En Veníamos de la noche, Ernesto Pérez Zúñiga construye una conmovedora e intrigante historia sobre la complejidad de las relaciones humanas, las búsquedas artísticas, la identidad, la redención, la locura y el amor. Las contradicciones de la sociedad contemporánea y de la conciencia habitan en esta absorbente novela, donde el resplandor de Roma, con sus claroscuros, es un personaje más.
Veníamos de la noche, de Ernesto Pérez Zúñiga, pertenece a esa rara estirpe de novelas que obligan al lector a detenerse, a respirar, a mirar hacia dentro y, por supuesto, a volver a ella una vez acabada su lectura.
«Sigo empeñado en escribir esta historia, en reescribirla, mejor dicho, por séptima u octava vez. Quizás porque todavía soy incapaz de comprender a la verdadera Lucía, de verla como fue, incluso de describir sus rasgos con acierto, cegado aún por la envoltura de luz que la rodeaba aquella mañana en la Academia, cuando llegó; una envoltura que, durante un tiempo, me impidió percibir la oscuridad pegada a su piel y a sus gestos».
De esta manera se refiere el narrador a Lucía, su protagonista, en las primeras páginas de la novela. Lucía viaja a Roma con una beca de la Academia de España. Lo hace con el propósito declarado de “pintar el cielo de Roma... " ¿Se trata de recuperar su vocación pictórica, o de reinventarse? Tiene cuarenta y nueve años, un matrimonio asfixiante, que acaba de romper, y un pasado del que no podrá desprenderse fácilmente.
En este contexto, el escenario luminoso y antiguo de Roma se transforma para ella en un espejo, cuyo reflejo no es solo fondo, sino un personaje más que la acompaña, la vigila y, por qué no, el espacio en el que hallar la redención, sea cual sea su culpa.
Ernesto Pérez Zúñiga despliega una prosa que se adapta a la perfección al ambiente pictórico y cultural en que se mueven sus personajes. Sus frases avanzan por las páginas, precisas, rebosantes de luz, como trazos sobre el lienzo, cargadas de una melancolía que nunca llega a ser lamento. Las calles, los lugares, los atardeceres romanos, se transforman en metáforas de lo que se puede perder pero, sobre todo, de lo que todavía puede ser salvado.
La novela se mueve en diferentes planos que nos hablan del arte, del amor, de la culpa, del deterioro o de la redención, pero que podemos reubicar bajo el paraguas de dos temas principales: el retrato íntimo de una mujer que busca sentido en el arte y un thriller psicológico que insinúa sombras de un pasado demasiado cercano para poder dejarlo a un lado.
Hay en el texto una tensión sutil —la sensación de que algo acecha o de que la belleza también puede causar dolor—, sin embargo, lo que realmente sostiene la narración es la eterna pregunta sobre la creación: ¿puede el arte reparar lo que la vida rompe?
Si algo define a Veníamos de la noche es su fe incondicional en la belleza. En tiempos de ruido y prisa, Pérez Zúñiga nos propone un regreso a la pausa, a la mirada lenta, a la profundidad. Roma y Lucía son, en el fondo, dos nombres para una misma búsqueda: la de quien, a pesar de todo, aún cree que del caos puede nacer la luz.
Veníamos de la noche es una novela ambiciosa y hermosa, que mezcla como pocas el arte, la culpa, el deseo de libertad, con la ciudad; y lo hace a través de un estilo en el que merece la pena detenerse, pero también con la intensidad narrativa y el peligro de una novela de acción, en la que no faltan la intriga y el misterio, incluso la violencia. Si bien no es “ligera”, termina recompensando al lector que acepta el reto de entrar en su atmósfera, de dejarse llevar por su tempo y atrapar por sus imágenes y su tensión interior.
Como en otras obras del autor (la imprescindible No cantaremos en tierra de extraños o Escarcha), el lenguaje tiene un peso casi espiritual en la novela. Sin embargo, las referencias pictóricas, literarias y filosóficas no entorpecen la lectura, sino que la enriquecen, construyendo un diálogo constante entre arte, memoria y deseo. Es cierto que es una novela que exige que el lector despliegue en sus páginas toda su atención, pero le recompensa el esfuerzo a base de una intensa tensión narrativa que nunca abandona la belleza.
En resumen, Veníamos de la noche, es una novela que nos abre las puertas a ese arte narrativo, con mayúscula, –tan difícil de encontrar en muchas mesas de novedades–, que va más allá de la historia convencional, porque escarba en la "envoltura" engañosa de la luz, con la única intención de dejarnos un mensaje entre líneas que trasciende a la piel, de los personajes y del lector:
No venimos de la oscuridad para quedarnos en ella, sino para aprender a mirar lo que brilla.
Ernesto Pérez Zúñiga, Veníamos de la noche. Galaxia Gutenberg, 2025.
