“Sara Mesa vuelve a confrontar al lector con los límites de su propia moral en una obra ambiciosa, arriesgada y sólida en la que, como si de una tragedia griega se tratara, las pulsiones más insospechadas de sus protagonistas van emergiendo poco a poco mientras, de forma paralela, la comunidad construye su chivo expiatorio.”
Nada es gratuito en Un amor, de Sara Mesa, y tal vez por esa razón nada es lo que parece, empezando por la elección del narrador en tercera persona, pero condicionado por lo que solo conoce Nat, la protagonista, a través de un estilo indirecto libre que solo nos muestra, en tiempo presente, lo que sucede a su alrededor, pero sin tomar partido. Este desconocimiento, a propósito, de lo que pasa por las cabezas de los demás personajes, hace que la muchacha dude, se pregunte e incluso sueñe acerca de ello, y es fundamental para crear el ambiente opresivo que nos persigue desde la primera frase: «Al hacerse de noche es cuando cae el peso sobre ella, tan grande que tiene que sentarse para coger aliento.»
Tampoco el título es casual, un amor, en indeterminado, lo que no quiere decir que vayamos a descubrir en sus páginas un amor cualquiera, sino que el amor tiene tantas caras como personas lo experimentan. Nat no busca el amor en La Escapa ‒esa pedanía que se integra y huye de su hermano mayor, el pueblo de Petacas, y este, a su vez, de la ciudad, Cárdenas‒ pero nadie, tampoco ella, está exento de encontrarlo contra todo pronóstico y en la persona que menos espera, por eso el término “amor”, aparte de en el título, no aparece más en la novela, y si se intuye en algún momento es porque el lector sí lo espera, porque tiene el título en la memoria y sabe en qué consiste ese artilugio tan personal y esquivo que todos aseguramos manejar con certeza.
El amor que condiciona y desespera, que facilita y destruye las relaciones humanas, el amor que aparece rompiendo todos los esquemas, proponiendo salidas impensables para una persona íntegra, es el que logra que la hostilidad del entorno se enquiste definitivamente en Nat, construyendo en su interior una evolución negativa que, al tiempo que horada su personalidad, terminará fortaleciéndola.
Nat era traductora comercial en la ciudad. A partir de un error infantil en el trabajo, fruto tal vez de su dificultad para adaptarse, decide abandonarlo todo, a pesar de que nadie la obliga a hacerlo, y dedicarse a la traducción literaria, mucho más libre y creativa, en un entorno nuevo. Alejarse es una cuestión de principios, en cuanto al lugar elegido, ella hubiera preferido el mar, pero este rincón perdido en medio de la nada es el más barato que encuentra. Un lugar no deseado en el que desentona desde el primer momento, desde la primera conversación con su desagradable casero. Nat busca un nuevo lenguaje, pero lo más difícil en su nueva ocupación es encontrar el significado adecuado para una misma expresión sin modificar el sentido primario de la idea. Sin embargo, la mayor dificultad no la encontrará en el texto que traduce, sino en la proposición de un hombre al que todos conocen por el Alemán, otro término inexacto, porque no nació en Alemania, ni su familia era originaria de aquel país: «No molestar, acabar pronto: las mismas expresiones que usó el día anterior, dichas incluso con la misma pronunciación, ese apelotonamiento incoherente de sílabas. ¿Es que no sabe hablar de otra manera? Es una proposición imposible, pero hay algo en él que la atrae desde el primer momento: este hombre no la juzga, no opina sobre su actitud con el casero, como sí hace Píter, el joven artesano voluntarioso, al que todos conocen por el hippie, siempre predispuesto para todo menos para lo que ella necesita de verdad y al que todos verían más apropiado; no la invita a fiestas, como la modélica familia de al lado, paradigma de la felicidad moderna, que le tiene preparada una sorpresa. Porque no es solo cuestión de lenguaje, no sirve solo decidir si el término adecuado es tocar o acariciar, por ejemplo, sino ser capaz de comprender con la zona correcta del cerebro, como sí sabe hacer la anciana Roberta, a la que conocen por la bruja, aunque tenga perdida la coherencia: «ella le da fruta y él pone los ladrillos», mientras Joaquín, su marido, que tampoco entiende ese lenguaje, sacude la cabeza. Todos juzgarán que ha elegido el camino incorrecto, provocando su duda; incluso Sieso, el perro esquivo y desconfiado que la acompaña en la casa, se diría que la enjuicia con la mirada, el mismo animal ‒«guardián de cadáveres»‒ que, desafiando las normas humanas, actúa por su cuenta para colocar a cada uno en su lugar. Si hay algo que los dos entienden de este nuevo lenguaje es que «la piel tiene memoria, y repetir es profundizar».
Uno de los mayores logros de Un amor es que crea en el lector la sensación de que conoce lo que ocurre, pero como lo hace desde la perspectiva, no de lo que sabe, sino de lo que cree saber la protagonista, como a ella, no le resulta fácil tomar partido. Nos hemos acostumbrado a no dudar, a darlo todo por sentado, a creer que la razón siempre está de nuestra parte y a expresarlo en cualquier momento, con la facilidad de un click. En este caso, la duda nos obliga a dar un paso atrás y mirar con perspectiva. Sostiene Sara Mesa, en una entrevista publicada en El Cultural1, que «En esta historia lo interesante era describir una comunidad cerrada, la sensación de pertenencia o exclusión, el desconocimiento de las reglas por parte del intruso, el poder del grupo y, finalmente, la creación del chivo expiatorio.» O sea, describir la vida actual, la de los grupos cerrados en el entorno de las redes sociales, la de la intolerancia de las ideologías extremas, la de una sociedad que, como dice en la misma entrevista, tal vez no sea más intolerante que antes, pero sí más hipócrita.
Como lector, me quedo con la idea que apunta Sara Mesa para cerrar la entrevista: «Soy una escritora de digestión lenta y, como la protagonista de Un amor, tengo que subirme a lo alto del monte para poder ver lo que no se distingue de cerca.» Puede que así aprendamos a escuchar tanto silencio que todos guardamos dentro.
1Entrevista publicada en El Cultural el 2 de septiembre de 2020, realizada por Andrés Seoane.
Un amor, Sara Mesa. Editorial Anagrama, 2020.
Pedro Turrión Ocaña
No hay comentarios:
Publicar un comentario