Juro que no ha sido premeditado, que mi intención al llegar a casa con la última novela de Antonio Muñoz Molina, aún con la tinta fresca en su dedicatoria tras la presentación en la librería Rafael Alberti, de Madrid, era empezar a leerlo con urgencia pero son tantas las veces que no somos dueños del tiempo (sobre todo si del tiempo lector se trata) que se me quedó en la cola en la que ya esperaban otras letras, a medias algunas he de confesar, hasta convertirse en el cierre de un año rico en buenas lecturas.
Es bueno terminar el año con un libro así.
Hace tiempo entendí que mi relación con la literatura de Antonio Muñoz Molina era dejarme llevar por ella. Eso es lo que he hecho esta tarde tranquila, de sillón en penumbra, una lámpara tímida y la música de fondo de Arvo Part en las manos del Dúo Cassadó. El comienzo: una primera frase que se alarga hasta la página setenta y dos sin pensar en el reloj. Se lo debo, porque hace tiempo entendí que Antonio Muñoz Molina es la literatura.
Me ocurrió con el primer libro suyo que cayó entre mis manos: Beltenebros, allá por 1989. Al sumergirme en sus páginas, me invadió la sensación de que lo que estaba leyendo era especial, que no se parecía a lo poco que había leído hasta entonces (en aquella época yo no era un gran lector) y que luego se repitió con otros títulos suyos: El invierno en Lisboa, El jinete Polaco, Plenilunio, La noche de los tiempos, Sefarad... No fue hasta muchos años después cuando me di cuenta de que aquella sensación, a la que apenas había dado importancia en su momento, la había experimentado antes con otro libro, mi primer libro de cabecera, el libro de relatos titulado Algunos muchachos, de Ana María Matute. En una conferencia, la escritora explicaba que ella, en el tiempo en el que fue profesora visitante de literatura española en Estados Unidos, le decía a sus alumnos: «los profesores os acercan a la literatura. Eso yo no sé hacerlo, yo soy la literatura».
Ana María Matute y Antonio Muñoz Molina, los autores a los que siempre vuelvo.
No voy a analizar aquí la novela, ya habrá tiempo más adelante de leerla en profundidad. Si es caso, pondré solo un apunte de la contraportada:
«No te veré morir es una novela sobre el poder de la memoria y del olvido, la lealtad y la traición, los estragos del tiempo y la obstinación del amor y sus espejismos. La conmovedora historia de una pasion frustrada por la vida y un hermoso retrato de la vejez escrito con una delicadeza extrema.»
Hoy solo quiero compartir este momento en el que siento otra vez que la literatura, como un viejo espíritu de papel, se adueña de mi tiempo, me conforta, llena mi última tarde del año.
Escribe, en ABC Cultural, J. M. Pozuelo Yvancos: «Este libro es importante por cumplir algo que solo la literatura puede hacer: ser un fantasma, figura y sombra de los recuerdos, que únicamente su narración puede salvar».
No te veré morir se convierte así en el colofón perfecto para cerrar el 2023, y en el pellizco de euforia literaria justo para comenzar con buen pie el 2024.
¡Feliz año lector!
No te veré morir. Antonio Muñoz Molina. Seix Barral, 2023.
Pedro Turrión Ocaña
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