“Así se escribe Maddi y las fronteras, una novela sobre una mujer que no se ajustó a las convenciones de su época, que cruzó todas las líneas rojas, una mujer que hizo lo que nadie esperaba de ella”.
Han pasado varios meses desde que leí por primera vez Maddi y las fronteras, y asistí a la conversación que Edurne Portela mantuvo con la periodista de Radio Televisión Española, Susana Santaolalla, en la librería Rafael Alberti, de Madrid; en estos meses, he recomendado su lectura en repetidas ocasiones, he mantenido animadas conversaciones sobre la novela, sin embargo, por alguna razón que desconozco, he postergado la escritura de esta reseña. Por lo general, una nueva lectura te acerca al texto de una manera diferente: lejos de la expectativa del qué ocurre, supongo que la mente se preocupa de otros aspectos que no caben en la novedad. En esta segunda lectura, me gustaría saber reconocer a esa Maddi que Edurne Portela ha sido capaz de convertir en un espíritu vivo, materializándolo en sí misma.
«¿Cómo vas a contar mi historia? ¿Cuánto vas a fantasear para darle un sentido? ¿Vas a entender mis motivos? ¿Vas a convertirme en heroína? ¿En víctima? De ti depende cómo me recuerden quienes te lean. Serás responsable de la memoria que quede de mí en aquellos que abran estas páginas. No inventes demasiado. No imagines demasiado.
Demasiado nunca será suficiente.»
Soy consciente de que ponerse en la piel de Maddi no es nada fácil, y más si tenemos en cuenta lo que sabemos hoy de la época en la que transcurre la historia, y la polarización del ¿pensamiento? a lo largo de estos últimos años. Por esta razón, la credibilidad es más importante que la exactitud de las palabras, sin poner en duda, en ningún momento, el rigor que se nos promete.
Todo comienza en el otoño de 2021 cuando Joxemari Mitxelena, antiguo concejal de Eusko Alkartasuna, a quien Edurne Portela había conocido en la grabación de un documental para la televisión vasca, sobre la violencia de ETA contra concejales, que él había sufrido, le ofrece un archivo con información de un personaje peculiar que, según sus palabras, «vivió una vida y murió una muerte igualmente excepcionales». Mitxelena, junto a su amiga Izarraitz Villaluce, habían dedicado sus últimos años a recopilar una información tan extraordinaria, que necesitaban de una tercera persona con capacidad de contar, para hacerla pública. Tras revisar la documentación, Portela se da cuenta de la importancia del legado, y decide ponerse de inmediato a escribir pero, al analizar con detalle los documentos, se da cuenta de que:
«Cada dato del archivo tiene su misterio y con cada misterio vuela la imaginación».
Así es como un proyecto de ensayo se convierte en un relato de ficción que, por los mecanismos de quien está acostumbrada a realizar trabajo de investigación, respeta escrupulosamente toda esa información real sobre el personaje de María Josefa Sansberro, nacida en Oiartzun en 1895, ferviente católica y divorciada; madre a pesar de no haber parido; encargada de un pequeño hotel muy cerca de la frontera con España, desde el que ejerció de mugalari y agente de la Resistencia francesa en la Segunda Guerra Mundial, al tiempo que servía a un grupo de nazis que, durante la ocupación, lo eligieron como aposento, sufriendo por ello la incomprensión de sus propios vecinos, para terminar sus días en un campo de concentración.
Narrada en primera persona y en un tiempo de presente de indicativo que avanza con la narración, la novela se convierte en un relato intemporal que implica de lleno al lector. Entendemos a Maddi porque podría ser cualquier persona que, al leer, sienta rabia, sienta dolor, y a la vez encuentre, en las palabras, una bocanada de sensatez.
En Maddi y las fronteras, Edurne Portela no ha creado una heroína, tampoco una víctima, sino que ha sabido escuchar las voces de tantas mujeres anónimas que lucharon en la sombra y dieron su vida sabiendo que nunca serían reconocidas. Encontrar las palabras que Maddi nunca pronunció no es más que darle credibilidad a su historia, tan selectiva e injusta tantas veces, encender una llama en la oscuridad de un camino que solo ella recorrió, pero que Portela ha sabido intuir, como la gran constructora de historias que es, y como profesional del lenguaje. Cuando Maddi le reza a Dios, su voz es un grito contra la barbarie desde el sentido común y la humildad aunque, por desgracia, la fe en el ser humano siempre tiene un límite.
Maddi y las fronteras es novela, pero también es documento porque, como afirma Juan Gabriel Vasquez, citando al poeta romántico alemán Novalis: «Las novelas nacen de las carencias de la historia». La ficción histórica bien documentada nace de la observación pausada de unos hechos que casi siempre tienen más de una cara, y que son los que, inevitablemente, hacen aflorar la emoción en el lector. Como sostiene Sergio Ramírez, «En la ficción no hay testigos de segunda mano».
«La decisión de apropiarme de la voz de Maddi ha sido para mí inevitable, pero ello no significa que no sea consciente de lo problemático de la decisión. […] Aún así, considero que hay respuestas explícitas posibles y que necesitan una reflexión teórica en profundidad, algo que no se ajusta a los contornos de este proyecto y que queda por desarrollar en otro espacio.»
Tras esta afirmación en el epílogo del libro, nos ha de extrañar que, en algún momento, lo que pudo ser un ensayo sobre un personaje excepcional, acabe siéndolo. Si esto ocurre, seremos testigos de cómo las distancias se acortan entre estos dos géneros siempre dispuestos a la discusión.
Edurne Portela. Maddi y las fronteras. Galaxia Gutemberg, 2023.
Pedro Turrión Ocaña
No hay comentarios:
Publicar un comentario