Emilio Lledó en su libro Fidelidad a Grecia (Taurus, 2020), dedica todo un capítulo a hablar de la obra del creador de la Institución Libre de Enseñanza, Francisco Giner de los Ríos, pero con una visión actual. Alude Lledó a que «[…] hace tiempo que parece como si, en estos momentos de crisis, y no solo económica, hubiéramos dejado de tener presente la gran transformación pedagógica, cultural e intelectual que […] representó la obra de Francisco Giner de los Ríos.» Bien es cierto que durante el franquismo todo lo que representaba este intento de modernización educativa fue extirpado de raíz de la sociedad española, tal vez quisieron ver en ella ideales republicanos, aunque su creación en 1876 fue muy anterior a la República; fue sustituida por una educación basada en la exaltación a la grandeza de la patria y en el más rancio catolicismo. Pero, mirando a la gran cantidad de leyes educativas que los diferentes gobiernos democráticos han promulgado después, parece como si, en su afán de mirar hacia el futuro, los políticos se hubieran olvidado de mirar, aunque fuera de soslayo, a la que pudo ser la gran revolución educativa de nuestro país. Se queja Lledó de que en todos estos años no se hayan reeditado sus obras,
«[…] que son una fuente de sugerencias, informaciones y análisis del problema más importante de la época de Giner y de la nuestra: la formación de la decencia, la libertad intelectual, entre otras libertades, y la lucha por el verdadero conocimiento. Sobre todo cuando hoy abundan propuestas sobre educación y universidad de un pragmatismo baldío que, bajo el lema de “sociedad del conocimiento”, se repite continuamente en boca de quienes, me temo, desconocen el significado de ambos términos.»
Giner aboga en sus escritos por una formación total que fomente la curiosidad intelectual y que no solo prepare al alumno para una ocupación mercantilista, sino que le sirva también para ser mejor persona, por lo que es imprescindible compatibilizar la formación científica y la humanística en términos de igualdad, y sobre todo la exhaustiva preparación de un profesorado ilusionado y amante de su trabajo. Dice también que la educación tiene que ser pública, y cita un texto de la Política de Aristóteles: «Puesto que toda ciudad tiene un solo fin, es claro que la educación tiene que ser una y la misma para todos los ciudadanos y que el cuidado de ella debe ser cosa de la comunidad y no privada.» La actualidad de este texto nos demuestra una vez más que desechar de un plumazo todo lo que, a ojos del legislador de turno, parece caduco, no solo es un error, sino que puede echar al traste el futuro de nuestros estudiantes, que no es otro que el futuro del propio país.
En las primeras décadas del siglo XX, la influencia de la Institución tuvo una importancia capital, sobre todo, en el intento de que la educación llegara a todos los puntos de España, incluso los más deprimidos y alejados de los núcleos urbanos, donde el analfabetismo era la nota dominante. De nuevo podemos recurrir a la literatura, que nos ofrece buenos ejemplos basados en la realidad, para que entendamos este empeño en el que fue definitiva la participación de la mujer.
Hay dos novelas, escritas por mujeres, que dibujan muy bien este periodo, y que coinciden en varias cosas, como la similitud en el título, la elección de una joven maestra como protagonista, y que, como digo, las dos están basadas en la realidad. La primera, Diario de una maestra, de Dolores Medio, es la historia novelada de los años que la autora trabajó como maestra; y la segunda, Historia de una maestra, de Josefina Aldecoa, recrea, a través de la memoria, lo que la autora vivió junto a su madre, maestra rural también.
Diario de una maestra es el relato en tercera persona de una maestra represaliada por el régimen franquista, que reflexiona acerca de la vocación docente y, sobre todo, de la ilusión truncada de muchos maestros de implantar esa educación de calidad de la que nos habla Lledó. La protagonista, Irene Gal, se deja arrastrar por las ideas innovadoras que le ofrece Máximo Sáenz, un teórico institucionalista que le abre los ojos a un nuevo futuro basado en la igualdad de oportunidades en el que todos caben. Máximo es detenido y encarcelado y ella, no solo le espera, sino que se preocupa de que no le falte nada, aunque a ella nada le sobra, y cuando por fin se entera de que ha salido de la cárcel, él le dice que se marcha para casarse con una mujer con dinero que le asegurará el futuro de una manera más realista. En la vida real, Dolores Medio nunca le reprochó nada a su mentor, aunque, a raíz de ese suceso, no volvió a tener otra relación sentimental y abandonó la enseñanza definitivamente para dedicarse a escribir.
En Historia de una maestra, publicada en 1990, Josefina Aldecoa recoge los recuerdos que vivió de niña al lado de su madre, que ejerció de maestra en diversos pueblos de Galicia y León. Sin embargo, la historia que narra no es plenamente autobiográfica. La novela surge de un primer proyecto, cuyo reflejo es el relato “Cuento para Susana”, de escribir un libro de relatos junto a su marido, Ignacio Aldecoa, para su única hija, proyecto truncado por la repentina muerte de Ignacio. La novela se inicia con el recuerdo de una boda que, de manera premonitoria, Gabriela Lopez-Pardo alcanza a presenciar en un instante de su recorrido, el mismo día plomizo en el que ella camina por las calles de Oviedo con su título de maestra bajo el brazo. Nada le dijo entonces que aquel hombre que se casaba con una chica bien de la ciudad, marcaría los destinos de tantos hombres y mujeres durante cuatro décadas. Sin embargo, es otra realidad la que le hace apretar los dientes y luchar, la visión del terrible atraso en el que vive una población rural anquilosada en el olvido, y la infinidad de trabas que constantemente encuentra hacia su trabajo por el simple hecho de ser una mujer: «Yo sabía que estaría informado de mi actuación y que si algo había en ella que no le gustara, me lo haría saber.» No le queda más remedio que reinventarse a cada paso, y tratar de convencer a todos que su labor es más que enseñar a leer a unos niños que a cada momento se le escapan a trabajar, obligados por sus progenitores, que necesitan de sus manos para poder comer; Gabriela no solo actúa de maestra, también enseña otras materias, como hacer punto, a la vez que trata de acostumbrar a niños y mayores a mantener una higiene mínima, para minimizar el desconsuelo de los que solo han aprendido a obedecer y a traer niños al mundo, en medio de una enorme tasa de mortalidad infantil. Su padre, funcionario de ferrocarriles, la ha educado en la libertad. Cuando le llega el turno de elegir destino, pide el traslado a Guinea Ecuatorial, el lugar más alejado al que puede llegar una mujer española en aquellos años. Su compromiso, y su amistad con un médico negro, le pondrán las cosas tan difíciles que, a partir de caer enferma, se verá obligada a regresar a la península, donde le espera una nueva realidad, de mano de la República y de Ezequiel, un maestro como ella con el que se casa. Su relación, basada más en la amistad y en el ideal de crear una educación mejor y más justa para todos, que en el amor, hace que los dos evolucionen de manera diferente: mientras él se radicaliza políticamente, ella sigue dedicada plenamente a mejorar la escuela y la vida de los que la rodean. Este hecho levantará entre ellos una barrera emocional, tal vez presente anteriormente, que se hará insostenible, con un Ezequiel desaparecido de la casa, dedicado plenamente a la política, dejando para Gabriela toda la responsabilidad del hogar y del cuidado de su hija.
Si en la novela de Dolores Medio, los dos relatos que se superponen son el trabajo de la maestra y la relación amorosa con su mentor, que hizo creer erróneamente a más de un crítico en su momento, que se trataba de un relato sentimental, en la novela de Aldecoa son la convulsa situación que se produce en vísperas de la revolución de octubre de 1934, con el compromiso de Gabriela como maestra y madre. Ambos relatos, como bien apunta Inmaculada de la Fuente, son un retrato fiel «del modo de vivir en la España rural de los años treinta, donde, de puertas para adentro, en su vida doméstica, la vida de una maestra no se diferenciaba en nada de una campesina.»
Al final de la novela, Gabriela, tras asistir al entierro de su padre, recibe la noticia de que han fusilado a su marido. En su viaje de regreso al pueblo donde los dos fueron maestros, con la única compañía de su hija, ve en un periódico que lee el viajero que tiene delante, la foto del general que ha provocado el estallido de la guerra en Canarias, el mismo que vio ejerciendo de novio, recorriendo las calles de Oviedo.
Diario de una maestra se publicó en 1961, cuando los sucesos que narra estaban aún calientes en la cabeza de Dolores Medio. Historia de una maestra se publicó casi treinta años después, en 1990, bien es cierto que entre las dos autoras existe una diferencia de edad de quince años. Sin embargo, coincido con Inmaculada de la Fuente, cuando dice de Josefina Aldecoa que con esta novela parece «como si ese pasado que creía íntimo y asumido necesitara volver a escribirse y recordarse. Como si con cuarenta años de retraso ajustara cuentas con su memoria y escribiera, al fin, una historia que alguna gente de su generación había olvidado.» Puede que lo hiciera también con los ojos puestos en el futuro al darse cuenta de que, habiendo transcurrido quince años desde la muerte de Franco, habiendo sufrido un golpe de estado y con varios años de gobierno socialista, había algo en la enseñanza que no había cambiado, y que no tenía tintes de solución inmediata: nadie nos había enseñado a ser nosotros mismos, nadie nos enseña a pensar. Emilio Lledó lo explica muy bien en otro artículo de su libro:
«El ya tradicional tema de la libertad de pensamiento es, hoy, una de las cuestiones capitales de la sociedad y una de las frases hechas que había que deshacer. Porque esa deseable libertad de pensamiento no tiene nada que ver con que podamos decir lo que pensamos, sino con que podamos pensar lo que decimos. Para ello es necesario que nuestra mente no esté corrompida por los mensajes recibidos a través de una información sectaria, padecida en tantas escuelas, cuya misión no es fomentar seres humanos libres, sino sectarios de una ideología, fanáticos de una religión.»
Pedro Turrión Ocaña
BIBLIOGRAFÍA
Aldecoa, Josefina (2018). Historia de una maestra. Barcelona: Alfaguara.
Fuente, Inmaculada de la (2017). Mujeres de la posguerra. Madrid: Silex Ediciones.
Lledó, Emilio (2020). Fidelidad a Grecia. Barcelona: Taurus.
Medio, Dolores (1993). Diario de una maestra. Barcelona: Castalia.
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