no nos recreamos en la visión de un suceso cruento, aunque sí sentimos su dolor. Últimamente, siempre repito una frase que oí a Juan Gabriel Vasquez, citando al poeta romántico alemán, Novalis, que dice que las novelas sirven para completar las carencias de la historia. Humanizar dichas carencias, viéndolas desde el lado más  sensible  de unos personajes salidos de los "extras" de la historia, puede lograr algo aún más importante que dar visibilidad a un suceso: ayudar a reparar el daño que dicho suceso pudo causar en personas reales, siempre invisibles para el gran público, el mismo que escuchó la noticia en la televisión mientras se servía el postre de la cena o ahora reserva un fin de semana de relax en un balneario paradisíaco rehabilitado, a poco más de cien kilómetros de Sarajevo.

Al principio, nos cuesta entender lo que estamos leyendo, pero me da la impresión de que esto es un efecto premeditado, que sufren también los personajes. En este sentido, es muy importante el papel que Carnicero asigna a cada una de las dos voces narrativas de la novela y a su diferente manera de narrar.

Por un lado, Hanna nos habla en segunda persona, a modo de voz interior en debate constante consigo misma, y sus capítulos tienen un nombre concreto que nos predispone ante lo que vamos a leer. Sara, sin embargo, nos habla desde una primera persona directa e incisiva, a través de unos capítulos marcados con números. Estos recursos, tan sencillos a simple vista, logran que el lector sea capaz de identificar con claridad cada una de las voces, al tiempo que siente en sus carnes el desasosiego particular de los personajes. Un desasosiego que a veces se convierte en una bofetada:

«No sois como ellos porque os falte fuerza física: ellos están fabricados de otra pasta. ¿Quién empieza las guerras, quién compromete a países enteros? ¿Quién las busca, quien se lanza? Al final sois las mujeres las receptoras de toda esa rabia. Os consideran propiedad de vuestros maridos y utilizan vuestros cuerpos para herirlos. No sois más que un medio: más económico que munición, menos expuesto que la trinchera, más humillante. Placentero ‒por incomprensible que pueda parecerte‒ fácil de usar e infalible para aliviar la tensión de la tropa. Los hombres y los niños, en su mayoría, se librarán del suplicio en nombre de una hombría que ningún soldado se atreverá a comprometer, la misma que excita el deseo en plena barbarie. ¿De qué clase de cerebro puede surgir tal plan? En unos años, cuando alguien te lo niegue, te detendrás a calcular porcentajes: cincuenta mil mujeres son muchas a violar».

La mujer como objeto y objetivo: engendra hijos condenados a ser estirpe del vencedor y sangre del vencido. Cincuenta mil violaciones, que sabemos que no son únicas, que se han repetido y se repiten una y otra vez en cada guerra. Al final, cuando el resultado de la violación ya no tiene remedio: ¿Qué puede más, el amor maternal o el odio al genocida? ¿Seríamos capaces de ponernos en su lugar?

Asistimos a un suceso, terrible en sí mismo, a través de dos intereses diferentes, cada uno con sus razones y su evolución personal, pero que siempre termina afectando a quien le ha tocado estar en medio. Toda la historia de la novela gira alrededor de una violación concreta, desde el punto de vista de quien la sufrió, pero también, y ahí está el gran acierto que equilibra la trama, desde los ojos del fruto de esa violación.

Me parece muy acertada la elección del título de la novela. El concepto matrioskas, a pesar de que puede tener diferentes lecturas, yo lo he querido ver como conflicto que genera o que esconde‒ otros conflictos.

La verdad de Hanna con su culpa permanente a cuestas: intenta protegerse manteniendo oculta una muñeca que, aunque siempre es la última en aparecer, nunca deja de estar ahí. 

La necesidad de Bet de ser madre y de seguir siéndolo a pesar de todo: la última muñeca, siempre visible.

Y entre las dos, Sara.

«Me siento huérfana, y dos veces. De la madre que me negó y de la que niego».

Matrioskas es una novela dura pero necesaria, que induce continuamente a la reflexión. Mientras leía, yo me preguntaba, por ejemplo:

¿Es lícito actuar por cuenta propia si las autoridades no lo hacen?

Si se decide contar la historia, ¿hay que hacerlo con la verdad absoluta o depende de los intereses del medio?

¿Existe la verdad absoluta?

Marta Carnicero Hernanz. Matrioskas. Acantilado, 2023.

Pedro Turrión Ocaña




Último artículo

San Vicente Ferrer 34, Iñaki Domínguez (Reseña)