jueves, 6 de mayo de 2021

pequeñas mujeres rojas, Marta Sanz (Reseña)

 


La escritura escarba fuera y dentro, a vista de lombriz y de águila, antes y después, en un magnífico trabajo con el punto de vista que no abole la noción de Historia. pequeñas mujeres rojas prolonga la posibilidad de la novela política: las voces de la ficción amplifican los miedos de quien toma la palabra y escribe, de modo que todas las voces son la misma y, a la vez, esa sola voz integra una polifonía de ecos, jadeos, gritos, carcajadas, psicofonías y onomatopeyas para imponer silencio.

Dice Marta Sanz que «los discursos literarios construyen realidad y pueden intervenir en la construcción de la realidad». Totalmente de acuerdo. La literatura de ficción tiene mucho que aportar a la historia porque, mientras que al relato histórico se le exige un rigor que no siempre tiene bien es sabido que la historia siempre la escriben los vencedores, el relato de ficción ha de sustentarse desde otra cualidad no menos importante, la sinceridad. Y si hay algo que rezuma pequeñas mujeres rojas es la sinceridad de Marta Sanz, aliada desde el minuto uno con sus protagonistas, esas “pequeñas mujeres rojas”, con p minúscula, que tanto tienen que decir y a las que tan poco caso se ha hecho.

El capricho de una joven inspectora de hacienda, de pasar sus vacaciones de verano desenterrando muertos de la guerra civil en el pueblo de Azafrán, desencadena la tragedia. Tenía que haberlo sospechado cuando, nada más poner en él su pie poliomielítico, descubre que alguien lo ha rebautizado con el nombre de “Azufrón”, en el indicativo que se yergue justo al lado del hotel que ha elegido para pasar esos días. Es el hotel de los Beato, una familia compuesta por un grupo de personajes peculiares que, como figuras de belén, circundan el aura mayestática de Jesús Beato, el viejo patriarca centenario que se aferra a la tierra que lo sostiene, como si quisiera apisonar el suelo que yace bajo sus pies porque, aunque Paula todavía no lo sabe, lo que hay bajo las losas de la casa y de las flores del jardín del hotel de los Beato, es el infierno. Paula Quiñones, la “coja guapa”, aparece de repente contradiciendo el canon de la belleza, porque la realidad del mundo casi nunca es como algunos nos la quieren hacer ver, la realidad casi siempre desafina y escribe sus propias reglas. Ella, inocente y pequeña, comparte sus horas libres con los habitantes de la casa, y las noches con David, el nieto superdotado de Dios que nadie se ha preocupado en conocer y que en el fondo solo la ve como un animal deforme que tendrá que enderezar.

Paula es protagonista y narradora epistolar; pero ni es la única protagonista ni tampoco es la única voz narradora. pequeñas mujeres rojas es una novela coral en la que escuchamos una pluralidad de voces que, a modo de matrioskas, conforman un entramado que va más allá de la lógica. Paula le cuenta en sus cartas a Luz Arranz aquellas cosas que solo ella puede entender, por su posición de amiga y de enlace, y Luz añade sus pesquisas adquiridas, cuando ya nada tiene remedio. Luz es también la madre del compañero sentimental del que antaño fuera el marido de Paula: Zarco, ese detective homosexual, protagonista de otras dos novelas de la autora, Black, Black, Black y Un buen detective no se casa jamás. Aunque Zarco no está presente, su no presencia condiciona el relato epistolar de Paula, y lo convierte en esa figura imprescindible que se espera y siempre llega tarde: es la voz ausente de la investigación, la letra del legajo que debería llenar tantos espacios en blanco sobreseídos por el miedo y la amenaza. Por eso son los muertos los que alzan su voz, «lea despacio»: desde su morada, debajo de la tierra del infierno, el coro de las mujeres muertas se mezcla con el aire y le susurra a Paula que se aleje un poco más, que se vaya con los otros a un hotel más acorde; y los niños perdidos, como aquellos otros niños retratados por Laila Ripoll en su obra de teatro, abandonados en un desván y que aún creían estar vivos, también hablan; y los hombres, en su mezcla de idiomas intemporales «dame un like». Todos juntos recitan unos versos grabados a fuego en la memoria colectiva, pero olvidados conscientemente bajo la pátina de la costumbre y el silencio, «chisss».

Marta Sanz reconoce haber escrito un cuento de terror sobre la memoria, pero es mucho más: pequeñas mujeres rojas es una novela que mezcla política y poética, una novela que reivindica las palabras, porque a veces no concreta en una sola y se explaya en un sinfín de términos contiguos que expanden el relato en vez de comprimirlo en una idea, porque cada palabra, cada imagen, puede contener infinidad de significados y es imprescindible que todos se tengan en cuenta. Una novela que hay que leer despacio para, entre tanto ruido, reconocer el relato de Luz Arranz, la voz que pone voz a quien se atreve a dar un paso adelante y escarba en lo que otros callan, y lo que es peor, en lo que otros ocultan; la voz de quien se atreve a poner en la palestra a aquellos que, como Jesús Beato, representan lo peor de un cristianismo anticristiano, que santifica el odio y el genocidio en nombre de una presunta fe trasnochada y caduca que no tiene cabida en una sociedad moderna, y que además  no cree en la resurrección de aquellos muertos  que un día tuvieron ideales.

pequeñas mujeres rojas. Marta Sanz. Editorial Anagrama, 2020.

Pedro Turrión Ocaña

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