«Todos los poemas me salen amarillos», escribe Marta Sanz en uno de los versos de este libro. Y es que el amarillo es, aquí, un color último, definitivo, de una acidez que se identifica con un nervioso sentido del humor […] Los versos se extienden como un delicado manto sobre el paisaje de lo cotidiano, cruzan las carreteras de una geografía íntima atravesada por la enfermedad, el deseo, la memoria, el final. El cuerpo se convierte en una elegía del paso del tiempo, un encefalograma en el que se registra cada marca, cada afrenta. Amarilla es, por encima de todo, una política de lo íntimo y una intimidad al descubierto, lanzada al mundo.
Me sumerjo en la perfección de copo de nieve de / párrafo / frase / palabra / cristalización.
La imagen potente es la de un copo de nieve que se convierte en verso a través del párrafo, a través de la frase, a través de la palabra, a través de la evidencia científica de la transformación de una gota de agua, que vemos convertida en ese primer cristal del invierno que siempre nos sorprende.
Podría ser otra
la primera imagen que se convierte en poesía en Amarilla, el nuevo poemario de Marta Sanz, pero son esos versos los que, sin aviso previo, me sorprenden una vez más, tal vez porque su escritura, como afirma Jordi Doce, en El Mundo ‒y en la contraportada del libro‒ «… se deja tironear por el carácter obsesivo de sus imágenes, una ferocidad que la distingue y eleva entre sus contemporáneos».
Amarilla es un mapa de realidades, pero también, es un mapa de soledades.
[…] Las que sufrimos, quizá, más de la cuenta / –concededme el beneficio de esta duda–, / siempre suscitamos / mucha desconfianza.
En la soledad surgen preguntas que no tienen respuesta o la que tienen es ambigua o incompleta. De ahí nace el poema.
Como ya sabemos sus lectores habituales, la poesía de Marta Sanz es corpórea: se adentra en el cuerpo, en el desgaste, en aquello que no se va aunque preferiríamos que se fuera.
El cuerpo no es una abstracción ni un lugar desde el que pensar, es un hecho. Un cuerpo que envejece, que recuerda, que duele, que desea mal, que se equivoca. Marta Sanz no escribe desde la distancia ni desde el desgarro espectacular, sino desde una especie de lucidez incómoda, casi doméstica, con la que no busca conmover al lector, busca no mentir. Marta Sanz escribe desde la consciencia de una fragilidad de «pompa de jabón que se puede romper al menor roce».
El amarillo del título no es un símbolo cerrado, definitivo. A ratos parece luz sucia, a ratos aviso, a ratos una señal que el cuerpo emite cuando algo no funciona del todo bien. No hay en el poemario celebración explícita del color, ni voluntad metafórica expansiva: el amarillo aparece como aparece la duda o el cansancio, sin pedir permiso, y de repente se convierte en una capa que lo impregna todo. En cambio, sí hay en él algo contable, como si cada poema fuera un breve apunte de lo que queda o de lo que se pierde o de lo que ya no rinde como antes. No hay épica del deterioro, sino registro fiel de su consecuencia, y es en ese registro donde aparece una forma de honestidad que no tranquiliza.
[…] El amarillo del árbol / era la expresión / más pura / del color de silvestre campanilla. // De la enfermedad hepática...
Marta Sanz convierte el lenguaje en un instrumento preciso, a veces seco, a veces irónico, siempre atento a no embellecer lo que no merece ser bello. A pesar de lo que muchos piensan, el lenguaje en la poesía no es solo un artificio y a veces se convierte en altavoz, pero también en megáfono afónico, cuyo mensaje se pierde entre una multitud ruidosa de oídos que no quieren oír, y sin embargo sigue, no se calla.
Hay mucho de conciencia y bastante de impotencia en estas páginas.
[…] Y tú no sabes / si toda esta desgracia minimiza la tuya, / te hace más fuerte, / te produce vergüenza / agranda la dimensión / de una herida imaginaria / que, poco a poco, / se abulta / segrega infecciones / se perfila / contra / tu cuerpo / no / exactamente / tumefacto.
Amarilla no es un libro al uso para “disfrutar” de la poesía, más bien es un libro que acompaña cuando ya hemos entendido que el cuerpo no promete nada, que la memoria falla, que el deseo no siempre salva. Y aun así —o precisamente por eso— hay una vitalidad obstinada en él, una voluntad de seguir nombrando lo que ocurre mientras ocurre.
[…] Yo hablo del calor / exacto de la estufa...
Como en toda la poesía de Marta Sanz, tras el último verso de Amarilla no hay un punto final, sino un enorme espacio en blanco en el que, tras cada lectura, irán apareciendo multitud de líneas torcidas, esas que adelantan el destino de cada una de nuestras vidas, la voluntad de cada una de nuestras decisiones, pero también la sombra de todo aquello que dejamos y vamos olvidando.
[…] Nada es después / todo es aquí.
Amarilla. Marta Sanz. La Bella Varsovia, 2025.
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