martes, 7 de octubre de 2025

Destiempo. Silvia Bardelás. (Reseña)

 


Una mujer mayor pide a su nieto que vuelva a Galicia desde los Estados Unidos para pasar el verano con ella. Quiere que asista a una especie de lucha social que está realizando con sus amigas. Buscan la acción como lo único que puede dar sentido a sus vidas. Así mezcla, Silvia Bardelás, distintas generaciones con un mismo problema: el peso de un mundo normativizado, lleno de discursos, ajeno a la vitalidad. La posibilidad de volver a sentirse vivos, reales, hace que todo se mueva ya de forma imparable. La historia es un ir y venir de pasado y presente, de ideas y acciones que revelan el callado poder social y la necesidad interior de sentirnos libres.

No siempre es el lector quien elige el nuevo libro que va a leer, a veces la lectura aparece sin buscarla, un título que llama la atención o la imagen de una portada, te llevan a leer la primera frase y ahí se produce el milagro: no puedes abandonar la lectura hasta llegar al final. Algo así me ha ocurrido con Destiempo, de Silvia Bardelás.

Lois, un joven que estudia en Boston, regresa a Galicia para pasar el verano con su abuela Mati. Ese retorno, que en apariencia no iba a ser más que una visita familiar, lo enfrenta a secretos pasados, a antiguas relaciones, a silencios que pesan, en un entorno comunitario que ya no es exactamente lo que recordaba. Al mismo tiempo, Mati y un grupo de mujeres mayores empiezan a cuestionar lo que han vivido bajo la rigidez de su entorno, mientras Estela, la madre de Lois, arrastra su propia herida y un pasado que no terminó de contar.

Este es el núcleo fundamental de la novela, sin embargo, hay otra línea argumental clave basada en otro personaje: Eva. Su reencuentro con Lois hace que este desempolve momentos de una relación juvenil que ambos mantuvieron y que permanecían latentes en su interior a causa de su tiempo lejos de la tierra. Puede que esta distancia, temporal y espacial, sea la causante de que no haya un estatus de igualdad en su mutua visión de futuro, algo que intuimos sobre todo en sus silencios, pero también en sus reflexiones  alrededor de la música, una herida abierta que supura y que ambos intentarán recomponer. Para Mati, el emparejamiento entre Eva y Lois es una especie de redención, un intento de recuperar la vida perdida que también la incluye a ella.

La música es crucial en algunos pasajes del relato: Mozart, Beethoven..., sobre todo Beethoven, y su sonata “Waldstein”, en la versión de Baremboim, que se ha instalado irremediablemente en mi cabeza.

Silvia Bardelás elige una voz narrativa colectiva que se desplaza a través de los distintos personajes en un tono a caballo entre el lenguaje poético y la cotidianidad. Este narrador múltiple, que se hace cargo de todas las visiones de los principales personajes, a veces necesita independizarse para dar amplitud al relato.

La estructura de la novela no es lineal, sino que se mueve en un presente que necesita del pasado para autocompletarse, en un “destiempo” que no es más que el vaticinio de un futuro que los personajes necesitan entender como la búsqueda necesaria de una verdad que tiene más que ver con su propia identidad que con las normas impuestas por la sociedad.

La ambientación rural aporta a la novela su calma contradictoria, pero no dibuja una idealización bucólica, sino que modela un territorio palpable de verdades a medias, heridas y silencios. La tensión entre lo cotidiano y lo trascendente que la atraviesa muestra a la perfección la manera en que se entrelazan las distintas generaciones: cómo el pasado irrumpe en el presente y cómo la música, la memoria y la palabra compartida se convierten en  resistencia. Sin embargo, no es una memoria que busque en el pasado sucesos o momentos específicos, más bien lo que busca es la manera en que esos recuerdos inciden en las emociones. No es tanto qué recuerdan los personajes, sino cómo lo recuerdan. Es una memoria emocional que no siempre puede articularse en el discurso porque atañe también a olores, melodías o gestos que el lector ha de saber interpretar.

En el fondo, Destiempo no es más que una historia sobre la necesidad de reconocerse, de encontrarse en los otros, y de atreverse a decir y  hacer aquello que durante demasiado tiempo quedó en el silencio que nace de navegar en los márgenes de una historia que, a pesar de la distancia, tiene mucho que ver con cualquiera de nosotros.

Silvia Bardelás. Destiempo. De Conatus, 2021. Traducción del gallego de Moisés Barcia.

Imagen: De Conatus.



martes, 30 de septiembre de 2025

Habiada. Cristina Sánchez Andrade (Reseña)

 


La joven Manuela lleva un año recluida a causa de una extraña dolencia a la que llaman corpo aberto, una especie de posesión: el cuerpo de la joven está habitado por un clérigo que murió en La Habana años antes. Manuela habla con acento cubano y con la voz varonil del religioso y, a pesar de ser analfabeta, hace alardes de conocimientos de latín, de dogmática y de filosofía. Pronto acuden médicos y teólogos para examinar a la joven, y cada uno emite un diagnóstico: útero errante, histeria… […] Moviéndose entre el realismo rural, el fantástico galaico y el humor más audaz, la autora nos brinda un impagable retrato de la Galicia profunda: tierra de emigrantes, meigas, patriarcado, arcaicas estructuras sociales, represión religiosa y tabúes sexuales. Inspirada en la leyenda gallea de la llamada «Espiritada o Iluminada de Moeche», Manuela se suma a la ya rica galería de grandes personajes femeninos que pueblan las novelas de la autora.

Habitada puede situarse en la tradición del realismo rural gallego, aunque trasciende sus límites al entrelazarse con lo legendario y lo fantástico. A partir de una conocida historia,  la denominada «Espiritada de Moeche», Cristina Sánchez Andrade construye un relato de extremos que va mucho más allá de la anécdota y nos ofrece una narración  enriquecedora, sugestiva y, en ocasiones, marcada por un humor irónico que suaviza la crudeza del trasfondo.

La protagonista es Manuela, una joven campesina analfabeta que, a principios del siglo XX, vive recluida en una aldea gallega, aquejada de una extraña enfermedad conocida como corpo aberto: la supuesta posesión de su cuerpo por una voz ajena y distante que dice pertenecer a un clérigo muerto en La Habana algunos años antes. De pronto, Manuela habla con voz de hombre, con un acento que desconoce y desgranando conocimientos reservados solo a los más instruidos. Su caso atrae a médicos y estudiosos, bajo la atenta mirada del abad, mientras ella se convierte en objeto de opresión en los ámbitos familiar, social y religioso.

La novela está dividida en tres partes que reflejan la experiencia vital de la protagonista con recursos narrativos diferenciados. "Muda", narrada en primera persona por Manuela, está escrita sin mayúsculas, un recurso que transmite la fragilidad y desconcierto de su voz. "Huésped" adopta la perspectiva de la conciencia que se instala en su cuerpo, subrayando la extrañeza de habitar lo ajeno. Finalmente, "Desalojo" funciona como desenlace o epílogo, en un intento de poner orden al caos que lo precede.

Los temas que atraviesan la obra son múltiples: el poder patriarcal y religioso de la España rural de principios del siglo XX, la discriminación de la mujer, la violencia o  la locura, pero también la tradición, la superstición y el folclore arraigados a lo más íntimo del ser. La autora aprovecha la riqueza paisajística gallega para crear un escenario en el que lo real se difumina frente a la verosimilitud del conjunto. Manuela, sometida siempre a fuerzas externas, se convierte en el centro de una reflexión sobre los límites de la identidad individual.

Más que realismo mágico, Habitada plantea una “fantasía real” anclada en un contexto cultural preciso, donde lo importante no es la verdad literal, sino la credibilidad del relato. Aquí no hay héroes ni villanos, sino personajes heridos que intentan sobrevivir, conformando una pequeña sociedad marcada por lo marginal. Como en Las Inviernas o Alguien bajo los párpados, Sánchez Andrade vuelve a colocar en el centro lo que suele quedar en los márgenes, aunque en este caso, el cuerpo femenino funciona como último refugio: habitado, silenciado y profanado, pero siempre resistente.

La novela no busca ofrecer respuestas, sino que invita al lector a convivir con la incomodidad de las preguntas que suscita. Con un lenguaje cuidado y un estilo lleno de matices, Cristina Sánchez Andrade abre, a lo largo del texto, multitud de espacios que cada lector deberá completar.

En resumen, Habitada conjuga con fino equilibrio la fuerza del relato, la belleza del lenguaje y el compromiso con lo silenciado. No es una lectura complaciente, es precisamente su aspereza  lo que la convierte en una experiencia literaria única e imprescindible: como ejercicio de memoria, como denuncia y como apuesta estética.

Cristina Sánchez Andrade. Habitada. Anagrama, 2025.



jueves, 11 de septiembre de 2025

El color y la herida. Rebeca García Nieto (Reseña)

 


Rüdiger Keller es un pintor que a sus más de ochenta años ha caído en desgracia tras unas desafortunadas declaraciones a propósito de Eric Gill, artista conocido tanto por sus magníficas esculturas como por los terribles abusos que cometió. Después del fallecimiento de su hermana, Keller se instala en su casa, situada en Neuköln, un barrio de Berlín en el que los restaurantes veganos y los hípsters conviven con los inmigrantes y los refugiados sirios. Dada la gran cantidad de amenazas que está recibiendo el pintor tras la polémica, su representante decide instalar un sistema de videovigilancia en el edificio. Esto hará que Keller acabe viendo cosas que nunca pensó llegar a ver, tanto de los demás, como de sí mismo.

Habitualmente, no es el relato de la historia universal lo que cincela la fisonomía de la sociedad, sino la historia personal y concreta que rodea a cada individuo y la manera de cómo la hace suya o reniega de ella. Desde este punto de vista, ¿estamos legitimados para hablar sobre la culpa, para saber lo que son la vergüenza o el asco cuando solo contamos con la experiencia adquirida a través de las páginas de un libro o las imágenes de un documental?

Estas son solo algunas de las muchas cuestiones que Rebeca García Nieto nos plantea en su novela El color y la herida, publicada por De Conatus.

Rudi Keller, un pintor alemán de éxito, no pasa por su mejor momento: unas declaraciones “presuntamente” inapropiadas, le han colocado en la cuerda floja. Por si esto fuera poco, su decisión de trasladarse a vivir a la casa de su hermana, tras la muerte de esta, en un barrio cosmopolita y multirracial de Berlín, con la única compañía de un viejo pastor alemán que solo espera el regreso de su dueña, aunque intuye que, pase lo que pase, ese es su lugar, le hará replantearse tantas cosas, que solo el compromiso extremo con su pintura, a pesar de las posibles opiniones de los demás, le permitirá completar un círculo del que ha perdido los extremos. 

La elección de Neuköln como escenario no es caprichosa; como escribe al respecto Recaredo Veredas1: «El barrio funciona como metáfora de un mundo donde los traumas del pasado conviven con las crisis del presente, donde la memoria del Holocausto dialoga con las nuevas formas de exclusión».

El color y la herida parte de un hecho concreto, pero que es extensible a cualquier suceso convulso y transformador de la historia reciente de la vieja Europa, lo que la convierte, y no exagero, en una novela universal. 

La guerra siempre causa muerte y desolación. La dictadura siempre deja tras de sí desigualdad y terror. La guerra, cualquier guerra. La dictadura, de cualquier color. La ideología extrema, esa que no se permite dudar de misma, tampoco tiene color. Es bastante común que, quien ha sufrido el trauma en carne propia, tras la reflexión, opte por el silencio.

Hacer la vista gorda a las barbaridades que cometió el ejército ruso durante la ocupación alemana inmediata a la derrota del nazismo, puede que sea el resultado de la necesidad de no opacar los crímenes cometidos por los nazis. ¿Qué sabemos de las mujeres alemanas, violadas por los rusos tras la ocupación? ¿Qué ocurrió con los judíos que regresaron a Alemania tras la guerra? ¿Por qué apenas se ha escrito sobre estos temas? Y en el otro extremo del silencio, ¿estamos legitimados para señalar la manera de proceder de alguien de quien no conocemos lo que ha vivido, lo que se ha visto obligado a callar?

El gran acierto de la autora es haber sabido condensar el trauma colectivo en una historia familiar que comparte todos sus elementos dentro de una herida que el silencio y la distancia no han sido capaces de cerrar. Rebeca García Nieto escoge el mundo del arte para, entre otras muchas cosas, criticar abiertamente a una sociedad mercantilista y especulativa que todo lo corrompe, sea cual sea el color al que se adscribe quien maneja los hilos invisibles del poder, a partir de la eterna dicotomía de la ética y la estética.

¿El arte tiene que ser consecuente con la historia?

Como nos recuerda el protagonista de esta historia, citando a Bacon: «En el arte […] lo único que es real es el material de que está hecho».

Rebeca García Nieto construye una novela a base de capas, entretenida, instructiva ‒roza la erudición pero se aleja de cualquier atisbo de pedantería‒, reflexiva y lúcida, sobre todo lúcida, por lo que cuenta y por cómo lo cuenta. Su estructura simula la concepción de una pintura en la mente parcelada del pintor, pero haciendo uso de los materiales físicos de la literatura. Una pintura en la que el tiempo es circular, como la esfera de un reloj que siempre acaba llevándote al sitio en el que habitan los fantasmas, el mismo lugar en el que Dios se entretiene haciendo vudú con cada uno de nosotros, y a pesar de todo, le rezamos.

Pero una pintura que tendremos que aprender a ver a través de un marco vacío y personal, único para cada lector, porque nace de lo más profundo de la memoria colectiva, esa que siempre busca en la mente el rincón en el que habita el olvido.

«[…] faciebat no fecit. Se trata de una obra en curso. La idea de Keller era que se completara en la mente del espectador».

Rebeca García Nieto. El color y la herida. De Conatus, 2025.

1Recaredo Veredas (2025). “Una anatomía del trauma alemán y europeo”, en República de las letras, 13/07/2025. Disponible en: https://goo.su/kCR4rcj

Imagen: De Conatus.

jueves, 24 de julio de 2025

Instadrama alpino. Lara Magdaleno Huertas (Reseña)

 


En la travesía Helbronner, dos alpinistas Ana y Emeterio sufren un accidente y caen en una grieta del glaciar. Tras el rescate, él permanece inconsciente y ella se percata de que padece una laguna en su memoria que abarca los diez últimos años, en temas cotidianos como las noticias o la tecnología, pero también en cualquier suceso relacionado con las montañas. En la reconstrucción de sus recuerdos cuenta con el apoyo de un médico que evalúa el alcance de las secuelas, y la interacción con Alexia, un asistente virtual del teléfono que la acompaña en los momentos más duros del accidente. Fruto de esas conversaciones la mente en blanco de Ana irá restaurando y novelando la realidad de las cumbres para ofrecérsela a su compañero en el regreso de su letargo.

«Qué recuerda usted del accidente? / ‒Pues recuerdo una palabra ‒dije con sorpresa. / ‒¿Qué palabra? ¿Miedo? ¿Ayuda? / Polipasto ‒solté con los ojos cerrados».

Polipasto. Lo que, según la RAE, es un ‘aparejo de dos grupos de poleas, uno fijo y otro móvil, Lara Magdaleno lo convierte en sinónimo de peligro, de incertidumbre, de falta de confianza en uno mismo, pero también de esperanza en conseguir aquello que te has propuesto. Esa es la magia de su literatura.

Con solo tres libros, Lara Magdaleno Huertas ha logrado algo realmente difícil: crearnos la sensación de que lo suyo es un género propio, que podríamos denominar ‒por aquello de ponerle nombre a todo‒ “literatura en altura” o “alta literatura de riesgo”, por esa combinación de literatura y montaña que tanto el poemario como las dos novelas comparten.

Interesante amalgama: literatura y montaña.

Dos pasiones que se unen, pero que, aun siendo cierto lo que escribe Sebastián Álvaro en el magnífico prólogo que encabeza esta nueva novela, Instadrama alpino, a la que califica como «[…] un ensayo literario que mezcla realidad, ficción y virtualidad, nunca son el núcleo de una mera exposición de motivos didácticos o curiosos, sino que son el armazón de un todo indisoluble, que no solo entendemos, sino que compartimos y participamos de él.

La montaña que nos llega a través de la literatura.

La literatura que nos llega a través de la montaña.

Todos los relatos escritos por Lara Magdaleno Huertas están compuestos por capas, como placas congeladas en altura que se mueven, se desplazan, se derriten, al tiempo que reflejan, en su impoluta blancura, toda la belleza del universo conocido, pero que al mismo tiempo pueden ser la puerta que se abre hacia la oscuridad de un infierno latente a cada paso o convertirse en el más hilarante de los escenarios.

Pensando en este último motivo, no sé si el humor ocupa la primera capa de Instadrama alpino, o solo es el reflejo de un universo íntimo y profundo pugnando por salir a la superficie. Mi duda es razonable, porque, supongo más por desconocimiento del universo alpino que la literatura se parece mucho a la montaña y cobra vida, como ella, cuando menos te lo esperas. Lara lo ha sabido entender muy bien.

En Instadrama alpino, Lara convierte la montaña, su montaña, en el escenario de un relato mordaz y divertido en el que, sin embargo, lo más importante no es la historia, sino ese murmullo apenas perceptible, que el lector hace suyo sin darse cuenta, y le induce a participar de la reflexión continua de Ana, la gran protagonista de la novela. Una reflexión, por cierto, muy necesaria en estos días en los que la prisa le ha cedido la palabra al supuesto intelecto mecánico de la Inteligencia Artificial.

Con el trasfondo argumental de un accidente alpino, que lleva consigo un coma inducido y una amnesia parcial, Instadrama alpino se construye a través de un diálogo-monólogo reflexivo y analítico sobre la montaña, pero también sobre la vida y la muerte, o sobre la trascendencia de las decisiones que tomamos en nuestra ascensión particular a cualquiera de nuestras cimas. Desde esa perspectiva, no es difícil darse cuenta de que para Lara, la palabra montaña es sinónimo de existencia, y que lo que le ocurre a la montaña es un calco de lo que le ocurre a una sociedad de la que ella es parte activa.

Esta comparación es una constante en su literatura, pero yo diría que aquí va un paso más allá, a pesar de que, literariamente hablando, el miedo a la cumbre nunca desaparece.

«Porque yo cuento historias para ahuyentar el miedo en la roca y en la nieve...»

Que tenemos que pensar en la montaña como en un ser vivo es algo evidente cuando leemos a Lara Magdaleno, como lo es también la literatura.

Al final, los problemas de la montaña, aunque nos parezcan agresivos e inalcanzables, no son más que una extensión de la cotidianidad humana a ras de suelo: masificación, incremento incontrolado de residuos, intereses comerciales, impersonalidad…. Al mismo tiempo que se transforma la montaña, cambian también los hábitos de quien se acerca a ella con intención de hacerla suya. El problema surge cuando crece desmesuradamente el número de incautos que inician el ascenso, no solo con la intención de hacer cima, como reto deportivo y personal, sino con la única intención de conseguir, a cualquier precio, completar una ascensión mucho más peligrosa, para el entorno y el futuro,, porque no entiende de reglas y costumbres adquiridas por la experiencia: la de hacerse la foto para agrandar una cima mucho menos protectora con la montaña, la del número de likes en la red social de moda.

«Finalmente, un número cada vez menor de individuos realizan lo que se denomina “aclimatación, disfrute y compañerismo”, es decir, se preparan con rigor y método, escalando y descendiendo en varios días, portean su material, charlan, juegan a las cartas y se ayudan física y mentalmente en el esfuerzo. Este último tipo de sujetos, denominado alpinistas, que años atrás abundaba, parece ser actualmente una especie en extinción. En extinción física y mental, quiero decir».

Ideas como que el daño infligido a la naturaleza tarde o temprano nos será devuelto son parte de este drama en el que la filosofía y la ética se alían una vez más con el sentido común, para intentar acabar con tanta impostura insensata y contagiosa.

¿Ejercicio de nostalgia o llamada de atención?

Lara Magdaleno pone en boca de la protagonista toda su sabiduría. Ana no deja de hablar en ningún momento, a pesar de que el receptor último de todos sus mensajes permanezca en coma o sea el algoritmo de una inteligencia artificial. Lo hace con la esperanza de que sus palabras no se conviertan en aire, o se esparzan en el espacio etéreo, presuntamente aséptico, de una habitación de hospital perdido en medio de la nada.

Este coma inducido de Emeterio, compañero de cordada de Ana, lo podemos entender como metáfora de la sordera de una sociedad ocupada y despreocupada. Nos queda la esperanza de que sea el oído lo último que pierda el inconsciente y global cerebro receptor.

Aunque, sin duda, lo mejor de Instadrama alpino es que no es más que una novela irónica, didáctica y divertida, sobre todo, divertida.

Por suerte, suele ocurrir que la crítica más activa es la que nos llega desde el humor, y, sobre todo, desde el inmenso amor a lo que, sabemos, nos llena de felicidad.

Lara Magdaleno Huertas. Instadrama alpino. Desnivel, 2025.

Pedro Turrión Ocaña


martes, 20 de mayo de 2025

La otra Isabel. Laura Martínez-Belli

 


1521, el imperio azteca se derrumba. Tecuixpo, la hija de Moctezuma, es hecha prisionera por los conquistadores españoles, quienes son los responsables de la muerte de su padre y la sangrienta derrota de su pueblo. Ahora, bautizada como Isabel, se ve obligada a vivir según las costumbres y la religión de sus captores. Inmersa en un mundo de intriga, traición y muerte, la vida le tiene reservado un golpe final: su primera hija le será arrebatada por Hernán Cortés, el hombre al que más odia. […] La otra Isabel es la monumental aventura de la hija del último tlahtoani, quien perdió su nombre, su imperio y su familia, pero jamás se dejó vencer. En esta extraordinaria novela, Laura Martínez-Belli entreteje a la perfección la ficción histórica con el suspenso del thriller político más revelador.

Tecuixpo, hija de Moctezuma, el último Emperador mexica, bautizada después como Isabel por los españoles de Hernán Cortés, es uno de esos personajes que han pasado a la historia como un simple nombre dentro de la genealogía del gobernante azteca. En La otra Isabel, a partir de un estricto trabajo de documentación, Laura Martínez-Belli afronta el reto de reconstruir su historia, a la vez que nos abre las puertas que nos permiten adentrarnos en un momento decisivo para poner en contexto el inicio de la construcción de un nuevo mundo, tantas veces cuestionado.

La otra Isabel es una novela histórica trepidante, repleta de intrigas, de juegos de poder y traiciones, dentro y fuera de cada uno de los bandos,  pero con una intención que va mucho más allá del puro entretenimiento o del thriller maniqueo que solo busca la espectacularidad del enfrentamiento sangriento e interesado entre dos culturas irreconciliables.

Siempre a través de una mirada femenina, la autora consigue elevar el personaje de Tecuixpo al lugar que le corresponde. Tal vez su mayor reto ha sido conseguir que la Historia, con mayúscula, no se convierta en una losa insoportable que de al traste con la historia que nos quiere contar. El secreto está en haber sabido encontrar el equilibrio.

Son varias las claves que convierten la novela en un documento esclarecedor, además de entretenido: por un lado, saber alejarse del maniqueísmo de un relato siempre contado desde la perspectiva del vencedor, remarcando lo importante y dejando a un lado lo superfluo; y por otro, no olvidar en ningún momento que se trata de un relato de ficción, cuyo máximo interés es atrapar al lectorEn cualquier caso, no hay ningún interés oculto en la novela, salvo la necesidad de entender y compartir cuál pudo ser el proceso vital de una mujer, atrapada en en un mundo de hombres, para sobrevivir y pelear por sus propios intereses

El gran acierto de Laura Martínez-Belli es haber logrado que la heroicidad del personaje nazca de la humanización de la mujer, tantas veces tratada como un objeto, pero sin restarle importancia al comportamiento de los hombres en un tiempo que nada tiene que ver con el actual, juzgándolos no tanto por sus actos y palabras y más por sus dudas y silencios.

Otro ingrediente importante en la novela es la lengua, o tal vez debería decir las lenguas, y la necesidad de utilizarlas para el entendimiento y no para el enfrentamiento. Así llama Cortés a Malinalli Marina: “su lengua”, lo que permite a la autora perfilar su figura como un personaje importante del relato, por ser el nexo fundamental para el entendimiento, lo que la hace también idónea para ser un referente en los intereses de Isabel.

Tecuixpo se convierte en Isabel gracias a la labor de cristianización de los conquistadores, que lo interpretan como un triunfo personal. Ese ha sido siempre el relato que nos han hecho aprender. Laura Martínez-Belli decide subrayar en el personaje de Isabel su capacidad intrínseca de pensar, de tomar sus propias decisiones, lo que nos abre la puerta a reflexionar sobre si el hecho de la evangelización no fue tanto un triunfo del conquistador como un medio del conquistado para recuperar su espacio y enriquecerlo. 

«Tal y como Isabel había imaginado, fray Juan de Zumárraga se sintió halagado con el ofrecimiento de bautizar al hijo primogénito de la hija de Moctezuma. Él mismo presumía de lo bien que estaba llevando a cabo la conversión de los naturales usándola como ejemplo. Ofició el bautizo de Juan de Dios de Andrade y comprobó ‒maravillado‒ que la iglesia estaba a rebosar de la nobleza española recién llegada de la Península Ibérica y de los nobles indígenas que aún quedaban, cristianizados en apariencia y ni cuyos nombres ni vestidos tenían ya nada que ver con sus antiguas identidades. Isabel dispuso que se repartieran por los asientos en igualdad de condiciones. No había vasallos, ni vencedores, ni vencidos, tan solo una marea de iguales de distintas etnias y colores».

Sin embargo, la novela comienza con un grito desgarrador y un balbuceo gatuno que no llega a romper en llanto, pero que es el leitmotiv que empuja a Isabel a empeñar su vida en mantener a toda costa viva su herencia y  a utilizar todas las armas disponibles para conseguirlo.

«[…] a través de la escritura Isabel renació libre».

En el fondo, La otra Isabel no es más que el ejemplo perfecto de la capacidad que tiene un personaje histórico, por pequeño que sea, de convertirse, a través de la escritura, en un personaje vivo, verosímil. Es la literatura quien consigue el milagro de que una realidad, muerta y olvidada en unas cuantas hojas de papel, adquiera el alma que le permitirá vivir eternamente.

Laura Martínez-Belli, La otra Isabel. Editorial Planeta Mexicana, 2021.

Pedro Turrión Ocaña




jueves, 24 de abril de 2025

Soberbia. Recaredo Veredas (Reseña)

 


Sebastián, el protagonista de Soberbia, es programado desde su infancia para llevar a su familia hasta donde cree que se merece y emplea toda su vida en ese propósito. Sus fracasos son tan grandes como su perseverancia. […] Las raíces e Soberbia son el ansia de reconocimiento y las consecuencias de los mandatos que recibimos en la infancia. En tan comunes condiciones se originan gran parte de los males de la humanidad. Detrás de cada desastre, público o privado, suele haber un niño que busca atención. ¿Qué ansían casi todos los dictadores sean tiranos familiares o mundiales sino reconocimiento?

Para tratar de huir de nuestras propias miserias, nos hemos acostumbrado a revolver entre los despojos que, desde antiguo, el poder deposita en el extrarradio de cualquier ciudad. De ellos se nutre la literatura para crear héroes y antihéroes, personajes atractivos por la costumbre, la lástima, la inocencia o el interés. Más difícil es hallar, en estos tiempos tan poco románticos, un personaje que se sabe elegido para cumplir el más alto mandato de la sociedad, siendo parte de la élite ‒no importa si envidiada o despreciada‒ que habita la zona más noble de la ciudad. Y digo se sabe y no, es, porque, por el hecho de no ser lo habitual, nadie se lo ha pedido. O quizás, sí.

Sebastián López de Lucena construye su vida alrededor de una única idea: ganar el premio Nobel de medicina; pero no se da cuenta de que esa imperiosa necesidad de reconocimiento es anterior a su propio nacimiento y tiene mucho que ver con la ambición desmedida de sus antepasados basada en una mentira que, de tanto repetirla, se convierte en axioma, y que siempre acaba igual: concibiendo hijos nacidos de la frustración.

Sebastián estudia para ser el primero, y arriesga para lograr un hito histórico que cambiará el futuro de la humanidad, sin ver que no es más que una víctima de su propia soberbia.

«Lo importante no es cómo nos vemos sino cómo nos ven».

Sin embargo, de la promesa nacional a la vergüenza solo hay un escalón.

«La élite, una vez que ha tomado una presa, no la suelta».

La única persona que sabe adivinar la gran burbuja que se está creando a su alrededor es Blanca, su esposa. Pese a todo, ella decide galopar por el lado más estrecho del abismo por el que se arrastra su marido, y termina convirtiéndose en el punto más débil, justo cuando más se la necesita.

Política, religión, la Rusia de Rasputín y una ONG caritativa se mezclan con la presencia constante de la muerte, en una novela cuyo trasfondo es la necesidad de reconocimiento de una sociedad hipócrita que vive para la galería, tratando de que no se note:

«Así quedará para el recuerdo porque la memoria no siempre es la verdad ‒de hecho, no lo es casi nunca‒»

Pero con un mensaje subliminal que nos permite seguir teniendo fe, y que tiene mucho que ver con la poesía.

Recaredo Veredas. Soberbia. De Conatus, 2024.

Pedro Turrión Ocaña

domingo, 9 de marzo de 2025

Las iras. Pilar Adón (Reseña)

 


¿Puede surgir la belleza tras el horror? ¿Es posible el sosiego después de la venganza extrema? […] Con un elevado concepto de la amistad, los protagonistas de Las iras humillan, hieren y matan amparándose en unas reglas impuestas por ellos que han de cumplirse. Luego pueden terminar en un pozo o vagando por un páramo con la mirada perdida, devorados por sí mismos o encerrados en una casa. Y nosotros, a su lado, asistimos a la corrupción del paraíso, a la batalla sin tregua del candor y lo terrible, la serenidad y la firmeza, asomados igualmente a la inmensidad del abismo.

¿Dónde se encuentran los límites de la irrealidad?

Como en los relatos bíblicos, las protagonistas de Pilar Adón soportan la carga de la incomprensión o de la vergüenza o de la culpa o del miedo, en un ambiente asfixiante que condiciona sus acciones, aun sabiendo que, en el fondo, lo que domina en su interior es un sentimiento noble de amistad y deseo. Hay en todas ellas, también, un atisbo de inocencia, que procede de su condición infantil, a pesar de que algunas de sus protagonistas ya no sean niñas, y que tiene mucho que ver con el origen de su naturaleza.

Pero la realidad sí tiene límites definidos, es finita, como la paciencia, contrapunto de la ira. El pecado enfrentado a la virtud, la vida siempre enfrentada a una promesa de eternidad efímera.

Los dieciocho relatos que conforman Las iras, de Pilar Adón, son mucho más que argumentos escritos en un papel. Más bien son como espinas que se clavan en la piel y nos obligan a permanecer atentos a la herida, para que no se infecte y perturbe  nuestro sueño. O tal vez sí lo son, y siguen el rastro de las viejas historias infantiles de la tradición oral tantas veces maltratadas por el proteccionismo que nace de la imbecilidad, sin tener en cuenta que lo que en realidad le están arrebatando a sus personajes es la esencia que les da la vida.

Las protagonistas de estos cuentos son mujeres, en su mayoría, niñas, que llegan a la conclusión de que la única libertad posible solo existe en el aislamiento a no ser que sea un perro quien duerma a sus pies, quien proteja el perímetro de su mínima existencia.

«Está sola la mujer cuando no tiene un perro. Pero ella tendrá uno».

El perro es el símbolo perfecto de la fidelidad, pero también es la mejor representación del instinto natural más primitivo.

«Hay quien sostiene que limpiarle los dientes a un perro le despoja del lobo que lleva dentro y que es una ofensa. Y hay quien venera lo indómito del animal y defiende la idea de que se debe honrar al perro como se honra a los antepasados».

Desde la aviesa mirada de la oscuridad de un pozo o la vieja historia maniquea de las “hijas” de Eva y Adán, hasta los alcatraces que nunca llegarán a saber que lo más bello y terrible de la isla que sobrevuelan cada día tiene forma de mujer, asistimos al espectáculo del sueño turbio que es su vida, la que  sueñan y también la que piensan o  huyen o intentan transformar, atrapadas en lo más vital de la naturaleza, a través de un tiempo sin bordes definidos, que nos tutea porque también nos pertenece. Voces que gritan su impotencia incluso antes de nacer, que comercian con niños en mal estado o que nos muestran las aristas ocultas de un clásico decimonónico o de una vieja película en blanco y negro que ya casi nadie ve. Voces de mujeres que aceptan, de igual modo, el legado del dominio como el de la sumisión; que son víctimas y, a la vez, ejecutoras, capaces de lo más terrible y también de lo más bello, sin que exista, en ninguno de los casos, un afán didáctico o aleccionador.

«Caer no ya en el error de pensar que unas personas pudieran pensar en otras, sino en el error de pensar que unas personas podían salvar a otras».

A pesar de que los cuentos pueden desarrollarse en cualquier espacio temporal, es constante la sensación que tengo de vivir en el Antiguo Testamento. Una de de las claves es la presencia de la figura del padre omnipresente, que vigila a sus hijas pero que no atiende a sus ruegos, o la impostura de una ley, a veces autoimpuesta,  que condiciona cualquier movimiento.

Pero el pecado no siempre habita en el interior de quien presuntamente lo comete, por eso la venganza está justificada si se ejecuta desde la inocencia de la grieta que supura, desde el grito que nunca entiende la censura porque es parte de una verdad que solo es verosímil si se cuenta desde la ficción usando la palabra precisa.

«Mi única misión consiste en aguantar viva hasta la muerte».

Podríamos definir Las iras como un gótico intemporal que no necesita etiquetarse en el título, porque en ningún momento pretende ser una intención o una sugestión. Lo que cuentan sus relatos ya está en el alma del lector, en el rastro indeleble de su infancia, en esos juegos terribles que no se olvidan con el tiempo a pesar de que pierdan su color en el letargo que provoca la luz opaca del recuerdo. Por eso es un enorme acierto dejar huecos en el entramado de las historias, imprescindibles para provocar la interacción de quien no puede parar de leer, o de quien tiene que pautarse un ritmo lento. En cualquiera de los casos, quien afronta la lectura de Las iras ha de aceptar el reto de participar en el juego que nos propone el texto.

Con cada nuevo libro, Pilar Adón avanza en la construcción de su literatura como si fuera una casa, con la única herramienta de sus manos, en un paraje único, particular pero reconocible  que siempre nos sorprende. Una construcción que se eleva en medio de una tierra que no es suya pero que lo ha sido siempre. 

«Sabe cómo lograr que esos pedruscos formen una pared y luego otra y finalmente lleguen a sostener una cubierta. Sabe cómo avanzar usando sus propias manos y su propio sentido de la proporción».

Está en su naturaleza.

Pilar Adón. Las iras. Galaxia Gutemberg, 2025.

Pedro Turrión Ocaña


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