¿Es la vida un espacio inamovible? ¿Se puede revertir el pasado? ¿Qué tiene más peso en nuestras breves existencias: lo que hemos dicho o lo que hemos sepultado sin atrevernos a expresarlo? ¿Somos, en verdad, dueños de nuestros silencios?
Con esta nueva obra, atrevida, cercana y actual, María J. Mena regresa a la poesía para invitarnos a responder a estos interrogantes y a reflexionar sobre el poder de las convicciones, las apariencias y lo que se oculta tras las palabras que una vez salieron de nuestra boca o que tal vez aún aguardan el momento de ser pronunciadas.
La poesía es el género literario más personal, por esta razón, cualquier análisis realizado desde los ojos del lector es subjetivo. Pero, subjetivo ¿con respecto a qué? ¿Al pensamiento del autor? ¿Al pensamiento de cualquier otro lector? ¿Deberíamos cambiar la palabra pensamiento por sentimiento? A la vez, como cualquier otro género, la poesía es creación y, como tal, el poeta es libre de jugar con la construcción de las palabras y narrar con sus poemas una historia.
Poesía, sentimiento y narración: interesante amalgama para iniciar la lectura de un libro que, además, ya desde el título, apela al silencio, pero a un silencio en plural y asociativo: nuestros silencios, propiedad de quien escribe y de quien se dispone a leer. No puede haber nada más personal que una poesía que, antes de leerla, ya sabemos que habla de nosotros.
¿Será solo un ardid?
En Esclavos de nuestros silencios, María Jesús Mena nos transporta al reencuentro de dos personas que se amaron, y lo hace a través de la visión personal de cada actor, a partir de dos reflexiones enfrentadas –no sé si confrontadas‒ que, desde la evocación del pasado, intentan mirar a un futuro posible y que, como todo, tiene diferentes posibilidades: “Plaza tomada”, la de ella; “El lugar incierto de la duda”, la de él; y tres epílogos que cierran cada una, tres finales que le ofrecen al lector la posibilidad de elegir, de ser parte de la historia.
Empezamos bien.
Ella se fija en la mano fuerte que aprieta la suya, mientras él observa los pies de ella, pequeños pero firmes, el sustento del armazón de su cuerpo. Son dos voces que caminan con pasos acompasados y callan a un tiempo, pero que no dejan de sonar internamente, aunque desde distinto lugar :
«Me gustaría decírtelo, pero en lugar de ello, / permanezco en silencio»
«No quiero que te vayas, pienso / no quiero que lo hagas, / pero no te lo digo»
Una primera idea: El pensamiento monocorde que utilizamos de continuo abarca el universo y, sin embargo, la mayor parte de las veces queda atrapado en el silencio. Somos esclavos de nuestro silencio.
¿Existe una única razón?
La poesía es reflexión, intromisión, una conversación individual que tiene más de diálogo que de monólogo; una conversación que intenta combatir esos silencios que nos atan las manos, que no nos dejan ver que, lo que denominamos futuro, no es más que una reminiscencia del pasado, la misma que nos permite reconocernos en el presente, tomar decisiones nuevas, querer recuperar lo que quisimos o, al menos, intentarlo.
«Somos reos, / presos de pasos, prisas y prosas»
De todo lo que atesoramos en la vida, ¿qué nos pertenece de verdad?
Llega un momento en el que la necesidad nos devuelve a lo que quisimos ser, a pesar de nuestros padres, y a lo que nos gustaría, a pesar de nuestros hijos; siempre un segundo plato, aunque se nos antoje el más exquisito.
Es ella la que lo busca a él. Imagina su encuentro como una vuelta a la poesía, a pesar de saber que él no es, ni será nunca, poesía, dentro de una sencilla historia de amor en la que las lenguas olvidan su principal razón de ser, que es la de modelar las palabras, y se dedican a fundirse con un ritmo irrefrenable y frenético que arrincona preguntas y respuestas. Mientras, él justifica su viaje al norte. Ir al norte es no desnortarse, es hacer lo correcto, ser alguien en la vida. Él, que nunca escatima las palabras, aunque sean falsas, ruido para demostrar que existes. La palabra, así, no es más que otro silencio.
El norte como metáfora de triunfo, en contraposición a habitar permanentemente en la poesía. Sin embargo, este norte no es sinónimo de fortaleza, sino de malabarismo. El silencio de él es mentiroso, por eso se ancla en los pies de ella a través de los ojos.
«Hay tantas cosas que no sé de ti / cuando antes lo sabía todo»
Sabe que ella no es una de sus mentiras, y no quiere que lo sea, aunque también es consciente de que puede que no haya vuelta atrás.
«Hay que regresar, / tenemos que continuar con nuestra existencia corriente. / Seguir viviendo deprisa, / seguir siendo útiles / hasta nuestra obsolescencia no programada»
Imagino la poesía a través de los ojos virtuales de un dron que sobrevuela una calle desierta de Madrid, por la que pasean, cogidos de la mano, dos pasados que creyeron ser uno y no lo fueron; que podrían volver a ser uno y tal vez lo sean o tal vez no, donde puede más el tacto que el sonido, el sabor que la palabra. Hay quien a eso lo denomina amor, y puede que no sea más que eso, o puede que solo estemos viendo a dos actores que hacen mutis por el foro en el montaje de nuestro drama cotidiano personal.
En Esclavos de nuestros silencios, María Jesús Mena nos regala una historia universal, en forma de poemario narrativo de versificación libre, que nos atraviesa de parte a parte, porque nace de lo más íntimo del ser. Ese es, al fin y al cabo, el propósito de la poesía, entender que es el lector quien tiene que hacer el esfuerzo de reconocerse en ella, rellenando los huecos que deja el silencio.
¿Realidad? ¿Ficción?
A veces la realidad se oculta en esa historia que imaginamos una tarde, asomados por casualidad a la ventana del salón, en dos figuras que caminan cogidas de la mano, varios pisos más abajo. O tal vez no.
María J. Mena. Esclavos de nuestros silencios. Impronta, 2024.
Pedro Turrión Ocaña
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