Marguerite Duras había perdido la ilusión por una especie humana que había dejado de creer en la eternidad de Dios para creer en la eternidad del petróleo: «No tengo ningún ideal, ni siquiera la destrucción», le dice a Joaquín Soler Serrano durante su entrevista en el programa A fondo, en 1979, esta mujer nacida en la Indochina francesa (actual Vietnam) en 1914, y que con dieciocho años le dijeron que era francesa y que tenía que regresar a una patria que no era su país; esta mujer que no abandonó el Partido Comunista Francés, en el que militó durante siete años, sino que “tuvo el honor de ser excluida de él”. Cuando tiene lugar la entrevista, aún no había publicado la obra que la catapultó a la fama mundial, El amante, novela galardonada, en 1984, con el premio Goncourt, el más prestigioso de la literatura francesa, en ese momento en el que ya se está de vuelta de todo y no se esperaran grandes cosas: «Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde», escribe al principio del tercer párrafo de esta obra que se nutre de los recuerdos del tiempo que vivió en ese paraíso natal al que jamás regresó.
A primera vista, el tema de El amante puede ser escandaloso ‒seguro que hoy más que en el momento de su publicación‒: la relación entre una niña blanca de quince años con un joven y rico comerciante chino, en el Vietnam colonizado por Francia, durante la década de 1920. La propia autora, a través de la narración, reconoce la posible perversión del relato: «Nuestro amor podía llevarnos a la cárcel»; sin embargo, subyace en el texto una segunda intención que deja en el lector la sensación de que lo que busca en realidad es encontrar su propia feminidad a través del tortuoso camino de la experiencia, y que solo lo logrará dejándose llevar por el deseo y el placer. Es un camino iniciático que se construye desde el posible pecado, pero también desde el amor desconocido, en un espacio donde no caben los prejuicios, siempre presentes en el exterior. No se sabe muy bien si es el joven comerciante el que seduce a la niña, o es ella la que alimenta su deseo desde su primer encuentro: ella, bajando del transbordador, vestida con un vestido de seda blanca, casi transparente y un inhabitual sombrero rosa; él, desde el interior de su limusina negra, vestido a la europea.
«Podría engañarme, creer que soy hermosa […] como las mujeres miradas, porque realmente me miran mucho . Pero sé que no es cuestión de belleza, sino de otra cosa[…] por ejemplo de carácter. Parezco lo que quiero parecer, incluso hermosa, si eso es lo que quieren que sea, hermosa o bonita, bonita por ejemplo para la familia, solamente para la familia no, puedo convertirme en lo que quieran que sea. Y creerlo.
Ella necesita escapar del ahogo de una familia imposible: de la locura de su madre; de la violencia de su hermano mayor, el favorito al que se le perdona todo; y del sacrificio inútil del menor. ¡Esa es la verdadera historia de la novela! Una historia que se mezcla también con el racismo de una sociedad que haría imposible su relación, y la corrupción política del país. El hecho de que su relación sea el único camino que encuentra la protagonista para liberarse y ser ella misma, lo aleja de la perversión.
«Cierro los ojos a un placer tan intenso. Pienso: lo tiene por costumbre, eso es lo que hace en la vida, el amor, solo eso. Las manos son expertas, maravillosas, perfectas. He tenido mucha suerte, es evidente, es como un oficio que tiene, sin saberlo tiene el saber exacto de lo que hay que hacer, de lo que hay que decir. Me trata de puta, de cochina, me dice que soy su único amor, y eso es lo que debe decir. Y eso es lo que se dice cuando se deja hacer lo que se dice, cuando se deja hacer al cuerpo y buscar y encontrar y tomar lo que él quiere, y todo es bueno, no hay desperdicios, los desperdicios se recubren, todo es arrastrado por el torrente, por la fuerza del deseo.»
La historia se parece a la que vivió Marguerite Duras durante su infancia en la Indochina francesa. Su padre, profesor de matemáticas, murió joven, dejando a una mujer que tiene que mantener a tres hijos con su sueldo de maestra. Ante el difícil futuro que se le presenta, la madre intenta establecerse como colono agrícola, fracasando en el intento. Desde sus primeras novelas, Duras nos habla de esta vida colonial que fue su infancia y que tanto añora. El amante es el compendio de esas otras obras anteriores, aunque mucho más profundo y completo, pese a su brevedad, al tratarse de una obra de madurez y de que lo escribe tras someterse a una desintoxicación del alcohol; esto último le aporta también una mayor lucidez.
No hay una construcción estructural tradicional en el libro, sino más bien es la deconstrucción de un relato que fluye desde diferentes sensaciones e imágenes sin un orden concreto. Duras declaró que lo había comenzado a escribir como si fuera «un encadenamiento de comentarios en torno a una serie de viejas fotografías ya enmohecidas por el paso del tiempo». El libro es el resultado de su empeño por encontrarse de nuevo frente al rostro joven y bello que un día fue, como lo fue aquel país. Escribe Rafael Conte en la Introducción a la traducción española del libro, realizada por Ana María Moix: “tal vez sea una novela, un conjunto de textos autobiográficos o la ensoñación de una escritora recordando su rostro juvenil en esos años precisos de su madurez”.
«La conozco desde siempre. Todo el mundo dice que de joven era usted hermosa, me he acercado para decirle que en mi opinión la considero más hermosa ahora que en su juventud, su rostro de muchacha me gustaba mucho menos que el de ahora, devastado.»
«Yo soy el centro del libro», declaró también la autora, sin embargo, El amante no es una autobiografía, «aunque lo que aparece en el texto haya sido verdad alguna vez». «La historia de mi vida no existe. Eso no existe. Nunca hay centro. Ni camino, ni línea. Hay vastos pasajes donde se insinúa que alguien hubo, no es cierto, no hubo nadie».
No hay buenos y malos, inocentes o culpables en este relato que nos perfila un mundo aparte que nada tiene que ver con la moral establecida por los hombres. Un mundo donde los cuerpos y el deseo son capaces de recuperar sus derechos virginales, porque, como también Marguerite Duras le dijo a alguien en una calle del París que la vio crecer y envejecer, que la vio perderse en otros placeres mundanos y ser capaz de alzar el vuelo y renacer:
«No hay errores, solo hay actos extraños».
Pedro Turrión Ocaña
Duras, Marguerite (1985). El amante (Introducción de Rafael Conte). Barcelona: Círculo de Lectores.
Ortiz de Zárate, Amaya. “El deso femenino y la muerte en El amante de Marguerite Duras, en Tema y Forma: revista de cultura n.º 17 (2004).
Sánchez Luque, María Custodia. “Redescubriendo a Marguerite Duras desde perspectivas múltiples”, en Cédilla, revista de estudios franceses n.º 13 (2017).
RTVE (1997) Marguerite Duras a fondo. Programa presentado por Joaquín Soler Serrano, emitido el 3 de junio de 1979.
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