martes, 25 de noviembre de 2025

Madre mujer muerta. Adolfo García Ortega (Reseña)


Finales del siglo XIX
. La joven Galia Cervino busca un lugar en el mundo donde ser feliz. Sin embargo, el mundo en el que vive es una maraña de obstáculos y dificultades que presagian el drama, en lo social y en lo físico. Celia cruzará su vida con la de Luis Selva, un médico culto, solitario y atormentado por su naturaleza homosexual, quien la rescatará de su destino y reconstruirá la historia de la joven con consecuencias imprevisibles, llegando a un límite que no siempre es fácil de traspasar: él querrá ser ella, como redención y como venganza. […] Madre mujer muerta es una novela realista cargada de un simbolismo que sigue siendo actual. Por sus páginas sobrevuela una España de desigualdades y divisiones, preludio de las grandes crisis del siglo XX, encarnadas en Galia y Luis, dos personajes memorables que buscan a ciegas un espacio propio y libre.

Madre mujer muerta es uno de esos libros que te atrapan nada más empezar a leer, con una primera frase memorable: «¿Qué mirar?, pensó ella. Tan solo el vacío de una carretera en el crepúsculo»; y una fecha exacta que nos transporta al «rígido otoño» de 1889, en el interior de una diligencia, con nombre propio, por cuya ventana todos querremos mirar.

Adolfo García Ortega nos traslada a la Castilla de finales del XIX, donde el aire huele a cambios que llegan tarde para la inmensa mayoría, a través de un relato que avanza con calma, que mide cada uno de sus pasos para que la historia y la emoción del lector se sincronicen en un mismo movimiento. Y es precisamente en ese ritmo donde la historia despliega su mayor verdad.

La protagonista, Galia Cervino, vive atrapada en un tiempo que no la deja ser ella misma. Sobrevive como tantas mujeres de su época, empujada hacia un destino que otros han decidido ya. Frente a ella aparece Luis Selva, un médico culto y silencioso que carga con su propia marginación causada por un deseo que en aquel mundo rural no tiene nombre ni espacio. Entre ambos surge una relación que nada tiene que ver con el amor en el sentido convencional, pero sí con una especie de reconocimiento profundo, en busca de una salvación que inevitablemente ha de pasar por la mirada del otro.

Adolfo García Ortega escribe con una serenidad que parece heredada de otra época, a través de una prosa contenida y luminosa, que no juzga, que deja que la emoción se filtre sin hacer ruido. La novela se mueve entre la vida que se impone y la vida que se sueña, subrayando ciertos elementos, como la maternidad frustrada o la identidad prohibida, para hacer de la memoria una fuerza a la que asirse, incluso cuando ya no queda nadie para recordar. O eso parece.

Hay escenas que se quedan adheridas a la piel: los silencios de Selva, el paisaje rural detenido ante la llegada de la modernidad, la presencia fantasmática de la madre; todo ello narrado sin prisa, como si el libro pidiera ser leído con la paciencia de quienes escuchan lo que no está dicho del todo.

Y, sin embargo, lo que más conmueve es que Madre mujer muerta nace de un lugar inesperado, que el autor nos revela en el “Prefacio” que ocupa las primeras páginas del libro, y que tiene que ver con su pasado familiar. Esa raíz íntima late en el pasar de cada página y convierte la novela en un gesto de reparación, de justicia hacia quienes nunca pudieron contar su propia historia.

Si se mira con perspectiva, esta novela se inscribe con naturalidad en el mapa narrativo del autor, pero a la vez abre un territorio distinto. Desde sus primeras novelas hasta obras más recientes como Una tumba en el aire o El gran viaje, García Ortega ha transitado siempre entre la memoria, la identidad y la historia. Sus personajes suelen moverse en zonas intermedias, entre lo que fueron y lo que nunca pudieron llegar a ser.

En Madre mujer muerta reaparecen todas esas obsesiones, pero con un tono mucho más íntimo. Si en su novela anterior predominaba la amplitud del espacio y el tiempo un viaje que se repite en tres épocas diferentes, aquí todo se estrecha: el pueblo, las familias, los secretos, la herida silenciosa del deseo. Es como si la mirada del autor se hubiera acercado hasta tocar el núcleo mismo de su propio pasado, sin renunciar a la sensibilidad social que siempre lo acompaña. Sin embargo, hay algo que ambas novelas comparten: la necesidad de entender lo que sucedió, ya sea a través de un viaje físico o de un viaje interior, pero siempre apelando a ese retroceder  porque, como ya escribí en la reseña de El gran viaje, «el tiempo es lo único que tiene el verdadero poder de la digresión, de situarnos ante las diversas bifurcaciones que modelan el viaje individual de la existencia».

También sobresale, en esta nueva novela, algo que ya aparecía en otros libros, pero que aquí adquiere un peso especial: la exploración del silencio. El de Galia ante la vida que no puede elegir, el de Luis Selva ante la identidad que no puede nombrar, el de una Castilla que empieza a cambiar sin saber que cambia. Ese silencio es el hilo que une esta novela con las anteriores, pero también lo que la hace distinta y única: 

Aparte de en su poesía, nunca Adolfo García Ortega había escrito tan cerca de sí mismo, tan a ras de piel.

En resumen, Madre mujer muerta es una novela que hiere sin estridencias, que entiende sin moralizar, que acompaña sin pedir permiso, y que al final deja en el lector la sensación de haber recibido el regalo de un instante memorable que no nos pide otra cosa que seguir leyéndole.

Adolfo García Ortega. Madre mujer muerta. Galaxia Gutenberg, 2025.

jueves, 6 de noviembre de 2025

Veníamos de la noche. Ernesto Pérez Zúñiga (Reseña)


En Veníamos de la noche, Ernesto Pérez Zúñiga construye una conmovedora e intrigante historia sobre la complejidad de las relaciones humanas, las búsquedas artísticas, la identidad, la redención, la locura y el amor. 

Las contradicciones de la sociedad contemporánea y de la conciencia habitan en esta absorbente novela, donde el resplandor de Roma, con sus claroscuros, es un personaje más.

Veníamos de la noche, de Ernesto Pérez Zúñiga, pertenece a esa rara estirpe de novelas que obligan al lector a detenerse, a respirar, a mirar hacia dentro y, por supuesto, a volver a ella una vez acabada su lectura.

«Sigo empeñado en escribir esta historia, en reescribirla, mejor dicho, por séptima u octava vez. Quizás porque todavía soy incapaz de comprender a la verdadera Lucía, de verla como fue, incluso de describir sus rasgos con acierto, cegado aún por la envoltura de luz que la rodeaba aquella mañana en la Academia, cuando llegó; una envoltura que, durante un tiempo, me impidió percibir la oscuridad pegada a su piel y a sus gestos».

De esta manera se refiere el narrador a Lucía, su protagonista, en las primeras páginas de la novela. Lucía viaja a Roma con una beca de la Academia de España. Lo hace con el propósito declarado de “pintar el cielo de Roma... " ¿Se trata de recuperar su vocación pictórica, o de reinventarse? Tiene cuarenta y nueve años, un matrimonio asfixiante, que acaba de romper, y un pasado del que no podrá desprenderse fácilmente.

En este contexto, el escenario luminoso y antiguo de Roma se transforma para ella en un espejo, cuyo reflejo no es solo fondo, sino un personaje más que la acompaña, la vigila y, por qué no, el espacio en el que hallar la redención, sea cual sea su culpa.

Ernesto Pérez Zúñiga despliega una prosa que se adapta a la perfección al ambiente pictórico y cultural en que se mueven sus personajes. Sus frases avanzan por las páginas,  precisas, rebosantes de luz, como trazos sobre el lienzo, cargadas de una melancolía que nunca llega a ser lamento. Las calles, los lugares, los atardeceres romanos, se transforman en metáforas de lo que se puede perder pero, sobre todo, de lo que todavía puede ser salvado.

La novela se mueve en diferentes planos que nos hablan del arte, del amor, de la culpa, del deterioro o de la redención, pero que podemos reubicar bajo el paraguas de dos temas principales: el retrato íntimo de una mujer que busca sentido en el arte y un thriller psicológico que insinúa sombras de un pasado demasiado cercano para poder dejarlo a un lado.

Hay en el texto una tensión sutil —la sensación de que algo acecha o de que la belleza también puede causar dolor—, sin embargo, lo que realmente sostiene la narración es la eterna pregunta sobre la creación: ¿puede el arte reparar lo que la vida rompe?

Si algo define a Veníamos de la noche es su fe incondicional en la belleza. En tiempos de ruido y prisa, Pérez Zúñiga nos propone un regreso a la pausa, a la mirada lenta, a la profundidad. Roma y Lucía son, en el fondo, dos nombres para una misma búsqueda: la de quien, a pesar de todo, aún cree que del caos puede nacer la luz.

Veníamos de la noche es una novela ambiciosa y hermosa, que mezcla como pocas el arte, la culpa, el deseo de libertad, con la ciudad; y lo hace a través de un estilo en el que merece la pena detenerse, pero también con la intensidad narrativa y el peligro de una novela de acción, en la que no faltan la intriga y el misterio, incluso la violencia. Si bien no es “ligera”, termina recompensando al lector que acepta el reto de entrar en su atmósfera, de dejarse llevar por su tempo y atrapar por sus imágenes y su tensión interior.

Como en otras obras del autor (la imprescindible No cantaremos en tierra de extraños o Escarcha), el lenguaje tiene un peso casi espiritual en la novela. Sin embargo, las referencias pictóricas, literarias y filosóficas no entorpecen la lectura, sino que la enriquecen, construyendo un diálogo constante entre arte, memoria y deseo. Es cierto que es una novela que exige que el lector despliegue en sus páginas toda su atención, pero le recompensa el esfuerzo a base de una intensa tensión narrativa que nunca abandona la belleza.

En resumen, Veníamos de la noche, es una novela que nos abre las puertas a ese arte narrativo, con mayúscula, tan difícil de encontrar en muchas mesas de novedades–, que va más allá de la historia convencional, porque escarba en la "envoltura" engañosa de la luz, con la única intención de dejarnos  un  mensaje entre  líneas que trasciende a la piel, de los personajes y del lector:

No venimos de la oscuridad para quedarnos en ella, sino para aprender a mirar lo que brilla.

Ernesto Pérez Zúñiga, Veníamos de la noche. Galaxia Gutenberg, 2025.




martes, 7 de octubre de 2025

Destiempo. Silvia Bardelás. (Reseña)

 


Una mujer mayor pide a su nieto que vuelva a Galicia desde los Estados Unidos para pasar el verano con ella. Quiere que asista a una especie de lucha social que está realizando con sus amigas. Buscan la acción como lo único que puede dar sentido a sus vidas. Así mezcla, Silvia Bardelás, distintas generaciones con un mismo problema: el peso de un mundo normativizado, lleno de discursos, ajeno a la vitalidad. La posibilidad de volver a sentirse vivos, reales, hace que todo se mueva ya de forma imparable. La historia es un ir y venir de pasado y presente, de ideas y acciones que revelan el callado poder social y la necesidad interior de sentirnos libres.

No siempre es el lector quien elige el nuevo libro que va a leer, a veces la lectura aparece sin buscarla, un título que llama la atención o la imagen de una portada, te llevan a leer la primera frase y ahí se produce el milagro: no puedes abandonar la lectura hasta llegar al final. Algo así me ha ocurrido con Destiempo, de Silvia Bardelás.

Lois, un joven que estudia en Boston, regresa a Galicia para pasar el verano con su abuela Mati. Ese retorno, que en apariencia no iba a ser más que una visita familiar, lo enfrenta a secretos pasados, a antiguas relaciones, a silencios que pesan, en un entorno comunitario que ya no es exactamente lo que recordaba. Al mismo tiempo, Mati y un grupo de mujeres mayores empiezan a cuestionar lo que han vivido bajo la rigidez de su entorno, mientras Estela, la madre de Lois, arrastra su propia herida y un pasado que no terminó de contar.

Este es el núcleo fundamental de la novela, sin embargo, hay otra línea argumental clave basada en otro personaje: Eva. Su reencuentro con Lois hace que este desempolve momentos de una relación juvenil que ambos mantuvieron y que permanecían latentes en su interior a causa de su tiempo lejos de la tierra. Puede que esta distancia, temporal y espacial, sea la causante de que no haya un estatus de igualdad en su mutua visión de futuro, algo que intuimos sobre todo en sus silencios, pero también en sus reflexiones  alrededor de la música, una herida abierta que supura y que ambos intentarán recomponer. Para Mati, el emparejamiento entre Eva y Lois es una especie de redención, un intento de recuperar la vida perdida que también la incluye a ella.

La música es crucial en algunos pasajes del relato: Mozart, Beethoven..., sobre todo Beethoven, y su sonata “Waldstein”, en la versión de Baremboim, que se ha instalado irremediablemente en mi cabeza.

Silvia Bardelás elige una voz narrativa colectiva que se desplaza a través de los distintos personajes en un tono a caballo entre el lenguaje poético y la cotidianidad. Este narrador múltiple, que se hace cargo de todas las visiones de los principales personajes, a veces necesita independizarse para dar amplitud al relato.

La estructura de la novela no es lineal, sino que se mueve en un presente que necesita del pasado para autocompletarse, en un “destiempo” que no es más que el vaticinio de un futuro que los personajes necesitan entender como la búsqueda necesaria de una verdad que tiene más que ver con su propia identidad que con las normas impuestas por la sociedad.

La ambientación rural aporta a la novela su calma contradictoria, pero no dibuja una idealización bucólica, sino que modela un territorio palpable de verdades a medias, heridas y silencios. La tensión entre lo cotidiano y lo trascendente que la atraviesa muestra a la perfección la manera en que se entrelazan las distintas generaciones: cómo el pasado irrumpe en el presente y cómo la música, la memoria y la palabra compartida se convierten en  resistencia. Sin embargo, no es una memoria que busque en el pasado sucesos o momentos específicos, más bien lo que busca es la manera en que esos recuerdos inciden en las emociones. No es tanto qué recuerdan los personajes, sino cómo lo recuerdan. Es una memoria emocional que no siempre puede articularse en el discurso porque atañe también a olores, melodías o gestos que el lector ha de saber interpretar.

En el fondo, Destiempo no es más que una historia sobre la necesidad de reconocerse, de encontrarse en los otros, y de atreverse a decir y  hacer aquello que durante demasiado tiempo quedó en el silencio que nace de navegar en los márgenes de una historia que, a pesar de la distancia, tiene mucho que ver con cualquiera de nosotros.

Silvia Bardelás. Destiempo. De Conatus, 2021. Traducción del gallego de Moisés Barcia.

Imagen: De Conatus.



martes, 30 de septiembre de 2025

Habiada. Cristina Sánchez Andrade (Reseña)

 


La joven Manuela lleva un año recluida a causa de una extraña dolencia a la que llaman corpo aberto, una especie de posesión: el cuerpo de la joven está habitado por un clérigo que murió en La Habana años antes. Manuela habla con acento cubano y con la voz varonil del religioso y, a pesar de ser analfabeta, hace alardes de conocimientos de latín, de dogmática y de filosofía. Pronto acuden médicos y teólogos para examinar a la joven, y cada uno emite un diagnóstico: útero errante, histeria… […] Moviéndose entre el realismo rural, el fantástico galaico y el humor más audaz, la autora nos brinda un impagable retrato de la Galicia profunda: tierra de emigrantes, meigas, patriarcado, arcaicas estructuras sociales, represión religiosa y tabúes sexuales. Inspirada en la leyenda gallea de la llamada «Espiritada o Iluminada de Moeche», Manuela se suma a la ya rica galería de grandes personajes femeninos que pueblan las novelas de la autora.

Habitada puede situarse en la tradición del realismo rural gallego, aunque trasciende sus límites al entrelazarse con lo legendario y lo fantástico. A partir de una conocida historia,  la denominada «Espiritada de Moeche», Cristina Sánchez Andrade construye un relato de extremos que va mucho más allá de la anécdota y nos ofrece una narración  enriquecedora, sugestiva y, en ocasiones, marcada por un humor irónico que suaviza la crudeza del trasfondo.

La protagonista es Manuela, una joven campesina analfabeta que, a principios del siglo XX, vive recluida en una aldea gallega, aquejada de una extraña enfermedad conocida como corpo aberto: la supuesta posesión de su cuerpo por una voz ajena y distante que dice pertenecer a un clérigo muerto en La Habana algunos años antes. De pronto, Manuela habla con voz de hombre, con un acento que desconoce y desgranando conocimientos reservados solo a los más instruidos. Su caso atrae a médicos y estudiosos, bajo la atenta mirada del abad, mientras ella se convierte en objeto de opresión en los ámbitos familiar, social y religioso.

La novela está dividida en tres partes que reflejan la experiencia vital de la protagonista con recursos narrativos diferenciados. "Muda", narrada en primera persona por Manuela, está escrita sin mayúsculas, un recurso que transmite la fragilidad y desconcierto de su voz. "Huésped" adopta la perspectiva de la conciencia que se instala en su cuerpo, subrayando la extrañeza de habitar lo ajeno. Finalmente, "Desalojo" funciona como desenlace o epílogo, en un intento de poner orden al caos que lo precede.

Los temas que atraviesan la obra son múltiples: el poder patriarcal y religioso de la España rural de principios del siglo XX, la discriminación de la mujer, la violencia o  la locura, pero también la tradición, la superstición y el folclore arraigados a lo más íntimo del ser. La autora aprovecha la riqueza paisajística gallega para crear un escenario en el que lo real se difumina frente a la verosimilitud del conjunto. Manuela, sometida siempre a fuerzas externas, se convierte en el centro de una reflexión sobre los límites de la identidad individual.

Más que realismo mágico, Habitada plantea una “fantasía real” anclada en un contexto cultural preciso, donde lo importante no es la verdad literal, sino la credibilidad del relato. Aquí no hay héroes ni villanos, sino personajes heridos que intentan sobrevivir, conformando una pequeña sociedad marcada por lo marginal. Como en Las Inviernas o Alguien bajo los párpados, Sánchez Andrade vuelve a colocar en el centro lo que suele quedar en los márgenes, aunque en este caso, el cuerpo femenino funciona como último refugio: habitado, silenciado y profanado, pero siempre resistente.

La novela no busca ofrecer respuestas, sino que invita al lector a convivir con la incomodidad de las preguntas que suscita. Con un lenguaje cuidado y un estilo lleno de matices, Cristina Sánchez Andrade abre, a lo largo del texto, multitud de espacios que cada lector deberá completar.

En resumen, Habitada conjuga con fino equilibrio la fuerza del relato, la belleza del lenguaje y el compromiso con lo silenciado. No es una lectura complaciente, es precisamente su aspereza  lo que la convierte en una experiencia literaria única e imprescindible: como ejercicio de memoria, como denuncia y como apuesta estética.

Cristina Sánchez Andrade. Habitada. Anagrama, 2025.



jueves, 11 de septiembre de 2025

El color y la herida. Rebeca García Nieto (Reseña)

 


Rüdiger Keller es un pintor que a sus más de ochenta años ha caído en desgracia tras unas desafortunadas declaraciones a propósito de Eric Gill, artista conocido tanto por sus magníficas esculturas como por los terribles abusos que cometió. Después del fallecimiento de su hermana, Keller se instala en su casa, situada en Neuköln, un barrio de Berlín en el que los restaurantes veganos y los hípsters conviven con los inmigrantes y los refugiados sirios. Dada la gran cantidad de amenazas que está recibiendo el pintor tras la polémica, su representante decide instalar un sistema de videovigilancia en el edificio. Esto hará que Keller acabe viendo cosas que nunca pensó llegar a ver, tanto de los demás, como de sí mismo.

Habitualmente, no es el relato de la historia universal lo que cincela la fisonomía de la sociedad, sino la historia personal y concreta que rodea a cada individuo y la manera de cómo la hace suya o reniega de ella. Desde este punto de vista, ¿estamos legitimados para hablar sobre la culpa, para saber lo que son la vergüenza o el asco cuando solo contamos con la experiencia adquirida a través de las páginas de un libro o las imágenes de un documental?

Estas son solo algunas de las muchas cuestiones que Rebeca García Nieto nos plantea en su novela El color y la herida, publicada por De Conatus.

Rudi Keller, un pintor alemán de éxito, no pasa por su mejor momento: unas declaraciones “presuntamente” inapropiadas, le han colocado en la cuerda floja. Por si esto fuera poco, su decisión de trasladarse a vivir a la casa de su hermana, tras la muerte de esta, en un barrio cosmopolita y multirracial de Berlín, con la única compañía de un viejo pastor alemán que solo espera el regreso de su dueña, aunque intuye que, pase lo que pase, ese es su lugar, le hará replantearse tantas cosas, que solo el compromiso extremo con su pintura, a pesar de las posibles opiniones de los demás, le permitirá completar un círculo del que ha perdido los extremos. 

La elección de Neuköln como escenario no es caprichosa; como escribe al respecto Recaredo Veredas1: «El barrio funciona como metáfora de un mundo donde los traumas del pasado conviven con las crisis del presente, donde la memoria del Holocausto dialoga con las nuevas formas de exclusión».

El color y la herida parte de un hecho concreto, pero que es extensible a cualquier suceso convulso y transformador de la historia reciente de la vieja Europa, lo que la convierte, y no exagero, en una novela universal. 

La guerra siempre causa muerte y desolación. La dictadura siempre deja tras de sí desigualdad y terror. La guerra, cualquier guerra. La dictadura, de cualquier color. La ideología extrema, esa que no se permite dudar de misma, tampoco tiene color. Es bastante común que, quien ha sufrido el trauma en carne propia, tras la reflexión, opte por el silencio.

Hacer la vista gorda a las barbaridades que cometió el ejército ruso durante la ocupación alemana inmediata a la derrota del nazismo, puede que sea el resultado de la necesidad de no opacar los crímenes cometidos por los nazis. ¿Qué sabemos de las mujeres alemanas, violadas por los rusos tras la ocupación? ¿Qué ocurrió con los judíos que regresaron a Alemania tras la guerra? ¿Por qué apenas se ha escrito sobre estos temas? Y en el otro extremo del silencio, ¿estamos legitimados para señalar la manera de proceder de alguien de quien no conocemos lo que ha vivido, lo que se ha visto obligado a callar?

El gran acierto de la autora es haber sabido condensar el trauma colectivo en una historia familiar que comparte todos sus elementos dentro de una herida que el silencio y la distancia no han sido capaces de cerrar. Rebeca García Nieto escoge el mundo del arte para, entre otras muchas cosas, criticar abiertamente a una sociedad mercantilista y especulativa que todo lo corrompe, sea cual sea el color al que se adscribe quien maneja los hilos invisibles del poder, a partir de la eterna dicotomía de la ética y la estética.

¿El arte tiene que ser consecuente con la historia?

Como nos recuerda el protagonista de esta historia, citando a Bacon: «En el arte […] lo único que es real es el material de que está hecho».

Rebeca García Nieto construye una novela a base de capas, entretenida, instructiva ‒roza la erudición pero se aleja de cualquier atisbo de pedantería‒, reflexiva y lúcida, sobre todo lúcida, por lo que cuenta y por cómo lo cuenta. Su estructura simula la concepción de una pintura en la mente parcelada del pintor, pero haciendo uso de los materiales físicos de la literatura. Una pintura en la que el tiempo es circular, como la esfera de un reloj que siempre acaba llevándote al sitio en el que habitan los fantasmas, el mismo lugar en el que Dios se entretiene haciendo vudú con cada uno de nosotros, y a pesar de todo, le rezamos.

Pero una pintura que tendremos que aprender a ver a través de un marco vacío y personal, único para cada lector, porque nace de lo más profundo de la memoria colectiva, esa que siempre busca en la mente el rincón en el que habita el olvido.

«[…] faciebat no fecit. Se trata de una obra en curso. La idea de Keller era que se completara en la mente del espectador».

Rebeca García Nieto. El color y la herida. De Conatus, 2025.

1Recaredo Veredas (2025). “Una anatomía del trauma alemán y europeo”, en República de las letras, 13/07/2025. Disponible en: https://goo.su/kCR4rcj

Imagen: De Conatus.

jueves, 24 de julio de 2025

Instadrama alpino. Lara Magdaleno Huertas (Reseña)

 


En la travesía Helbronner, dos alpinistas Ana y Emeterio sufren un accidente y caen en una grieta del glaciar. Tras el rescate, él permanece inconsciente y ella se percata de que padece una laguna en su memoria que abarca los diez últimos años, en temas cotidianos como las noticias o la tecnología, pero también en cualquier suceso relacionado con las montañas. En la reconstrucción de sus recuerdos cuenta con el apoyo de un médico que evalúa el alcance de las secuelas, y la interacción con Alexia, un asistente virtual del teléfono que la acompaña en los momentos más duros del accidente. Fruto de esas conversaciones la mente en blanco de Ana irá restaurando y novelando la realidad de las cumbres para ofrecérsela a su compañero en el regreso de su letargo.

«Qué recuerda usted del accidente? / ‒Pues recuerdo una palabra ‒dije con sorpresa. / ‒¿Qué palabra? ¿Miedo? ¿Ayuda? / Polipasto ‒solté con los ojos cerrados».

Polipasto. Lo que, según la RAE, es un ‘aparejo de dos grupos de poleas, uno fijo y otro móvil, Lara Magdaleno lo convierte en sinónimo de peligro, de incertidumbre, de falta de confianza en uno mismo, pero también de esperanza en conseguir aquello que te has propuesto. Esa es la magia de su literatura.

Con solo tres libros, Lara Magdaleno Huertas ha logrado algo realmente difícil: crearnos la sensación de que lo suyo es un género propio, que podríamos denominar ‒por aquello de ponerle nombre a todo‒ “literatura en altura” o “alta literatura de riesgo”, por esa combinación de literatura y montaña que tanto el poemario como las dos novelas comparten.

Interesante amalgama: literatura y montaña.

Dos pasiones que se unen, pero que, aun siendo cierto lo que escribe Sebastián Álvaro en el magnífico prólogo que encabeza esta nueva novela, Instadrama alpino, a la que califica como «[…] un ensayo literario que mezcla realidad, ficción y virtualidad, nunca son el núcleo de una mera exposición de motivos didácticos o curiosos, sino que son el armazón de un todo indisoluble, que no solo entendemos, sino que compartimos y participamos de él.

La montaña que nos llega a través de la literatura.

La literatura que nos llega a través de la montaña.

Todos los relatos escritos por Lara Magdaleno Huertas están compuestos por capas, como placas congeladas en altura que se mueven, se desplazan, se derriten, al tiempo que reflejan, en su impoluta blancura, toda la belleza del universo conocido, pero que al mismo tiempo pueden ser la puerta que se abre hacia la oscuridad de un infierno latente a cada paso o convertirse en el más hilarante de los escenarios.

Pensando en este último motivo, no sé si el humor ocupa la primera capa de Instadrama alpino, o solo es el reflejo de un universo íntimo y profundo pugnando por salir a la superficie. Mi duda es razonable, porque, supongo más por desconocimiento del universo alpino que la literatura se parece mucho a la montaña y cobra vida, como ella, cuando menos te lo esperas. Lara lo ha sabido entender muy bien.

En Instadrama alpino, Lara convierte la montaña, su montaña, en el escenario de un relato mordaz y divertido en el que, sin embargo, lo más importante no es la historia, sino ese murmullo apenas perceptible, que el lector hace suyo sin darse cuenta, y le induce a participar de la reflexión continua de Ana, la gran protagonista de la novela. Una reflexión, por cierto, muy necesaria en estos días en los que la prisa le ha cedido la palabra al supuesto intelecto mecánico de la Inteligencia Artificial.

Con el trasfondo argumental de un accidente alpino, que lleva consigo un coma inducido y una amnesia parcial, Instadrama alpino se construye a través de un diálogo-monólogo reflexivo y analítico sobre la montaña, pero también sobre la vida y la muerte, o sobre la trascendencia de las decisiones que tomamos en nuestra ascensión particular a cualquiera de nuestras cimas. Desde esa perspectiva, no es difícil darse cuenta de que para Lara, la palabra montaña es sinónimo de existencia, y que lo que le ocurre a la montaña es un calco de lo que le ocurre a una sociedad de la que ella es parte activa.

Esta comparación es una constante en su literatura, pero yo diría que aquí va un paso más allá, a pesar de que, literariamente hablando, el miedo a la cumbre nunca desaparece.

«Porque yo cuento historias para ahuyentar el miedo en la roca y en la nieve...»

Que tenemos que pensar en la montaña como en un ser vivo es algo evidente cuando leemos a Lara Magdaleno, como lo es también la literatura.

Al final, los problemas de la montaña, aunque nos parezcan agresivos e inalcanzables, no son más que una extensión de la cotidianidad humana a ras de suelo: masificación, incremento incontrolado de residuos, intereses comerciales, impersonalidad…. Al mismo tiempo que se transforma la montaña, cambian también los hábitos de quien se acerca a ella con intención de hacerla suya. El problema surge cuando crece desmesuradamente el número de incautos que inician el ascenso, no solo con la intención de hacer cima, como reto deportivo y personal, sino con la única intención de conseguir, a cualquier precio, completar una ascensión mucho más peligrosa, para el entorno y el futuro,, porque no entiende de reglas y costumbres adquiridas por la experiencia: la de hacerse la foto para agrandar una cima mucho menos protectora con la montaña, la del número de likes en la red social de moda.

«Finalmente, un número cada vez menor de individuos realizan lo que se denomina “aclimatación, disfrute y compañerismo”, es decir, se preparan con rigor y método, escalando y descendiendo en varios días, portean su material, charlan, juegan a las cartas y se ayudan física y mentalmente en el esfuerzo. Este último tipo de sujetos, denominado alpinistas, que años atrás abundaba, parece ser actualmente una especie en extinción. En extinción física y mental, quiero decir».

Ideas como que el daño infligido a la naturaleza tarde o temprano nos será devuelto son parte de este drama en el que la filosofía y la ética se alían una vez más con el sentido común, para intentar acabar con tanta impostura insensata y contagiosa.

¿Ejercicio de nostalgia o llamada de atención?

Lara Magdaleno pone en boca de la protagonista toda su sabiduría. Ana no deja de hablar en ningún momento, a pesar de que el receptor último de todos sus mensajes permanezca en coma o sea el algoritmo de una inteligencia artificial. Lo hace con la esperanza de que sus palabras no se conviertan en aire, o se esparzan en el espacio etéreo, presuntamente aséptico, de una habitación de hospital perdido en medio de la nada.

Este coma inducido de Emeterio, compañero de cordada de Ana, lo podemos entender como metáfora de la sordera de una sociedad ocupada y despreocupada. Nos queda la esperanza de que sea el oído lo último que pierda el inconsciente y global cerebro receptor.

Aunque, sin duda, lo mejor de Instadrama alpino es que no es más que una novela irónica, didáctica y divertida, sobre todo, divertida.

Por suerte, suele ocurrir que la crítica más activa es la que nos llega desde el humor, y, sobre todo, desde el inmenso amor a lo que, sabemos, nos llena de felicidad.

Lara Magdaleno Huertas. Instadrama alpino. Desnivel, 2025.

Pedro Turrión Ocaña


martes, 20 de mayo de 2025

La otra Isabel. Laura Martínez-Belli

 


1521, el imperio azteca se derrumba. Tecuixpo, la hija de Moctezuma, es hecha prisionera por los conquistadores españoles, quienes son los responsables de la muerte de su padre y la sangrienta derrota de su pueblo. Ahora, bautizada como Isabel, se ve obligada a vivir según las costumbres y la religión de sus captores. Inmersa en un mundo de intriga, traición y muerte, la vida le tiene reservado un golpe final: su primera hija le será arrebatada por Hernán Cortés, el hombre al que más odia. […] La otra Isabel es la monumental aventura de la hija del último tlahtoani, quien perdió su nombre, su imperio y su familia, pero jamás se dejó vencer. En esta extraordinaria novela, Laura Martínez-Belli entreteje a la perfección la ficción histórica con el suspenso del thriller político más revelador.

Tecuixpo, hija de Moctezuma, el último Emperador mexica, bautizada después como Isabel por los españoles de Hernán Cortés, es uno de esos personajes que han pasado a la historia como un simple nombre dentro de la genealogía del gobernante azteca. En La otra Isabel, a partir de un estricto trabajo de documentación, Laura Martínez-Belli afronta el reto de reconstruir su historia, a la vez que nos abre las puertas que nos permiten adentrarnos en un momento decisivo para poner en contexto el inicio de la construcción de un nuevo mundo, tantas veces cuestionado.

La otra Isabel es una novela histórica trepidante, repleta de intrigas, de juegos de poder y traiciones, dentro y fuera de cada uno de los bandos,  pero con una intención que va mucho más allá del puro entretenimiento o del thriller maniqueo que solo busca la espectacularidad del enfrentamiento sangriento e interesado entre dos culturas irreconciliables.

Siempre a través de una mirada femenina, la autora consigue elevar el personaje de Tecuixpo al lugar que le corresponde. Tal vez su mayor reto ha sido conseguir que la Historia, con mayúscula, no se convierta en una losa insoportable que de al traste con la historia que nos quiere contar. El secreto está en haber sabido encontrar el equilibrio.

Son varias las claves que convierten la novela en un documento esclarecedor, además de entretenido: por un lado, saber alejarse del maniqueísmo de un relato siempre contado desde la perspectiva del vencedor, remarcando lo importante y dejando a un lado lo superfluo; y por otro, no olvidar en ningún momento que se trata de un relato de ficción, cuyo máximo interés es atrapar al lectorEn cualquier caso, no hay ningún interés oculto en la novela, salvo la necesidad de entender y compartir cuál pudo ser el proceso vital de una mujer, atrapada en en un mundo de hombres, para sobrevivir y pelear por sus propios intereses

El gran acierto de Laura Martínez-Belli es haber logrado que la heroicidad del personaje nazca de la humanización de la mujer, tantas veces tratada como un objeto, pero sin restarle importancia al comportamiento de los hombres en un tiempo que nada tiene que ver con el actual, juzgándolos no tanto por sus actos y palabras y más por sus dudas y silencios.

Otro ingrediente importante en la novela es la lengua, o tal vez debería decir las lenguas, y la necesidad de utilizarlas para el entendimiento y no para el enfrentamiento. Así llama Cortés a Malinalli Marina: “su lengua”, lo que permite a la autora perfilar su figura como un personaje importante del relato, por ser el nexo fundamental para el entendimiento, lo que la hace también idónea para ser un referente en los intereses de Isabel.

Tecuixpo se convierte en Isabel gracias a la labor de cristianización de los conquistadores, que lo interpretan como un triunfo personal. Ese ha sido siempre el relato que nos han hecho aprender. Laura Martínez-Belli decide subrayar en el personaje de Isabel su capacidad intrínseca de pensar, de tomar sus propias decisiones, lo que nos abre la puerta a reflexionar sobre si el hecho de la evangelización no fue tanto un triunfo del conquistador como un medio del conquistado para recuperar su espacio y enriquecerlo. 

«Tal y como Isabel había imaginado, fray Juan de Zumárraga se sintió halagado con el ofrecimiento de bautizar al hijo primogénito de la hija de Moctezuma. Él mismo presumía de lo bien que estaba llevando a cabo la conversión de los naturales usándola como ejemplo. Ofició el bautizo de Juan de Dios de Andrade y comprobó ‒maravillado‒ que la iglesia estaba a rebosar de la nobleza española recién llegada de la Península Ibérica y de los nobles indígenas que aún quedaban, cristianizados en apariencia y ni cuyos nombres ni vestidos tenían ya nada que ver con sus antiguas identidades. Isabel dispuso que se repartieran por los asientos en igualdad de condiciones. No había vasallos, ni vencedores, ni vencidos, tan solo una marea de iguales de distintas etnias y colores».

Sin embargo, la novela comienza con un grito desgarrador y un balbuceo gatuno que no llega a romper en llanto, pero que es el leitmotiv que empuja a Isabel a empeñar su vida en mantener a toda costa viva su herencia y  a utilizar todas las armas disponibles para conseguirlo.

«[…] a través de la escritura Isabel renació libre».

En el fondo, La otra Isabel no es más que el ejemplo perfecto de la capacidad que tiene un personaje histórico, por pequeño que sea, de convertirse, a través de la escritura, en un personaje vivo, verosímil. Es la literatura quien consigue el milagro de que una realidad, muerta y olvidada en unas cuantas hojas de papel, adquiera el alma que le permitirá vivir eternamente.

Laura Martínez-Belli, La otra Isabel. Editorial Planeta Mexicana, 2021.

Pedro Turrión Ocaña




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