jueves, 2 de noviembre de 2023

Dos barcas sobre la arena. Eloísa Martínez Santos (Reseña)


"Rafael y Miquela son esas dos barcas, siempre cercanas, buscándose tal vez, pero sin llegar a encontrarse. Una proa mira mar adentro, y la otra, a las huertas y los arrozales. Ambas están armadas con redes diferentes y, por tanto, preparadas para distintas labores".

Escribí en la reseña de Mujeres de hojalata, primera novela de Eloísa Martínez Santos, que a veces la literatura es parte de un estado de ánimo que te seduce y te atrapa. Y es que no es fácil encontrarse con una primera novela tan completa y tan bien escrita. Cuando esto sucede, al comenzar la lectura de un segundo proyecto literario, no resulta descabellado que nos surja la duda de si las páginas que vamos a leer tendrán la misma consistencia y calidad que reconocimos en el primero. Tengo que decir que Dos barcas sobre la arena es, cuando menos, una dignísima heredera de la novela anterior.

Dos barcas sobre la arena narra el transcurrir de dos historias que, a pesar de que, en su origen, lo tienen todo a favor para convertirse en una sola, la vida se encarga de separarlas y colocarlas en dos líneas paralelas que avanzarán sin tocarse. Sin embargo, su obstinación conseguirá que al final confluyan en esa etapa de la vida en la que casi todo parece olvidado.

Como en Mujeres de hojalata, de nuevo encontramos a una mujer madura que se aventura, sola, en una gran ciudad, acuciada por su pasado como única forma posible de enfrentarse a su destino. Cuando las decisiones pesan, cualquier oportunidad resulta propicia para intentar recuperarse del dolor que representa lo que se pudo haber vivido si las circunstancias hubieran sido otras. Siempre le echamos la culpa a las circunstancias. Tras sobrevivir al que ha podido ser el periodo más difícil de su vida, Miquela decide viajar a Barcelona para intentar encontrar a su primer amor, ahora que parece que las circunstancias por fin la sonríen: se acaba de jubilar, y un golpe de suerte le ha dejado un regalo inesperado.

Cierto es que en Barcelona habita Rafael, un pintor reconocido internacionalmente, que acaba de pintar un retrato que está jugando con él. Sabe que el rostro pertenece a la mujer que busca, la de esa  fotografía antigua que le ha servido de modelo, sin embargo, son tan diferentes. Algo le dice que en el cuadro está la clave que le ayudará a recuperar el tiempo que ha estado malgastando durante toda su vida, a pesar de la fama y las circunstancias.

Tan importantes como Rafael y Miquela, son dos pinturas que nos acompañan a lo largo de todo el relato, una acuarela titulada Dos barcas sobre la arena ‒imagen de la portada del libro‒, y un retrato titulado Se busca, el mismo que decide seguir sus propias reglas y no se deja atrapar por el modelo del que se ha servido su autor para pintarlo, a pesar de lo que representa para él.

A partir de aquí, la novela se convierte en una carrera de fondo, donde los dos personajes tendrán que aprender a reconocerse para poder encontrar una intersección que se les antoja imposible. A través de una serie de pistas trampa, que el lector va a ir reconociendo a lo largo del relato, ese juego de gato y de ratón los devolverá a la línea de salida, el lugar que nunca debieron abandonar.

Para entender este juego, es importante detenerse en la perspectiva del narrador y en la manera en que la autora la utiliza.

Aunque en la novela hay dos narradores, que se van alternando de una manera ordenada pero irregular, son tres las perspectivas que vamos a encontrar. Por un lado, hay una serie de capítulos que están narrados en primera persona por Miquela. En ellos, la única perspectiva que tenemos es la suya, con una mezcla de evocación del pasado y un querer atrapar el presente que a veces se convierte en una concatenación de ideas, que pueden ser parte de un diálogo, pero que siempre van en una sola dirección. Hay otra serie de capítulos que, aunque están narrados por un narrador en tercera persona, no es un narrador omnisciente ya que la perspectiva que nos ofrece es únicamente la de Rafael. Este narrador yo lo entiendo como el resultado de un desdoblamiento del personaje, su reflejo en un espejo, como si la voz de su conciencia quisiera rendirle cuentas. Esta perspectiva nos muestra un plano más amplio que la primera persona de Miquela, tal vez, porque la personalidad atormentada de Rafael necesita de esa expansión. Y por último, en los capítulos finales, el narrador en tercera persona se convierte en omnisciente, uniendo las dos perspectivas.

Hay otra serie de personajes importantes en la novela: Paca, Gustavo, la familia de Rafael, el “tío Mohino” y la Sacrificá, o la madre María Luisa; sin embargo, hay uno en particular que tiene más importancia de lo que parece, me refiero a Lucina. Diría más, creo que es uno de los ejes que soportan el relato. Lucina es una especie de curandera, a la que muchos temen, pero a la que todos confían lo verdaderamente importante; por esta razón, en ella está la clave que ayudará a los protagonistas a entender lo que se les ha escapado durante toda su vida, y que casi nunca es fruto del azar o las circunstancias.

En un momento de la novela, Rafael admira la habilidad de un autor para contar historias a pinceladas. Él también lo consigue y el lector es consciente de ello. Qué importante es que el escritor sea capaz de administrar la dosis de verosimilitud que cada personaje necesita. En Dos barcas sobre la arena no solo nos creemos al artista, sino también al pescador, al marchante de arte y, por supuesto, a la enfermera.

Eloísa decide complicarlo todo situando el tiempo narrativo en la pandemia. Hay un capítulo en concreto, el titulado “Dolor”, que es por sí solo un documento estremecedor que añade un inmenso valor a la novela, y que nos da una clara idea del esmerado trabajo de documentación de la autora.

«Había visto morir en paz a muchos enfermos, sabía que sus rostros reflejaban serenidad. Nos enfrentábamos a algo distinto. ¡No se querían ir! Dios mío, ¡sufrían! Y yo que había jurado paliar el dolor de los pacientes con mis cuidados, nada podía hacer para aliviar el tránsito. Estábamos desbordados.»

Dos barcas sobre la arena nace de la necesidad de una escritora de contar una historia a partir de algo intangible, como es el mensaje evocador de un cuadro pintado por alguien muy especial. Sin embargo, para nosotros el objeto inmaterial que nos permitirá llegar al verdadero fondo de la historia surge de una pregunta que, casi al final de la novela, Miquela le hace a Rafael:

¿Crees que la vida se repite hasta que aprendemos?

Cada lector tendrá que escribir su propia respuesta.

Eloísa Martínez Santos. Dos barcas sobre la arena. Avant Editorial, 2023.

Pedro Turrión Ocaña

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