jueves, 26 de noviembre de 2020

El triunfo ante el olvido

 




Ana María Matute nunca estuvo cómoda en la infancia que le tocó vivir. Desde su posición privilegiada de hija de familia acomodada, pronto comprendió que sus inquietudes chocaban frontalmente con las esperanzas que los demás habían depositado en ella, desde su madre, la recia mujer riojana poco dada a administrar caricias, hasta las monjas francesasDamas Negras– que tuvo que sufrir en sus primeros años formativos, tanto el el colegio de Barcelona como en el de Madrid, a las que se refiere con estas palabras, en el programa Imprescindibles, de Televisión Española: «Un niño no puede acercarse a una persona en la que no cree, a la que considera una idiota. Aquellas pobres señoras me parecían idiotas de solemnidad». Encuentra una manera de rebelarse construyéndose un mundo paralelo al que le ofrecen los gigantes (así denomina a los mayores en una de sus últimas novelas, Paraíso inhabitado, novela publicada en 2008), en el que las siluetas de los armarios que pueblan el cuarto oscuro, donde la encierran cuando no se porta bien, se convierten en los altos edificios de una ciudad imaginaria a los que se encarama para contemplar su mundo. No nos ha de extrañar, entonces, que buena parte de sus personajes protagonistas sean niñas, durante el duro trance, casi siempre traumático, que supone el paso de la niñez a la adolescencia. Niñas, como Celestina, protagonista del cuento “Cuaderno para cuentas” (que da título a este blog), que tiene muy claro qué es portarse bien, para los adultos: «es portarse como quiere el que lo dice, y para unos es una cosa y para otros, otra» ; Matia, la muchacha de Primera memoria que perderá la inocencia en el severo entorno de su abuela materna, en una isla que identificamos como Mallorca, durante los primeros meses de la guerra civil; o Adri, protagonista de Paraíso inhabitado, que sufre una doble pérdida: la del amor, en la persona de Gavrila, el hijo de una bailarina rusa, y la del unicornio, que huye llevándose la inocencia y la niñez. Por supuesto, no podemos olvidar al que, bajo mi punto de vista, es uno de los personajes literarios más interesantes y dignos de análisis, de la literatura española de los últimos años: Ardid, la niña que crece al lado de un hechicero y de un trasgo y que, gracias a su inteligencia, se convertirá en la madre del rey más poderoso del reino de Olar, en Olvidado rey Gudú. Hoy quiero añadir a esta lista de chicas raras –término acuñado por Carmen Martín Gaite– a uno de los personajes menos conocidos de la narrativa de Ana María Matute: Sol, la joven protagonista de su novela Luciérnagas.

Sol termina su educación en el colegio de monjas el día 15 de julio de 1936. Solo le harán falta unos pocos días para intuir que sus planes de futuro difícilmente se van a cumplir, y apenas tiene dieciséis años. Inmaculada de la Fuente, en su libro Mujeres de la posguerra, dice, refiriéndose también a la autora, que a las dos «la guerra les abre dolorosamente los ojos, les despoja de un bienestar que creían permanente y que ven arder delante de sus ojos». Ellas, como tantos otros jóvenes de la época, serán testigos del profundo cambio que se va a producir en esa España convulsa, que tampoco esta vez aprende de sus errores del pasado, pero que tampoco le deja al individuo la libertad de elegir cualquier otra posibilidad. Sol no ha elegido nacer en la familia en la que ha nacido, no ha elegido tener un padre dueño de un taller heredado que, por el mero hecho de serlo, será denunciado y tiroteado en una cuneta, dejando desvalida a su familia. Ella no tiene la culpa de ser la heredera de lo que la sociedad de la época tenía preparado para ella, algo en lo que su padre estaba de acuerdo: «¿Y después?… ¿Después?, decía. ¡Ah, después! A su padre no le gustaba hablar de más allá. Vagamente, decía: Pues, no sé…, te casarás. ¡Pero no hablemos de esto, no me gusta! Aun falta mucho tiempo. Ahora solo pensemos en la princesa bonita» y sin embargo pagará las consecuencias. A nadie se le había ocurrido –tampoco ahora, en este paréntesis de supuesta libertad para la mujer que fue la República– planear otro futuro para ella, indagar sobre sus capacidades;lo habían hecho, en cambio, para su hermano Eduardo, llamado a dirigir la fundición, aunque, tal vez, estuviera menos capacitado para ello. Los roles están claros. Nada ha cambiado y nada cambiará: a los ojos de los hombres, ella es solo una mujer, también ante los ojos de Ramón Boloix, el maestro tullido republicano que, a través de su influencia, la consigue el carnet sindical y le da trabajo en su academia, a cambio de «portarse bien», de «no tener miedo», a pesar de que ella cree sinceramente en su amistad: «Sin que tuviera tiempo de apercibirse, Ramón inclinó su cabeza, besándola. Con aversión profunda, intentó eludir su lengua viscosa, su saliva. Sentía resbalar sobre su cuerpo aquella mano y le pareció que crecía, que crecía monstruosamente en peso, en calor, envolviéndola totalmente». A partir de aquí sabe que no puede confiar en nadie, que tendrá que buscarse la vida, sola. «¿Dónde habrá un lugar para mí?, se dijo con vaga melancolía. Su lugar parecía estar en sí misma, su refugio en su propia conciencia. Lo sabía desde aquel momento de un modo lúcido, indudable». Más tarde, Sol conocerá a Cristián, pero no es más que otro perdedor, como ella y tal vez por eso estén predestinados a encontrarse. Cuando creen haber encontrado el amor, se olvidan del tiempo, que solo sabe hacerlos daño, se refugian en la casa que fue de Pablo, el hermano mayor del muchacho y se dedican amarse, hasta que son descubiertos y terminan detenidos. Cuando por fin logran escapar y se encuentran de nuevo, sueñan con el futuro, juntos; ella está embarazada, pero se siente fuerte, saldrán adelante. Sin embargo, una bala perdida desbaratará su sueño para siempre. En palabras de Inmaculada de la Fuente, ahí «comienza para ella y para su hijo la dura, la escarpada posguerra».

Cuando escribió Luciérnagas, Ana María Matute aun no tenía conocimiento pleno de lo larga y dura que iba a ser esta posguerra, aunque el descarnado testimonio de la guerra, de la que había sido testigo, ya estaba escrito. Tampoco era consciente de los sacrificios que tendría que sufrir en el camino; sin embargo, lo que sucedió con su manuscrito, ya le dejó suficientes pistas. La censura lo tachó de arriba abajo, alegando supuestas “inmoralidades”, dejándola sin el dinero de un anticipo editorial que necesitaba urgentemente para atender a su hijo, enfermo de difteria. Juana Salabert, en un artículo titulado “Ana María Matute, a este lado del paraíso”, publicado en el número 22 de la revista Campo de Agramante, recuerda unas palabras de la autora, al respecto: «Qué discernía toda esa gente, esos mediocres que alertaban en sus informes de que simplemente por leer algunas de mis páginas ciertos niños, algunos muchachos, podrían incurrir en la tentación de lanzarse a apedrear a los hijos de los poderosos… Eso veían, que no la miseria y la desgracia de tantos, los débiles y desventurados, los desposeídos. Cuanta ruindad y estupidez hemos tenido que padecer aquí durante años». A causa de su precaria situación económica, en 1955 autorizó la publicación de un manuscrito modificado, bajo el título de En esta tierra. Cuando se agotó la primera tirada, no permitió su reedición. «Fue para mí una claudicación ignominiosa», estas palabras las pone en su boca Lucía Montejo Gurruchaga, en su manual Discurso de autora, género y censura en la narrativa española de posguerra, mientras que Esther Tusquets, amiga personal de la autora, añade, en el prólogo de la edición que Back List publica de la novela, en 2010, que cada vez que se mencionaba esta edición, que le habría gustado borrar de la faz de la tierra, Ana María se sentía culpable porque jamás debió haberla autorizado.

Según lo que hemos visto, la novela tendría dos versiones diferentes, la de 1955 y la recuperada a partir del original de 1953, publicada por fin en 1993. Oficialmente, sería así; sin embargo, Joan Estruch Tobella, autor del trabajo “Las tres versiones de Luciérnagas, de Ana María Matute", no lo ve tan claro. Su trabajo es el resultado de cotejar los dos textos mencionados con el original presentado a la censura, que se conserva en el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares. En dicho trabajo, el autor no solo da cuenta de las diferencias del primer original con el de En esta tierra, sino que encuentra también diferencias importantes con el que se publica en 1993. Por ejemplo, apunta que no está claro que el primer manuscrito se prohibiera por razones políticas sino, más bien, por razones de moral o religiosas y que, a pesar de lo dicho en estudios posteriores, en muchas partes el texto definitivo se parece más al publicado en 1955 que al rechazado por los censores. Y señala que la diferencia más importante se encuentra en los finales, que son diferentes los tres. En el primero, Cristián, Sol y su hijo común, han sobrevivido y miran al futuro con ilusión haciendo múltiples proyectos, en tanto que en En esta tierra, Cristián muere víctima de un francotirador republicano que acaba con su vida cuando este aclama con entusiasmo la entrada en Barcelona de las tropas franquistas. En la versión definitiva, de 1993, Cristián muere también, a manos de un francotirador, pero no está claro el color de quién aprieta el gatillo.


Ana María Matute en 2011 

Sea como fuere, quien revisa y decide cuál es la versión definitiva es Ana María Matute. Es ella la que decide que, definitivamente, sea Sol quien afronte sola su futuro; sola, como lo había estado siempre; sola, como estuvo Ana María en la parte más dura de su vida, la de su matrimonio con el supuesto poeta Ramón Eugenio de Goicoechea, padre de su hijo, por cuya custodia tuvo que pelear, durante tres años, tras conseguir la separación; sola, como todas las mujeres que deciden en esa época, en España, tener una vida propia, con una voz reconocible ante una sociedad injusta que aparta descaradamente a la mujer de la vida pública, supeditándola a ser una mera sombra del hombre: buena hija, esposa sumisa y madre ejemplar.

No sabemos cuál pudo haber sido el alcance de la vida de Sol, pero sí podemos imaginarlo, porque conocemos la trayectoria de su creadora y porque ahora sabemos que Ana María Matute, fue feliz, ¡inmensamente feliz!, cuando le concedieron el Premio Cervantes. Y lo fue porque se dio cuenta de que ese reconocimiento era su triunfo ante el olvido: su inmensa sonrisa de niña, de todas las niñas que habían habitado en ella, que habían nacido de su máquina de escribir, eran en realidad las que recibían ese premio. Y Sol estaba entre ellas.

Pedro Turrión Ocaña

Bibliografía y recursos audiovisuales

Estruch Tobella, Joan (2014). “Las tres versiones de Luciérnagas, de Ana María Matute, en Ínsula, revista de letras y ciencias humanas, núm. 815, noviembre de 2014.

Fuente, Inmaculada de la (2017). Mujeres de la posguerra. Madrid: Silex Ediciones.

Lopez Viladrich, M.ª Ángeles (2013). La adolescente en la narrativa femenina de posguerra: Carmen Laforet y Ana María Matute (TFM). Madrid: UCM.

Martín Gaite, Carmen (1987). “La chica rara”, en Desde la ventana: enfoque femenino de la literatura española. Madrid: Espasa Calpe.

Matute, Ana María (1973). Algunos muchachos. Barcelona: Ediciones Destino.

(1996) Olvidado rey Gudú. Madrid: Espasa Calpe.

(2008) Paraíso inhabitado. Barcelona: Ediciones Destino.

(2010) Ceremonia de entrega del Premio Cervantes: Discurso de Ana María Matute. Disponible en www.mcu.es/

(2010) Luciérnagas. Prólogo de Esther Tusquets. Barcelona: BackList.

(2014) Luciérnagas. Ediciones Austral.

(2017) Los mercaderes (Trilogía: Primera memoria, 1960; Loa soldados lloran de noche, 1964; La trampa, 1969). Prólogo de María Paz Ortuño. Barcelona: Ediciones Austral.

Montejo Gurruchaga, Lucía (2010). Discurso de autora: género y censura en la narrativa española de posguerra. Madrid: UNED.

RTVE (2014). Imprescindibles: Ana María Matute. La niña de los cabellos blancos.

Salabert, Juana (2016). “Ana María Matute a este lado del paraíso”, en Campo de Agramante: revista de literatura, núm. 22. Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.


Fotografía de Ana María Matute: Wikipedia

Fotografía libro Luciérnagas: P. T.

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