domingo, 20 de octubre de 2024

San Vicente Ferrer 34, Iñaki Domínguez (Reseña)

 


Iñaki Domínguez ofrece un relato hiperrealista del interior de un narcopiso, dominio que conoce de primera mano por sus investigaciones de campo. Se trata de una obra teatral de indudable valor antropológico, aunque también literario. Los tintes sórdidos y cómicos de dicha realidad sin duda no escaparán al lector.

Escribe José Ángel Mañas, en el prólogo de San Vicente Ferrer 34, que la verdadera literatura es saber ver lo que todo el mundo ve pero que nadie ha verbalizado. Mañas se refiere a una «historia popular subterránea (de Madrid) a la que nadie estaba prestando atención», pero que es un pálpito brutalmente audible para la gente de la calle, sutil para los que viven en sus casas y oficinas, e imperceptible para los eruditos universitarios, que son los que habitualmente escriben la historia (con mayúscula). Al respecto, Iñaki Domínguez afirma que la historia que se vive en la calle casi siempre está más allá de los medios de comunicación y que si no se pone sobre el papel, se pierde.

Iñaki Domínguez es licenciado en Filosofía y doctor en Antropología cultural, experto en subculturas y en el estudio de campo de la vida callejera, y en un tiempo participó del exceso de la noche madrileña. Esta mezcla explosiva le permite sintetizar la teoría académica con la experiencia de primera mano. Es cierto que estamos acostumbrados a leer de él un tipo de libro cuyo género cabalga entre el ensayo, el testimonio, el reportaje periodístico, incluso la etnografía y que ahora nos sorprende con una obra dramática, pero que comparte algo muy importante con sus obras anteriores: la sensación de que estamos ante un relato tan real, que roza la hiperrealidad.

Autor de títulos, como: Sociología del moderneo, Signo de los tiempos: visionarios, locos y criminales del siglo XX, Cómo ser feliz a martillazos: un manual de antiayuda, El expiador, Vida y obras de Charles Manson, Macarras interseculares, Homo relativus, Macarrismo, Macarras ibéricos o La verdadera historia de la Panda del Moco, como añade Mañas más adelante, a pesar del cambio de género literario, San Vicente Ferrer 34 es una extensión más de su obra, a la que califica de realista, provocadora y estimulante. No puedo estar más de acuerdo.

Al observar algunos de sus títulos, no es difícil adivinar que la figura del macarra está muy presente en su obra, pero son muchos los matices que este término acarrea tras de sí, por eso es imprescindible dejar a un lado su concepción popular y ceñirnos a una realidad incómoda, muchas veces subliminal. Es muy fácil pensar en un personaje marginal, habitante del borde del abismo, rodeado de carencias y casi siempre violento, sin embargo, a veces el arquetipo, señalado por la sociedad, tiene un origen muy distinto y no por eso menos veraz; leamos, por ejemplo, su libro anterior: La verdadera historia de la Panda del Moco. En esta visión tan amplia radica la importancia de su testimonio.

San Vicente Ferrer 34 se desarrolla en pleno Malasaña, un barrio de Madrid siempre de moda que, de cara a la galería, no da la impresión de que tras sus paredes pueda albergar un escenario como el que nos presenta Domínguez: un narcopiso habitado por una grupo de toxicómanos, que ya vivieron en el barrio la movida, y que han logrado resistir hasta la actualidad. La historia tiene su origen en una visita que el propio Iñaki realizó a un piso similar al que describe en la obra, por lo que no es difícil adivinar que gran parte de lo que se dice en ella es tan veraz como la existencia de esta realidad paralela que tantas veces olvidamos.

Pero si ya es difícil tocar la fibra del lector a través de un retrato minucioso, como es el reportaje, que asociamos con el contacto directo con la realidad narrada, hacerlo a través de unos personajes ficticios, que siempre visualizaremos recorriendo las tablas de un escenario, el obstáculo es mayor; el secreto está en el tratamiento que Iñaki Domínguez hace del lenguaje, en la precisa construcción de unos diálogos que se adaptan como un guante a cada uno de los personajes. Diálogos que parecen intrascendentes y hasta divertidos, pero que ponen sobre la mesa una serie de temas importantes y abren la puerta a la reflexión y al debate. Pongamos algún ejemplo:

Dice LOLA, en la pág. 16: «Sí, pero antes los modernos éramos nosotros, y míranos. Ahora los modernos son guiris o niñatos de pueblo». Y a estos últimos, más abajo, los denomina «paletillos de mierda». La crítica que hace de su entorno el “caído en desgracia” siempre va de abajo a arriba.

Uno de los personajes con más peso en la obra es Antoine. En un momento le oímos decir que en su época no había malos rollos entre los “bandidos”, y que los atracadores no eran unos “bragalilas” como ahora. Es importante la idea del “ladrón” que roba exclusivamente para conseguir el dinero con el que costearse la droga, pero que, si se ve necesitado, no duda en apoyarse, por ejemplo, en la prostitución, siempre como algo colateral.

Se mencionan en el libro grupos, como “La banda de los Muchachos”, según Antoine, «los atracadores más famosos del centro». Iñaki Domínguez se hace eco de nombres reales, como el de la Panda del Moco en su libro anterior.

Los personajes hacen también mucho hincapié en la diferencia de calidad de la droga de entonces en comparación con la de la actualidad, y que ahora a los chavales les venden speed a precio de cocaína. No sé muy bien si este supuesto “dejarse engañar”, es una tara del mercantilismo, pura desesperación o una manera más de ser moderno.

Se habla también de otras adicciones, como el uso indiscriminado de medicamentos, el abuso del porno o la que tal vez sea una de las más peligrosas, por la sensación de que lo habitual no es nocivo: el no despegar los ojos del teléfono móvil. Puede que ponernos a todos a un mismo nivel sea una especie de autojustificación, que asumimos porque nos facilita a dar por buenos comportamientos mayoritarios no siempre suficientemente analizados.

Por ejemplo, yo tenía la impresión, de que el consumo de droga a gran escala había casi desaparecido o había quedado reducido a ciertos lugares marginales por todos conocidos. Tras leer la obra, y reflexionar, creo que tanto a mí, como a tantas otras personas que pasean a diario por el barrio en el que se desarrolla la obra, que saboreamos una buena cerveza en sus terrazas, compramos libros en sus librerías, o disfrutamos de una buena obra de teatro en sus salas, nos sobra ingenuidad y nos falta una buena dosis de observación.

Dice Antoine que no se considera una víctima de la droga, y el personaje de Iñaki (trasunto del autor, con quien comparte nombre) le responde que hay quien piensa lo contrario y le habla de la figura del “chivo expiatorio”:

[…] El chivo expiatorio era una cabra que los judíos cargaban con los pecados de la comunidad cuando había una peste o alguna disrupción social, y lo mandaban de una patada al desierto o lo sacrificaban […] Aunque sus hermanos y padres parezcan apenados, el chivo u oveja negra representa una herramienta idónea para que ellos tengan la conciencia tranquila […] Así se olvidan de lo que ellos hacen mal, que es mucho […] En este piso, de hecho, hay un montón de ovejas negras que han cargado sobre sus hombros con todos los pecados de sus núcleos familiares. Y lo estáis pagando con creces. En el fondo, es una injusticia. ¡Cada uno que pague lo suyo!

Si se trata de pagar, me temo que una mayoría hará suya la respuesta que recibe Iñaki, por boca de Gus:

Vaya rollos te cuentas. ¿Seguro que no has tomado algo antes de venir? A ver si al final el que va a ir puesto eres tú…

Iñaki Domínguez. San Vicente Ferrer 34. Vencejo Ediciones

Pedro Turrión Ocaña

domingo, 8 de septiembre de 2024

No todo el mundo. Marta Jiménez Serrano (Reseña)

 


Con la elegancia y madurez narrativa que ya demostrara en Los nombres propios, Marta Jiménez Serrano construye en su segundo libro un mapa de la intimidad preciso, minucioso y delicado. Emotivo pero también irónico, unas veces radiante y otras agridulce, No todo el mundo funciona como un espejo en el que no podemos sino vernos reflejados y nos recuerda que todos, para bien o para mal, en algún momento hemos visto nuestra existencia sacudida por el implacable poder del amor y sus consecuencias.

No todo el mundo es un libro sobre el amor, sobre cómo se construye el amor, sobre cómo se deconstruye, que no es lo mismo que decir cómo se destruye. En sus catorce relatos son tan diversas las situaciones que describe, que es difícil que cada lector no se reconozca en alguna, vivida o contemplada como espectador.

Dejar una relación como dejar de fumar, pero manteniendo lo importante, un objeto sentimental, siempre presente, y las ganas de fastidiar a alguien; lo explosivo en un cruce de parejas “ex”; el menosprecio de la edad; la búsqueda de una justificación que alguien tendrá que repensar, basada en la aliteración como fundamento del lenguaje del amor; la felina insistencia de la presencia ineludible de un tercero vista través de una ventana abierta; la importancia de un objeto metálico colgante, entre la religión y la distancia social; cómo se monta uno mismo su propia película del amor perfecto; la sombra de un hija ajena que nunca olvidará el rastro que queda, tras la separación; la sempiterna relación entre profesor y alumna; la sospecha patológica que surge a partir de la visión una espalda depilada; el peligro de la autoficción; el miedo adolescente a sobresalir en positivo; o la complicidad y la confianza que resiste, como algo único e inolvidable, a pesar del tiempo. 

Esta enumeración no es otra cosa que un ejemplo de la capa más superficial de los relatos, porque lo verdaderamente importante está en el poso que van dejando en el lector a través de invisibles chispazos que impactan directos en su cerebro.

Hay mucho en ellos de observación y reflexión, y no es nada fácil dar con la tecla que permite caracterizar a sus personajes, como realidades cotidianas, sin caer en arquetipos, las más de la veces, sacados de contexto, y Marta Jiménez Serrano lo consigue con creces. Su idea es jugar con las perspectivas: en el amor, las perspectivas se tienen que poner de acuerdo; y en el desamor, lo que prima es saber entender la necesidad del desacuerdo:

«Toda relación necesita un proyecto. En la actualidad, cada pareja se lo tiene que inventar».

No todo el mundo es un libro fácil de leer, pero con una gran cantidad de lecturas dentro. Una de las claves está en el uso del lenguaje, medido, rítmico se nota que Marta es también poeta‒, preciso y diverso, con el que construye  diferentes voces narrativas, cada una con un lugar preciso y único que la hace singular, a pesar de que todos los relatos transcurren en Madrid. Esta manera de escribir logra que cada historia tenga sentido propio, y que todas juntas conformen una unidad temática que va más allá del deseo de agradar o cumplir con lo establecido.

El tema del amor no es nuevo en la literatura de Marta Jiménez Serrano. Ya en su novela anterior, titulada Los nombres propios, es una constante y va mucho más allá del amor de pareja, en cualquiera de sus variantes. Leemos, por ejemplo:

Yo quiero ser abuela porque una abuela no educa a sus niños, solo los quiere.

Y, ¿por qué no?, una abuela que puede aspirar también a tener su propia relación, más allá de sus hijos y sus nietos, sin tener que dar explicaciones.

Quizá la idea que mejor resume el conjunto la encontramos en un fragmento de la última página:

El hombre y la mujer que van de la mano por una calle soleada de una ciudad moderna ignoran si mañana, si en diecisiete días, si en quince semanas, si en treinta y cuatro meses, si en seis años no se querrán ya más o si se seguirán queriendo siempre.

¿El secreto del amor radica en la ignorancia, en no saber, en no esperar? ¿Existe el amor para siempre?

Puede que, más allá de la evidencia, solo sea una cuestión de fe...

[…] y de repente un día ya es el día, el día en que ya se han hecho una fiesta sorpresa, ya se han acompañado al hospital, ya han viajado juntos, ya han horneado bizcocho, ya han hecho amigos nuevos, ya se han disfrazado incluso de Batman y Robin y entonces solo queda una vida por delante […] y es ahí cuando ya está, cuando la mesa y la vida y ellos mismos se quedan vacíos de toda novedad, de toda huida.

...y de ser conscientes de que una relación no viene acompañada de un certificado de garantía o de un microchip de obsolescencia programada.

No todo el mundo es igual, ¿no?… ¿No?

Marta Jiménez Serrano. No todo el mundo. Sexto Piso, 2023.

Pedro Turrión Ocaña

jueves, 22 de agosto de 2024

La mesa herida. Laura Martínez-Belli (Reseña)




Traiciones, heridas, robos, falsificaciones y tráfico de arte se entretejen en este emocionante thriller histórico, inspirado en hechos reales, que nos lleva a descubrir uno de los misterios más grandes de la plástica mexicana: la desaparición de una pieza única que lleva más de medio siglo perdida.

Laura Martínez-Belli no nació en México, sin embargo, al leer su última novela, sentimos la presencia de México en cada poro de su piel a través del amor, la pasión y el conocimiento, en un relato rico en palabras, expresiones e imágenes, que nos llevan al origen y a la misteriosa desaparición de una pintura excepcional, en un periodo histórico propicio para el misterio y la especulación. La novela se titula La mesa herida y hace mención a un cuadro pintado por la artista más querida en esa tierra: Frida Kahlo.

No desvelo nada si empiezo por el final, subrayando una palabra: Belleza. Porque la novela es eso, desde la portada hasta las últimas palabras del epílogo:

Creemos siempre belleza. A pesar de todo. Contra todo. Viva la vida.

La mesa herida es un inteligente diálogo entre la esencia de Frida Kahlo y Olga, un personaje de ficción que se convierte en una especie de alter ego de la pintora mexicana, recurso del que se vale la autora para pedirle permiso a Frida para novelar lo que se desconoce de un suceso real, eje que sustenta las distintas tramas de la narración: la sorprendente pérdida de una tabla, de más de dos metros, que desapareció tras formar parte de una exposición celebrada en Varsovia en 1955.

Frida Kahlo simboliza en ese cuadro un momento muy doloroso de su vida, mayor que el dolor físico que la atenaza y que terminará matándola: el dolor de la traición de sus dos seres más queridos en un momento en el que les vence la pasión. En el cuadro, la imagen de Frida preside una enorme mesa calzada con pies humanos, flanqueada por una serie de elementos que hay que esforzarse en interpretar, pero que entenderemos muy bien a través del relato. En 1947, el cuadro es enviado a la Unión Soviética como parte de una donación representativa del arte mexicano, a pesar de que el único arte posible en el país comunista, es el que cumple con las pautas del realismo socialista, preconizado por Stalin. El cuadro no se vuelve a ver hasta la exposición de Varsovia, inicio de una muestra itinerante del arte del país azteca, por los países del ámbito comunista, y allí se pierde definitivamente.

A partir de estas premisas, perfectamente documentadas, la autora construye un thriller histórico, con toques de novela de espías, en plena guerra fría, a través de un triángulo espacial cuyos vértices son México, la Unión Soviética y la República Democrática Alemana, donde seremos testigos, entre otras cosas, de la construcción y de la caída del muro de Berlín. Destaca, sobre todos, el personaje de Olga, una mujer que es capaz de sentir en su carne el dolor del cuadro, y esta visión marcará su vida y su destino.

¿Qué ocurrió con el cuadro, en realidad? ¿Por qué apareció más tarde, en la bodega de un banco, transformado en lienzo?

En palabras de Javier Sierra, La mesa herida es una novela que contiene muchas novelas dentro, y que consigue algo muy importante: subrayar la importancia de una mujer, en su día siempre a la sombra de su marido ‒el también pintor Diego Rivera‒, que ha sido el tiempo quien se ha encargado de poner en el lugar que le corresponde.

Repleta de sensibilidad, hay un momento en la novela que nos duele especialmente, pero que es fundamental para que no perdamos la esperanza.

Esperanza en la recuperación.

Esperanza en la posibilidad de que el arte tenga voz tras la muerte del artista, más allá de su interés como propaganda política.

La herida es menos dolorosa si cabe la recuperación.

El arte como lamento interior del artista a través de símbolos únicos que dan pie a la libre interpretación y nos capacitan para ser parte de un lenguaje que solo conoce el autor, pero que nos provoca y nos induce a pensar.

A mi juicio, el reto más importante que ha tenido que afrontar Laura Matínez-Belli al escribir La mesa herida, más que la exhaustiva documentación del entorno histórico o la verosimilitud y encaje de las diferentes tramas, es haber sabido construir un lenguaje a la altura del lenguaje pictórico vital de Frida Kahlo. Saber escuchar la voz de Frida a través de su pintura y dejarla que se exprese desde ese lugar que ocupa tras la muerte, a pesar de ser comunista y no creer en el más allá.

Terminé de pintarte un miércoles. A ti que eres yo. […] Te pareces mucho a mí. Tienes roto el corazón. Yo tengo roto todo lo demás. Pero hay algo que nos diferencia: tú estás detenida en el instante, en esa mesa que presides y de la que jamás saldrás. Estás confinada porque eres el objeto de la pintura. Yo no. Yo tengo alas para volar. Yo soy libre porque te pinté y eso me hará eterna.

Frida Kahlo. Libre tras la muerte.

La muerte no puede faltar si se habla de México.

Otro punto importante a reseñar, de la novela, es el inmenso favor que nos hace a los lectores españoles al abrirnos la puerta al entorno de una mujer incalificable, pero insustituible, de la que todo el mundo ha oído hablar, pero que muy pocos conocen, de la madre que no pudo ser, de la hija que nunca pintó a su madre, de la esposa fiel, a pesar de todo.



La edición española de la novela, publicada por Espasa, nos muestra en la portada a una Frida Kahlo de espaldas. La intención es precisamente esa, que tratemos de darle la vuelta y descubramos su verdadero rostro a través del libro. A mí me gusta más, sin embargo, la portada de la edición mexicana, publicada por Planeta, con una Frida que nos mira de frente con su ojo izquierdo, mientras el derecho permanece velado por una hoja que cae junto con otras hojas sobre los elementos icónicos de su mundo: 

Su visión y la nuestra dentro del mismo lugar que ocupan los símbolos eternos de su pintura.

Laura Matínez-Belli, La mesa herida. Editorial Planeta Mexicana, 2023. Espasa. 2024.

Pedro Turrión Ocaña




martes, 30 de julio de 2024

Chamanes eléctricos en la fiesta del sol. Mónica Ojeda (Reseña)

 

Año 5540 del calendario Andino. Noa decide escaparse de su Guayaquil natal con su mejor amiga, Nicole, para asistir al Ruido Solar, un macrofestival que congrega, durante ocho días y siete noches, a músicos, bailarines, poetas y chamanes a los pies de uno de los numerosos volcanes de los Andes. Atrás quedan las familias y la violencia de las ciudades […] Sostenida por una lírica extraordinaria, una estética deslumbrante y un sentido brutal del ritmo, Chamanes eléctricos en la fiesta del sol es un viaje místico al corazón primitivo de la música y de la danza; un recorrido lisérgico y emocional a la búsqueda de un padre y de un sentido de pertenencia en un mundo que solo conoce la pérdida y el desamparo.”

Noa y Nicole se encaminan al Festival del Ruido Solar, ocho días y siete noches de música, poesía y espiritualidad, lejos de la violencia de las calles de su ciudad, Guayaquil. Huyen de la muerte y corren hacia el Ruido, que se celebra en la falda de una montaña que puede escupir una violencia mayor en cualquier momento.

El país entero sufría de sismos, pero Guayaquil era peligrosa y la gente moría a diario por otras razones.

El ruido solar, en la falda del volcán, frente al ruido cotidiano de su calle. Violencia de la naturaleza frente a violencia como estado natural de una parte del mundo, que tiene nombre pero que cuesta pronunciar.

¿Cuál es la verdadera conciencia de la muerte, la de quien se duele por una muerte prematura a causa de una enfermedad inesperada o de un accidente o de una noticia que nos llama la atención mientras cenamos, o la que provoca el terror de quien convive con ella a diario en cada esquina de su barrio y crece con ella y se acostumbra y no tiene tiempo de pensar en el futuro?

Aprendan esto: para el horror no hay fondo.

Sin embargo, no hay en la novela una búsqueda intencionada de magnificar el terror, sino que es, a través del terror, la manera que encuentra Ojeda para hablar de lo que no se habla, de lo que incomoda, de lo que duele en la oscuridad silenciosa del miedo cuando es un compañero permanente. Lo más interesante es que, de la misma manera que encuentra el modo de hablar del miedo, también perfila la forma de contarlo, y nada tienen que ver entre sí, porque mientras que el modo es incidir en una literatura percutiente, que se agranda con cada nuevo libro, la forma es el lenguaje mismo, exprimido hasta el extremo.

La poesía nace de la lengua de los muertos y de los sueños de los vivos.

A través de un relato polifónico, donde diferentes personajes cuentan, con voz propia, su experiencia al lado de Noa ‒Nicole es una de las narradoras‒, nos sumergimos en un universo magnífico en el que conviven la realidad, deformada por la alucinación, con las creencias y ritos ancestrales de chamanes, chacras y diablumas, con la música como el eje vertebrador y salvador, en una fiesta que estimula la percepción de la existencia a través de la activación de todos los sentidos, y no de la conciencia. Música “retrofuturista”, mezcla de guitarras eléctricas, quenas, sikus y tambores, curiosa definición: el presente como producto del pasado y del futuro, en un espacio temporal intemporal. Estamos en el año 5550, del calendario andino.

[…] la gente del ruido estaba súper asustada, súper jodida y no quería oír música que hiciera una épica de la vida de los narcos, sino una que sublimara la violencia que estábamos viviendo y refundara el mundo, o sea, el canto de los muertos, no el de los asesinos.

Para saber que estamos ante una novela, en la que el oído tiene mucho que decir, solo tenemos que leer la primera frase:

El oído es el órgano del miedo.

Preparémonos, entonces, a escuchar. Nada como el ruido para retornar al origen, para alcanzar el silencio más necesario, que es el que acalla la multitud de voces que nos persiguen continuamente.

Los instrumentos no suenan: cantan, y el origen del canto es el de los cuerpos rotos que desean volver a unirse.

Pero el camino de Noa no termina en el Ruido. Ha decidido, también, ir en busca del padre que la abandonó cuando era una niña y habita en el lugar en el que se ocultan los desaparecidos, los que una vez subieron al Ruido y nunca regresaron. La del padre, en el relato, es la voz de la naturaleza, de la fuerza inmensa que guarda la tierra en su interior y que se nutre de las raíces de su entorno. Noa necesita escucharlo, entender por qué la abandonó, por qué cambió su mano protectora por el abrazo a una yegua muerta. O tal vez tenga que ver con la profecía que dice que «lo queramos o no, nos parecemos a nuestros padres». Como respuesta inesperada, Noa se encuentra con el legado de su abuela, presente en la casa a través de su naturalización extrema de la muerte. ¿Es una manera de cerrar el círculo?

Escuché decir a Mónica Ojeda que ella cuando escribe siempre lo hace usando su lengua materna, que no es la que se habla ahora en su país, sino la que la traslada a la niñez, y creí entender lo que quería decir cuando leí Las voladoras, sin embargo es ahora, tras leer Chamanes eléctricos en la fiesta del sol, cuando creo haber captado el verdadero sentido de sus palabras: La lengua materna de Mónica Ojeda es esa en la que hablan los fantasmas que anidaron en su mente en la niñez y han crecido con ella, hasta que su inmensa capacidad para construir imágenes únicas, a través de la literatura, le ha permitido darle voz y compartirla con el lector. Puede que esta sea la manera de crear una literatura incisiva y única, que obliga al lector a volver a ella una y otra vez porque, a pesar de ser consciente de que está leyendo el mismo libro, cada vez que se precipita de nuevo en sus páginas sabe que va a encontrar algo totalmente nuevo y enriquecedor.

«Escribir no es como hablar: es estar cerca de Dios. También de la mentira, pero cuando la palabra viva aparece todo lo falso se convierte en verdadero.»

No cabe duda de que la literatura de Mónica Ojeda es palabra viva, qué suerte que sea en esta lengua común que nos une, que nos hace crecer, que se aprovecha de la mezcla para expandir la cultura y hacerla universal.

Mónica Ojeda, Chamanes eléctricos en la fiesta del sol. Penguin Random House, 2024.

Pedro Turrión Ocaña

jueves, 27 de junio de 2024

Montañas probables. Lara Magdaleno Huertas (Reseña)

 


Montañas probables es una mirada poética a lo cotidiano en la montaña: el alud, la cuerda o la reunión adquieren una visión que trasciende cumbres y paredes para fusionarse con el montañero y el escalador […] En algún lugar de este libro la luz se escurre desde la cima, para leer por el mismo placer por el que se contempla una montaña. Disfrutemos sin prisa, antes de que a la cuerda se le gaste la camisa de tanto usarla, dejando el alma a la intemperie, a una deriva de abrazos y nudos flojos”.

Decir, con solo una obra publicada, que una escritora escribe muy bien tiene su riesgo, sin embargo, no me causó temor abrir la primera página del segundo libro de Lara Magdaleno Huertas, a pesar del reto que presuponía el haberse atrevido con un género totalmente distinto.


Me lanzo a la prosa como tú a las montañas: sin reservas.

Tú, sin provisiones, yo sin cautela.

No sé quién es más insensato.


Este pequeño ejemplo es toda una declaración de intenciones de lo que Lara  nos ofrece en su segundo libro, titulado Montañas probables. Sin embargo, no empezamos bien, porque estas palabras son un poco mentirosas. Me lanzo a la prosa, escribe, a pesar de que no hay prosa en el libro. No hay prosa, es cierto, pero vayamos despacio, porque tampoco hay prisa. Leemos en la contraportada:

«Disfrutemos sin prisa, antes de que a la cuerda se le gaste la camisa de tanto usarla, dejando el alma a la intemperie».

A veces la literatura es calma, como la ascensión a la montaña, como el silencio que imagino en la cumbre y solicito en la lectura. Otras veces la literatura es riesgo, dar un paso al frente y atreverse, sin cautela, puede que también sin provisiones, pero con la certeza de que, tras la proeza de llegar a una cumbre, que desde abajo vemos como un diminuto punto y aparte entre la tierra y el cielo, somos conscientes de que se ha dado todo. Pero calma y riesgo no son incompatibles, y este libro es una buena muestra de ello.

Como en Un extraño en los Alpes, su primera novela, Lara Magdaleno mezcla literatura y montaña, aunque con una pequeña diferencia con las divertidas peripecias de nuestro querido Grivell Dru: Montañas probables no es una novela, sino un libro de poesía.

Una de las claves del primer libro es la construcción de los personajes, en Montañas probables, los personajes son dos: la montaña y el sujeto poético que, por alguna razón, siempre tendemos a personificar en el poeta. Yo he tratado de salirme de ese axioma y ver el poema como una creación independiente, buscar en él la metáfora que activa mi sensibilidad, que “deja mi alma a la intemperie”, y a pesar de saber poco de montaña, y de su terminología, no me ha sido difícil sentirla como algo cercano, a través de la poesía. 

Según avanzaba en la lectura, me ha venido a la cabeza el último poemario de María Sánchez,  titulado Fuego la sed, en el que nos habla de la relación del ser humano con su entorno y cómo las decisiones humanas intervienen en su evolución, a partir de lo que mejor conoce ella es veterinaria y trabaja con razas autóctonas en peligro de extinción. Lara Magdaleno hace algo parecido, aunque desde un lugar que le permite tener un campo de visión más elevado, quizá por ello más preciso, pero donde el más mínimo error se paga al instante. Según parece, la poesía es el medio idóneo para hablar de estás relaciónes.

Entiendo el título como un juego de palabras que nos induce a pensar en posibilidades, pero también, en la necesidad de probarnos o, tal vez, en ambas cosas. También la estructura es bimembre, con dos partes que juegan a separar un todo que, me temo, es indisoluble, pero intentar hacerlo también necesario: “Montañas persona”, frente a “Montañas inertes”. No sé si la montaña sirve como metáfora de lo humano o solo es la necesidad de lo inevitable lo que funde los dos términos, lo que iguala persona y mineral.

Intuición, muerte, futuro, amor, son algunos de los temas que subyacen de los poemas que componen el libro, palabras que son parte también de ese conjunto de cosas que modela nuestra existencia. Desde ese punto de vista, no puedo asegurar si en la poesía de Lara las pasiones se confunden o se complementan.

Amor y desamor, como pelea constante con nuestras propias inseguridades. La cima siempre está ahí, pero a veces llegar a ella cuesta más de la cuenta.

Hay un poema titulado “Azul”, que es una metáfora engañosa: según avanza, el poema se va transformando a través de un color:


...Yo me creí el azul en todos los matices,

y ahora que sé que el azul no existe,

me siento delante de una ecuación

con más incógnitas que soluciones...


A veces, lo que creemos real no es más que un engaño de nuestras certezas.

Lara Magdaleno enlaza poesía y montaña también a través del lenguaje, desde un modo verbal, en “Montañas subjuntivas”, y desde un modo oracional, en “Complemento directo”, donde afirma que la montaña es transitiva.


...¿Quén habría dicho que ella, tan grandiosa,

me predicaría como su sujeto?

Y aquí me tiene,

buscando un complemento circunstancial que nos defina...

 

 La manera de expresarse es fundamental en ambas disciplinas pues tienen un punto en común ineludible: en ambas, el sujeto se está jugando la vida.

Un libro no termina de escribirse hasta que el lector lo hace suyo, y si hay un género que necesita del lector, es la poesía, que siempre depende, no tanto de lo que se cuenta, como de lo que es capaz de transmitir. En Montañas probables, a través de una poesía directa e incisiva, hay mucho de saber interpretar lo que dice la montaña, de dejarse a llevar por su ritmo, por su musicalidad.

Escalar, como escribir, siempre conlleva un riesgo extremo, y no hacerlo, también.

Lara Magdaleno Huertas. Montañas probables. Desnivel, 2024.

Pedro Turrión Ocaña


jueves, 30 de mayo de 2024

La vida en miniatura. Mariana Sández (Reseña)



Dorothea Dodds lleva 59 años viviendo sin que se note. A la sombra de un hermano problemático y ausente, ejerce de hija, secretaria y cuidadora de unos padres que nunca la valoraron lo suficiente. Es el perfecto modelo de responsabilidad y diligencia, la persona ideal a quien dejarle la casa durante las vacaciones de verano. Y así, un buen día, cuando necesita escapar de todo, decide hacer precisamente eso. Con ayuda de una prima inglesa llamada Mary Lebone, consigue un trabajo que consiste en vigilar casas y mascotas a lo largo y ancho de la campiña inglesa. En estos atisbos de vidas ajenas por fin hallará las pistas necesarias para desentrañar la suya. Con una prosa que sigue la huella de Natalia Ginzburg o Iris Murdoch, La vida en miniatura es una novela con trazas de libro de viajes, en la que el camino se recorre por dentro: Dorothea va cruzando los campos de Inglaterra mientras desanda episodios clave de su pasado y aprende a vivir su presente.

Secretaria, cuidadora, hermana, hija; Dorothea Dodds vive una vida que no le pertenece pero su personalidad, responsable y diligente, le hace no darse cuenta de ello y, por supuesto, todos se aprovechan de su inacción. Acude con sus padres al funeral de su tío, en Inglaterra, y acuerda con su prima, Mary Lebone, intercambiar por un tiempo los papeles: Mary regresará a Buenos Aires acompañando a sus tíos, mientras, Dorothea hace un pequeño tour por la campiña inglesa alojándose en casas cuyos dueños necesitan que alguien cuide de sus mascotas durante el tiempo que ellos se ausentan de su domicilio habitual. A grandes rasgos, este es núcleo argumental de La vida en miniatura, de Mariana Sández.

«Si usted está pensando en desaparecer, o si conoce a alguien que se encuentre desaparecido, contacte con Missing People».

¿Humor inglés o necesidad encubierta de escapar?

Dorothea es una mujer que nunca ha dejado de trabajar pero que, en realidad, no podrá jubilarse porque, legalmente, nunca ha trabajado. Siempre se ha encargado de cuidar y organizar a su familia: a su hermano mellizo, a su madre y sobre todo a su padre, un pintor famoso que necesita a su lado mucho más que una secretaria eficiente. Su única válvula de escape la tiene los martes, cuando acude a clases de francés. Allí conocerá a Ricardo, un personaje peculiar con el que entablará una relación difícil de clasificar. Todos estos ingredientes modelan la personalidad de una mujer tremendamente atractiva a los ojos del lector, y que Mariana Sández sabe perfilar muy bien a través del lenguaje.

«Hay algo tremendamente narrativo e esa mujer tan pequeña que cabe en un achinamiento de ojos.»

Al otro lado, Mary, es el contrapunto perfecto para que se produzca la explosión de Dorothea, atractiva en cualquier circunstancia, con esa comprensión crítica que su prima necesita para vislumbrar cuál es el próximo camino a tomar, y que tiene una voz imprescindible en la novela, con su papel cohesionador de segunda narradora en la historia.

La novela está salpicada de guiños hacia el lector, desde el mensaje que ocultan los títulos de los capítulos, hasta los nombres de algunos personajes secundarios -merecedores, tal vez, de un relato propio- como el que nos lleva a identificar un barrio londinense; el guiño hacia los Beatles, en su estadía en Liverpool; o la elección de los tres nombres masculinos que interfieren en la vida de Dorothea y que comparten entre sí el sonido vibrante de de una r mayestática, siempre demasiado ruidosa para una persona que no se ha permitido nunca el arrebato de intentar poner a cada uno en su lugar.

No hay nada forzado en estos recursos sino, más bien, son la confirmación de que estamos ante una novela escrita con la calidez que proporciona un sentimiento puro, el de gustarse y querer gustar. Descubrimos, así, un libro lleno de párrafos que nos apelan a disfrutar del lenguaje como engranaje perfecto que va más allá de la comunicación.

«Odio los techos bajos del lenguaje pero me da placer cuando vienen en su auxilio sus pasillos laberínticos, su escaleras caracol y los pasadizos subterráneos.»

La vida en miniatura es la metáfora de una vida grande que se forma a partir de minúsculas partículas, que son las que conforman lo verdaderamente importante de la existencia. Pequeñas miniaturas con las que, a través de la literatura, la autora es capaz de construir un relato enorme, difícil de olvidar.

Los libros de Mariana Sández no dan la sensación de producto mercantil, sino que son criaturas vivas que se adhieren, sin remedio, a las entrañas del lector, capaces de resucitar en sus páginas a personajes anteriores con la naturalidad de un encuentro fortuito, o de hacernos viajar a través del mar inmenso que abarca la literatura universal. Puede que uno de sus secretos sea que Sández es una autora que, cuando escribe, es capaz de traslucir entre sus líneas su bagaje de gran lectora y de trabajadora del lenguaje, pero sin crear en el lector la sensación de que lo que lee ya lo ha leído antes, o de que los párrafos escritos tienen la textura de la piel del ananá.

Mariana Sández. La vida en miniatura. Impedimenta, 2024.

Pedro Turrión Ocaña



jueves, 4 de abril de 2024

Pensar para atrás. J J Richards (Reseña)

 



Un viaje hacia el pasado que inicia Margarita en busca de ese preciso instante en el que su vida se torció. Cuando se cumple un año de la muerte de su único hijo comienza a registrar, casi a modo de confesión, fragmentos de su vida cotidiana en los que a menudo se dirige a su primer amor. Una mujer que se adentra en solitario en un territorio confuso donde aparecen nuevas contradicciones y preguntas para las que no siempre encuentra respuesta. Un doble viaje, exterior e interior, que tiene en cierto modo como tema principal la dolorosa búsqueda de una explicación.

Me siento a tomar un café en la cafetería del Circulo de Bellas Artes, de Madrid, acompañado de un buen libro. No soy la única persona que lo hace, no en vano, sobre mi cabeza se alza uno de los referentes de la cultura madrileña. Antes de ponerme a leer, recorro la sala con la mirada, tengo la vana esperanza de reconocer entre los clientes a Margarita, voz nocturna de su radio, aunque sé de antemano que esto es un imposible, porque Margarita es un personaje de ficción; en cambio, sí me fijo en una señora mayor sentada al fondo, por el simple hecho de que es eso, una señora mayor que ha elegido una mesa del fondo para tomar su infusión, y en un momento dado, mientras la miro, ella levanta los ojos y los dirige hacia mi mesa, y yo pienso por un momento que puede que sea ella la que me reconozca a mi como otro posible personaje de esta trama apasionante que es la creación literaria.

Me gusta cuando la literatura me invita, de una manera directa, a ser parte de lo que estoy leyendo, a sentirme dentro, sentir.

Como la introspección de la poesía, Mirar para atrás, de J J Richards, es un retorno al pasado en busca de la contradicción. La vida avanza pero, en el camino, a veces la pérdida es irreparable y duele tanto que solo el retroceso consciente puede paliar el dolor. La pérdida de un amor, en el que no puedes dejar de pensar cuando piensas en ti; la pérdida de un territorio que era tuyo al que nunca volverás, aunque regreses a él físicamente; la pérdida de un hijo, eso que nunca debería suceder.

Margarita vive en Madrid con su segundo marido; con la hija de su segundo marido, Irene; con Carmen, que primero cuidó a Irene, luego a Juan y ahora la cuida a ella; hace entrevistas culturales en la radio del Círculo de Bellas Artes; acude a terapia y va a nadar, que es otra manera de hacer terapia; y entre tanto, nos cuenta su historia en primera persona, aunque a veces se permite un inciso y le habla en segunda persona a su primer marido, que quedó en Buenos Aires, lo que de alguna manera nos desplaza e intuimos que, en el fondo, la historia no está dirigida a nosotros, porque todo se lo está contando a él, que es otra manera de contárselo a ella misma.

«Fuiste ese tipo de amor que asusta ponerle fin. Quería cosas que con vos no podía y sin vos sentía que nunca iba a poder nada».

Todo gira alrededor de un espacio reconocible de hace algunos años, cuando aún estaba permitido fumar en lugares cerrados, cuando no había tantas prohibiciones, lo que convierte el tiempo narrativo en un espacio intemporal que más que tocarnos nos roza con la delicadeza de una caricia a destiempo, de esas que nos ponen la piel de gallina y logran que todo sea posible.

El cine, la música y la literatura se mezclan con la cotidianidad de la vida en un cóctel que nos seduce desde la primera página. Margarita entrevista a escritores, piensa en ellos mientras mira la pantalla de cine las veces que acude a la sala con Irene, mientras escucha música a través de los auriculares que le ha regalado su marido y que le permiten subir el volumen hasta poner a prueba sus tímpanos sin que lo note nadie, cuando toma el aperitivo en el bar de Vicente y sale a la puerta a fumar con la única compañía de Wester, el perro de Laura y Nico, que viven a la vuelta de su casa. Es buena entrevistando escritores de madrugada, a pesar de los escritores.

«Después de tantos años conversando con escritores, solo puedo clasificarlos en dos categorías: los que me gustan y los que no. Teniendo en cuenta que, sin importar cuántos escritores llegue a leer una persona en su vida, habrá una cantidad mayor que deje de leer».

Entre tanto, Margarita no deja de pensar y a veces no deja de callar, cuando la bestia peluda le aprieta la lengua por dentro y la amenaza, o intenta telefonear a Felipe pero la diferencia horaria con Argentina se lo impide o el teléfono de su hermano no contesta.

«Te distraes en una misión sin retroceso y antes de que puedas reaccionar algo vuelve a dejar de existir. Otra vez perdés. La ausencia de sentido. La austeridad de la ausencia de sentido. Es eso, me distraje y volví a perder».

Decide regresar a su ciudad de origen. Es como cerrar un círculo que no ha hecho más que expandirse en el tiempo, sin embargo, el método “pensar para atrás”, que la enseñó su primer marido y es infalible para encontrar cosas perdidas, no lo es tanto para encontrar el origen del dolor. Morir y resucitar es un compuesto difícil de manejar si lo que manda es la bestia gris peluda. A veces nada cambia, aunque no hayas dejado de respirar. De nada sirve echar mano del horóscopo o el tarot.

Vivo la lectura de Pensar para atrás como el recorrido de una montaña rusa, tan repleta de sensaciones, que al cerrar la última página tengo la sospecha de que esta no ha terminado aún, de que necesitaré subirme a ella más de una vez, para profundizar en la gran cantidad de matices que subyacen entre sus páginas o, simplemente, para disfrutar de nuevo de una magnífica novela.

Mientras escribo, suena en un segundo plano, en modo aleatorio, la lista de reproducción de la música que aparece en la novela. Conectar la música ha sido un acto consciente por mi parte, sin embargo, lo que no está calculado es la canción que suena en el momento que pongo el punto final: Point Blank, de Bruce Springsteen. Como  al protagonista subrepticio de la historia, a mí la música de el jefe me toca la fibra.

J J Richards. Pensar para atrás. Tres Hermanas, 2023.

Pedro Turrión Ocaña


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