jueves, 16 de noviembre de 2023

El otro yo. Rafael Caunedo (Reseña)


 “Cuando a Ángel Cué, prestigioso escritor de fama internacional, le diagnostican alzhéimer a los sesenta y siete años, decide renunciar a la vida pública. Antes de recluirse en su finca para siempre, le encomienda a su hijo Mateo que custodie cinco manuscritos para que, una vez él ya no pueda reconocer a nadie, vayan saliendo a la luz. Tres años más tarde, Mateo es galardonado con uno de los premios literarios más prestigiosos poco antes de que lo nombren ministro de Cultura. El éxito es inmediato, pero cuando se encuentra en el cénit de su vida personal y profesional, entrará en una espiral de engaños y falsedades que lo hará atravesar los cuatro años de legislatura que tiene por delante intentando mantener ocultas sus imposturas, mientras se va ampliando, cada vez más, la distancia entre lo que dice ser y lo que realmente es”.

Al leer la sinopsis de El otro yo, de Rafael Caunedo, esa necesidad de catalogarlo todo me hizo pensar que estaba ante un thriller o ante una novela negra, y al llegar al final, recordé que no se debe catalogar lo que se desconoce. Pensándolo bien, puede que tenga un poco de ambos géneros. Tal vez lo que me descoloca es darme cuenta de que todo ocurre en la novela con naturalidad, una naturalidad pasmosa que, lejos de inquietarme, consigue ponerme en el lugar del protagonista, o del que dice ser el protagonista, al tiempo que me plantea una pregunta: ¿sería yo capaz de hacer lo que hace él?

¿Por qué no?

Es una ocasión única en la que nada puede fallar.

Nada.

Término absoluto que habitualmente tomamos al pie de la letra demasiado a la ligera sin evaluar costes y riesgos.

Desde otro aspecto, hay ciertas cosas en el argumento que nos pueden sonar a tópico, por ejemplo: la calidad del escritor, el prestigio del premio o el cargo político concreto.

Tópico.

De nuevo un término absoluto.

¿Son necesarias estas cosas?

Yo diría que sí, teniendo en cuenta que todas van acompañadas de una cualidad muy importante y en nada absoluta y sí muy subjetiva: en el comportamiento del protagonista, no hay una intención de causar daño. Además, a mi juicio, el tópico deja de serlo cuando el lector empieza a verse reflejado en el espejo que Caunedo pone continuamente ante él y convierte al personaje en un ser humano, con sus virtudes y defectos. Sin embargo, hay un tópico subliminal en la novela que las más de las veces acierta: la realidad siempre supera con creces a la ficción. Por lo tanto, dejémonos llevar.

Ángel Cué siempre ha tratado de huir de los tópicos en sus novelas, a pesar de que alguno de ellos, como ser el eterno candidato español al Premio Nobel, le acompañan de manera cotidiana. Lo que no puede controlar es que a veces la voluntad no es suficiente.

Ángel Cué, para mí, el personaje más importante de la novela, decide desaparecer de la vida pública, impelido por una necesidad fisiológica que no puede obviar. Quiere ser consecuente consigo mismo pero, a la vez, no quiere abandonar su crecimiento personal, a pesar de tener sesenta y siete años, de haberlo conseguido todo en su profesión literaria y de estar condenado a que una enfermedad anule por completo su más preciado instrumento de trabajo. Antes de llevar a cabo esta última decisión, le entrega a su hijo Mateo un legado envenenado que adquiere vida propia.

«Serás tú el encargado de mantener viva la dignidad de mi nombre», le dice. La manera en que Mateo decide administrar este legado es el eje alrededor del cual se construye la novela.

«La impostura acaba de comenzar». Y es tan creíble que Mateo Cué no tarda en creerse su propio engaño.

Como su padre de la vida pública, Mateo trata de huir del prototipo de político de élite, y solo nos deja ver a la persona que se esconde detrás de su función pública, pues es en ella en la que habita su condición principal, esa en la que se convierte al tomar la decisión más importante de su vida y que le convierte en un impostor. Una decisión inocua en apariencia, irreflexiva tal vez, que puede elevarle al cielo del Olimpo o convertir su vida en una tragedia, al tiempo que hace aflorar a su alrededor varias historias vinculadas a su decisión, que no son más que todas esas realidades posibles con las que no se cuenta.

Son los protagonistas de estas otras historias ‒desde el periodista sin escrúpulos a la misteriosa mujer que intuimos que sabe lo que nadie puede saber, pasando por el traficante de poca monta e, incluso, el presidente del gobierno‒ los que dotan de verosimilitud a la novela y restan importancia a la ampulosidad del político premiado con el galardón literario más importante del panorama literario patrio, y los que consiguen también que podamos ver en él al ser humano en sus diferentes facetas. Buena parte de la culpa la tiene el narrador, que se limita a contar la historia, sin detenerse en sus aspectos morales.

El otro yo es una muy buena novela, que nos hace reflexionar, pero que también nos permite pasar un buen rato, de esas que empiezas a leer para saber de qué va y, sin darte cuenta, estás en la página cien. Como todos los buenos relatos, no es solo la adicción a su historia lo que nos mantiene en vilo, sino lo que nos transmite de manera individual. 

En algún momento de nuestra vida todos tenemos otro yo, el problema surge cuando no elegimos bien el uso que decidimos hacer con él.

El otro yo. Rafael Caunedo. Ediciones Destino, 2023.

Pedro Turrión Ocaña

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