jueves, 22 de junio de 2023

Yo no sé de otras cosas. Elisa Levi (Reseña)

 


Yo no sé de otras cosas es la historia de alguien que quiere conocerlo todo, vivirlo todo, amarlo todo, a pesar de que todos crean que el mundo se acaba. En su segunda novela, Elisa Levi ha asimilado con maestría la lección de los grandes escritores: no hay lugar más universal que el más pequeño de los pueblos”.

«...mi padre era caballo, pero siempre lo trataron de burro.»

Los lectores somos esos testigos silenciosos, imprescindibles para que un relato cobre vida. Pero a veces quien escribe necesita visualizar al lector antes de que el texto llegue a sus manos, necesita un primer testigo que sea capaz de escuchar, de asimilar lo que luego será leído y asimilado por el lector colectivo y multiforme, que el autor imagina pero aún no conoce. En Yo se de otras cosas Elisa Levi ha ido un paso más allá, lo ha convertido en un personaje más, escuchante privilegiado del relato de Lea, protagonista y única narradora de la novela.

Lea vive en un pueblo pequeño en el que todos se conocen. Ella es Lea Pequeña, porque su madre es Lea Grande, pura lógica. Tiene una hermana con la cabeza hueca, un padre adherido al campo y una madre al ultramarinos del pueblo; su mejor amiga llora, llora, llora; ama a un muchacho que no sabe hablar de amor, mientras el otro amigo, que la ama a ella, le deja regalos sobre el felpudo de su casa y conejos muertos en el de los vecinos invasores. Todo eso le provoca un ardor en la tripa y el deseo de irse de allí. Pero, qué sabe ella de todas esas otras cosas que nosotros, los que no vivimos en un pueblo con cuatro calles, una iglesia y un bosque terrible cerca, pensamos que son normales.

A través de la conversación con un desconocido anónimo, que ha perdido a su perro, Lea construye un monólogo muy personal que normaliza lo increíble. Pero, lo increíble, ¿para quién? Qué sabe el urbanita de la capacidad de un bosque para tragarse a quién se aventura a perturbarlo, o de la capacidad de un pueblo para cerrarle las puertas a cualquier forastero que se aventure a vivir en él cuando nadie lo ha llamado.

Elisa Levi se sumerge en lo increíble, pero cargándolo de verosimilitud a partir de la idea del fin del mundo en una fecha conocida por todos. El resto de una vida puede durar lo que tarda en consumirse un cigarrillo de marihuana, en el tiempo intemporal de un primer día de enero más cálido de lo normal. En un mundo lleno de prejuicios, la libertad es un capricho inadmisible para el dios de las etiquetas sociales, donde su infierno particular nunca tiene cobertura.

Levi consigue traspasar los límites de lo real –de lo que creemos real, que rara vez abarca más allá de nuestro campo de visión online– dejando que Lea utilice su propio lenguaje para mostrarnos una realidad muy distinta. La realidad de Lea Pequeña choca con ella misma, por eso necesita compartirla con ese hombre que quiere entrar en el bosque para recuperar a su perro. Ella sabe que el perro volverá: todos los perros regresan, no así las personas que huyen de sus propios miedos adentrándose en el bosque.

Elisa Levi, por boca de Lea, se atreve a plantarle cara a un buen número de verdades absolutas a través de una sutil reflexión, con el único fin de que sea el lector quien saque sus conclusiones, intuyendo que al final de cada historia siempre hay un fin del mundo camuflado.

«Si los muertos se quedan fríos es porque el mundo se muere caliente.»

En Yo no se de otras cosas el fin del mundo tiene fecha, Elisa Levi le añade  el lugar y los personajes, lo que ocurre es que, a veces, la vida se enreda…

Elisa Levi. Yo no sé de otras cosas. Temas de hoy, 2021 

Pedro Turrión Ocaña

jueves, 15 de junio de 2023

Una casa llena de gente. Mariana Sández (Reseña)

 


«Una casa llena de gente se sumerge en los espacios privados y comunes de un pequeño edificio y las gentes que lo habitan, para así reconstruir una memoria. Con un humor sutil, un suspense inteligente y una escritura deliciosa, la novela deja al descubierto tanto las debilidades humanas como las heridas que causan los choques generacionales.»

«Para mí, la única casa llena de gente es la literatura», le escribe Leila Ross, traductora y escritora frustrada, a Charo, su hija, en unos cuadernos que son parte de un legado post mortem en el que la madre da rienda suelta a su obsesión de preservar el pasado para asegurar el futuro. A partir de ahí, Charo, descubre que su pasado no solo está vinculado a sus recuerdos personales, sino a un relato que se expande a lo largo de un vericueto de ramificaciones que, como las raíces de un árbol frondoso, empiezan en el subsuelo y ascienden hacia todos los rincones del edificio familiar, implicando a sus habitantes.

En pocas palabras, Una casa llena de gente es la reconstrucción de la memoria de una madre y una hija, a partir del hogar físico que han compartido. El hecho de convertir el edificio en el eje vertebrador del relato hace que dicha reconstrucción desborde lo familiar e implique (o complique) a todos sus habitantes.

«En definitiva, un edificio o un barrio no son otra cosa que un montón de voluntades puestas a convivir a la fuerza. Salvo casos particulares, con los vecinos ocurre igual que con la familia: no se eligen, se imponen.»

Así, la novela se estructura también a partir de la casa a través de los títulos de los capítulos –Cimientos, Andamiajes, Exteriores, Interiores, Escombros y reconstrucción‒, arquitectura y literatura en un mismo plano.

Los Almeida deciden mudarse a una casa más amplia, a pesar de saber que la única manera de lograrlo es aceptar la ayuda económica de los padres de ella. Al final acceden cuando se dan cuenta de que la nueva casa tiene el espacio suficiente para colocar su enorme biblioteca, sin tener que inutilizar un cuarto de baño, como les ocurre en la “caja de cerillas” en la que habitan Leila, Fernando y su hija Charo, además de la estadía temporal de los otros hijos de Fernando, Rocío y Julián. Es la mala calidad de la nueva construcción la que hace que su relación familiar se amplíe a los nuevos vecinos. Allí, todos se observan desde su propio castillo y todos creen conocerse, a pesar de que solo cuentan con una visión parcial e interesada de los otros. Desde lo subjetivo, intentan reafirmarse en lo objetivo.

Para entender lo que le escribe su madre, que a veces en nada se parece a sus recuerdos, Charo decide completar el relato con los testimonios de los otros y, como es dramaturga, transformalo en una obra de teatro. Charo se convierte así en narradora y personaje. Por su voz asistimos a un inteligente juego narrativo que, a través de una perfecta mezcla de géneros, amplía enormemente nuestro campo de visión y corona a su madre como la gran protagonista.

A pesar de que sabemos desde el principio que está muerta, Leila es una presencia constante en la novela. Lo que no llegamos a saber muy bien es si la intención de su mensaje trata de reivindicar la memoria colectiva o es solo un ejercicio para alimentar su propio ego, al obligar a los otros, a través de su hija, a que su voz no se diluya entre tanto ruido.

A través de las palabras de los otros personajes, accedemos a un retrato exahustivo de la convivencia humana, a partir de la casa como microcosmos autosuficiente y extrapolable a cualquier relación y lugar, donde todos, seguro, nos vamos a reconocer.

La amistad de dos niñas que sobrevive al choque frontal de sus familias entre sí. La amistad intermitente y convulsa de dos madres, Leila y Gloria, y su mirada callada a la fragil y trágica belleza de Silvina. El silencio necesario de Fernando y Martín. Y en medio, como la representación de la conciencia omnipresente, la voz contagiosa de la perfección divina: Granny y su «tiempo verbal de pelotudos»: el si hubiera… que, por consaguinidad, termina contagiando a su hija y a su nieta.

Maternidad, amistad, convivencia, incomunicación, son algunos de los ingredientes que traspasan las paredes de Una casa llena de gente, la excelente novela de Mariana Sández. 

Y literatura, sobre todo, literatura,.

«Escribir es un movimiento de limpiaparabrisas en la cabeza para barrer atrás y adelante la memoria […] No somos más que personajes. Un invento colectivo de nosotros mismos y de otros; un estigma moldeado entre varios a lo largo de los años […] Escribir es permanecer. Escribir es tratar de contar un sueño sabiendo que nunca lo lograrás […] Escribir es el único momento de amor total hacia uno mismo. Y a veces de odio.»

Leila vive por y para la literatura. Hasta tal punto llega su obsesión, que al carpintero que les fabrica las estanterías para su biblioteca, a pesar de llamarse Dante, ella siempre lo llama Virgilio. Es algo que él nunca llegará a comprender, una locura más de una mujer que siempre escribe pero nunca llega a publicar, de «una madre escribiente que nunca llegó a ser escritora».

Mariana Sández. Una casa llena de gente. Impedimenta, 2022.

Pedro Turrión Ocaña


jueves, 11 de mayo de 2023

Persianas metálicas bajan de golpe. Marta Sanz

 


Repleta de guiños y referencias (de la alta cultura al chismorreo televisivo, pasando por todo tipo de parafernalia pop), la novela es un panfleto futurista, una sinfonía ciborg, un grito de protesta, una coreografía de la desolación, una vanitas más moderna que posmoderna, y, sobre todo, una novela neorromántica de drones enamorados de mujeres a quienes cuidan y espían, Coppelias inversas, vampiros sentimentales, desacatos al dios del algoritmo, sueños, espejos, encantamientos y revoluciones: la primavera puede emerger de entre las tinieblas aupada por los seres más imprevisibles.

«Limpia es la palabra con la que no puede empezar ningún poema.»

Desactivar una bomba debe de ser algo parecido a sumergirse en la lectura de una novela de Marta Sanz (confieso que nunca he hecho lo primero), por esa sensación que queda al cabo, de que aún hay esperanza, a pesar del bombardeo continuo de cientos de productos literarios repetitivos que giran a nuestro alrededor en una espiral sin fin. Persianas metálicas bajan de golpe es su última novela, y sí, es una bomba.

Me imagino mirando la pantalla de la televisión, precisamente ahora que por fin está apagada: detrás no hay nada, nadie habla, nadie te dice lo que tienes que hacer, estás a salvo de su rabia; a no ser que la pantalla sea otra y te observe desde el lugar etéreo de una sombra con forma de dron y nombre cursi de telenovela.

Viajamos a Land in blue (Rapsodia, S. L.), distorsión de una ciudad-país-continente, microcosmos que alberga la desmemoria de La Mujer Madura y el abandono de sus hijas, Selva Sebastian y Tina Romanescu, a través de los ojos electrónicos de unos pájaros sabuesos, vigilantes y guardianes. Drones entrenados como perros por el ingeniero jefe, con minúscula, que a veces se comportan como ángeles custodios ávidos de humanidad, cuyo nombre los define y los coloca en su lugar: Flor azul, Cucú, Obsolescencia, ángeles de la guardia y de la guarda, en una sociedad cada vez menos humana, donde los escritores no mueren, gracias al trabajo de una “escritora fantasma” capaz de imitar todas las voces, incluso las más antiguas. Una usurpadora inmortalidad literaria llevada al extremo, solo un paso más allá de las correcciones buenistas y ultraprotectoras de otra actualidad, la nuestra.

La Mujer Madura habla a diario con Bibi, voz oficial del estado, y de ascensores y escaleras y aeropuertos, ventrílocua septuagenaria laboralmente activa, como las empleadas de la tienda de pepinos (en su acepción de artefactos electrónicos veloces) o de cualquier negocio con persiana metálica en la puerta. Su relación se basa en una llamada equivocada como terapia contra la soledad y el suicidio

«No, no. Iluminada Kinski no vive aquí».

En Land in blue (Rapsodia) la vida se embrutece a una hora programada por el ingeniero-dios del algoritmo, a través de la visión de una serie que sintonizan todos los dispositivos móviles e inmóviles, donde la conciencia se convierte en inconsciencia y la muerte, en obsolescencia programada.

Dispositivos, como el “pepinomóvil” de última generación de Selva Sebastian, veinte años, soltera, auxiliar en una residencia, que le permite estar siempre conectada. Cada día, al salir de casa, desliza una moneda a través de una alcantarilla, que Gatsby Sebastian recogerá varios pisos más abajo, momento que aprovecha el dron Obsolescencia para intentar traspasar la placa cerebral de oro blanco del hampón, con el fin de espiar en sus recuerdos confirmar que Selva y él son padre e hija. Los resultados los transcribe en su teclado, recuperado de una vieja Underwood. Las mentiras de Gatsby le han hecho ascender en el estrato social lo que, curiosamente, supone descender al subestrato en el que habita el poder y renegar de su vida anterior.

Cristina Romanescu, Tina, alias Cajita, apenas una niña, por su parte, se queda sola en casa, como la más fiel representante de una juventud enclenque y sin futuro, víctima de la inacción  y de la acción nociva de los limpiahogares generales, una juventud abocada a la desesperación que la llevará a la desaparición.

La voz de Bibi avisa pero, por desgracia, no es más que una retahíla de runrunes, palabras necias dirigidas a oídos disfrazados de auricular bluetooth. Solo la "telenostalgia" funciona como bálsamo. Cedidos los derechos a la tecnología, cuando esta falla, estamos abocados al desastre.

En teoría, Landinblú es la recreación de un futuro distópico más, aunque, mirado con detalle, quizá es más cerca de una descripción subliminal de ciertos comportamientos que hemos asumido como normales en nuestro blandinblú particular. Sea cómo sea, Marta Sanz, una vez más, pone el dedo en la herida, aunque me temo que esta vez aprovecha para hundirlo con un movimiento de broca taladradora.

Persianas metálicas bajan de golpe se convierte así en una llamada de atención ‒inteligente y distinta  a la tremenda deconstrucción de una sociedad que, a la vez que reivindica la memoria colectiva, delega la propia a la inteligencia artificial. A más tecnología, mayor es la estupidez del ser humano. 

Un libro con tantas lecturas que cada lector lo puede personificar y adaptarlo a sus necesidades o a sus carencias o a sus miedos o, ¿por qué no?, a sus estupideces, donde la existencia no es más que un musical que distorsiona la tragedia cotidiana a ritmo de jazz, un espectáculo en el que la vida ya no se vive, se observa a vista de pájaro. 

Frente al oxímoron de la deshumanización humana, asistimos a la paradoja de la humanización imposible de las máquinas. El resultado final es fácil de adivinar: en la superficie pobre y mayoritaria de esta nueva tierra plana, de atmósfera gasificada a punto de solidificarse, son las persianas metálicas, al caer, las que interpretan el sonido del futuro.

«Parte meteorológico: Hoy no llueve y mañana tampoco lloverá.»

Marta Sanz. Persianas metálicas bajan de golpe.  Editorial Anagrama, 2023.

Pedro Turrión Ocaña

jueves, 27 de abril de 2023

Un sábado con los amigos. Andrea Camilleri



En este insólito relato de ecos pirandelianos, Adrea Camilleri disecciona sin compasión la materia más sombría y corrupta que puede albergar el alma humana. La voz de hombre de teatro del maestro siciliano emerge en estas páginas con toda la riqueza de su imaginación y su ingente capacidad de sorprender al lector con el giro menos esperado.

La intención era leer las primeras líneas para ver de qué iba la novela, y poco más de dos horas después se había producido un terremoto en mi cabeza, una explosión literaria que, además de adictiva, era de insuperable calidad.

La idea central de la novela es simple: una reunión de parejas, un sábado por la noche, nada fuera de lo habitual, lo hacen a menudo en los últimos años; la diferencia radica en que esta vez el lugar elegido no es una de las casas habituales, y además, alguien ha invitado a una persona que tampoco es de los habituales.

Partiendo de ese punto central, Camilleri construye su relato a través de una estructura circular compuesta por varias esferas superpuestas, que empieza y termina en un juego sutil de identidades y sucesos que al principio nos cuesta seguir: todos tenemos un primer recuerdo que nos marca la vida, además de otros momentos posteriores, a veces terribles, que lo complementan y que compartimos o no con los demás. La fusión de los diferentes círculos concéntricos lo logra a través de un juego constante de analepsis, fundamental en el desarrollo, aunque llega a provocarnos una especie de mareo subliminal, que en el fondo es lo que no nos permite abandonar la lectura.

Novela oscura y brillante, a la vez, Un sábado con los amigos es una pequeña obra maestra de este prolífico autor italiano, Andrea Camilleri (1925-2019), famoso por ser el autor de la serie de novelas protagonizadas por el televisivo  comisario Montalbano, y que no es más que un pequeño ejemplo de su genialidad.

Andrea Camilleri. Un sábado con los amigos. Salamandra, 2014.

Pedro Turrión Ocaña

jueves, 30 de marzo de 2023

Un extraño en los Alpes, Lara Magdaleno Huertas

 


Transcurre el verano del año 2012 en la Tierra y los Alpes hierven de actividad con el usual trasiego de montañeros que acuden a recorrer una de las cordilleras montañosas más famosas del planeta. Entre los alpinistas hace su aparición Grivell Dru, agente interespacial enviado desde otra galaxia para estudiar las grietas glaciares de la Tierra".

Nunca es fácil escribir una novela, y si el tema elegido gira alrededor de la pasión personal de quien la escribe, el lector que no comparta dicha afición corre el peligro de quedarse en las anécdotas y no ser capaz de descubrirse en el relato. A no ser que el autor dé con la tecla precisa que lo pone en funcionamiento. Y eso es lo que ocurre en Un extraño en los Alpes, de Lara Magdaleno Huertas.

El extraño al que se refiere el título se llama Grivell Dru, y es un agente interespacial que, en el verano de 2012, es enviado a la Tierra desde su galaxia para estudiar las grietas glaciares e informar a su mando superior si son un lugar propicio para una posible colonización alienígena. Este sería el resumen más simple que podemos hacer de su argumento. Sin embargo, en estas, apenas, 140 páginas, hay mucho más.

Un extraño en los Alpes es un libro al que no le falta de nada: es divertido, entretenido, te atrapa desde la primera página; pero también te enseña una gran cantidad de curiosidades y términos técnicos sobre la montaña. Lo bueno es que no lo hace como si de un manual se tratara, sino de una manera tan atractiva que te induce a querer saber más acerca de palabras, como: cordada, serac, rimaya, crampones…, o a disfrutar, al menos visualmente, de la belleza del entorno, tocados por las estupendas descripciones que podemos leer en él. Algo parecido le ocurre al protagonista, que decide recurrir a la red en un intento de adquirir un aprendizaje rápido que le permita integrarse en el entorno y pasar desapercibido. Todos sabemos que recurrir a internet a veces es peligroso y puede dar pie a numerosos equívocos.

Uno de los consejos que pone en práctica es sentarse en un banco y aprender de las conversaciones que escucha alrededor:

«Escucho atentamente las conversaciones y concluyo que los humanos se denominan “personas” entre ellos y que hay varios subtipos de “personas”, al menos en esta localización: alpinistas, turistas y japoneses».

Esta comicidad, que encontramos sobre todo al principio de la novela, es un recurso literario muy interesante, porque hace que el lector se funda con el extraterrestre en lo que, en apariencia, entiende como meteduras de pata, pero que son, en realidad, una manera muy inteligente de llegar al verdadero aprendizaje que, poco a poco, lector y protagonista adquieren a la vez. Sin embargo, este aprendizaje no influye de la misma manera en los dos porque, mientras Griv ve como cambian por completo los intereses de su investigación, el lector lo que percibe es que algo trascendente ha ocurrido en algún momento de la narración, y que le ha pasado inadvertido. No es otra cosa que el proceso de humanización del protagonista, que ya es imparable, y que la autora consigue dotando a la narración de una mayor seriedad y profundidad, pero lo hace de una manera tan sutil, que al lector le cuesta darse cuenta.

Otro punto importante es el tratamiento que Lara Magdaleno hace de los personajes. Logra que cada uno haga lo que se espera de él, incluso cuando su comportamiento nos sorprende. Es cierto que a veces los lleva hasta el extremo, sin embargo, tal vez por ese recorrido  de transformación humanizadora del relato, sus acciones nunca pierden un ápice de verosimilitudAlgunos de sus nombres son guiños a la montaña, que puede que no sepamos interpretar si no frecuentamos ese mundo, pero que nos atrapan igualmente de manera incondicional.

Hay dos palabras que, desde mi punto de vista, son los ejes que soportan todos los núcleos temáticos de la novela: soledad y amistad. Dos términos que parecen antagónicos y que, sin embargo, en la montaña son inseparables. El alpinista asciende a la montaña concentrado, aferrado a su mundo interior en el que habitan sus sueños y sus miedos, analizando cada movimiento de sus manos y sus pies, intuyendo el peligro y siempre con la esperanza de que este no se fije en él; pero siempre necesita tener la seguridad de que al otro lado de la cuerda está su compañero de cordada.

Leemos en la contraportada: «la exploración de la montaña como fin en sí mismo, y no como proyecto científico, hará que [Griv] se plantee las grandes preguntas que muchos humanos llevan haciéndose desde hace siglos: ¿por qué subir a una montaña? ¿Merece la pena el riesgo que se asume? ¿Qué sentimiento une a los miembros de una cordada? ¿Cómo se tejen los vínculos entre los humanos?» Reflexionar sobre ellas hará que Griv encuentre en su interior sensaciones desconocidas que le cambiarán para siempre. 

Leemos también que «Un extraño en los Alpes es la historia de las cumbres de la vida, del viaje en soledad hacia la cima y de la mirada interior hacia nuestros miedos».

En el fondo, y esta idea hace de la novela un relato universal, Un extraño en los Alpes no es más que una metáfora de la vida.

Lara Magdaleno Huertas. Un extraño en los Alpes. Desnivel, 2022.

Pedro Turrión Ocaña



jueves, 2 de marzo de 2023

Da dolor, Pilar Adón


 

La manera en la que el tiempo pasa y las vidas suceden: esta certeza recorre los poemas que conforman Da dolor, un libro sobre la muerte, pero también sobre la literatura y la vida; sobre el modo en que la poesía nos cobija y nos explica, nos ofrece las claves para construir nuestros recuerdos y entender qué ocurre.”


...y echo yo de menos y ansiosa busco…

Safo

A pesar del título, la poesía no duele. La poesía sana, regenera, alimenta el alma. Otra cosa es el dolor del poeta que se universaliza en su poesía al contacto con el lector, cuando esta le muerde, o le traspasa en la noche a pesar de haber dejado el libro en la mesilla tras tener la osadía de hacerlo de cabecera. Así he sentido los versos que dan vida al libro Da dolor, de Pilar Adón, publicado por la editorial La Bella Varsovia.

A pesar del título, digo, y de los subtítulos, casi epígrafes, de las diferentes partes que estructuran el poemario, tan irregulares en extensión como lo son los periodos de tiempo físico por los que transita el dolor que causa el duelo, y escritos con un lenguaje poético que no abusa de la forma, sino que se adecúa a ella para dotar a los poemas de un ritmo preciso y envolvente que a veces acaricia y otras golpea, pero siempre acierta en la expresión.

No me voy a detener en los recursos estilísticos ‒encabalgamientos, anáforas, isotopías‒, que los hay, tiempo habrá de analizar cada poema, ni en las referencias culturales o simbólicas que salpican el libro, pero sí en su desarrollo como unidad temática completa, amasada con tal maestría, que nos hace creer que podríamos estar ante un relato.

Orogénesis (lo de antes), la búsqueda del principio, de la grieta primigenia en el suelo que la sostiene, en la roca que la cobija por la que el dolor se filtra como un líquido viscoso. El miedo finge no estar, mientras impregna cada porción del cuerpo y de las cosas, a pesar del deseo o de la tentación de no mirar atrás, creando una sensación de deterioro que es difícil de reconocer y atemperar.

A veces el miedo finge no estar. Pero es materia orgánica / doble piel. / Líquido tóxico que mana por percolación. / Excremento que destilo hasta inconsciente.

Sentir lo cotidiano convertido en miedo, como una fragancia árida que torna en pellejo la piel. Evadirse de la vida a pesar de otros versos. Ser solo vasija aun sabiéndose el origen de todo, y aceptarlo sin querer aceptarlo. Ser reina del caos mudo que brota del descuido, conductor de lo místico que habita en lo mundano, pero no permite cambiar la expresión ni detiene el llanto. Burlarse del dolor que provoca el daño de no saber decir un nombre, de no acertar con el nombre correcto. Gloria y misterio, el animal y el hombre en un mismo plano, a pesar del primero, mientras la niña que será siempre, naufraga en su propio líquido sin saber aún que la supervivencia habita entre las prisas de los años.

Tener una hija no es mejor que soñarlo. / Ni preferible a serlo. / Pocas palabras quedan tan sublimadas. / Puede que madre, tal vez.

Una hija que sea como su padre, pero no del todo, aferrada a las huellas de su rabia, de su sabiduría, latente en el fondo negro de algo que se acaba a pesar del tiempo.

Quién está ahí dentro y no me habla?

Deformación (durante), esa transformación disforme que nos acompaña en el proceso de crecimiento.

Qué hacer después.

Llega la duda al sentir el cuerpo en medio de la perfección de un número imperfecto, sentirse vieja de repente sabiendo que solo hay un camino: seguir viva abrazada a la muerte. El sol como vida y alimento, a pesar de la falta de fe en el ser humano, del cansancio y la poca esperanza que queda de los viejos cuentos, buscar consuelo en la mentira mientras se evalúa el destrozo. Dejarse mecer por la hospitalidad amiga aun sabiendo que siempre se puede estar peor si se está sola.

Aferrada a la palidez de una piel / que no espera compasión.

Pena en el espíritu. Oraciones varias en cualquier medio, sea natural o no. Querer, con la actitud febril de estar haciendo lo correcto, hablar sin temer al insomnio, refugiándose en los libros, también en los que duelen, y dar gracias

situada a la altura de tu sufrimiento.

Plegamiento (lo de después). La conciencia no es lo mismo que la consciencia. No ha sido sencillo aprender que la vida no era un juego infantil en un lugar idílico en medio del campo soñado, cuando la enormidad de la urbe te reclama. Seguir es la única elección, aceptar que cada propósito conlleva un escarmiento, que dejar de estar no es fácil.

He sido invención suya / su barro-yo.

Y que la soledad no es buena porque quien la sufre también la genera.

Epicúrea, no poder callarse, derramarse en chirrido, delatar y delatarse a través de los libros o a pesar de los libros Ataraxia‒ hasta alcanzar el merecido descanso, la serenidad, ser racional a pesar de la tortura, razón y compasión no riman entre sí, septiembre es un mes fatídico ‒Emersión‒ para renacer más fuerte, salvaje y libre.

Un poemario puede ser una terapia, una explosión de vida, a pesar de la muerte; la herramienta que rompe la bola de cristal que anula al poeta y lo encierra en la profundidad de su dolor, por eso no es fácil de exprimir; o la carrera frenética que lo lanza a recorrerse de parte a parte, con los ojos tan abiertos que solo es capaz de ver la duda.

Dejadme recordar. Mirar atrás / no puede ser un pecado tan grande. […] Mi padre me llamaba Pilu / Mi madre, ratona / Aunque ellos no se acuerden.

Todo recorrido requiere una planificación previa, guardada tal vez en el subconsciente desde el origen, para cuando la necesidad sorprende desnudo al poeta. Ahí es donde aparecen los temas que están incrustados en su carne, en el caso de Pilar Adón, la naturaleza, y esa animalidad salvaje y buena a la que se aferra cuando tiene algo que contar. ¡Qué acierto el collage de Francisca Pageo que ilustra la portada!

La poesía no es objetiva, como tampoco lo son las imágenes que a veces inundan mi mente de lector y me mudan el ánimo para bien o para mal, por eso me gusta jugar a que la entiendo, cuando lo único que hago es tratar de hacerla mía, de llevarla a mi terreno, con mi bagaje de gritos y silencios.

La poesía solo es objetiva para el poeta en el efímero instante en que la escribe, en que la siente, y que no se volverá a repetir jamás. Sin embargo, es su impronta lo que queda, el reflejo indeleble de ese segundo en el que la dicha o el dolor llegó a su cúspide e impregnó el papel de sangre negra.

El fluir de la sangre siempre da dolor, como lo da saber que el líquido, que un día nos dio vida, se ha convertido en un surco seco y agrietado del peor de los desiertos. Lo más difícil, y también lo más bello, es saber hablar de ello.

Y que nos haga bien.

Pilar Adón. Da dolor. La Bella Varsovia, 2020.

Pedro Turrión Ocaña

jueves, 9 de febrero de 2023

El gran viaje. Adolfo García Ortega (Reseña)

 

Un hombre obsesionado por la invisibilidad realiza, a comienzos del siglo XXI, el mismo viaje en barco que hicieron sus abuelos a mediados del siglo pasado en su viaje de novios. En la Patagonia conocieron a una mujer singular, Graciela Pavić, cuya misteriosa historia encierra un doloroso secreto. Pero el origen de su historia se remonta a la gran aventura de otro viaje, no menos misterioso, habido en el siglo XVI y destinado a cumplir un plan secreto de Felipe II en aquel territorio.”

En la línea de las novelas de viajes que comenzó con La Odisea, pero también de las novelas que se nutren de historias que llevan a otras historias, como Las mil y una noches o El Quijote, Adolfo García Ortega nos ofrece en El gran viaje un relato apasionante, que no solo es una muestra de su capacidad de gran escritor, que conocemos sobre todo por su poesía, sino también de gran fabulador.

El relato del viaje que narra la novela nace de la conversación que Oliver Griffin, un español de padre irlandés, mantiene con el narrador durante los días que los dos comparten en Funchal, capital de las islas Azores. Un viaje que, por arte de la literatura, se repite en tres espacios temporales diferentes, como si los sucesos de la existencia formaran parte de una gran rueda que gira sin parar. En este caso el eje que los sustenta es la mezcla de dos temas principales: la invisibilidad y la obsesión del protagonista por una isla situada en el mismo borde del mundo. Oliver Griffin, que comparte apellido con el protagonista de El hombre invisible, de H. G. Wells, casi al principio de la novela, justifica la relación de sus dos obsesiones:

Esto de la invisibilidad […] tan importante en mi vida y en mi nombre, ocurrió con mi isla: primero fue ficticia, luego fue real, y luego fue ficticia otra vez. Como mi nombre.”

En cuanto al viaje en sí mismo, empieza como la curiosidad de conocer lo que otros conocieron antes, hasta convertirse en una necesidad, la de reconstruir el viaje de novios de sus abuelos maternos y su estancia en la parte más austral de Chile, la ciudad de Punta Arenas, en pleno Estrecho de Magallanes, muy cerca de la isla de la Desolación, la isla que desde niño obsesiona a Griffin, la isla que dibuja sin parar. Lo descubre al leer las cartas que Graciela Pavić, una mujer con una triste historia a sus espaldas, le envía a su abuelo durante muchos años, y que desvela una relación secreta en ausencia, que le deja demasiadas preguntas en el aire. El viaje lo realizará en el Minerva Janela, un portacontenedores de bandera portuguesa que ha partido de Lisboa y se dirige a Valparaíso, y que en su recorrido atravesará el Estrecho austral.  Griffin lo abordará en Funchal, ciudad a la que tiene que llegar por avión, anticipándose al barco, por haberlo perdido en Lisboa. La estrecha relación con sus tripulantes le hará recuperar otros momentos de su vida que creía olvidados, viejas cicatrices que nos permitirán conocerlo un poco más.

Sin embargo, no son estos los únicos motivos que le inducen al viaje. Hay un personaje en las cartas de su abuelo que resulta ser el origen de todo, un autómata construido en  el siglo XVI por Melvicio de Praga. Su aparición nos lleva a la expedición primigenia, capitaneada por otro personaje excepcional: Pedro Sarmiento de Gamboa, un renacido Ulises que busca su reencarnación en el hallazgo de una nueva Ítaca que ofrecerle a su rey Felipe II, a pesar de tenerlo todo en contra. Lo que no imagina es que, a pesar de haber llegado a su destino, al Ulises que cree ser aún le quedan muchos mares que recorrer para convertirse de verdad en mito.

Luchas de poder entre reyes, el cielo y el infierno a conveniencia, en la eterna búsqueda de la inmortalidad puesta en manos de alquimistas e ideadores de maravillas, cómo el "metaverso" de un pasado más cercano a nuestros días de lo que puede parecer.

Amor, tragedias, traiciones y desgracias se dan cita en una sucesión de historias, a cuál más apasionante, que logran tejer un entramado compacto capaz de combinar los tres tiempos en un único espacio, el de la conversación tranquila de dos hombres en un entorno de callejuelas y cafés, más  pensado  para unas idílicas vacaciones que para la desmitificación de ese sueño que a todos nos despierta alguna vez, duren lo que duren los años.

El gran viaje es también un homenaje a la literatura, de Homero a Cervantes, de Conrad a Melville; y también a la historia, cuando esta solo encuentra una manera de ser verosímil, la de convertirse en literatura.

Ya que, como dice Griffin, el pasado solo existe en la memoria, el tiempo es lo único que tiene el verdadero poder de la digresión, de situarnos ante las diversas bifurcaciones que modelan el viaje individual de la existencia. La capacidad de imaginar la infinitud de ramificaciones que conforman su tejido solo está al alcance de unos pocos, sabios enredadores, cómo Umberto Eco, o de viajeros incansables a través de las palabras, cómo Adolfo García Ortega.

Adolfo García Ortega. El gran viaje. Galaxia-Gutemberg, 2022

Pedro Turrión Ocaña

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